CABA
Cartas desde el infierno
Lo que escribió Lucas antes de aparecer ahorcado. Lucas Soraire, 17 años, murió ahorcado en un instituto de menores bonaerense. En esta investigación la familia comparte las cartas que escribió a su madre y hermanos planteando su esperanza de volver pronto a casa. La situación en los correccionales: torturas, suicidios y “descuidos”. Por qué cayó Lucas. Las no-respuestas de un funcionario y la voz de la familia. Por Facundo Lo Duca.

Cinco policías caminan erguidos y con los rifles en alto por el barrio Villa Dorrego en González Catán, La Matanza. Buscan una casa con el frente despintado y un portón de chapa en la entrada. Su objetivo es la captura de un joven de 17 años acusado de un supuesto robo seguido de homicidio. Hay un nombre: Lucas Soraire; también una foto: un pibe flaco, desgarbado, de rasgos afilados y mirada cálida. Detalle distintivo: tiene el tatuaje de una rosa en la mano derecha y el de una paloma en la izquierda.
A la seis de la mañana, un cordón de efectivos bonaerenses con cascos y chalecos antibalas amuralla el ingreso de la calle Barrientos al 6400. Toman posición en la entrada de una casa. Dos se pliegan a un costado, dos al otro. A centímetros del portón, un quinto policía balancea hacia atrás un tubo de hierro largo y grueso. El sol comienza a brillar. La chapa vuela por los aires, y el ruido perfora la quietud matinal del Conurbano.
El escuadrón entra.
Karina Soraire, 49 años, madre de diez hijos, despega la cara de la almohada y en la penumbra del cuarto ve la punta de un fusil a la altura de la cabeza de César, su hijo de 12 años, recostado sobre la misma cama.
Desde otro colchón en el piso, Lucas se levanta. El policía ve los pétalos grabados en la piel de una mano, las alas en la otra: no hay dudas. Lo devuelve al suelo de un saque y le precinta las muñecas. En el resto de la casa hay cuatro de sus hermanos en la misma posición: la frente tocando el piso, los brazos ceñidos en la espalda. El policía levanta al pibe de 17 años y encara hacia afuera.
–¿A dónde se lo llevan? ¡Él no hizo nada, oficial, no hizo nada!– lo increpa Karina.
–A la comisaría 19 señora– le responden–. Después se va para Nogués.
–¿Qué es ese lugar? Déjenme abrazar a mi hijo ¡por favor!
Es lunes 20 de julio, seis de la mañana. Karina Soraire abraza a su hijo por última vez, rodeada de policías con armas de guerra. Un día después, el martes 21 de julio, Lucas –sin antecedentes penales o aprehensiones previas– es trasladado por orden de la Justicia al Centro de Detención para menores Pablo Nogués, en Malvinas Argentinas.
La institución tienea graves denuncias de organismos de derechos humanos: hacinamiento, agresiones físicas por parte de los celadores, reclusiones extensas y sin criterio e incluso el agua contaminada. Allí fue detenido Lucas de manera preventiva por 180 días a la espera de una sentencia firme por su causa, dado que su mamá había apelado su imputación a través de una defensora estatal. Las visitas se habían prohibido por la pandemia. Un mes después –el 28 de agosto– un asistente social de Nogués lo encontró ahorcado con una sábana en el baño de celda. Al mismo tiempo, en otra celda, otro menor intenta quitarse la vida, pero no lo consigue.
Entre las pocas pertenencias de Lucas –no tenía celular y su ropa cabía en una bolsa–había diez cartas escritas para diferentes integrantes de su familia y que nunca habían sido entregadas.

Carta a mamá
«Mamá, me dieron 180 días. Te pido perdón, pero yo no hice nada. Los voy a extrañar mucho a todos. Estoy mal y tengo miedo. Escribo esto entre lágrimas. Ahora estoy solo en mi celda, pero cuando terminen los 14 días de aislamiento por el coronavirus me suben a los módulos con el resto de los pibes. Hay algunos que ya son mayores. También estoy triste por mi novia. Tengo miedo de que se canse de esperarme y me deje. Ojalá todo esto pase rápido y pueda volver a casa. Es muy feo estar alejado de vos, mis hermanos y sobrinos, pero tengo que ser fuerte. No puedo demostrar mi dolor acá adentro. Te amo, mamá”.
La familia Soraire no volvió a ser la misma tras el violento allanamiento de la Bonaerense. César, de 12 años, hermano de Lucas, se despierta agitado por las noches al soñar con el policía que le apuntó directo a la frente. Karina sufre ataques de pánico cuando escucha el portón cerrarse de un portazo. Marcos, de 31 años –el mayor de los nueve hermanos– quiebra en llanto sin motivo y en cualquier lugar. Sin embargo, en una tarde cualquiera de noviembre, la mayor preocupación de la familia es encontrar vasos.
–Mamá, hacen vasos para vender y no hay ninguno en la casa. ¿Cómo puede ser?
Dice Marcos. Es robusto, la frente ancha y los ojos verdes. Karina lo mira y se ríe. Ella se dedica a la fabricación y comercio de vasos artesanales. Con el flaco ingreso que recibe mantiene a buena parte de su familia. En ese contexto –con más carencias que lujos– nació y se crió Lucas.
–Él siempre iba al comedor del barrio y traía la comida para todos cuando no teníamos nada. Era muy amoroso. Cuidaba todo el tiempo a sus hermanos, a sus sobrinos y a su novia. Todavía no entiendo cómo pasó todo lo que vinos después –dice Karina.
En la mesa marrón de la cocina hay un vaso de vidrio con la etiqueta de Coca Cola –que alguna vez fue una botella–, migas de pan, una pava desgastada y un paquete abierto de galletas. También, retratos: Lucas en un primer plano con un cigarrillo en la mano derecha mostrando su tatuaje de la rosa; Lucas sin remera, al lado de su madre y con la mano en el mentón mostrando la rosa; Lucas con un hermano, un sobrino y, de nuevo, la rosa.
–Le encantaban las flores –cuenta Marcos–. Cuando se hizo el tatuaje a mí no me quería decir por miedo a que lo retara. Yo siempre fui como el hermano protector, pero también el que lo cagaba a pedos. Él sabía que no se podía mandar cagadas porque ahí nomás lo agarraba. Por eso siento culpa. Me cansé de decirle que no siguiera juntándose con esos pibes. Porque ese día los culpables fueron otros, y ahora ellos están libres y mi hermano, en un cajón.
Ese día fue el 27 de mayo a las siete de la tarde. Según cuenta su hermano, Lucas estaba con cuatro amigos comiendo unos panchos a unas pocas cuadras de su casa. El lugar era un ATR, un popular kiosco matancero abierto las 24 horas. Desde ahí, el grupo ve venir en bicicleta a Elías Damián Goglio por la Ruta 3, la avenida principal que une a González Catán con Capital Federal. Tres de sus amigos –los que Marcos quería alejar de la vida de su hermano– deciden ir a robarle. Lucas y el amigo restante se niegan. El trío, entonces, se aparta y apura el encuentro con el ciclista. Damián Goglio adivina rápidamente sus intenciones. Intenta esquivarlos a como dé lugar, pero la maniobra lo deja en la mano contraria al tránsito y con un colectivo viniendo de frente. El choque le produce una muerte instantánea. Los tres jóvenes levantan su billetera, la bicicleta y huyen de la escena del crimen. Lucas y el otro los siguen por detrás. En la orden de captura de la Policía él figura –junto con Abel Vega y un tal “Peuyin”– como uno de los autores del robo y homicidio. Los otros tres, ese día, se dieron a la fuga y nunca fueron detenidos. Lucas, ese día, volvió a su casa.
–Él me decía: mamá yo no fui– sigue Karina, apretando contra su pecho una foto de su hijo–. Si me vienen a buscar, acá voy a estar, pero yo no fui mamá, decía. No era un asesino. Tuvo malas amistades, como las tiene cualquier chico, pero no era un asesino.
Un silencio en la cocina apacigua el ambiente. Los ojos de Marcos y Karina se empañan. La luz pálida de la tarde inunda los espacios vacíos y amplios de la casa. Desde el patio se oyen murmullos de palomas.
–Ese hombre (Damián Goglio) tenía hijos, sobrinos, madre, padre. Yo quiero justicia por él, pero con los culpables libres no la va a conseguir. La policía por darle tranquilidad a una familia destruyó a otra –dice Marcos–. Porque a mi hermano lo mandaron al peor lugar de todos.

Un “descuido” mortal
En 2019, tras finalizar la gestión de Cambiemos en la Provincia de Buenos Aires, las autoridades de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) –un ente autárquico estatal integrado por referentes de los derechos humanos– habían realizado 107 inspecciones en diferentes centros de detención para jóvenes, ante las denuncias por violencia física, hacinamiento y otras vejaciones. En total, entre 2015 y 2019, se presentaron 36 habeas corpus colectivos denunciando la violencia estatal ejercida durante el encierro. Durante esos cuatro años, además, la CPM registró 1.103 hechos de tortura y malos tratos –un promedio de 275 por año– en 19 de los 21 centros. También hubo muertes: tres menores alojados en los institutos de Araoz Alfaro, Virrey del Pino y Pablo Nogues. Dos de ellos se suicidaron –uno en Nogués– y a otro lo asesinaron en una pelea entre internos. En ningún caso se determinó la responsabilidad del Estado.
Nogués es escenario de muchas de esas denuncias.
–Mirá, yo te puedo asegurar que muchos chicos prefieren estar en Nogués antes que en otro lado por el trato que reciben. Siempre digo lo mismo: no somos ni peores, ni mejores. Somos distintos.
Juan Miranda, ex director de Pablo Nogués entre 2017 y 2020, habla en presente cuando se refiere a su gestión. Dejó su cargo pocos meses después del suicidio de Lucas en agosto, dado que su puesto se concursa por periodos.
–Mi paso por Nogués fue bueno, la verdad. Mi antecesor había dejado un instituto bien acomodado. Lo que hice fue continuar eso, pero con una impronta mía– detalla.
Durante su gestión hubo dos suicidios, varios intentos, motines y denuncias por violaciones a los derechos humanos. Al referirse a lo sucedido con Lucas, Miranda resume su muerte en una frase.
–Nos descuidamos cinco minutos.
Ese día, cuenta el exdirector a MU, Lucas había exigido hablar con su psicóloga luego de una discusión con otro interno. Para cuando la fueron a buscar, él ya estaba colgado. Si bien los enfermeros lo bajaron para tratar de revivirlo, no hubo nada que hacer.
–Por lo general Nogués tiene una metodología de trabajo que no permite que le pase nada a ningún joven. Supongamos que vos y yo nos peleamos. No hay sanción disciplinaria para ninguno. Solucionamos los problemas a través del diálogo y eso no lo hacen todos.
El 19 de agosto, dieciséis jóvenes del instituto realizaron un motín en un sector en reclamo de, entre otras cosas, medidas de higiene y más comunicación telefónica con sus familiares tras la suspensión de las visitas por la pandemia. Aquel episodio culminó con una toma de rehenes y la presencia de un juez en el lugar.
–Nosotros nunca recibimos ningún tipo de denuncia, ni nada, por maltratos. De hecho, tenemos una buena relación con los organismos de derechos humanos y los jueces. Nuestras puertas estuvieron siempre abiertas.
Por esas mismas puertas, el 27 de febrero, un equipo de la CPM entró a Nogués. Los especialistas mantuvieron entrevistas confidenciales con la totalidad de los internos de los módulos 1 y 3. A este último llegaría Lucas cuatro meses después. El informe del organismo arrojó detalles escalofriantes: los chicos pasaban entre 20 y 21 horas encerrados en pequeñas celdas con olores pestilentes; había jóvenes en calidad de “detenidos”, como si fuera una comisaría; existían graves situaciones de violencia por parte de los celadores; la comida era insuficiente y el agua no era recomendable para “consumo humano”.
La pandemia agravó estas situaciones, entre otras cosas, porque provocó que los menores pasaran más tiempo recluidos. Los talleres de recreación se suspendieron y solo podían hablar con sus familiares a través de un celular de la institución o, quien tuviera, del suyo. Apenas una semana después, en otro instituto de la provincia, un joven de 17 años también se quitó la vida.
En la causa judicial por la muerte de Soraire, los testimonios de un directivo y una trabajadora social revelan que, un día antes de ahorcarse, Lucas les confesó a ambos que estaba triste y que extrañaba a su familia.
–Mirá, yo hace 20 años que trabajo con menores. Mi experiencia dice que cuando el pibe va a hacer algo, no te lo dice. Pasamos momentos muy duros acá adentro también. Por lo general, cuando se llega a una situación tan extrema, ellos no te lo dicen.
–Pero Lucas les avisó a dos personas que estaba triste un día antes de matarse.
–Sí, pero son más de 50 pibes que están tristes. Están encerrados, no reciben visitas. No sé qué podría pasar por esa cabecita.
Las cartas de Lucas hablan por sí mismas.

Carta a mis hermanos
«Hermanitos, los extraño mucho. Tengo fe de que en unos meses vamos a estar juntos de nuevo cuando se sepa que yo no hice nada. Este lugar es muy feo. Arón vos tenes que cuidar a César ahora. Yo sé que algunos de ustedes están enojados conmigo, pero yo los amo. Les pido perdón si piensan que hice algo malo. Les prometo que cuando salga no me voy a alejar más de ustedes. Tengo mucho dolor ahora y dejé de reír desde que nos los veo. Sé que voy a ser feliz y mi corazón va a sanar cuando vuelva a casa. Cuando sea libre, hermanos”.
El sonido hueco de aleteos enjaulados es constante en el techo de la casa de los Soraire. Hay unas 20 palomas guardadas en pajareras separadas. Marcos inicia la apertura de las pequeñas celdas. Una por una las aves despliegan las alas, toman impulso y de un salto se pierden en el cielo de González Catán hasta volverse manchitas contra el fondo celeste. Marcos es colombófilo desde los 14 años, es decir, se dedica al adiestramiento de palomas para diferentes competiciones. Las que acaba de soltar, volverán a sus jaulas en apenas minutos.
–Lucas era un apasionado de las palomas. De chiquito me seguía a mí y le fui enseñando. Sabía criar cualquier tipo y adiestrar. Esta era una de él, mirá– dice y señala un ave blanca agazapada sobre la reja de su jaula. En una de sus patas lleva un anillo con las iniciales de su dueño: L.S.
–En la esquina de casa voy a pintar un mural de mi hermano. Va a tener su cara con un fondo de rosas y palomas –cuenta–. Así lo puedo ver cada vez que salga de casa: a Lucas lo quiero ver sonriendo.
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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