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Sur-Sur: Idio Chichava y su residencia en Planta
Desde Mozambique al espacio gestionado por Elisa Carricajo y Juan Onofri Barbato en Parque Patricios, un viaje bailado que incluye la Isla Maciel y atraviesa las preguntas de la época: cómo ocupar la calle, estar en movimiento, encontrar lo esencial, y poder vivir del arte. Preguntas cruzadas entre dos continentes en emergencia –también– artística. Por María del Carmen Varela.
¿Cómo contar una experiencia de danza en tres pasos?
Desde una pequeña ventana cuadrada, se oye un canto ancestral proveniente de unos labios oriundos del continente que rebosa de selvas y algunos desiertos. Esa lengua saborea la esencia de cada una de las palabras que ponen voz y ritmo a la danza. Construcciones de chapa, escaleras de cemento, madejas de cables negros que van y vienen. Dos cuerpos bailan y el espacio interviene en la coreografía: es pisado, es tocado, cobija y sostiene.
Las columnas de hormigón son el marco escenográfico donde decenas de cuerpos se desplazan, vibran, por momentos parece una especie de trance, una hipnosis colectiva que invade huesos, piel y músculos. Las voces irrumpen; son sonidos ininteligibles, pero tienen tanto protagonismo como el movimiento. Se baila con el cuerpo, y con la voz.
Costales de harina apilados en una habitación iluminada por un tubo fluorescente. Dos grandes canastas de mimbre reposan sobre una mesada en la que horas antes un par de manos ejecutaron una serie de movimientos de vaivén y amasaron delicias. Un cuerpo tiembla, se sacude, la danza sucede y retumba en las paredes como una ligera convulsión.
La ribera del Riachuelo a la altura de Avellaneda es la zona elegida: Isla Maciel, silos de Avellaneda y un edificio que espera ser vendido y demolido, donde actualmente funciona “Para mi pueblo”, una cooperativa de panificados gestionada por una familia que vive de la venta de panes, tortillas de grasa, churrinches y tortas fritas. Esta partecita de la cuenca del río Matanza fue la escenografía a cielo abierto que transitaron durante doce encuentros repartidos en cuatro semanas los bailarines, coreógrafos, directores y docentes Idio Chichava y Juan Onofri Barbato, codirector del espacio de artes escénicas Planta Inclán, ubicado en Parque Patricios.
La parrillita
Idio voló durante un día y medio desde su ciudad natal Maputo, capital de Mozambique –ubicado en el sudeste de África– para arrancar “Cartografía de una ciudad secreta”, la Primera Residencia Sur-Sur promovida por la plataforma colectiva Espacio Ágora Now y el apoyo y la curaduría de Festival Kinani. Algunas imágenes de estos recorridos podrán verse próximamente en una pieza audiovisual a cargo del director de cine y guionista Benjamín Naishtat.
El campo de investigación de la residencia fue mutando desde que Idio y Juan iniciaron el contacto virtual para la diagramación. Se propusieron, entre otros ejes, indagar en las preguntas “¿Cómo se construye un mapa?” y “¿Qué danza para qué espacio?”.
Con los medios y recursos que ambos tenían a mano fueron construyendo una hoja de ruta. Define Idio a la residencia con una palabra inventada en el momento de la entrevista: “Interhumanidad, no sé si ese término existe: fue un contacto humano muy rico”. Juan acota: “Inventa palabras que para mí funcionan muy bien”. Y suma: “Idio venía con ideas muy claras que quería probar, de no tener residencias para un artista que está en una burbuja enfocado solo en un proyecto adentro de una sala. Él propuso trabajo de interacción con la comunidad, salir a la calle e ir a lugares diferentes de los habituales espacios escénicos”. Idio asiente y agrega: “Me interesaba encontrar trazos semejantes a los que yo veo en Mozambique. Es interesante el lugar donde acceder a hacer una ceremonia, un pedido de permiso y poder ocupar y conversar. Pedir permiso en la Isla Maciel es totalmente diferente a pedir permiso en Mozambique. Si pongo mi cuerpo y hago una fotografía apoyado en un muro y se lo muestro a un mozambiqueño él me va a decir: ¿qué lugar es? ¿En qué barrio de Mozambique? Es decir, que el paisaje no cambia totalmente a ojos de un mozambiqueño. Lo único que cambia es mi experiencia como persona de haber viajado, de haber encontrado a las personas de aquel lugar”.
Durante su estadía, Idio se alojó en una de las habitaciones de una antigua casona sobre avenida Garay, a tres cuadras de Planta Inclán. Cuando recibió a MU para fotos y entrevistas, estaba tomando mate y contó que, por supuesto, regresa con mate y bombilla a Maputo. La visión que tenía de Buenos Aires era la de una ciudad organizada, de estilo europeo, hasta que habitar un barrio de zona sur fue modificando su perspectiva. “En Mozambique es muy fácil encontrar a las personas en un bar, conversando de manera relajada y cuando llegué no vi eso acá. Pero a partir del miércoles, en la parrilla de acá abajo, ponen música alta hasta la madrugada, conversan, es excelente. Eso cambió totalmente la impresión que yo tenía de Buenos Aires”.
Entonces inventa otra palabra: “camaleonismo”, para calificar esa capacidad de la ciudad para ser percibida de maneras diferentes y convertirse en un espacio mutante. “Y solo estando aquí por casi cinco semanas pude notarlo, si fuera un lugar turístico no iba a notar eso. Una de nuestras grandes frustraciones es que como viajamos mucho, una ciudad tras otra, a hacer presentaciones, nos preguntamos: ¿de verdad conociste la ciudad? Si tuviste que llegar, ir al teatro, hacer la presentación y después te vas, ¿tú conociste esa ciudad? No. Entonces el placer de estar en una residencia es que te permite conocer la ciudad con más profundidad, salís totalmente de la superficialidad, no es solo una cuestión de responder a aplicaciones para tener dinero, o poder hacer tal cosa, sino tener la sensibilidad por pasar más tiempo en un lugar y poder responder a las necesidades de ese lugar a partir de tu presencia”.
Interviene Juan para preguntarle a Idio: “¿Cuál es la potencia, si esto se lograra, de que el artista conecte con la profundidad de la ciudad? ¿Cuáles son los beneficios que aporta a tu vida como artista, al arte, ese tipo de intercambio? Idio sonríe –lo hace muy seguido cuando habla– y haciéndose entender en portuñol, le responde: “Voy a dar una respuesta simple. Como un ser humano puedo hablar de Buenos Aires, de la parrilla de Garay. Puedo decir con profundidad qué es lo que allí se conversa. Eso para mí trasciende el lugar de lo artístico, porque detrás de un artista hay un ser humano y la residencia permite que un ser humano se comunique”.
La esencia
Culturarte es la primera compañía de danza contemporánea de Mozambique. En ella participó Idio hasta que viajó a Francia a continuar su carrera y a donde va regularmente por trabajo. Conoció la Torre Eiffel por casualidad, cuando un conocido que venía de Mozambique lo citó ahí para facilitar el encuentro, con la creencia de que ese lugar icónico parisino sería el más adecuado. Podría ser, pero no para Idio, que se pregunta: ¿Qué lugares enriquecen la mirada? ¿A dónde ir cuando llegás a una ciudad? “Cuando fui a Salvador de Bahía, Brasil, al Pelourinho, tuve una sensación de frustración. En el Pelourinho eso negro, eso afro, me dejaba una idea plástica, de make up. Después me llevaron a un lugar, donde estuve una semana, que era totalmente diferente: había una esencia. Prefiero estar en esos lugares que no son de aglomeración, que tienen una postura, una forma de estar”.
Al momento de posar los pies en un espacio determinado, conviene tener las plantas disponibles para poder recibir información. ¿Qué nos dice el territorio? ¿Cómo se cuenta a sí mismo? “Es interesante sentir en los lugares esa energía histórica, una memoria que traen los espacios, no por el aspecto físico sino por la energía de los lugares. ¿Qué hace un artista del sur del continente africano en este lugar? ¿Qué es lo que me convierte en un cuerpo danzante? ¿Qué me agrega y qué me inspira la experiencia de danzar en la Isla Maciel? Por el momento no vale la pena responder a eso de manera intelectual, mejor vivenciarlo, sentirlo, experimentar el lugar y su carga energética”.
Uno de los adjetivos con los que podemos calificar al espacio público describe su carácter permanente: imprevisible. Juan e Idio comparten la intención y entusiasmo de tomarlo también como un espacio escénico. “Como una escenografía que está dada –afirma Juan– llegás y esa escenografía está ahí y te vinculás con el mismo rigor que si fuera armada por un profesional. Vas a trabajar ahí como si fuera un set, como valorización de la calle como un territorio posible”.
Idio destaca la particularidad de que es un espacio “donde entrenar sobre composiciones instantáneas. Hago frecuentemente ese tipo de intervención en la calle, de deambulantes, de empezar a pensar quién comienza conmigo y quién termina. Es una composición única, es poder entrenar composiciones instantáneas y habituarse a frustraciones, son momentos efímeros y hacen una experiencia diferente cada día y cada momento”.
Idio tuvo la posibilidad de estar presente en la multitudinaria marcha universitaria y le llamó positivamente la atención la disponibilidad de los cuerpos: “Tocar otro cuerpo no es un problema. Existe una facilidad para comunicar con el cuerpo. Danzar ya es otro tema, pero esa comunicación a partir del cuerpo no es fácil y aquí existe. Ayer mismo cuando estaba haciendo la clase en la calle, viendo la reacción de las personas, cómo entendían las propuestas hechas en el espacio público, la forma en cómo el cuerpo se metía en la mirada del público. Normalmente podría ser más complicada esa relación, pero las personas entendían eso como un medio de comunicación, por más que no entendieran todo pero sí que era una necesidad del cuerpo, y eso no pasa en todos lados”. En cuanto a la disposición a la danza enfatiza que “aquí los cuerpos consiguen asimilar rápidamente una rítmica, hay una facilidad del cuerpo para entrar en el felling de la música”.
¿Cómo se produce en esta época la ocupación del espacio público? La propuesta de Idio pone a la calle en rol protagónico. “Ocupar la calle –refiere Juan–se ha vuelto urgente y necesario y se ha vuelto una obsesión de la ultraderecha prohibir el corte de calle, un absurdo total. Se juntan dos circunstancias, una crisis de público en los espacios y una irritabilidad de salir a usar la calle de una forma no convencional, por eso una práctica de artes vivas en la calle hoy en Buenos Aires para mí es una jugada bastante provocadora en términos de pensamiento, de movimiento. Y justo vino Idio con eso, en un buen momento para hacerse preguntas”.
¿Qué sucede en Mozambique? Cuenta Idio que una de las motivaciones para salir a la calle fue la económica: ¿cómo formar público para realizar presentaciones escénicas? “Recuerdo que uno de los compañeros dijo que la gente no iba a pagar si no sabe qué hacemos. Vamos a la calle a improvisar para poder formar público que pueda pagar y si hay un público que paga, podremos ganar dinero. Salimos a buscar sustentabilidad para el trabajo de la danza”.
¿Cómo es ahora la relación con la calle?
-Hoy en día en Mozambique ya se da más esa necesidad de estar en la calle, de compartir el espacio público como una forma de manifestación de nuestros deseos en tanto creadores citadinos. Yo lo veo hoy como un lugar de regeneración, de re-cuestionamiento de nuestra actividad, no solamente como hombre de la ciudad, sino como artista que va a ocupar el espacio público”. ¿Surgieron otros cuestionamientos? “Claro, nos preguntamos: ¿será que es lo correcto? Estar en el espacio público, ¿es un mejor camino? Va transformando una cosa que era necesidad, y hoy es una cuestión de reflexionar sobre si está bien salir y tomar el espacio público por causa de nuestra sustentabilidad, por causa de mi condición de artista.
Hablar poco, bailar mucho
Pese a las condiciones de precarización que experimenta el sector de la danza en nuestro país, Idio diferencia la forma en cómo se comprende la danza en Argentina y en Mozambique. “En Mozambique la danza no es una formación: no es una actividad. En Argentina la danza puede ser una profesión. Allá es más una forma de estar, de manifestar las emociones y de participar socialmente. En Argentina, además de eso, es algo más disciplinado, lleva a una intelectualidad más refinada y menos espontánea. En Mozambique es más espontáneo, no interesa si hacés una pirueta, lo importante es estar en movimiento, más por el lado de lo emotivo. Aquí es una danza y una construcción del cuerpo más consciente, no construimos cuerpos danzantes, sino situaciones danzantes. Entonces, ese es un trabajo que intentamos devolver en Mozambique, esa conciencia de que además de danzar hay que construir ese cuerpo y aquí eso está mucho más sofisticado”.
De la residencia en Planta participaron ochenta personas relacionadas a las artes escénicas y se buscaron nuevas formas de relacionarse con el cuerpo; se trabajó desde lo colectivo. Dice Juan: “Se habló poco de danza: no paramos de bailar”. Resalta la incorporación de la voz como herramienta a poner en valor. “La tenemos muy separada del universo de la danza. En todos los ejercicios que nos propuso, el sonido de la voz estaba presente, tiene que ver con un cuerpo global. La novedad no tuvo que ver con la sofisticación o lo rebuscado o ingenioso sino con acceder a cosas que están cerca”.
Creador de la compañía Converge+ en su ciudad, Idio sostiene que su gran desafío es la profesionalización y el crecimiento de la danza. “Yo salgo de aquí con una lección muy importante que es la resiliencia de grupo. Cómo crear nuevas estrategias grupales para que la vida continúe en forma general y en Argentina hay mucho de eso, muchas estrategias creadas a partir del grupo, en un lugar como Planta que tiene una lógica de ser independiente. Funciona porque hay una comunidad. Eso me lo llevo con mucho cariño y coraje también, como un ejemplo a implementar un día en mi país. A pesar de las dificultades, esa lógica de trabajar y crear soluciones cotidianas para poder continuar”. Muchos puntos en común fueron los que Idio reconoció en su estadía en Buenos Aires. “Son mundos paralelos, tenemos muchas crisis en Mozambique, políticas, económicas. Menos mal que existe este tipo de encuentros que nos pueden dar una ilusión de estar viviendo en un mundo a nuestra manera”.
El sur de África, el sur de América. Y el sur de la ciudad como territorio a explorar con el cuerpo. Idio y Juan proponen la danza como un camino que se recorre junto a otrxs, un salto hacia el deseo colectivo, con los pies cargados de memorias de lo que ambos definen como “la potencia del sur”.
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