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Hágase la luz

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Farolitos. Nacieron en un club de barrio y se expandieron por todo Rosario. Pefieren definirse como un movimiento que sube al escenario para contar lo que pasa.

Hágase la luz“Farolitos es mucho más que una banda de rock: es un movimiento”, define el joven cantante Marcos Migoni. Marcos gasta cortos de fútbol, zapatillas y remera sin mangas. Un pibe sencillo que trabaja como repartidor de gaseosas y que, en el tiempo que le queda, busca energías de donde sea para ponerle el pecho a este proyecto que va contagiando los barrios de la ciudad de Rosario.
Así, sentado en una silla de El Luchador, el club que los vio crecer desde niños -a él y a sus actuales compañeros de ruta- Marcos habla con humildad de esto que hoy es Farolitos. Algo misterioso que nació como una banda de rock para poder cantar y decir ciertas cosas que les andaban pasando allá por 2001. Y que hoy es una movida que los trasciende, que involucra a cientos de jóvenes que comenzaron a hablar de la existencia de “un pueblo farolero”, que compran su disco y pintan banderas, que discuten las letras de sus canciones en foros de Internet, que los siguen a donde vayan y que, además, abre nuevos terrenos culturales para el rock y la música local que estaban olvidados: los clubes, las plazas y cualquier centímetro cuadrado de espacio que todavía resista ser público.
 
Vengan a mi luz
Dicen que Farolitos es “una luz en la oscuridad” y lo cierto es que crecieron en los momentos más oscuros del rock local. Ya llevan siete años de recorrido con esta propuesta que se configura como una alternativa al circuito comercial y que prendió de una forma impensada en la juventud de Rosario. Realizaron más de ochenta recitales moviendo a los pibes que los siguen por los distintos rincones de su ciudad. Su único disco editado, En esta parte de la tierra, se consigue en kioscos, rotiserías y disquerías alternativas. Editaron 1.400 ejemplares y en poco tiempo vendieron más de 1.000. Será por esas curiosidades que los comercios grandes ahora lo piden para vender. “Pero son los que más te comen”.
El Edu, que para comer trabaja en una rotisería y para vivir pulsa el bajo de la banda, explica que gracias a la luz que prendieron con sus Farolitos “se engancharon un montón de pibes y pibas a trabajar en distintas movidas sociales”.
“Esto es algo que se abrió y desde ahí todos fuimos creciendo por ese camino. Viviéndolo juntos. Creo que Farolitos es como un corazón que fue sacando arterias para todos lados. Que salieron en la movida de los clubes o porque los nuestros pibes también se están juntando en asambleas vecinales, en las plazas, ocupando espacios antes totalmente desperdiciados.”
Un ejemplo de lo que mueve Farolitos: otro club de su barrio, La República, estaba totalmente abandonado y en las sombras del derrumbe se había convertido en un aguantadero para la venta de droga. Un grupo de pibes, con el espíritu farolero y entremezclados con algunos integrantes de la banda, se organizaron para recuperarlo. Lo lograron. Fue hace seis meses. Hoy, después de cortar los yuyos, se dictan talleres culturales y se juega a la pelota.
Así funciona Farolitos: desde su propio barrio. Cómplices y amigos se enredan en sus proyectos sociales y suman esfuerzos porque saben bien a qué causa están abonando. Así están los chicos de Gráfica Lima, la imprenta del barrio, que prácticamente les hacen todos los laburos de onda o para que paguen cuando puedan. También el caso de Pepe, diestro cocinero, que se prende con otros compañeros para hacer detrás de escena su arroz con menudos.
Si Farolitos se define como algo más que una banda es porque hay algo más detrás de su rocanrol tan de barrio, tan argentino y tan latinoamericano: hay una organización que decide comprometerse y acompaña cuanta propuesta social y cultural consideren necesaria. La más próxima: hoy están hermanados con los chicos del Bodegón Cultural Casa de Pocho. Se visitan mutuamente, tocan en los carnavales de Ludueña y en sus festivales solidarios. Pero también acompañan las iniciativas que se gestan en otros barrios, como es el caso de su trabajo con la comunidad toba, en el barrio Los Pumas, donde funciona un centro cultural independiente.
 
En esta parte de la tierra
Ellos lo explican así: “Nosotros nacimos acá, nos criamos acá. Somos un grupo grande de amigos que de forma medio osada o loca, nos pusimos a guitarrear y fue surgiendo todo esto que somos hoy: Farolitos. Al ser todos de familia de laburantes, es lógico que como banda hayamos nacido en 2001. Fueron tiempos durísimos, y sin querer, cuando nos llevamos un instrumento a la mano lo que salió fue la necesidad de contar un poco lo que nosotros sentíamos desde nuestro lugar, desde este barrio. Y después todo eso pasó a ser organización. Al ver que descomprimíamos un montón al cantar, al tocar, al juntarnos fue surgiendo la organización, gracias al entusiasmo de la gente que no se sube al escenario y trabaja a la par tuya para que este proyecto crezca.”
Su primera presentación en público fue a mediados de 2002. Y fue, por supuesto, en El Luchador, su club. Tocaron para la gente del barrio, amigos y familiares. El mes pasado hicieron vibrar a más de cinco mil personas en el Anfiteatro Municipal Humberto de Nito para apoyar una actividad solidaria que organizaron sus amigos del Bodegón Cultural Casa de Pocho. Esa noche cantaron junto a León Gieco, Varón y La Pocilga (estos últimos, músicos de Ludueña, su barrio hermano, como les gusta decir a ellos).
Su mejor medio de difusión es el famoso boca en boca y su principal sostén, el contacto directo con su público. “Ojalá no se rompa nunca eso. Porque la banda todavía está en un proceso de formación, pero el contacto con la gente es lo que sostuvo y sostiene todo esto”, describe Marcos, trazando un camino.

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