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Hagamos algo: “La”, de Roxana Gristein y Liliana Toccacelli
Dos compañeras de trayectoria artística son directora y protagonista de una obra que propone romper la rigidez a partir de una nota musical. Libertad, juventud y un enigma. La posibilidad de elegir y qué significa la democratización de los cuerpos. Por Claudia Acuña y María del Carmen Varela.

Hagamos algo.
Con estas mágicas palabras nacen desde siempre las aventuras de esta pareja creativa. Una en escena, otra en coreografía, siempre en complicidad. Roxana Gristein es coreógrafa, profesora, directora del ballet de la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y muchas cosas más, todas relacionadas con el arte del movimiento. Liliana Toccacelli es una artista de la danza que integró los ballets de Colón y del San Martín, entre otras primeras líneas escénicas. Juntas comenzaron a tirar del hilo que ovilló una sensación concreta: Roxana había visitado en Berlín el Monumento a las Víctimas Judías Asesinadas en Europa. Una enorme estructura compuesta por 2.711 pilares de hormigón, con alturas que varían de cero a 4 metros. Los pilares están espaciados 95 centímetros entre sí para permitir únicamente el paso individual. Quien lo haya recorrido sabe de qué se trata esa experiencia. Lo que produce en el cuerpo no es vértigo, no es mareo, no es desorientación: Roxana lo define con la palabra inestabilidad. Un holocausto significa eso: lo insostenible. Su creador, el arquitecto Peter Eisenman definió así su intención: “Sugiere que cuando un sistema supuestamente racional y ordenado crece demasiado y desproporciona su propósito, pierde contacto con la razón humana”. Estamos en tiempos donde estas palabras cotizan su significado.
Hagamos algo.
Lo que hicieron en esta oportunidad se titula La (quién quiere entrar). Liliana viste de negro, el cabello rubio, casi blanco, le roza los hombros. Inicia la danza y su anatomía se desliza con una calma que parece provenir de un rincón interior. Si bien el avance puede ser lento y dar la sensación de cierta imprecisión, el movimiento no se detiene y anuda secuencias que se repiten durante los 35 minutos que dura la obra. Con un desplazamiento que imita las líneas en diagonal, uno tras otro, sus pasos concilian un destino.
La danza de Liliana y la coreografía de Roxana impulsan el recorrido de un cuerpo surcado por la memoria, el peso de un pasado que resuena pero no paraliza, sino que dibuja un presente del que asoman otras posibilidades. El diseño de la iluminación, que también cruza la escena en diagonal, la música instrumental y la irrupción de un tema del cancionero popular, que funciona como leit motiv –“¿quién quiere entrar?”, que se repite como un mantra- , invitan a ser testigos de una historia construida con signos sutiles, pequeños detalles que construyen los cambios. Flor y capullo en un mismo tallo, los vaivenes de lo endeble y la delicada frescura de una potencia que late en cada pétalo. Eso es LA.
Hagamos algo.
La (quién quiere entrar) debe su nombre a la nota musical que se utiliza como referencia para afinar otros sonidos. Es el símbolo de orientación en el caos. Aquello a lo cual nos aferramos para sintonizar con la armonía. La inestabilidad de la que parte no está representada como crisis, sino como oportunidad para fluir, buscar, indagar en el espacio. El tiempo es otro de los protagonistas: es lo que encarna este dúo de mujeres que han madurado y ponen en valor esa larga experiencia. La rescatan como un tesoro y en un lenguaje que siempre ha excluido de la escena la sabiduría acumulada en esos cuerpos. Roxana y Liliana afinan con así la danza con la época: la memoria de plata que representan las canas. El oro es crear con ella movimiento.
Hagamos algo.
Dirá ahora Roxana sobre lo que hicieron: “Liliana bailó conmigo en muchas obras y en esta oportunidad el tema cayó como una fruta madura, por su propio peso: era sobre nosotras. Y a partir de ahí el tema que vos arrojás para trabajar te va llevando de la mano”.
¿Y adónde las llevó?
Roxana: Me llevó a hablar de la fragilidad, a la nueva estabilidad que tenemos en esta parte de la vida. Ahí me aparecieron muchas imágenes y otras las encontré observando en la calle: vi a una persona mayor congelada frente a un pozo como si fuera un abismo. Noté así que hay pequeñas cosas de la vida que comienzan a tener otra dimensión. Y sin embargo, bailamos…
Roxana: Bailamos, sí. Bailamos distinto porque comenzamos a salirnos de la norma. Nuestras realidades son estas. No son ni las que tuvimos ni las que vamos a tener: son las que tenemos. Entonces una aprende a bailar con algo diferente, pero no por eso deja de ser lo que es: Liliana en escena es una bailarina. Su identidad no está renunciada.
Liliana: Y lo que surge entonces es la evidencia de que la estabilidad es muy rígida. Entonces es maravilloso poder transitar estos desequilibrios que no son líneas rectas, que no son ideas rectas, que no son actitudes rectas. Es otra posibilidad más creativa, más amplia, más de sorpresa, que no te da la rigidez.
Roxana: Cuando nosotras comenzamos a transitar este camino el mundo de la danza era muy rígido. Tenías que tener incluso un peso exacto hasta en gramos. Si no, no eras bailarina. Ahora hay otros permisos. Los cuerpos en escena se empiezan a democratizar y también la edad, si bien no está todavía tan fuerte la tendencia. Esto es un logro no solo de nuestra generación: creo que más bien es de la herramienta del arte como transformación social porque navega con parámetros que se mueven siempre en busca de mayor libertad. Y también porque las crisis son para el arte muy beneficiosas: le generan oportunidades. Y así aparece lo nuevo, lo que cambia.
Liliana: Yo fui cambiando para aceptar lo nuevo. Bailo desde los tres años y seguiré siendo bailarina hasta no sé cuándo, pero siempre disfrutando cada momento y creyendo que tengo algo para dar a otras personas, porque tengo una herramienta de reflexión y de hacer sentir. Ahora, es transmitir el permiso para ser vulnerable. Lo maravilloso que es ser vulnerable. Que una buena manera de comunicarse es mostrar tu fragilidad. Y que ser vulnerable no significa ser decadente, ni impotente: todo lo contrario. Es ser sensible.
Roxana: A través de la docencia puedo mirar a la juventud. No la juzgo: solo la miro. Noto que es más libre: eso es un dato objetivo. Mucho más que nosotras. Y también me pregunto qué harán, que pueden hacer, con esa mayor libertad.
Liliana: Esa rigidez del pasado es lo que me tocó vivir. Venía un coreógrafo y te elegía y era la primera. Venía otro, y eras la última. Esas vivencias son parte de lo que soy ahora y para mi fueron procesos muy interesantes porque me obligaron a buscar. Hoy estoy bailando con alguien que elegí y me elige gracias a eso.
Eso, nada menos, representa para ellas haber dicho: Hagamos algo.
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