Mu147
Cero drama: presente y futuro teatral
Siete dramaturgxs y directorxs cuentan cómo viven este momento sin teatro e imaginan lo que viene. Crisis, impacto, virtualidad, videoteatro, lo físico, el nuevo imaginario: reconfiguraciones de un arte que sobrevivió a varias pandemias. Por María del Carmen Varela y Martina Perosa.
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Todas las historias del mundo caben en un escenario. El rito fantástico ocurre en una tarima, en la calle, en cualquier lugar bajo techo o a la intemperie: cualquier lugar donde podamos dirigir la atención y entregarnos al relato con todos los sentidos. En tiempos de pandemia y de cuerpos encerrados, ¿cómo se concibe al teatro? ¿Hay alternativa posible? ¿Cómo se reconfiguran los cuerpos, condimentos indispensables para este arte?
Marina Otero, Victoria Roland, Laura Fernández, Laura Sbdar, Verónica Mc Loughlin, Matías Feldman y Lisandro Rodríguez son dramaturgxs y directorxs de teatro, y comparten estas inquietudes. Mientras la actividad se encuentra suspendida y se augura un futuro indeterminado, piensan cuáles son las alternativas para transitar este momento y de qué manera mantener en movimiento los espacios de creación.
¿Nace el videoteatro?
La actriz, directora y docente Victoria Roland reestrenó la obra Beya Durmiente –basada en el texto de Gabriela Cabezón Cámara– en el Teatro Xirgu, poco antes de arrancada la cuarentena obligatoria. También estaba actuando en la obra Frenesí Universal en la sala teatral La Carpintería y preparando el reestreno de dos obras junto a sus compañerxs de la compañía La Mujer Mutante. Todo esto quedo en stop: “Esta pandemia ataca justamente la naturaleza de nuestra práctica, que es el encuentro humano. El teatro se trata de intercambio, contagio y comunidad: lo que ahora está prohibido.
Pueden surgir un montón de cosas interesantes –por dimensionar la importancia del acontecimiento del encuentro– , y también cosas horrorosas como la idea de un mundo profiláctico, inmune, aislado, y cuestiones que ya se están viendo como la discriminación y el miedo paralizante. Se podría pensar, con mucha angustia, que va a ser muy difícil que la gente vuelva a confiar en ir al teatro y enfrentarse al contacto y al intercambio, cuando esto termine. Pero también podríamos pensar que tal vez necesitemos como nunca una actividad como el teatro, tan arcaica y primitiva en relación a la idea de comunidad y encuentro. Solo podemos especular. Y por lo tanto, creo que es un momento para habitar la incertidumbre, y aprovechar sí, la des-aceleración del tiempo productivo, que creo es lo más interesante que está sucediendo. La máquina productiva del capitalismo nos tenía a todxs en una carrera imparable y desquiciada. Y en esto caíamos todxs: desde los Ceos de las empresas hasta los teatristas independientes”.
Sobre la posibilidad de “teatro online”, el actor, dramaturgo, director de la Compañía Buenos Aires Escénica y fundador del Teatro Defensores de Bravard Matías Feldman aclara: “El teatro en sus 2.500 años desarrolló técnicas, amplió conocimiento, creó convenciones y las deshizo; profundizó inmensamente sobre la percepción en relación a un tipo muy particular de experiencia, la de lxs espectadorxs de teatro. Esa experiencia particular, específica y única, no es la que se da a través de una pantalla. ¿Cómo se pretende competir con artes que se desarrollaron pensando en las cámaras, en los planos, en la manera de narrar con ellas, en la edición? Cuando hablan de Teatro Virtual se comete un gran error. Son registros documentales en video de lo que fue una obra. Y si acaso se empezaran a generar contenidos teatrales para ser filmados, deberían llamarlo videoteatro. Como el radioteatro o el teleteatro”. ¿Qué valor le da al cuerpo lo virtual? “Lo virtual descarta el cuerpo, descarta lo presencial. Porque a la tecnología le molesta lo pesado, desprecia aquello que genere algún tipo de lentitud. El cuerpo es lento. Trasladarse hasta un teatro y pasar allí un tiempo es lento. Ensayar es un proceso espeso, complejo y nada liviano”.
La dramaturga Laura Sbdar añade sobre la cuestión: “Me parece que es un modo de tapar el vacío al que nos expone esta situación. Personalmente prefiero darme el tiempo de pensar qué es lo que se está perdiendo, qué deja el hueco, qué posibilita, anula o subvierte ese agujero. Me estimula más –aunque todavía no lo suficiente y por eso en el vacío persevero– pensar en las nuevas formas posibles. Y cuando digo nuevas formas, pienso sobre todo en las que nos permitan reencontrarnos corporalmente”. Laura tenía en marzo tres obras en cartel: Vigilante, Turba y Ametralladora. ¿Cómo definir esa distancia obligatoria que se hace tan evidente en la vía pública cuando es necesario ir a comprar al almacén del barrio y nula para un espectáculo por estar prohibido? “El problema ahora es que, más que una distancia –que puede ser acortada, reducida, intervenida, modificada, acercada, desarmada– hoy lo que se produce es una anulación de la convivencia entre los cuerpos. Una prohibición de la reunión. Una interdicción del ritual. Una negación de la acción compartida. Si miro esta cuestión con un (falso) optimismo, intento jugar con el concepto de distanciamiento tal como lo pensaba Brecht: ese procedimiento que permitía que lo familiar se conviertiera en sorprendente y lo habitual en asombroso. Que el distanciamiento produzca este extrañamiento y nos ponga cuerpos a la obra. Si la experiencia tal como la vivíamos está en crisis, me interesa una experimentación que pueda recuperarla desde su carnalidad viva, (in)consciente y narrativa. Si esto llegara a ser imposible, me parece más interesante pensar en la muerte del teatro que en los modos de rellenar la escena con píxeles”.
¿Qué le sucede a un cuerpo privado del contacto con otrxs cuerpxs? “Siento el cuerpo perdido, como si no encontrara qué hacer con él. Me falta el lugar donde se mueve, donde se siente útil. Extraño los movimientos que solía hacer, cómo usaba la voz, hablar con mucha gente junta. Verme con mucha gente. A eso me refiero con el cuerpo perdido”, cuenta Verónica Mc Loughlin, actriz, dramaturga y directora que estaba por reestrenar tres obras, entre ellas A Dancy en el teatro Callejón. También estaba dando clases de teatro. “Estamos atravesando un momento desde el teatro que, al no tener posibilidad de hacer lo que solemos hacer, nos ponemos a pensar mucho más en nuestra actividad, en sus principios, en su especificidad y no hay mucha vuelta: el teatro es juntxs, en presencia. Eso no se negocia. Tenemos que encontrar la manera de volver a trabajar de ese modo. El teatro es en vivo, cuerpo a cuerpo. Porque la vida es así. Nos quedamos en casa, claro. Nos preservamos. Nos cuidamos. Pero para sobrevivir. No para vivir. Hay que volver a la vida. Y entonces se volverá al teatro”.
Cuerpos & tecnología
¿Se puede usar este momento para centrarse en la creación? “Unx podría aventurarse a pensar que de todas las actividades teatrales suspendidas o reformuladas, la escritura no tendría por qué verse afectada –dice Laura Fernández–. De hecho, hasta podría pensarse que, por el contrario, todo el tiempo invertido en otras actividades teatrales podría volcarse ahora en la escritura. Pues, al menos en mi caso, esto no resultó tan evidente: esx otrx a quien unx escribe, a quien unx le escribe, esx otrx que imagina, que desea, con quien unx entabla una relación muy cercana, ya sea porque es a través de su cuerpo que se producen las imágenes, ya sea porque está ubicado en una butaca; esx otrx, decía, es ahora muchísimo más difícil de apresar en la dramaturgia. Como si la distancia física –y la incertidumbre que la rodea– nos hubiera despistado un poco sobre los modos en los que trazar esos lazos a través de la técnica acostumbrada, no por desconcierto intelectual sino por el mareo que produce tratar de intuir qué cosas habrán de conmover ahora”.
Laura es dramaturga, productora, directora e intérprete y trabaja en dirección y dramaturgia con el colectivo teatral Piel de lava, integrado por las actrices, dramaturgas y directoras Pilar Gamboa, Valeria Correa, Elisa Carricajo y Laura Paredes. Cuando el coronavirus nos obligó a la distancia, Laura estaba escribiendo, ensayando y ocupándose de tareas de producción. También estaba por iniciar las clases de Dirección Teatral en la Universidad Nacional de las Artes en la que se desempeña como docente. “Cuando el contexto social es tan potente la dramaturgia no es ajena a esas sujeciones: debe encontrar astucia para desatarse de un modo ingenioso o mucha potencia para salir disparada de esas amarras”.
Lxs artistas cuentan con una ventaja potente y decisiva: como las semillas, albergan el misterio de la creación y sus brotes se atreven a crecer hasta convertirse en enredaderas impetuosas y floridas. En medio del desierto, la gota de agua irrumpe en la arena. Marina Otero es bailarina, performer, autora, directora y docente. La cuarentena la encontró en Brasil y tuvo que volver antes de lo previsto. Poco antes había tenido un viaje fugaz para presentar en un festival en Perú su obra Recordar 30 años para vivir 65 minutos y había estrenado Fuck me en el Festival Internacional de Teatro. Después de una operación que la hizo detenerse, Marina estaba lista para regresar al escenario.
¿Qué hacer en este contexto de pandemia para redefinir, reciclar y derramar la creatividad? “En esta pausa lo que sucede son otras cosas que tienen que ver con un proceso creativo, donde aparece la angustia, la intimidad, la frustración y en ese sentido es rico para hacer proceso, generar investigaciones, pruebas. En mi caso, mi trabajo tiene que ver con la intimidad, y la investigación en esa intimidad me parece que en un punto les viene bien a las clases que estoy dando. Una clase es de entrenamiento físico, que tiene que ver con mi lado de bailarina y otra que tiene que ver con la investigación escénica, teatral, de danza. Y ese es un taller que sigo dando por dos motivos: uno, para mantener la economía, las cuentas, el alquiler, y el otro, para poder mantenerme espiritualmente activa. No trato de hacer algo similar a lo que daría en una clase física sino proponer otras cosas, que tengan que ver con esta pausa, para que cuando podamos volver, volvamos con todo esto acumulado. Hay que volver a encontrarse con el otro, sin sentir la amenaza con el cuerpo del otro”. Transitar este momento puede tener condimentos inesperados. “Hay algo de lo que perdimos, que en este momento es una posibilidad de recuperar: el ocio. Obviamente que cuando no tenés para comer, no pensás en eso. Lo práctico, lo económico, se tiene que resolver. Mientras no pueda resolverse lo más macro, al menos que se resuelva lo micro. Es un momento para permitirse ciertos fracasos. Hay algo de la exigencia que es todo lo contrario a lo que pienso que debería ser este momento. Reconocer esas zonas oscuras, siempre y cuando no perjudique a otras personas, ni sea una autodestrucción. Pero permitirse una cierta estupidez, me parece muy necesario”.
Al arrancar la cuarentena, Matías Feldman estaba terminando las entrevistas e inscripciones a los cursos anuales de actuación y comenzando los ensayos para los reestrenos de la Prueba 2: La desintegración y la Prueba 3: Las convenciones, de su Proyecto Pruebas. ¿Cómo se lleva la tecnología con el cuerpo? “Es profundamente revolucionario ser una disciplina que no puede desmaterializarse. La tendencia desde hace ya varias décadas es a la pérdida del cuerpo. Ese es el statu quo hoy, y todo lo que tenga que ver con la ausencia de la fisicalidad tiende a conservar ese statu quo, por ende podríamos decir que tiende a ser conservador. La tecnología destruye intermediarios. Eso a veces es extraordinario y a veces es terrible. En relación a la experiencia teatral tiende a querer deshacerse del cuerpo”. ¿Cómo elaborar nuevos imaginarios con cuerpos presentes en este contexto? “Creo profundamente que la energía debería estar puesta en pensar el nuevo teatro de pandemia, con cuerpos presentes, los de las actrices y actores y los de las y los espectadores. En ese sentido, creo que podemos pensar en un teatro con distancia entre los cuerpos que estén presentes”.
Teatro organizado
A pocos días del cese de las actividades escénicas, un grupo de trabajadorxs teatrales confluyó en un intercambio por grupo de Whatsapp para ver la manera de afrontar la gravedad de la situación del sector y así se conformó el PIT (Profesorxs Independientes de Teatro). Más de 70 personas se organizaron en comisiones y realizaron un censo para saber a qué cantidad de profesorxs y alumnxs afecta. Este censo está en marcha y hasta el momento arrojó algunas cifras que son parciales: 700 docentes y 24.000 estudiantes en CABA. Feldman: “En relación a volver a lo presencial, estos días terminamos de escribir una propuesta de Protocolo para Clases Presenciales de Teatro en pandemia del COVID–19. Será algo que estaremos acercando a las autoridades para intentar que lo aprueben cuando empiecen a flexibilizar la cuarentena”.
Con la intención de atender la coyuntura actual, crear propuestas y estrategias de salida posible a esta crisis, Escena-Espacios Escénicos Autónomos, está organizando la constitución de un fondo solidario integrado por partidas estatales extraordinarias provenientes de reasignaciones de fondos destinados a festivales o giras que no podrán concretarse por la pandemia, más aportes voluntarios que puedan hacer los espacios culturales. Escena es una agrupación asamblearia y horizontal que nació en 2010 y tiene como objetivo representar a distintos espacios teatrales. Además de Escena, varias agrupaciones como ARTEI, SAGAI, APDEA, Argentores, Asociación Argentina de Actores, están alertas para encontrar alternativas, trabajando en red y generando actividades que puedan producir algún tipo de ingreso y dar ayuda económica esencial.
Apenas llegó de Brasil –donde el actor, director y dramaturgo Lisandro Rodríguez había ido a trabajar– se decretó la cuarentena obligatoria. Quedaron suspendidos otros trabajos que tenía pautados para este año, por primera vez, en el exterior. También sus talleres y obras en su nuevo espacio Estudio Los Vidrios, en Villa Urquiza. ¿Dónde encontrar teatralidad en este tiempo? “Que la hay, la hay. Está lleno de teatralidad y de encuentros. Es paradójico pero en las colas de los supermercados o en los jubilados sentados en la vereda del banco con reposeras hay teatralidad, hay plateas que se arman sin saber, sin querer. Por otro lado la tensión, la locura: no le creo nada a esta sociedad católica y patriótica que aplaude a los médicos, canta el himno y después dispara contra los piquetes o contra los presos, mezclando todo, la ensalada de los voceros de turno, de los confundidores y operadores seriales. Ahí también hay teatro”. ¿Cómo pensar ahora el teatro? ¿Y los cuerpos? “Prefiero pensar el teatro o la escena como un encuentro político más que como un cuerpo distante o no distante: cuerpo es crossfit también. El vecino que me manda a la cana hace crossfit y tiene músculos y es abogado y hace la denuncia cada vez que intento ensayar algo. Supongo que si yo fuera un médico, el tipo me aplaudiría a las 9 y me incendiaría el auto a las 10 por si lo contagio. El cuerpo-cuerpo lo ponen otrxs. No quiero sonar demagógico pero es así: lxs pibxs del Rappi, lxs pibes que arman red y que llevan adelante comedores, las pibas violadas, lxs médicxs que cobran miseria, lxs viejxs que siempre fueron, son y serán basura, etc. Esa configuración de cuerpos es la nueva configuración de un tejido social que está roto y que ahora queda en evidencia”.
¿Qué hacemos? “Nuestro teatro deberá buscar su nueva clandestinidad para que podamos compartir otra cosa, desde otro lugar, con otra mirada, por lo menos con la esperanza de un mundo distinto donde podamos decir lo que sigue callado. El teatro necesita ser agente político y poder bordar su propio borde y sus propias contradicciones. No hay más lugar para la retórica ni para la metáfora. Hace tiempo. Las nuevas dictaduras tienen forma de virus, de pandemia, de agrotóxico, de fracking, de chip, de redes, de zoom, de locura, de estadística, de conservadurismo, de ausencia del valor de la salud mental, de supermercado con murciélagos, con azúcar, con puchos o con coca cola, da igual. No me cabe nada el eslogan Quedate en casa, no hace falta ni analizarlo ni decir por qué. Pero ahí también hay teatro. Si hay TV debería haber teatro. Si hay supermercados debería haber teatro. Si hay médicos debería haber teatro. Si hay políticos, debería haber teatro. Si hay control, debería haber teatro. Si hay este mundo, debería haber teatro y poesía”.
Según su etimología, teatro significa contemplar. Y en este momento de fuerte desorientación espacio-temporal, contemplar se vuelve una actividad vital. Aumentar la mirada periférica, armar redes, no pensarse solxs, crear en tribu y también tomar distancia. Quizá sea momento de bancarse lo extraordinario, sin automatizar, y volver a las bases. Aquietar el cuerpo, descansarlo, para que cuando vuelva el teatro, sea la fiesta a la que siempre quisimos ir. Por ahora, soñamos con el regreso del goce: ver una obra que te colme de euforia, otra en la que sea inevitable contener las lágrimas, otra en la que no podamos parar de reír. Y juntarnos con amigues para celebrar ese momento. Volver a casa más sensibles, diferentes.
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