Mu26
Habeas corpus
Marlene Wayar. Integra un movimiento que comenzó luchando contra la represión, el odio y la muerte y que en el camino fue construyendo su propia teoría sobre el significado de una nueva identidad de género. Una filosofía política que trasciende lo sexual y que plantea el fracaso de un sistema que convierte a las personas en basura y la necesidad de romper el lenguaje para romper las viejas formas de pensamiento. “Somos parte de la construcción del futuro”, dice esta intelectual que soportó la violencia de policías y prostituyentes y sobrevivió para pensarlo.
La hipótesis es la siguiente: si entendemos la identidad como algo hecho, construido, significa que también se deshace, parte por parte. La conclusión, sin embargo, no es tan sencilla:
Se puede dejar de ser lo que se es
para ser lo que cada uno desea.
Suena como un trabalenguas, pero también como una tarea imposible, difícil, épica. El viejo sociólogo Zigmunt Bauman nos agregará otro adjetivo: ineludible. ¿Por qué? Porque nos advierte sobre el estado actual de este problema: “Hay identidades que estereotipan, pero muchas más que humillan y someten”. Ineludible será también su conclusión: en nuestros días “el lugar natural de la identidad es un campo de batalla”.
Es exactamente en ese campo donde el movimiento trans ha forjado su experiencia. Se trata de una batalla social y política, que trasciende lo sexual, incluso el género, y alcanza a toda la realidad construida a partir de un sistema de poder binario, que va desde el combo hombre-mujer hasta el modelo exclusión-inclusión, por caso.
Fue el suizo Max Frisch quien definió la identidad como “el rechazo de lo que los otros quieren que seas” y en eso está, precisamente, el movimiento trans argentino desde hace casi diez años. Nada menos que eso: ser algo que se mueve en la escena pública –la calle, la tevé, la academia– como un terremoto, abriendo grietas que –como canta Leonard Cohen– nos descubren lo importante: así es como pasa la luz.
Siguiente hipótesis: ¿qué puede verse a través de la grieta trans? Si se mira a sus estrellas mediáticas, poco y nada, porque ya se sabe: los flashes encandilan. Tampoco es fácil ver algo en la calle, porque también se sabe: los prostíbulos a cielo abierto son lugares sombríos y escenográficos. Hay que abandonar los íconos –esas falsas identidades creadas por el mercado– para encontrar a las personas y desde allí maravillarse con la profundidad del hueco: se podrá observar así la primera cooperativa textil travesti del mundo –bautizada Nadia Echazú en honor a una de sus luchadoras– o la primera revista trans de Latinoamérica –El Teje–, pero también políticas como Lohana Berkins, militantes como Diana Sacayán, escritoras como Naty Menstrual o intelectuales, como Marlene Wayar.
La sola enumeración de estas identidades –política, militante, escritora o intelectual– es una trampa. Cada una y cada cual es todas esas cosas y muchas más, al mismo tiempo y por idéntico motivo: o trabajan juntas en la cooperativa, o escriben en la misma revista o militan en los mismos espacios. Y en todos han abierto grietas juntas o separadas, pero en sincronía, para escapar a la condena social de violencia, prostitución, odio, soledad.
Así de ineludible es todo movimiento impulsado por la vida.
El juego de las diferencias
Marlene es hoy la directora de El Teje, la fundadora de un espacio de militancia Futuro Transgénero, la integrante de la cooperativa textil, la estudiante del último año de la carrera de Psicología Social de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo, la escritora, la artista, la pensadora. Fue el hijo hasta que en su adolescencia decidió ser otra cosa, que la dejó sin familia, sin hogar y sin escuela. Fue, también, la prostituta de las calles de Palermo. Fue la prisionera de las cárceles de ese barrio. Fue el cuerpo golpeado por la violencia policial y fue el cuerpo abusado por la violencia prostituyente. Pero siempre fue, es y seguirá siendo, la misma persona valiente y, quizá por eso, rebelde.
No voy a detenerme en el lugar común de describirla físicamente, porque el abuso sobre el cuerpo trans es el crimen cotidiano de los medios (ya sé lo que estás pensando, pero las fotos de esta nota se hicieron exactamente por eso: para que pienses). Prefiero ayudarte a imaginar lo que mejor la define: su forma de hablar. Calma, serena, sosegada, como si hubiera logrado exorcizar tanta violencia vivida o convertirla en un lugar desde el cual otear la vida.
Escuchala.
En el camino de la batalla por la construcción de la propia identidad, ¿qué tuvieron que destruir?
Fue un proceso lento y combinado, porque estás con el enemigo adentro. Así que son pequeños momentos de lucidez. Como, por ejemplo, cuando nos hizo el clic de decir “no somos mujeres encerradas en el cuerpo de un varón”. Poder romper eso fue importante. Hoy, si vos les preguntás a las chicas qué son, te responden: “somos travestis”, automáticamente. Pero hubo un ejercicio de metabolismo para pensarlo. No sé en qué momento hemos decidido hacerlo, pero sí que se trató de un movimiento colectivo y homogéneo.
¿Cómo definís esa identidad?
Lo trans como identidad tiene que ver con el ponerse a pensar la hegemonía como sistema. El patriarcado es eso. A nosotras nos incomoda la masculinidad. Y todo lo “hombre” produjo lo “mujer”. Son sistémicos: uno es funcional al otro. Pero se trata de un sistema que no está pensado. Está impuesto, vivido. Y también en el viviendo vas encontrando la forma de destruirlo.
La identidad travesti, por ejemplo, ¿representa una desmentida pública, evidente, de que el sistema binario hombre-mujer no es el único posible?
Aun cuando terminemos reduciendo ese sistema de identidad de género sólo a lo corporal, te obliga a pensar en una pregunta: ¿pueden reconstruirse los modos de uso de mi cuerpo? Sí, tengo pene, pero no es violento. Entonces, ¿el juego amoroso puede tomar otras formas sensitivas y erotizadas que no tengan que ver con la dicotomía de ser penetrado o penetrante? Si nos ponemos a indagar, ninguna de nosotros, hombres y mujeres, tenemos construido el cuerpo de una manera unívoca. La sexualidad es una sensibilidad y no una genitalidad.
¿La prostitución es la forma de atrapar esa rebeldía trans y hacerla útil para el mercado?
Representa todo un trabajo fino y exitoso de la hegemonía. Por eso, el lugar donde nos queremos poner a trabajar es antes de la puerta de la prostitución, porque después es muy difícil dejarlo, es epopéyico. El otro día hablaba con una amiga, con la que tenemos muchas diferencias en cuanto a la prostitución, que proponía el derecho a la prostitución como trabajo. Realmente reconozco que en este sistema el cuerpo siempre está explotado, sea el sexo, las manos, la espalda o la vista… Esa explotación de tu cuerpo existe en todos los diferentes trabajos. También reconozco algunas maneras dignas de manejar la prostitución. Lo que sucede es que, en la medida que sean imposiciones colectivas, no podemos ni siquiera pensarla como trabajo hasta tanto no se pueda decidir con total libertad si quiero hacerlo o no. Si me sirve para mantener mis estudios, bárbaro. Pero si es para llevar el pan a casa y alimentar a mis hijos, me parece algo jodido.
Así como en Ninguna mujer nace para puta María Galindo definía el campo de la soledad social, política y filosófica de la puta, ¿cómo es la soledad travesti?
Estamos solas, con nosotras mismas, en una soledad poblada por la desesperación de la compañía. Y cuando el otro es un extracomunitario caemos en excesos de soportar lo que sea con tal de tener la ilusión de la experiencia del cariño.
¿Existe la relación amorosa travesti-travesti?
Sí. Y es nueva su visibilización. Hará unos siete años que empezó a poder aceptarse públicamente eso de: “somos pareja y vamos de la mano a todos lados”.
¿Es una salida del closet?
El problema con lo transexual es inverso a lo gay o lo lésbico con respecto al closet. Nosotras no tenemos closet, porque al asumir esta identidad se hace inmediatamente pública y evidente. Pero en muchos casos lo terminamos construyendo. Hay una trampa montada, justamente, por la necesidad de afecto y aceptación. El closet, para mi, lo representa la necesidad de operarse para tener “el cuerpo que corresponde”. Esa identidad quirúrgica me provoca muchas inquietudes. ¿Significa portar internamente la mentira? ¿Significa ocultar, porque el otro no te querría si supiese la verdad? En algún punto representa una falta de identidad, porque la mentira no construye tu identidad sino todo lo contrario. Pienso, por ejemplo, en el caso de los hijos de desaparecidos. Ellos nos plantean claramente lo que representa el derecho a saber la verdad sobre tu identidad. Entonces, ¿cómo trasladamos esto a al tema de las cirugías en cuerpos desobedientes? Uno se transforma en algo para que el otro lo acepte, ocultando lo que es quirúrgicamente. Eso es el triunfo de la hegemonía sobre nosotras: hacerse invisible. Creo, entonces, que ese es nuestro verdadero closet y que no está al comienzo, sino al final, como una trampa.
¿La maternidad no es también otra forma de intentar alcanzar el estereotipo femenino?
No. Llega un momento de la vida en la que estás dispuesta a crear posibilidades de vida en el otro y ponerte en segundo plano. No creo que la maternidad sea mucho más que esto, y no necesariamente con un niño o niña. Hay formas de sublimar la maternidad en otras áreas, hacerte responsable de los que te rodean, por ejemplo. Creo que la maternidad tiene más que ver con la metáfora del sembrar, del trascender. Seguramente mi razonamiento esté confundido con mi propio deseo, mi propio egoísmo, pero no es menor para una identidad como la nuestra pensar “soy la mejor opción que tiene esta criatura”. Simplemente, porque para nadie, nunca, fuiste la mejor opción.
¿Creés, entonces, que la experiencia de la maternidad repara ese tremendo dolor social?
Totalmente. Normalmente, la gente te mira y ve en vos un mal. Pero una travesti amorosa con sus hijos cobra socialmente una dimensión humana que antes nunca tuvo. En ese sentido la maternidad es una reparación del odio social. No es una réplica intacta de la propuesta hegemónica, porque el objetivo es ser madre y no ser mujer. Es crear un vínculo de cuidado, amor y vida como respuesta a la violencia, el odio, la muerte.
¿Es poblar la soledad?
Es una de las formas de trascenderla.
La puta respuesta
¿El primer signo de ruptura de la identidad trans es vestirse de otra manera de la ordenada para su sexo?
En general, se trata de una identidad que se toma en plena adolescencia y tiene sus ingredientes: la ruptura total, la frescura, la ingenuidad. La adolescencia es el momento justo en el que creés que si te vas de casa vas a poder subsistir. No te das cuenta de que tu mamá es la que te mantiene. No tenés dimensión de la vida. Tampoco de las consecuencias, porque lo que emprendés es un camino a la pobreza. Porque la ruptura de la identidad te lleva a la marginalidad y a la pobreza, indefectiblemente. Y así, esa decisión se convierte en una epopeya de la que siempre hemos salido mal paradas, porque somos demasiado jóvenes para practicar la rebeldía de un modo tan extremo y no tenemos herramientas para lo básico: dónde vivir, cómo comer. La única respuesta te la da la prostitución y es una respuesta completa: te da pertenencia a un clan, te da dinero, te da la ilusión de ser deseada, te da mentiras para consolarte y drogas para anestesiarte. La prostitución es una respuesta integral, pésima, que te destruye, pero es completa. Si queremos construir opciones, tenemos que pensar entonces estrategias integrales porque si no son inútiles.
¿Cómo construyó lo trans su discurso público de reivindicación? ¿Desde la víctima o desde la heroína?
Desde la regulación de los dos estereotipos. Nada y todo es impugnable. El ejercicio de la prostitución te da esa formación ecléctica: de todo lo bueno y lo malo sacás un aprendizaje o experiencia. Entonces, ser resentida o furiosa como las feministas fue importantísimo. Ir atemperándolo y buscando su graduación, es el logro. Me parece que la perfomativización de pararse en la esquina nos sirvió también para pararnos en la escena política. Esa operación que consiste en agarrar lo crudo y volverlo arte, sin amenazar, pero sin atenuar. Decir las cosas muy en serio y con mucho humor. Mover el alma de quien tenés enfrente.
¿Cómo se mueve el alma en un sistema que la aliena?
Con esperanza. Los otros días volví a releer el relato de la caja de Pandora. Algunos cuentos son realmente un puente que nos lleva a reflexionar, pero hay que volver a ellos en diferentes etapas de la vida para ver qué te permiten pensar en cada momento.
Volvamos, entonces, al relato de Pandora.
La bella estúpida
Zeus está furioso con Prometeo. Esto significa que tenemos un hombre que es dios, muy enojado, que planea su venganza: crear a una mujer capaz de seducir a su enemigo. La hace de arcilla, le pone hermosas ropas, vistosos collares, corona de flores y en el pecho –es decir, en su alma– le coloca mentiras, palabras seductoras y un carácter voluble. Ésa es Pandora, la mujer que abre sin intención la caja que contiene todos los males que el mundo desconocía: la vejez, la enfermedad, la fatiga, la locura, el vicio, la pasión, la plaga, la tristeza, el crimen. Y la que cierra presurosa la caja para dejar bajo llave lo único que pudo salvar. Luego, corre a contarle a su esposo Prometeo su hazaña. La bella estúpida y sumisa Pandora había dejado encerrada a la esperanza.
Volvamos, ahora, a Marlene:
“Hay una cuestión sistémica que te lleva a encerrar la esperanza bajo llave, como si eso significara algo inteligente, algo que te salva. Y nada que esté encerrado puede ayudarte. ¡Abrí la caja y que salga la esperanza en vos! ¡Son posibles los cambios! Nadie pensaba que iba a cambiar la mente menemista, pero es algo que se pudo cambiar. ¿Cómo? No siendo vos menemista con tu vieja, con tu alumna, con tu pareja. Ahí hay esperanza, porque la llave sos vos.
Cuando hablás de menemismo te referís a toda una forma de pensamiento, ¿por qué recurrís a esa imagen cuando aparentemente está “fuera de moda”, por así decirlo?
Porque refiere inmediatamente al macho estúpido, corrupto y burdo, perverso e idiota. Y eso no está pasado de moda, sino reciclado. De Narváez es más berlusconista, pero los mecanismos que dispara son idénticos y automáticos. Ya empieza a hablarse de lo buen mozo que es. O lo piola que parece Michetti. Y podrá parecerte piola una mina así si es tu vecina, pero si pretende manejar el país tenés que empezar a pensar hasta dónde lo que representa no es una máscara.
La máscara es, justamente, un lugar común asociado a lo travesti. ¿La sociedad piensa que te ponés una cuando, en realidad, te la estás sacando? ¿O esa confusión representa otra cosa?
Por un lado, fue una estrategia para poder sobrevivir. Llegó un momento en que teníamos tal enfrentamiento con la policía y eran tan brutales los mecanismos de represión que se nos planteó la siguiente opción: o nos callábamos porque si no íbamos a aparecer en un zanjón o nos hacíamos tan visibles como para que no fuera fácil matarnos. Y la única manera de hacernos visibles era trasladar la performatividad de la calle, de la prostitución, a los medios. Pero luego, esta construcción de la hipermascarización tuvo un efecto de sinceramiento.
¿Qué sincera?
Que todo está performativizado. Tenemos una máscara básica a la que le ponemos otras máscaras. La cuestión es que siempre tenemos una máscara que nos hace imposible nuestra esencia. Cuando mamá nos pone zoquetitos celestes ya nos está atravesando con la palabra, “vas a ser varoncito”. Y no hay tutía. Pero cuando los intersexuales plantean que sus primeras hormonas se las roban a las madres revelan dos cosas al mismo tiempo: por un lado, su propia búsqueda de la construcción de un cuerpo, una identidad, un género; pero al mismo tiempo, que también la madre está siendo construida. Sólo que parece más natural porque es una construcción biomédica, sostenida desde lo hegemónico. La diferencia es que a ella las hormonas se las da un médico que está construyendo tanto su feminidad como yo.
También hay una construcción bio-médica de la felicidad (los antidepresivos) o de la erección (el viagra) o de la normalidad (los chalecos químicos)…
Entonces, hay que poner en juego el sentido de esta construcción. Quién la hace y por qué. Hay una enfermedad de la cual somos emergentes, que es una enfermedad social. Una mamá gorila sabe qué hacer con su cría. Nosotras somos capaces de dejar la cría porque no cumplió nuestras expectativas. ¿Podemos permitirnos pensar por qué? No es una pregunta que pueda responder la ciencia. La ciencia hoy es un lugar de poder, y ese poder lo ejerce el mercado. Y el mercado es dictatorial: impone un orden. La realidad tiene que ser así y así. Por eso cualquier cosa que desestabilice ese orden se presenta como una noticia devastadora. Porque se cae el mundo. Y lo que se cae es la construcción de eso que nos dicen que es el mundo. El mundo sigue. Entonces me parece que hay que estar muy atenta a la novedad, no por la novedad misma, sino por todo lo que nos dice sobre lo ordinario, lo “normal”, por la sintaxis que desestabiliza. Debemos enfrentarnos más a la conciencia de que somos absolutamente vulnerables. Bajar nuestra omnipotencia de creernos dueñas del universo. Justamente por esto de creernos dueñas estamos a punto de colapsar. Los desajustes climáticos, las nuevas epidemias, estos virus, no están dentro de lo previsible porque no hemos previsto un modo más integrador de vivir ese mundo.
Analógicamente, lo trans funciona como el virus: algo que sale del control…
Funciona como algo que te descoloca y estamos acostumbrados que lo que te desestabiliza, te paraliza. El miedo invade y no te deja reaccionar. Pero si vos reaccionás, aun suponiendo el peor de los desenlaces, la situación se va a poder metabolizar y trascender.
¿Cómo lograste vos no paralizarte?
Es un proceso lento, que empezó porque me reía de la policía cada vez que venía a reprimirnos. Después, desde el 99, se empezó a cristalizar en algo más militante, de manera muy confusa y muy pegada a lo que sentía internamente como trans, queriendo resignificarlo sin saber muy bien cómo. Y el clic fue en 2001, cuando realmente empezamos a despegar. Ahora, estamos viviendo la experiencia de hablar con nuestras viejas, las pocas travestis que sobrevivieron. Ellas nos dan la dimensión de la etapa que estamos atravesando porque la diferencia es abismal. Estamos en otro contexto que ellas ni se imaginaban. Será desgarradoramente lento ese proceso, pero es un proceso al fin. Estamos siendo cómplices de la construcción de posibles futuros. El occidente cristiano machista patriarcal y capitalista ya fracasó. La evidencia está en que en este sistema somos basura. Hay en la calle miles de personas convertidas en “algo” que no sirve. ¿No tenemos capacidad amorosa para volverlos a acobijar, ni para acobijarnos? El fracaso ya está. Hay que pensar otras formas de futuro y romper el lenguaje, porque esa ruptura del lenguaje nos permite que podamos romper nuestros pensamientos y sentimientos y acciones. Tiene que haber coherencia entre el pensar, el decir, y el accionar. Y que no nos quedemos en mandar un mail y creer que estamos militando o haciendo algo sólo por mandar un mail. Tiene que haber una acción concreta, con la misma eficiencia que el sistema hace que sus palabras sean concretas. Cuando el sistema dice que va a bajar la imputabilidad de los menores, es una acción que no sólo se queda en palabras. Nosotros confundimos el verbo con la acción. La acción tiene que venir desde adentro. Y ahí volvemos a la cuestión de la identidad. Hay que lograr que para nosotras la conquista de la autonomía no sea sinónimo de soledad, tal como lo fue hasta ahora. No está entonces la cosa para ponerse pesimista, sino para seguir tejiendo redes. No sé cuánta gente quiere construirlas junto a otras formas vinculares sin dejar la seguridad de sentirse hombre o mujer. Pero no vamos a ser nosotras las que cerremos las puertas. Al contrario: los invitamos a des-identificarse de todo lo preestablecido para volver a construir una identidad, teniendo memoria del pasado, pero también con esperanza en el futuro. No sabemos qué identidad vamos a ser capaces de crear juntos, pero por el momento podemos partir de una: “persona humana”.
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