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Salvaje federal: entrevista a Selva Almada
Es una de las escritoras argentinas más reconocidas y queridas. Forma parte de una generación con voz propia que, sin privilegios, logró meterse en el canon literario. Sus tres novelas se sitúan en territorios del interior del país y retratan las relaciones y códigos de varones, entre el machismo, la venganza y el amor. Una película, una librería y otras novedades sobre la obra e historia de una chica de provincia. Por Franco Ciancaglini.
Es sabido que Selva Almada es entrerriana, aunque no es lo mismo Villa Elisa que Paraná. Entre esos dos lugares transcurriieron su infancia y su adolescencia, respectivamente, hasta que en el 2000 se mudó a Capital Federal, donde comenzó su carrera literaria. Más de veinte años después, a sus 48, es una de las escritoras actuales más reconocidas de Argentina en el mundo.
Desde esas distancias, a través del tiempo, fue tejiendo en sus novelas una mirada que recupera, como el Borges joven, las historias salvajes de las orillas, protagonizadas fundamentalmente por varones; y lo hace desde un realismo que, como Saer, refunda la literatura argentina sobre un territorio propio.
Este.
Ahora desde el barrio porteño de Flores, Selva Almada le da sorbos a un té mientras reniega del canon literario en el que empezó a meterse ya desde su primera novela, El viento que arrasa que, adelanta en esta nota, será llevada al cine por la directora Paula Hernández. Su último libro, No es un río, fue editado por Random House en septiembre de 2020, plena pandemia.
La serie se completa con una obra exquisita, Ladrilleros – editada por Mar Dulce, al igual que la primera novela-, conformando lo que ella misma denominó –un poco en chiste, un poco en serio- la “trilogía de varones”, tres libros que encarnan una mirada cotidiana sobre los códigos que sostienen el sistema machista, moldeada desde la palabra poética, los diálogos agudos y personajes míticos.
Seguir el deseo
Villa Elisa es un pueblo que a primera vista parece de ensueño: rodeado de campos, ofrece calles asfaltadas (“de pedregullo”, precisará Selva), decoradas con verdes árboles, amplias plazas, bellos chalets y una sensación general de que la desigualdad no parece ser un problema. Los problemas, de otro tipo (MU 160, nota Sembrando futuro), emergen de un alto índice de suicidios juveniles y también de cierta conexión entre enfermedades y agrotóxicos que se utilizan para el cultivo de soja y arroz, y hasta afecciones derivadas de las famosas granjas de pollos de la zona.
Selva ha elegido definirse -un poco en chiste, un poco en serio- como “una chica de provincia”, título de otro de sus libros, acaso como un gesto también literario que la sitúa fuera de toda centralidad: “En mi época Villa Elisa era semi rural; yo me crié donde vivía mi abuela que era más allá, prácticamente el campo. Pasaba mucho tiempo allí porque mis viejos trabajaban y estaba mi primo, que tiene mi edad y vivía con mi abuela. Iba y venía entre las dos casas, pasábamos mucho tiempo ahí…”, recuerda como si estuviese enhebrando uno de sus relatos en vivo, situándonos en ese silencio y esa casa rodeada de naturaleza.
En Una chica de provincia, Selva narra la tensión entre esa aparente libertad de “la vida de campo” frente a cierta opresión pueblerina. Confirma, por Villa Elisa: “No tengo muy buenos recuerdos del lugar; lo sentía muy opresivo, muy reglado, como de vidas ya armadas para siempre… Y yo sentía que quería otras cosas para mi vida: esos mandatos no me interesaban. No la pasé muy bien en la adolescencia, pero tenía la certeza de que me iba a ir, porque quería ir a estudiar a otra parte”, sigue narrando una típica encrucijada de futuro que lleva a que Villa Elisa, al igual que muchos pueblos de la provincia, tengan mayoría de habitantes mayores. La madurez de la niña Selva: “Entonces pensaba: bueno, hay que transitar estos años, donde no puedo hacer otra cosa más que quedarme acá, porque después me voy a ir”.
La centralidad cotidiana -entre las escuelas, la iglesia, los bomberos voluntarios, la municipalidad, la industria pollera y la tierra fértil- ofrecía una aparente tranquilidad que, lejos de otros consumos, una niña puede aprovechar de distintas formas. Por ejemplo, en la lectura. “Empecé con los de la colección Robin Hood; y después, mucho Salgari, Aventuras de Tom Sawyer, Sandokán, Las minas del rey Salomón… Después, esa otra literatura más femenin,a por mis amigas de la escuela que leían otras cosas. Y más tarde, en la biblioteca del pueblo, empecé con lecturas muy por fuera de lo académico o del canon: novelas policiales, novelas de intriga, todas esas cosas me gustaban mucho. Cuando empecé la facultad sí empecé a leer cosas más del canon literario. Leía muchísimo pero toda literatura bestseller”.
De pronto esa niña Selva vuelve en las palabras ruborizadas que parecen excusarse de haber pasado por obras del mercado literario. Del otro lado de las lecturas, surgían los deseos internos: “A los 9 años en la escuela hicimos un periódico, y ya desde el inicio del proceso pensé: ‘Quiero ser periodista’. Fue una decisión, una determinación prácticamente, que mantuve hasta que empecé la carrera”.
Cumplida su adolescencia, se mudó a Paraná para estudiar Comunicación: “El deseo de irme y de saber que iba a hacer otra cosa estuvo siempre”.
Salir de la burbuja
En esas geografías litoraleñas –amables a primera vista, oscuras si uno rasca- Selva ubica gran parte de sus relatos no como una ciudadana ilustre que habla sobre sus ex compañeros, sino como una lupa que muestra la vida fuera de los centros urbanos, cruda y sin hipocresía. Cuenta el origen: “Ya viviendo en Paraná empecé a escribir una serie de relatos que estaban ambientados en un pueblo minúsculo cerca de mi pueblo, ya había empezado a trabajar con esos tonos. Y después, cuando vine a Buenos Aires, empecé a escribir primero una serie de poemas que después se transformó en una especie de ‘novela’, a partir de recuerdos de la infancia. Era un libro autobiográfico, entonces tenía que ver con ese paisaje, también”.
Selva habla de Niños (2005), su primer libro de cuentos, parido desde el taller literario de Alberto Laiseca, uno de sus mentores. Luego, Una chica de provincia (2007), otro libro de cuentos sobre el que también confiesa haber estado “cebada por el recuerdo de la zona, el paisaje, el lenguaje”. Entre ese recuerdo, la intuición y un trabajo casi etnográfico que hace Selva en la reconstrucción de detalles de corte realista, se fue gestando un proyecto literario, de lo biográfico a la ficción: “Me di cuenta de que aparecían palabras, dichos, elementos de la oralidad de manera espontánea en los relatos; después los empecé a trabajar con más conciencia. Pensaba: quiero que este lenguaje forme parte de la poética de mis libros, de lo que yo escribo. Pero primero se dio porque yo contaba un recuerdo y aparecían cosas de ese universo”.
El salto a Paraná, una ciudad de más de 200 mil habitantes frente a los 10 mil de Villa Elisa, fue un viaje a otro tipo de experiencias no pueblerinas, post adolescentes y con otros límites: “Medio accidentalmente fuimos a vivir a una pensión con una compañera de la escuela; una pensión muy ecléctica, que era aparentemente estudiantil pero había solo dos habitaciones de estudiantes; el resto eran otros chicos, todos pibes jóvenes que estaban medio en libertad condicional, por problemas con la ley. Así que todo el tiempo caía la policía o visitadores sociales a ver como estaban los pibes, si cumplían lo que tenían que cumplir, si trabajaban. También, atrás, había una gran pieza con muchas camas, que las alquilaba gente que venía a cuidar enfermos en un hospital cercano; y después, habían unas pibas que eran trabajadoras sexuales… Para mí fue un momento alucinante porque fue salir de una burbuja muy típica de un pueblo”. En paralelo, entró a la universidad: “Cuando entré a Comunicación también, el ambiente de la univesridad tenía mucho que ver con todos mis intereses: la escritura, y la vida”.
Leer (y escribir) sin canon
Cursó la carrera durante tres años; luego dejó. La causa de su desenamoramiento fue, precisamente, la literatura: “Una de las materias era un taller literario. Empecé a escribir ficción ahí, y me di cuenta de que, la verdad, toda la vida había leído ficción, me encantaba la ficción, pero nunca la había escrito. Y cuando empecé a escribir me empezó a gustar más, más que periodismo”.
Problema y solución: “Entré en la disyuntiva de dejar la carrera y hablé con quien era mi maestro. Él me dio su bendición para que me fuera y ahí empecé a estudiar literatura, más que nada con la idea de que iba a tener lecturas más ordenadas, la idea de que para escribir tenías que leer determinadas cosas, que no es verdad, pero bueno, yo en ese momento tenía esa impresión…
¿Por qué no es verdad?
Porque el canon siempre es un recorte, siempre hay tres que deciden que es el canon y en cambio a mí me parece más interesante leer sin canon, leer por curiosidad, por interés, porque te llama la atención. Hay un montón de literatura buenísima que queda afuera por que no entra en el canon. La literatura escrita por mujeres en general en las carreras estuvieron hasta hace muy poco fuera de los programas: es toda una parte de la literatura que te perdés de leer.
Hoy estás dentro de ese canon
Mal que me pese, sí. Si sale un libro mío se hacen reseñas, entrevistas. Mis libros, muchos de ellos, se leen o se estudian en la universidad así que, bueno, de alguna manera sí: entré al canon, aunque no me haga mucha gracia.
¿Con qué autoras y autores sí te sentís acompañada, por fuera del canon, y no nos podemos perder de leer?
Ahora creo que hay varios. Está por ejemplo Hernán Ronsino, que es un escritor que me gusta mucho; apenas leí el primer libro de él (La descomposición) sentí que había algo ahí de lo cual yo me sentía un poco parienta. Bueno, (Federico) Falco también lo hace en Los llanos. (Luciano) Lamberti también, él trabaja más con géneros y coquetea con la ciencia ficción, pero también desde las orillas. (Gabriela) Cabezón Cámara, también. Otro autor que yo leía mucho cuando empecé a escribir es Daniel Moyano. Él siempre trabaja con esos bordes, una literatura que estaba más en auge en los 60, los 70. Otra escritora joven, que acaba de sacar un libro (Las bestias), se llama Vicky García y es de Laborde, Córdoba,: tiene unos cuentos alucinantes, en el campo, pero un campo muy gore, bizarro, sangriento también, muy muy bueno: se los recontra recomiendo (ver Recuadro: dónde conseguir todos estos libros, y más).
Volver a las orillas
En la preocupación por fundar una “literatura nacional” alejada de los modelos europeos, Borges se situó en las orillas de Buenos Aires para hablar de compadritos y malevos, y hasta reescribió el final del Martín Fierro hiriendo de muerte al famoso gaucho de Hernández, entre muchísimos otros gestos que apuntaron a conformar primero un territorio, luego una palabra nacida desde las entrañas de lo que llamamos Argentina.
Esto.
El propio Borges, en su etapa final, abandona los cuchillazos y la llanura para moldear otro tipo de relatos más universales, filosóficos, reflexivos sobre el tiempo, la eternidad, los laberintos, los sueños, si es que es posible reducir así, torpemente, una obra inmensa, la literatura.
Otras autoras contemporáneas a Selva -con quienes suelen emparentarla en conversatorios y paneles- se paran más bien en esta segunda fuga de géneros que desbordan al realismo y coquetean con lo fantástico, lo gore y hasta la ciencia ficción. Almada, en cambio, retoma y refunda las raíces de las orillas, hoy, con una mirada femenina sobre los compadritos del siglo 21 y un retrato profundo sobre las realidades que la literatura –y otras instituciones también- parecieran haber olvidado.
Esta.
“A mí me gusta el realismo, como lectora también me gusta el realismo”, dirá ella. Y reafirma pensando en las novelas de la trilogía: “Sí, me interesaba trabajarlo”.
En su última novela estas fronteras comienzan a borronearse lentamente:“Es cierto, aparece la cosa como un poco más, muy entre comillas, fantástica o fantasmagórica, pero también como parte del universo de las provincias: somos muy fantasmagóricos, también. Lo fantástico, las leyendas, las creencias, los seres mágicos conviven todo el tiempo con la realidad, muy cercanamente. El curanderismo, la adivinación: todas esas cosas están muy entramadas con la vida realista de las personas. Pero nunca lo sentí como ‘ahora estoy escribiendo algo fantástico’ o me estoy yendo para el fantástico, si no como parte de las creencias de esos universos, del sistemas de creencias”.
Almada va develando, de a poco y sin querer, un mecanismo de escritura que lleva adelante con paciencia y naturalidad: “Soy un poco enemiga de las ideas en la literatura, o de las ideas a la hora de escribir, en realidad yo empiezo a escribir… Cuando escribí El viento que arrasa primero era un cuento, no tenía ni idea de que se transformaría en una novela. Y Ladrilleros y No es un río salieron por anécdotas que me contaron… Las ideas aparecen después muchas veces en las entrevistas que te hacen pensar, o que te preguntan cosas que decis ‘ahhh, sí, claro’ o los lectores que te dicen ‘ah, pero tal cosa quiere decir esto’… puede ser.
¿Cómo llegamos a una “trilogía de varones”, entonces?
Cuando escribí Ladrilleros era más consciente de que quería explorar más esa zona de las relaciones entre los varones pero no la veía como muy alineada a El viento…, no la veía como una continuación. Recién después, cuando empecé a escribir No es un río se me apareció más claramente que las tres novelas tenían esas zonas en común. Fue, digamos, una trilogía involuntaria.
La librería de Selva
“Junto a dos amigas – Raquel Tejerina y Natalia Peroni- hace unos meses abrimos una librería, que por ahora es online. Se llama Salvaje Federal y básicamente está focalizada en literatura argentina y literatura ubicada en las provincias. Es una librería temática, alimentada por mi filiación provinciana. Dije: ‘ che, conozco un montón de editoriales chicas que están buenísimas en las provincias, que no las encontrás acá ni a palos, y ahí hay muchos autores y autoras que son súper interesantes. ¿Por qué no vamos por ese lado, por qué no hacemos ese recorte?’. Le pusimos Salvaje Federal para bromear con la famosa frase: ¡Mueran los salvajes unitarios!”.
www.salvajefederal.com
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Modo coima. El camino de Martín Negri, de Leandro Aparicio
Un ingeniero inspector del organismo que debe controlar la contaminación de las empresas en suelo bonaerense se suicida y deja 500 horas de grabaciones en las que desnuda una trama de corrupción, desidia y caja negra en el Polo Petroquímico de Bahía Blanca. El abogado de los casos de Daniel Solano y Facundo Castro, que acompañó a Martín Negri en sus denuncias por contaminación, realizó un documental-ficción impactante, premiado en Panamá. Por Lucas Pedulla.
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¿Qué pasó con Arshak Karhanyan? 3 años sin respuestas
Hoy se cumplen tres años de la desaparición de Arshak Karhanyan. Volvemos a compartir esta nota para insistir con una pregunta: dónde está.
El efectivo de la Policía de la Ciudad desapareció hace tres años y los presuntos sospechosos, para la querella, son los mismos que custodiaron las principales pruebas del caso desde el comienzo. Las sospechas de complicidad policial y judicial, en otra desaparición en democracia. Por Facundo Lo Duca.
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MU en Pergamino: la capital del veneno
El INTA confirmó la contaminación de las aguas; hospitales como el Austral detectaron los agrotóxicos en los cuerpos de pacientes de Pergamino, y la comunidad logró fallos ejemplares de la justicia. Los detalles de casos que merecerían figurar en una serie de terror, pero forman parte de la realidad cotidiana. Desde el cáncer hasta la sojización de las cabezas, empresarios, medios y gobierno coinciden en un silencio sin grieta. La mirada hacia el futuro de vecinas y vecinos que se defienden organizándose, y la inauguración de nuevos modos de producción sanos. Por Francisco Pandolfi.
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