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Desde adentro: alimentos, agroecología y autogestión

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Nahuel Levaggi al frente del Mercado Central; Eduardo Vasco Murúa en el área de empresas autogestionadas, y Eduardo Cerdá designado en una dirección de agroecología. Tres funcionarios que no surgen de los partidos sino de prácticas sociales con otros modos de entender lo político. Un año en el gobierno en medio de la pandemia: el rol del Estado, la gestión, la tensión entre burocracia y voluntad de transformación. Dudas y certezas de quienes están adentro pero vienen desde abajo. Por Sergio Ciancaglini.

Desde adentro: alimentos, agroecología y autogestión
Nahuel Levaggi. Foto: Lina M. Etchesuri

Una de las teorías políticas más estruendosas de los últimos tiempos plantea que hay funcionarios y funcionarias que no funcionan. La hipótesis y/o diagnóstico de la vicepresidenta en ejercicio parece haber tenido efectos sintomáticos oficiales: atragantamientos, mareos, algunos trastornos de ansiedad.  

La ventaja de la teoría es que puede aplicarse también al gobierno anterior, que fue una meritocracia de lo disfuncional. Y al anterior al anterior, y así sucesivamente hasta la última gota de memoria que cada quien logre exprimir. La teoría de los funcionarios que no funcionan funciona, pero hay casos que la contradicen.  

Nahuel Levaggi pasó de su rol como coordinador de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) a tener que gestionar la presidencia de un lugar históricamente problemático (para decirlo con elegancia) como es el Mercado Central. Y lo logró, mientras otras áreas de la administración pública parecen navegar entre nubes de zoom. 

Eduardo Murúa, mejor conocido como el Vasco, empezó a funcionar como Director de Programas de Inclusión Económica (en la práctica la oficina se conoce como Dirección de Empresas Recuperadas) antes de ser formalizado en el cargo, preguntándose cada día si ha hecho cosas que le den sentido a estar en ese lugar.

Eduardo Cerdá funciona, pero ni siquiera es funcionario: al cierre de esta edición no había sido designado por Boletín Oficial Director Nacional de Agroecología (más de un año después del ofrecimiento) pero ya tiene oficina en el ministerio del ramo, y se llevó su propia computadora para trabajar mientras espera la formalización del nombramiento. 

Se trata de personas que trabajaron siempre desde abajo. Murúa, desde la cooperativa metalúrgica IMPA, se convirtió en referente del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER): fábricas y empresas sin patrón que demostraron cómo los trabajadores pudieron hacer funcionar (otra vez la palabra) lugares que los empresarios habían vaciado o fundido.  

Cerdá es uno de los inspiradores de la RENAMA, Red Nacional de Municipios y Comunidades que Fomentan la Agroecología que está planteando la posibilidad de otro modelo productivo que recupere y sanee los campos contaminados y evite que la mayor aspiración criolla sea la de glifosato, entre otros venenos de la época.  

Para Levaggi la construcción fue siempre tan desde abajo que una de sus principales búsquedas sigue estando en el suelo: una ley de acceso a la tierra que permita que las personas que producen alimentos puedan comprar su lugar de vida, cultivo y producción liberándose de la psicopatía de los alquileres y arrendamientos. 

Más allá de sus diferencias, los tres han sido creadores de organizaciones autónomas, independientes, no partidarias, que según el caso supieron plantarse frente al Estado o dialogar con él sin pensarse dentro la función pública: experiencias que no fueron cooptadas ni creen que el buen vivir signifique aferrarse al puesto, el sueldo y la relación de dependencia estatal. 

Sin embargo, los tres fueron inesperadamente llamados a la función pública. Y aceptaron. Tal vez un modo de explorar en qué medida la situación empalma con sus propias prácticas, convicciones, y hasta con sus propias dudas. ¿Cómo es la experiencia? 

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Vasco Murúa. Foto: Lina M. Etchesuri

Las llaves y el mate

“La diferencia en nuestro caso es que no estamos haciendo lo de siempre, no es que me nombraron en agricultura familiar”, explica Nahuel Levaggi. “Es cierto que la UTT no fue nunca un gremio meramente reivindicativo, también hay una propuesta de política pública, integral. Veníamos de toda esa práctica y apareció el desafío de gestionar esto, cosa en la que ni pensábamos” dice señalando hacia las ventanas de esa ciudad que representa el Mercado Central, con un movimiento diario de 15.000 personas, 700 camiones y todo lo que implica el abastecimiento de verduras y frutas para 13 millones de personas. 

“Para fortalecer a la soberanía alimentaria, la agroecología, los precios justos, la transformación y todo lo demás, aquí tengo que gobernar positivamente la limpieza del predio, el tránsito, la comisaría, los bomberos, los conflictos de intereses. Gestión que te insume cantidad tremenda de tiempo y a veces uno se queda pensando: ¿Qué estoy haciendo acá?”.  

Máximo Kirchner le ofreció el puesto, Nahuel asumió en una fecha densa, el 24 de marzo del año pasado, y ese primer día se ocupó de llegar pertrechado con un arma esencial: su mate. Se queda con el 35% de lo que cobra como presidente y el 65% restante va destinado a fines sociales. Ningún otro integrante de la UTT entró al MC. Un modo de conservar la autonomía, explica. 

Sabe que la administración pública es muchas veces “una máquina de impedir burocrática, pero ahí también está la decisión política de quien se sienta acá. Si querés, podés poner un montón de excusas. Pero si querés hacer las cosas, las hacés. Hay que buscarle la vuelta. Nuestra propuesta de transformación es el bien común, yo hablaba de lo mismo antes de asumir, y ahora, mi práctica moral, ética, de laburo, es la misma, y no me rompan: las cosas se pueden hacer. Y perdón, pero lo que también hay que tener es creatividad para que los obstáculos de intereses y la máquina de impedir no te la ganen”. 

La gestión en el Central permitió –en un mercado libre, de oferta y demanda– que hubiera un Compromiso Social de Abastecimiento y acuerdos públicos de precios con el sector de operadores. “Montamos la ayuda comunitaria para abastecer de alimentos a comedores populares, avanzamos con los procesos de compostaje y recuperación de alimentos, armamos un registro de productores con una página web para que cualquier operador pueda conocerlo y hacerle pedidos, mejoramos condiciones de trabajo para el sector de changarines, valorizamos el Laboratorio y lo ofrecemos gratuitamente para los procesos de Certificación Participativa (que garantizan que un alimento está libre de pesticidas) y armamos un Programa de Agroecología”. El Central continúa comerciando las frutas y verduras convencionales, pero además organiza talleres de capacitación agroecológica para productoras y productores, y se han dispuesto cuatro hectáreas para hacer un campo experimental en el mismo predio, que mostrará las ventajas (de salud, productivas y económicas) de la agroecología.  

“El Estado es un ordenador de la vida del pueblo, nos guste o no, entonces creo que hay que transformarlo. Si nos hubieran ofrecido cargos burocráticos no los hubiéramos aceptado, cualquier compañera o compañero de la UTT transforma más desde afuera que en un lugar sin poder real”. Por eso cree que la clave es construir poder. “Una vez adentro, hay una fuerza que te dice que te quedes quieto, que pobres va a haber siempre, que no hagas nada. Creo que de última sos vos y el espejo. No chamuyemos con eso. Hay una fuerza de voluntad que poner en juego, y si no, al menos lo intentaste”. 

Hace un gesto como quien va a devolver un llavero: “Y siempre podés decir: hasta acá llegamos, muchas gracias, tomá las llaves”. 

Sabe que estar donde está significa jugar con las contradicciones: “En la Mesa Argentina contra el Hambre está la UTT y también Syngenta. Uno puede decir ‘no voy, porque están ellos’. No. Yo voy, me siento, y digo ‘vos formás parte del problema’, y seguís trabajando por la solución. La UTT no paró ni medio segundo, ni bajó ninguna de sus banderas”. No cree en los planteos ideales o puros: “Si un planteo es muy puro, pero perjudica a millones de personas, termina siendo impuro, sectario y antipopular. Yo no puedo decir: ‘basta de exportar granos’. ¿De qué va a vivir el país? En todo caso hay que avanzar con la transformación que promueve la agroecología incluso la extensiva, pensar en una nacionalización de los puertos, no plantear ‘soberanía alimentaria vs. exportación de granos’ y sí ‘soberanía alimentaria vs. agronegocio’. Pero es un cambio gradual, con voluntad, con propuestas, con creatividad”.          

Dice que ve al gobierno con pocas políticas en agricultura. “No hay una política alimentaria integral, y si no se impulsa una política positiva, avanza la política negativa del mercado y los agronegocios”. Mientras mira el movimiento del mercado, mira también el movimiento de la política. En diciembre volvió a presentarse la Ley de Acceso a la Tierra que propone la UTT en Diputados. “Cuando se me planteó venir aquí, la condición sine qua non fue que aprueben esa ley”. 

Nuevamente el gesto: “Si no, tomá la llave. Hubo un 2020 cruzado por la pandemia y demás. Listo. Pero en 2021, muchachos, concretemos las cosas”. 

Desde adentro: alimentos, agroecología y autogestión
Eduardo Cerdá. Foto: Lina M. Etchesuri

Estado bobo

Eduardo Murúa y sus colaboradores estuvieron trabajando al menos los primeros seis meses de 2020 sin cobrar. El MNER y las cooperativas les permitieron aguantar ese desierto. Ahora invierten parte de lo que cobran en movilidad, viajes y gastos de la llamada “caja chica”, que nunca es muy chica pero que en su caso sencillamente no existe, para hacer funcionar la Dirección. Les han dado últimamente unas oficinas sin muebles, en Palermo, bajo las vías del tren, cerca del Planetario y desde esa galaxia ponen los pies en la tierra.   

¿Cómo fue el primer día? Relata el Vasco: “En diciembre de 2019 vinimos y ocupamos, casi como en las fábricas. Lo primero que hice fue pedirle al personal de seguridad que deje entrar a cualquier trabajador que venga a verme, sin preguntarme. Y a los empleados de la Dirección les dije que siempre el Estado nos trató a los trabajadores como mendigos. Ahora hagamos al revés, hay que tratarlos como patrones, no les hagan perder el tiempo, no les mientan si algo no tiene solución. Yo eso lo viví del otro lado y no quiero que se repita. A veces ni nos atendían, y les teníamos que tomar las oficinas para que nos den bola”. Ocurrió hasta en la Casa Rosada en tiempos de Néstor Kirchner, en la oficina del entonces secretario general Oscar Parrilli: 15 horas de toma de Murúa sirvieron apenas para garantizarse una futura reunión. El objetivo era conseguir un sistema de créditos para la renovación tecnológica de las fábricas recuperadas, cuestión todavía pendiente 15 años después.        

Si uno no es un burócrata y quiere trabajar, el Estado puede ser un arma potente, sostiene Murúa. “El apoyo económico para el sector quedó mermado por la pandemia y la necesidad de los programas para comedores y asistencia alimentaria. Pero pudimos resolver cosas, como el derecho para las empresas recuperadas de cobrar el plan Potenciar Trabajo, de 10.500 pesos. No es mucho, pero ayuda. Y estamos con unos 80 proyectos de los que se pagaron 15 para compra de maquinaria. Y 65 proyectos que implican unos 210 millones de pesos para el sector, que esperamos poder pagar pronto”. Enumera los subsidios de gas, el proyecto de lograr jubilaciones dignas para quienes trabajan en el sector, la idea de que el Estado priorice en sus compras a las empresas recuperadas. Rescata también un convenio con el Conicet y con las universidades (La Plata, Quilmes, San Martín, Avellaneda, José C. Paz) buscando lo que llamaron “inteligencia común” entre el Estado, las comunidades académicas y científicas y las empresas recuperadas. 

Menciona el acuerdo que logró entre el laboratorio recuperado Farmacoop, el empresario privado Carlos De Pina (Alimentos Proteicos) y el sector científico a través del Conicet, para fabricar el primer test argentino de detección rápida (entre 5 y 10 minutos) de anticuerpos del Covid-19, ya aprobado por la ANMAT. “Había que comprar la maquinaria en Estados Unidos. Conseguimos inversión privada, 100.000 dólares, y fíjate lo que se pudo lograr. Mi idea es que ese dinero lo tendría que poner el Estado. Pero el ejemplo sirve para demostrar todo lo que se puede hacer, porque tenemos menor costo que cualquier sector patronal, y el plus de esfuerzo que le ponen los trabajadores”.  

A Murúa se le mezcla lo que llama una buena sensación, con lo contrario: “El Estado no nos ve, o no nos escucha. Por lo menos ahora puedo dar la discusión adentro. Siento que hay una subestimación con respecto a nuestros compañeros, y el Estado les dio más recursos a sectores privados con las ATP que eran de hasta 40.000 pesos o más. Reprodujo la forma de distribución que tiene la normalidad, asimétrica, injusta”. 

Hace silencio y anuncia: “Me calenté. Cuando el Estado hace eso, digamos la verdad, es un estado bobo, estúpido y maligno. Porque no se le dice la verdad a la sociedad. Se acusa de ‘planeros’ a quienes menos tienen, pero no se dice que los sectores medios y altos están todavía más subsidiados y protegidos”. Cree que parte de sus colegas funcionarios “son de un sector particular, que vive dentro de una burbuja incluso de sectores progresistas y clases medias”. Descripción: “No ven que hasta si vas a Alemania comprobás que la participación del Estado en la economía es tremenda, nada que ver con libre mercado y esas cosas. Pero acá te hablan de inversiones, y hasta ahí les da el librito. Viven bien, no se quieren pelear con nadie, pero para cambiar la situación se sabe que hay que tocar intereses”.

Cree que la tecnología es barata en un mundo en estado de sobreproducción, y que ya no hace falta tanto capital para el desarrollo. “Hace falta audacia, reunir al Estado con la clase trabajadora y el sector del conocimiento. Pero para eso no podés quedarte en ser un gobierno administrador de la crisis. Hay que incorporar a la vida política y social al 50% de la población bajo la línea de la pobreza. Es la única forma de sostener un gobierno que se precie de decir que es popular”. 

Por eso cree también que un síntoma positivo sería la existencia de mayor conflictividad social. “Más conflicto le permitiría al gobierno tener más fuerza para enfrentar esquemas de poder internacionales y nacionales para llegar a objetivos como tener un salario mínimo para toda la población. La pandemia fue desmovilizadora, pero desde las organizaciones populares tenemos que retomar la iniciativa”. Cuenta que suele imaginar a personas fallecidas como Horacio Campos (primer presidente de IMPA) o Sonia Gutiérrez (que lo acompañó en una de las huelgas de hambre para recuperar la fábrica): “Deben estar en algún lado mirándonos y diciendo: ¿y estos qué están haciendo?”.  

Para comprender una lógica distinta: pronto los trabajadores del MNER tendrán asamblea con Murúa y sus colaboradores. “Nosotros explicaremos lo que estamos haciendo, que nos parece positivo sabiendo todo lo que falta. Y que sean ellos los que decidan nuestra permanencia o no en el Estado”.  

Lo que recontra conviene

En términos teológicos el ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá está desde 2020 en una especie de limbo. Le ofrecieron la Dirección Nacional de Agroecología en enero del año pasado pero aun espera que se formalice el nombramiento: “Hace poco me dieron un espacio físico chico cerca del ministro de Agricultura, como para poder estar. Ya he avanzado con muchas cosas. Venimos trabajando con el Programa de Alimentos Bonaerenses, programas de agroecología, estuve dando charlas, me junté con gente del Ministerio de Desarrollo para el proyecto de leche agroecológica con máquinas que pasteurizan y tratando de impulsar todo este tipo de producción, y también con el propio ministro de Agricultura y parte de su gabinete. Todo pese a la limitación por la demora en la designación, que depende de Casa Rosada, y encima en Agricultura está reducida la actividad para aprobar la nueva estructura”, dice con un buen humor y un espíritu que califica como “medio zen” y describe de este modo: “La fruta no hay que cosecharla antes. Hay que estar tranquilos. Ojalá el gobierno le dé el mayor apoyo posible a esto, pero en todo caso siempre habrá que hacer lo que venimos haciendo: abrirse camino”.   

Durante todo este tiempo obviamente no cobró. La primicia es que tampoco lo hará: firmó una declaración jurada rechazando el salario como Director Nacional de Agroecología. Su argumento posiblemente le genere enemigos en la mátrix burocrática: “Tengo mi jubilación como docente, con eso me alcanza. Es un modo de devolverle a la sociedad mi formación en la universidad pública, y es un modo de tener independencia”. 

¿Qué puede representar la existencia de una Dirección de Agroecología? “Que el gobierno haga esto es importante primero, por darle legitimidad a un nuevo esquema productivo. Vamos a poder debatir sin considerarnos los dueños de la verdad ni tener la última palabra”. 

El lugar común general es que el modelo transgénico y con fumigaciones es la presunta salvación nacional. “Nunca lo fue. Además, el país puede producir alimentos sin sustancias tóxicas, sin tener que comprar insumos dolarizados que generan un problema en la balanza comercial, y ofrecer alimentos premium por su calidad y porque estaríamos cuidando el ambiente. Hoy la pandemia nos muestra la importancia del alimento que fortalezca tu sistema inmunológico. Eso es mucho mejor que una vacuna. Van a tener que hacer la vacuna para Covid 20, 21, o andá a saber para qué otra cosa, corriendo siempre atrás de los virus. Con una alimentación sana te cambia todo el esquema”. Otro signo de la época: “En Formosa el gobierno les entregaba maíz transgénico y glifosato a los productores. Por la inclusión de la Agroecología en el sistema educativo pudimos hablar con el ministro de Producción y ahora se va a entregar maíz natural y no más glifosato. Se dieron cuenta además de todo lo que se ahorra, y en dólares”. 

Sin tener la última palabra, Cerdá plantea que el problema central hoy es un cambio de paradigma. “Ese cambo consiste en entender la vida, y dejar de creer que las cosas se resuelven con llenar las panzas. Necesitamos alimentos de calidad que nos den vitalidad y que permitan avanzar hacia modelos productivos locales, que den trabajo y restablezcan vínculos sociales”. Otro detalle: “Tenemos una Constitución Nacional que en el artículo 41 dice que todo ciudadano tiene derecho a un ambiente sano. Hoy el modelo productivo no cumple eso”. 

Dice que la agroecología “le recontra conviene a Argentina, porque puede tener productos con los mismos o mejores precios –por los menores costos– y eso sería un beneficio para la balanza comercial, con más divisas para el país”.  

¿Cómo lograr que crezca ese nuevo estilo de ver las cosas? “No me voy a pelear. Ayudaremos a los que quieran cambiar. Por la experiencia de la RENAMA, a todos los que han hecho agroecología les fue muy bien, están mejor y no quieren volver atrás. Los rendimientos son similares. Los resultados económicos, mejores. Para ganadería también es una opción mucho más interesante y productiva. Ayuda a eliminar costos ocultos de los que nadie habla: costos ambientales, deterioro de suelos, pérdida de nutrientes de los alimentos y de biodiversidad. 

Cree que muchas gente se da cuenta, y se pasa a lo agroecológico. “Y donde no les interese… bueno, hay tanto para hacer que seguiremos en donde la gente comprenda el avance que significa esto”. 

Aclara que no es ni será bombero: “No es vida. Yo siempre lo que hice fue planificar, mirar el mediano y largo plazo. Esta posibilidad puede darle un gran impulso a lo que creo que es la agronomía de un futuro cada vez más inmediato. Si me dan ese lugar, bienvenido. Y si no, me iré a casa a seguir impulsando las cosas como siempre: desde abajo”.

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