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El sexo de la revolución

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Judith Butler. La traducción de este texto llegó nueve años tarde a las librerías locales y eso habla de su contenido, que -si bien ya fue revisado por la autora- aún transmite lo esencial: la relación entre género y poder.

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Hace diez años terminé el manuscrito de la versión inglesa de El género en disputa. Nunca imaginé que el texto iba a tener tantos lectores, ni tampoco que se convertiría en una “intervención” provocadora en la teoría feminista, ni que sería citado como uno de los textos fundadores de la teoría queer. Mi intención era rebatir los planteamientos que presuponían los límites y la corrección del género y que limitaban su significado a las concepciones generalmente aceptadas de masculinidad y feminidad. Consideraba y sigo considerando que toda teoría feminista que limite el significado del género en las presuposiciones de su propia práctica dicta normas de género excluyentes en el seno de feminismo, que con frecuencia tienen consecuencias homofóbicas. Me parecía –y me sigue pareciendo– que el feminismo debía intentar no idealizar ciertas expresiones de género que al mismo tiempo origina nuevas formas de jerarquía y exclusión. El objetivo no era recomendar una nueva forma de vida que sirviera de modelo para los lectores, sino más bien abrir las posibilidades para el género. Uno podría preguntarse de qué sirve finalmente “abrir las posibilidades”, pero nadie que sepa lo que significa vivir en el mundo social y lo que es “imposible”, ilegible, irrealizable, irreal e ilegítimo planteará esa pregunta.
 
Lo impensable
La intención de El género en disputa era descubrir las formas en las que el hecho mismo de plantearse qué es posible en la vida con género queda relegado por ciertas presuposiciones habituales y violentas. El texto también pretendía destruir todos los intentos de elaborar un discurso de verdad para deslegitimar las prácticas de género y sexuales minoritarias. Esto no significa que todas las prácticas minoritarias deban ser condenadas o celebradas, sino que debemos poder analizarlas antes de llegar a alguna conclusión. Lo que más me inquietaba eran las formas en que el pánico ante tales prácticas las hacía impensables.
 
Ser
Me propuse entender parte del miedo y la ansiedad que algunas personas experimentan al “volverse gays”, el miedo a perder el lugar que se ocupa en el género o a no saber quién terminará siendo uno si se acuesta con alguien ostensiblemente del “mismo” género. Esto crea una cierta crisis en la ontología experimentada en el nivel de la sexualidad y el lenguaje. Esta cuestión se ha agravado a medida que hemos ido reflexionando sobre varias formas nuevas de pensar un género que han surgido a la luz del transgénero y la transexualidad. ¿Qué ocurre con la idea de que una persona transexual no puede ser definida con los sustantivos “mujer” u “hombre”, sino que para referirse a ella deben utilizarse verbos activos que atestigüen la transformación permanente que “es” la nueva identidad?
 
Performativo
Gran parte de mi obra de los últimos años ha estado dedicada a esclarecer y revisar la teoría de la performatividad que se perfila en El género en disputa. No es tarea fácil definir la performatividad. Originalmente, la pista para entender la performatividad del género me la proporcionó la interpretación que Jacques Derrida hizo de Ante la ley, de Kafka. En esta historia, quien espera a la ley se sienta frente a la puerta de la ley y atribuye cierta fuerza a esa ley. La anticipación es el medio a través del cual esa autoridad se instala: la anticipación conjura al objeto. Es posible que tengamos una expectativa similar en lo concerniente al género, de que actúe una esencia interior que pueda ponerse al descubierto, una expectativa que acaba produciendo el fenómeno mismo que anticipa. Por tanto, la performatividad del género gira en torno a la forma en que la anticipación de una esencia provista de género origina lo que plantea como exterior a sí misma. La performatividad no es un acto único, sino una repetición y un ritual que consigue su efecto a través de su naturalización en el contexto de un cuerpo, entendido, hasta cierto punto, como una duración temporal sostenida culturalmente.
La postura de que el género es performativo intentaba poner de manifiesto que lo que consideramos una esencia interna se construye a través de un conjunto sostenido de actos, postulados por medio de la estilización del cuerpo basada en el género. De esta forma se demuestra que lo que hemos tomado como un rasgo “interno” de nosotros mismos es algo que anticipamos y producimos a través de ciertos actos corporales, en un extremo, un efecto alucinatorio de gestos naturalizados.
 
Lo travesti
Si pensamos que vemos a un hombre vestido de mujer o a una mujer vestida de hombre, entonces estamos tomando el primer término de cada una de las percepciones como la “realidad” del género: el género que se introduce mediante el símil no tienen “realidad”, y es una figura ilusoria. En las percepciones en las que una realidad aparente se vincula con una irrealidad, creemos saber cuál es la realidad, y tomamos la segunda apariencia del género como un mero artificio, juego, falsedad o ilusión. Sin embargo, ¿cuál es el sentido de “realidad de género” que origina de este modo dicha percepción? Tal vez creemos saber cuál es la anatomía de la personas. O inferimos ese conocimiento de la vestimenta o de cómo se usan esas prendas. Ése es un conocimiento naturalizado, aunque se basa en una serie de inferencias culturales, algunas de las cuales son bastante incorrectas. ¿Cuáles son las categorías mediante las cuales vemos? El instante en que nuestras percepciones culturales habituales y serias fallan, cuando no conseguimos interpretar con seguridad el cuerpo que estamos seguros del cuerpo que estamos viendo, es justamente el momento en el que ya no estamos seguros de que el cuerpo observado sea de un hombre o de una mujer. La vacilación misma entre las categorías constituye la experiencia del cuerpo en cuestión.
 
Realidad
Cuando todas las categorías se ponen en tela de juicio, también se pone en duda la “realidad” del género: la frontera que separa lo real de lo irreal se desdibuja. Y es en ese momento cuando nos damos cuenta de que lo que consideramos “real”, lo que invocamos como el conocimiento naturalizado del género es, de hecho, una realidad que puede cambiar y que es posible replantear, llámese subversiva o llámese de otra forma. Aunque esta idea no constituye de por sí una revolución política no es posible ninguna revolución política sin que se produzca un cambio radical en nuestra propia percepción de lo posible y lo real. En la medida en que las normas de género (complementariedad heterosexual de los cuerpos, ideales y dominio de la masculinidad y la feminidad adecuadas e inadecuadas, muchos de los cuales están respaldados por códigos raciales de pureza y tabúes) determinan lo que será inteligiblemente humano y lo que no, lo que considerará “real” y lo que no, establecen el campo ontológico en el que se puede atribuir a los cuerpos expresión legítima. El travestismo es un ejemplo que tiene por objeto establecer que la “realidad” no es tan rígida como creemos. Y aquellos a quienes se considera “irreales” siguen aferrados a lo real, un aferramiento que tiene lugar de común acuerdo, y esa sorpresa performativa produce una inestabilidad vital.
 
Claridad
Tanto los críticos como los amigos han llamado la atención sobre lo difícil del estilo de El género en disputa. Sin duda es extraño, e incluso exasperante para algunos, descubrir que un libro que no se lee fácilmente sea “popular” según los estándares académicos. La sorpresa que esto causa quizá sea debida a que subestimamos al lector, su capacidad y su deseo de leer textos complicados y que constituyen un desafío sirve para poner en duda verdades que se dan por sentadas, cuando en realidad dar por hecho esas verdades es opresivo. Considerar que la gramática aceptada es el mejor vehículo para exponer puntos de vista radicales sería un error, dadas las restricciones que la gramática misma exige al pensamiento; de hecho, a lo pensable. La exigencia de lucidez pasa por alto las estratagemas que fomentan el punto de vista aparentemente “claro”. Avistal Ronell recuerda el momento en el que Nixon miró a los ojos a la nación y dijo: “Permítanme dejar algo totalmente en claro”, y a continuación empezó a mentir. ¿Qué es lo que se esconde bajo el signo de la “claridad”? ¿Quién inventa los protocolos de “claridad” y a qué intereses sirven? ¿Qué se excluye al persistir en los estándares provincianos de transparencia como un elemento necesario para toda comunicación? ¿Qué es lo que esconde la transparencia?
 
Sentencia
Crecí entendiendo algo sobre la violencia de las normas de género: un tío encarcelado por tener un cuerpo anómalo, privado de la familia y de los amigos, que pasó el resto de sus días en un “instituto” en las praderas de Kansas; primos gays que tuvieron que abandonar el hogar por su sexualidad, real o imaginada; mi propia y temprana declaración pública de homosexualidad a los 16 años, y el subsiguiente panorama adulto de trabajos, amantes y hogares perdidos. Todas estas experiencias me sometieron a una fuerte condena que me marcó, pero, afortunadamente, no impidió que siguiera buscando el placer e insistiendo en el reconocimiento legitimador de mi vida sexual. Identificar esta violencia fue difícil precisamente porque el género era algo que daba por sentado y que al mismo tiempo se vigilaba terminantemente. Se presuponía que era una expresión natural del sexo o una constante cultural que ninguna acción humana era capaz de modificar. También llegué a entender algo de la violencia de la vida de exclusión, aquella que no se considera “vida”, aquella cuya encarcelación conduce a la suspensión de la vida, o una sentencia de muerte sostenida.
 
Objetivo
El empeño obstinado de este texto por “desnaturalizar” el género tiene su origen en el deseo intenso de contrarrestar la violencia normativa que conllevan las morfologías ideales del sexo, así como de eliminar las suposiciones dominantes acerca de la heterosexualidad natural o presunta. Escribir sobre esta desnaturalización no obedeció meramente a un deseo de jugar con el lenguaje o de recomendar payasadas teatrales; obedece a un deseo de vivir, de hacer la vida posible, y de replantear lo posible en cuanto tal. ¿Cómo tendría que ser el mundo para que mi tío pudiera vivir con su familia, sus amigos o algún otro tipo de parentesco? ¿Cómo debemos reformular las limitaciones morfológicas idóneas que recaen sobre los seres humanos para que quienes se alejan de la norma no estén condenados a una muerte en vida? Este libro está escrito, entonces, como parte de la vida cultural de un combate colectivo que ha tenido y seguirá teniendo cierto éxito en la mejora de las posibilidades de conseguir una vida llevadera para quienes viven, o tratan de vivir, en la marginalidad sexual.

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