CABA
Cartas desde el infierno
Lo que escribió Lucas antes de aparecer ahorcado. Lucas Soraire, 17 años, murió ahorcado en un instituto de menores bonaerense. En esta investigación la familia comparte las cartas que escribió a su madre y hermanos planteando su esperanza de volver pronto a casa. La situación en los correccionales: torturas, suicidios y “descuidos”. Por qué cayó Lucas. Las no-respuestas de un funcionario y la voz de la familia. Por Facundo Lo Duca.

Cinco policías caminan erguidos y con los rifles en alto por el barrio Villa Dorrego en González Catán, La Matanza. Buscan una casa con el frente despintado y un portón de chapa en la entrada. Su objetivo es la captura de un joven de 17 años acusado de un supuesto robo seguido de homicidio. Hay un nombre: Lucas Soraire; también una foto: un pibe flaco, desgarbado, de rasgos afilados y mirada cálida. Detalle distintivo: tiene el tatuaje de una rosa en la mano derecha y el de una paloma en la izquierda.
A la seis de la mañana, un cordón de efectivos bonaerenses con cascos y chalecos antibalas amuralla el ingreso de la calle Barrientos al 6400. Toman posición en la entrada de una casa. Dos se pliegan a un costado, dos al otro. A centímetros del portón, un quinto policía balancea hacia atrás un tubo de hierro largo y grueso. El sol comienza a brillar. La chapa vuela por los aires, y el ruido perfora la quietud matinal del Conurbano.
El escuadrón entra.
Karina Soraire, 49 años, madre de diez hijos, despega la cara de la almohada y en la penumbra del cuarto ve la punta de un fusil a la altura de la cabeza de César, su hijo de 12 años, recostado sobre la misma cama.
Desde otro colchón en el piso, Lucas se levanta. El policía ve los pétalos grabados en la piel de una mano, las alas en la otra: no hay dudas. Lo devuelve al suelo de un saque y le precinta las muñecas. En el resto de la casa hay cuatro de sus hermanos en la misma posición: la frente tocando el piso, los brazos ceñidos en la espalda. El policía levanta al pibe de 17 años y encara hacia afuera.
–¿A dónde se lo llevan? ¡Él no hizo nada, oficial, no hizo nada!– lo increpa Karina.
–A la comisaría 19 señora– le responden–. Después se va para Nogués.
–¿Qué es ese lugar? Déjenme abrazar a mi hijo ¡por favor!
Es lunes 20 de julio, seis de la mañana. Karina Soraire abraza a su hijo por última vez, rodeada de policías con armas de guerra. Un día después, el martes 21 de julio, Lucas –sin antecedentes penales o aprehensiones previas– es trasladado por orden de la Justicia al Centro de Detención para menores Pablo Nogués, en Malvinas Argentinas.
La institución tienea graves denuncias de organismos de derechos humanos: hacinamiento, agresiones físicas por parte de los celadores, reclusiones extensas y sin criterio e incluso el agua contaminada. Allí fue detenido Lucas de manera preventiva por 180 días a la espera de una sentencia firme por su causa, dado que su mamá había apelado su imputación a través de una defensora estatal. Las visitas se habían prohibido por la pandemia. Un mes después –el 28 de agosto– un asistente social de Nogués lo encontró ahorcado con una sábana en el baño de celda. Al mismo tiempo, en otra celda, otro menor intenta quitarse la vida, pero no lo consigue.
Entre las pocas pertenencias de Lucas –no tenía celular y su ropa cabía en una bolsa–había diez cartas escritas para diferentes integrantes de su familia y que nunca habían sido entregadas.

Carta a mamá
«Mamá, me dieron 180 días. Te pido perdón, pero yo no hice nada. Los voy a extrañar mucho a todos. Estoy mal y tengo miedo. Escribo esto entre lágrimas. Ahora estoy solo en mi celda, pero cuando terminen los 14 días de aislamiento por el coronavirus me suben a los módulos con el resto de los pibes. Hay algunos que ya son mayores. También estoy triste por mi novia. Tengo miedo de que se canse de esperarme y me deje. Ojalá todo esto pase rápido y pueda volver a casa. Es muy feo estar alejado de vos, mis hermanos y sobrinos, pero tengo que ser fuerte. No puedo demostrar mi dolor acá adentro. Te amo, mamá”.
La familia Soraire no volvió a ser la misma tras el violento allanamiento de la Bonaerense. César, de 12 años, hermano de Lucas, se despierta agitado por las noches al soñar con el policía que le apuntó directo a la frente. Karina sufre ataques de pánico cuando escucha el portón cerrarse de un portazo. Marcos, de 31 años –el mayor de los nueve hermanos– quiebra en llanto sin motivo y en cualquier lugar. Sin embargo, en una tarde cualquiera de noviembre, la mayor preocupación de la familia es encontrar vasos.
–Mamá, hacen vasos para vender y no hay ninguno en la casa. ¿Cómo puede ser?
Dice Marcos. Es robusto, la frente ancha y los ojos verdes. Karina lo mira y se ríe. Ella se dedica a la fabricación y comercio de vasos artesanales. Con el flaco ingreso que recibe mantiene a buena parte de su familia. En ese contexto –con más carencias que lujos– nació y se crió Lucas.
–Él siempre iba al comedor del barrio y traía la comida para todos cuando no teníamos nada. Era muy amoroso. Cuidaba todo el tiempo a sus hermanos, a sus sobrinos y a su novia. Todavía no entiendo cómo pasó todo lo que vinos después –dice Karina.
En la mesa marrón de la cocina hay un vaso de vidrio con la etiqueta de Coca Cola –que alguna vez fue una botella–, migas de pan, una pava desgastada y un paquete abierto de galletas. También, retratos: Lucas en un primer plano con un cigarrillo en la mano derecha mostrando su tatuaje de la rosa; Lucas sin remera, al lado de su madre y con la mano en el mentón mostrando la rosa; Lucas con un hermano, un sobrino y, de nuevo, la rosa.
–Le encantaban las flores –cuenta Marcos–. Cuando se hizo el tatuaje a mí no me quería decir por miedo a que lo retara. Yo siempre fui como el hermano protector, pero también el que lo cagaba a pedos. Él sabía que no se podía mandar cagadas porque ahí nomás lo agarraba. Por eso siento culpa. Me cansé de decirle que no siguiera juntándose con esos pibes. Porque ese día los culpables fueron otros, y ahora ellos están libres y mi hermano, en un cajón.
Ese día fue el 27 de mayo a las siete de la tarde. Según cuenta su hermano, Lucas estaba con cuatro amigos comiendo unos panchos a unas pocas cuadras de su casa. El lugar era un ATR, un popular kiosco matancero abierto las 24 horas. Desde ahí, el grupo ve venir en bicicleta a Elías Damián Goglio por la Ruta 3, la avenida principal que une a González Catán con Capital Federal. Tres de sus amigos –los que Marcos quería alejar de la vida de su hermano– deciden ir a robarle. Lucas y el amigo restante se niegan. El trío, entonces, se aparta y apura el encuentro con el ciclista. Damián Goglio adivina rápidamente sus intenciones. Intenta esquivarlos a como dé lugar, pero la maniobra lo deja en la mano contraria al tránsito y con un colectivo viniendo de frente. El choque le produce una muerte instantánea. Los tres jóvenes levantan su billetera, la bicicleta y huyen de la escena del crimen. Lucas y el otro los siguen por detrás. En la orden de captura de la Policía él figura –junto con Abel Vega y un tal “Peuyin”– como uno de los autores del robo y homicidio. Los otros tres, ese día, se dieron a la fuga y nunca fueron detenidos. Lucas, ese día, volvió a su casa.
–Él me decía: mamá yo no fui– sigue Karina, apretando contra su pecho una foto de su hijo–. Si me vienen a buscar, acá voy a estar, pero yo no fui mamá, decía. No era un asesino. Tuvo malas amistades, como las tiene cualquier chico, pero no era un asesino.
Un silencio en la cocina apacigua el ambiente. Los ojos de Marcos y Karina se empañan. La luz pálida de la tarde inunda los espacios vacíos y amplios de la casa. Desde el patio se oyen murmullos de palomas.
–Ese hombre (Damián Goglio) tenía hijos, sobrinos, madre, padre. Yo quiero justicia por él, pero con los culpables libres no la va a conseguir. La policía por darle tranquilidad a una familia destruyó a otra –dice Marcos–. Porque a mi hermano lo mandaron al peor lugar de todos.

Un “descuido” mortal
En 2019, tras finalizar la gestión de Cambiemos en la Provincia de Buenos Aires, las autoridades de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) –un ente autárquico estatal integrado por referentes de los derechos humanos– habían realizado 107 inspecciones en diferentes centros de detención para jóvenes, ante las denuncias por violencia física, hacinamiento y otras vejaciones. En total, entre 2015 y 2019, se presentaron 36 habeas corpus colectivos denunciando la violencia estatal ejercida durante el encierro. Durante esos cuatro años, además, la CPM registró 1.103 hechos de tortura y malos tratos –un promedio de 275 por año– en 19 de los 21 centros. También hubo muertes: tres menores alojados en los institutos de Araoz Alfaro, Virrey del Pino y Pablo Nogues. Dos de ellos se suicidaron –uno en Nogués– y a otro lo asesinaron en una pelea entre internos. En ningún caso se determinó la responsabilidad del Estado.
Nogués es escenario de muchas de esas denuncias.
–Mirá, yo te puedo asegurar que muchos chicos prefieren estar en Nogués antes que en otro lado por el trato que reciben. Siempre digo lo mismo: no somos ni peores, ni mejores. Somos distintos.
Juan Miranda, ex director de Pablo Nogués entre 2017 y 2020, habla en presente cuando se refiere a su gestión. Dejó su cargo pocos meses después del suicidio de Lucas en agosto, dado que su puesto se concursa por periodos.
–Mi paso por Nogués fue bueno, la verdad. Mi antecesor había dejado un instituto bien acomodado. Lo que hice fue continuar eso, pero con una impronta mía– detalla.
Durante su gestión hubo dos suicidios, varios intentos, motines y denuncias por violaciones a los derechos humanos. Al referirse a lo sucedido con Lucas, Miranda resume su muerte en una frase.
–Nos descuidamos cinco minutos.
Ese día, cuenta el exdirector a MU, Lucas había exigido hablar con su psicóloga luego de una discusión con otro interno. Para cuando la fueron a buscar, él ya estaba colgado. Si bien los enfermeros lo bajaron para tratar de revivirlo, no hubo nada que hacer.
–Por lo general Nogués tiene una metodología de trabajo que no permite que le pase nada a ningún joven. Supongamos que vos y yo nos peleamos. No hay sanción disciplinaria para ninguno. Solucionamos los problemas a través del diálogo y eso no lo hacen todos.
El 19 de agosto, dieciséis jóvenes del instituto realizaron un motín en un sector en reclamo de, entre otras cosas, medidas de higiene y más comunicación telefónica con sus familiares tras la suspensión de las visitas por la pandemia. Aquel episodio culminó con una toma de rehenes y la presencia de un juez en el lugar.
–Nosotros nunca recibimos ningún tipo de denuncia, ni nada, por maltratos. De hecho, tenemos una buena relación con los organismos de derechos humanos y los jueces. Nuestras puertas estuvieron siempre abiertas.
Por esas mismas puertas, el 27 de febrero, un equipo de la CPM entró a Nogués. Los especialistas mantuvieron entrevistas confidenciales con la totalidad de los internos de los módulos 1 y 3. A este último llegaría Lucas cuatro meses después. El informe del organismo arrojó detalles escalofriantes: los chicos pasaban entre 20 y 21 horas encerrados en pequeñas celdas con olores pestilentes; había jóvenes en calidad de “detenidos”, como si fuera una comisaría; existían graves situaciones de violencia por parte de los celadores; la comida era insuficiente y el agua no era recomendable para “consumo humano”.
La pandemia agravó estas situaciones, entre otras cosas, porque provocó que los menores pasaran más tiempo recluidos. Los talleres de recreación se suspendieron y solo podían hablar con sus familiares a través de un celular de la institución o, quien tuviera, del suyo. Apenas una semana después, en otro instituto de la provincia, un joven de 17 años también se quitó la vida.
En la causa judicial por la muerte de Soraire, los testimonios de un directivo y una trabajadora social revelan que, un día antes de ahorcarse, Lucas les confesó a ambos que estaba triste y que extrañaba a su familia.
–Mirá, yo hace 20 años que trabajo con menores. Mi experiencia dice que cuando el pibe va a hacer algo, no te lo dice. Pasamos momentos muy duros acá adentro también. Por lo general, cuando se llega a una situación tan extrema, ellos no te lo dicen.
–Pero Lucas les avisó a dos personas que estaba triste un día antes de matarse.
–Sí, pero son más de 50 pibes que están tristes. Están encerrados, no reciben visitas. No sé qué podría pasar por esa cabecita.
Las cartas de Lucas hablan por sí mismas.

Carta a mis hermanos
«Hermanitos, los extraño mucho. Tengo fe de que en unos meses vamos a estar juntos de nuevo cuando se sepa que yo no hice nada. Este lugar es muy feo. Arón vos tenes que cuidar a César ahora. Yo sé que algunos de ustedes están enojados conmigo, pero yo los amo. Les pido perdón si piensan que hice algo malo. Les prometo que cuando salga no me voy a alejar más de ustedes. Tengo mucho dolor ahora y dejé de reír desde que nos los veo. Sé que voy a ser feliz y mi corazón va a sanar cuando vuelva a casa. Cuando sea libre, hermanos”.
El sonido hueco de aleteos enjaulados es constante en el techo de la casa de los Soraire. Hay unas 20 palomas guardadas en pajareras separadas. Marcos inicia la apertura de las pequeñas celdas. Una por una las aves despliegan las alas, toman impulso y de un salto se pierden en el cielo de González Catán hasta volverse manchitas contra el fondo celeste. Marcos es colombófilo desde los 14 años, es decir, se dedica al adiestramiento de palomas para diferentes competiciones. Las que acaba de soltar, volverán a sus jaulas en apenas minutos.
–Lucas era un apasionado de las palomas. De chiquito me seguía a mí y le fui enseñando. Sabía criar cualquier tipo y adiestrar. Esta era una de él, mirá– dice y señala un ave blanca agazapada sobre la reja de su jaula. En una de sus patas lleva un anillo con las iniciales de su dueño: L.S.
–En la esquina de casa voy a pintar un mural de mi hermano. Va a tener su cara con un fondo de rosas y palomas –cuenta–. Así lo puedo ver cada vez que salga de casa: a Lucas lo quiero ver sonriendo.
Portada
Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso
La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes […]

La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes salvaron de que los uniformados la pasaran por arriba. En medio del narcogate de Espert, quien pidió licencia en Diputados por “motivos personales”, las imágenes volvieron a exhibir la debilidad del Gobierno, golpeando a personas con la mínima que no llegan a fin de mes, mientras sufría otra derrota en la Cámara baja, que aprobó con 140 votos afirmativos la ley que limita el uso de los DNU por parte de Milei.
Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla.
Fotos: Juan Valeiro.
Un jubilado de setenta y tantos eleva un cartel bien alto con sus dos manos.
“Pan y circo”, dice.
Pero el “pan” y la “y” están tachados, porque en este miércoles, como en esta época, lo que falta de pan sobra de circo. El triste espectáculo lo ofrece una vez más la policía, hoy particularmente la de la Ciudad, que desplegó un cordón sobre Callao, casi a la altura de Sarmiento, para evitar que la pacífica movilización de jubilados y jubiladas llegara hasta la avenida Corrientes. Detrás de los escudos, aparecieron los runrunes de la motorizada para atemorizar. Y envalentonados, los escudos avanzaron contra todo lo que se moviera, con una estrategia perversa: cada tanto, los policías abrían el cordón y de atrás salían otros uniformados que, al estilo piraña, cazaban a la persona que tenían enfrente. Algunos zafaron a último milímetro.
Pero los oficiales detuvieron a cuatro: el jubilado Víctor Amarilla, el fotógrafo Fabricio Fisher, un joven llamado Cristian Zacarías Valderrama Godoy, y otro hombre llamado Osvaldo Mancilla.



Las detenciones de Cristian Zacarías y del fotógrafo Fabricio Fisher. La policía detuvo al periodista mientras estaba de espaldas. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
En esa avanzada, una jubilada llamada María Rosa Ojeda cayó al suelo por los golpes y fue la rápida intervención de los manifestantes, del Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA), y de otros rescatistas los que la ayudaron. “Gracias a todos ellos la policía no me pasó por encima”, dijo. Su única arma era un bastón con la bandera de argentina.
Como en otros miércoles de represión, la estrategia pareciera buscar que estas imágenes opaquen aquellas otras que evidencian el momento de debilidad que atraviesa el Gobierno. Hoy no sólo el diputado José Luis Espert, acusado de recibir dinero de Federico «Fred» Machado, empresario extraditado a Estados Unidos por una causa narco, se tomó licencia alegando “motivos personales”, sino que la Cámara baja sancionó, por 140 votos a favor, 80 negativos y 17 abstenciones, la ley que limita el uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) por parte del Presidente. El gobierno anunció un clásico ya de esta gestión: el veto.
Por ahora, el proyecto avanza hacia el Senado.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El poco pan
La calle preveía este golpe, y por eso durante este miércoles se cantó:
“Si no hay aumento,
consiganló,
del 3%
que Karina se robó”.
Ese tema fue el hit del inicio de la jornada de este miércoles, aunque hilando fino carece de verdad absoluta, porque las jubilaciones de octubre sí registraron un aumento: el 1,88%, que llevó el haber mínimo a $326.298,38. Sumado al bono de 70 mil, la mínima trepó a $396 mil. “Es un valor irrisorio. Seguimos sumergidos en una vida que no es justa y el gobierno no afloja un mango, es tremendo cómo vivimos”, cuenta Mario, que no hay miércoles donde no diga presente. “Nos hipotecan el presente y el futuro también, cerrando acuerdos con el FMI que nos impone cómo vivir, y no es más que pan para hoy y hambre para mañana, aunque el pan para hoy te lo debo”.
Victoria tiene 64 años y es del barrio porteño de Villa Urquiza. Cuenta que desde hace 10 meses no puede pagar las expensas. Y que por eso el consorcio le inició un juicio. Cuenta que otra vecina, de 80, está en la misma. Cuenta que es insulina dependiente pero que ya no la compra porque no tiene con qué. Cuenta que su edificio es 100% eléctrico y que de luz le vienen alrededor de 140 mil pesos, más de un tercio de su jubilación. Cuenta que está comiendo una vez por día y que su “dieta” es “mate, mate y mate”. Vuelve a sonreír cuando cuenta que tiene 3 hijos y 4 nietos y cuando dice que va a resistir: “Hasta cuando pueda”.

A María Rosa la salvó la gente de que la policía la pasara por arriba. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El mucho circo
Desde temprano hubo señales de que la represión policial estaba al caer. A diferencia de los miércoles anteriores, la Policía no cortó la avenida Rivadavia a la altura de Callao. Tampoco cortó el tránsito, lo que permitió que los jubilados y las jubiladas cortaran la calle para hacer semaforazos. Después de media hora, cuando la policía empezó a desviar el tránsito y la calle quedó desolada, comenzó la marcha, pero en vez de rodear la Plaza de los Dos Congresos como es habitual, caminó por Callao en dirección a Corrientes, hasta metros de la calle Sarmiento, donde se erigió un cordón policial y empezó a avanzar contra las y los manifestantes.
Desde atrás, irrumpieron con violencia dos cuerpos en moto: el GAM (Grupo de Acción Motorizada) y el USyD (Unidad de Saturación y Detención), pegando con bastones e insultando a quienes estaban en la calle. “Vinieron a pegarme directamente, mi pareja me quiso ayudar y lo detuvieron a él, que no estaba haciendo nada”, cuenta Lucas, el compañero de Cristian Zacarías, uno de los detenidos.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Cercaron el lugar una centena de efectivos de la policía porteña, que no permitieron a la prensa acercarse ni estar en la vereda registrando la escena.
“¿Alguien me puede decir si la detención fue convalidada”, pregunta Lucas al pelotón policial.
Silencio.
“¿Me pueden decir sí o no?”.
Silencio.
Un comerciante mira y vocifera: “¿Sabés lo que hicieron a la vuelta? Subieron a la vereda con las motos”.
Otro se acerca y pregunta: “¿A quién tienen detenido acá, al Chapo Guzmán?”
“No”, le responde seco un periodista: “A un pibe y a un jubilado”.
La Comisión Provincial por la Memoria confirmó las cuatro detenciones (fue aprehendida una quinta persona y derivada al SAME para su atención) y cuatro personas heridas. El despliegue incluyó la presencia también de Policía Federal, Prefectura y Gendarmería detrás del Congreso mientras el despliegue represivo fue «comandado por agentes de infantería de la Policía de la Ciudad». El organismo observó que después de semanas donde el operativo disponía el vallado completo, en los últimos miércoles el dispositivo dejó abierta una vía de circulación que es la que eligen las fuerzas para avanzar contra los manifestantes.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
También se hizo presente Fabián Grillo, papá de Pablo, que sufrió esa represión el 12 de marzo, en esta misma plaza, y continúa su rehabilitación en el Hospital Rocca. “Su evolución es positiva”, comunicó la familia. El fotorreportero está empezando a comer papilla con ayuda, continúa con sonda como alimento principal, se sienta y se levanta con asistencia y le están administrando medicación para que esté más reactivo. “Seguimos para adelante, lento, pero a paso firme”, dicen familiares y amigos. El martes, la jueza María Servini procesó al gendarme Héctor Guerrero por el disparo. El domingo se cumplirán siete meses y lo recordarán con un festival.
Pablo Caballero mira toda esta disposición surrealista desde un costado. Tiene 76 años y cuatro carteles pegados sobre un cuadrado de cartón tan grande que va desde el piso del Congreso hasta su cintura:
- “Roba, endeuda, estafa, paga y cobra coimas. CoiMEA y nos dice MEAdos. Miente, se contradice, vocifera, insulta, violenta, empobrece, fuga, concentra. ¿Para qué lo queremos? No queremos, ¡basta! Votemos otra cosa”.
- “El 3% de la coimeada más el 7% del chorro generan 450% de sobreprecios de medicamentos”.
- El tercer cartel enumera todo lo que “mata” la desfinanciación: ARSAT, INAI, CAREM, CONICET, ENERC, Gaumont, INCAA, Banco Nación, Aerolíneas, Hidrovía, agua, gas, litio, tierras raras, petróleo, educación. Una enumeración del saqueo.
El cuarto cartel lo explica Pablo: “Cobro la jubilación mínima, que equivale al 4% de lo que cobran los que deciden lo que tenemos que cobrar, que son 10 millones de pesos. No tiene sentido. Por eso, hay que ir a votar en octubre”.
Pablo mira al cielo, como una imploración: «¡Y que se vayan!».

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
- Revista MuHace 2 semanas
Mu 207: Crear lo que viene
- NotaHace 3 semanas
Julio López, 19 años desaparecido en democracia: sus testimonios contra la Bonaerense
- #NiUnaMásHace 2 semanas
Triple narcofemicidio: la respuesta al horror
- AmbienteHace 4 semanas
Salvemos al Mari Menuco: campaña desde Neuquén para un lago acosado por el fracking
- #NiUnaMásHace 2 semanas
Femicidios territoriales: las tramas de la violencia