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El oficio más violento

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Cristián Alarcón lleva vendidas 11 ediciones de un libro sobre las periferias urbanas estigmatizadas. Ahora comparte esa experiencia en talleres donde enseña a escribir crónicas sobre jóvenes, violencia y pobreza. Aquí, sus lecciones.

El oficio más violento¿Cómo pararse frente a la triste épica de los territorios excluidos? Compactar todas las implicancias –los orígenes, las bifurcaciones– de la violencia no es un trabajo fácil; sin embargo, narrar la complejidad de las zonas de la periferias –esos llanos marginales que generan sus propios códigos– es la tarea que emprende día a día Cristián Alarcón, un periodista acostumbrado a lidiar con la violencia explícita: pandillas que controlan un barrio, ladrones que consiguen botines para alimentarse y envalentonarse y que, haciendo circular el dinero de los dealears –siempre escudados por la policía– renuevan ese círculo que ni Dante imaginó: si la idea del Infierno contiene a la del Paraíso, esta violencia está incluida en el combo de la modernidad. Dirá Alarcón: “Lo más difícil es asumir que la violencia no se va a extinguir porque las condiciones materiales que la generan no van a cambiar”.
Cristian sabe sobre el tema. Ha escrito un libro perfecto, Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, que le otorgó el extraño privilegio de convertirse en un manual de referencia para la crónica urbana de estos tiempos violentos. Un libro que traduce crudamente las traiciones, las muertes, los mitos que nacen en la marginalidad, que revela con prosa vertiginosa los intersticios para poder observar la vida que habita en las villas del tercer cordón del conurbano bonaerense. “Hay una forma de estar, de caminar, y de quedarse en los sitios y en las personas durante el tiempo necesario para poder comprenderlas” asegura Cristián, confesando parte del secreto.
Su trabajo no se reduce sólo a nuestro país. Ha recorrido El Salvador, Brasil, Colombia y conoce la enormidad del problema. Por eso mismo, advierte los peligros a la hora de enfrentarse a este tipo de relatos. En su opinión, el factor de mayor riesgo es la propia lógica del periodismo comercial, que simplifica y obvia infinidad de incidencias, restándoles peso a los sucesos, apartándolos de nosotros mismos, impidiendo que sean interpretados como un reflejo de nuestros días: como un espejo en el que podamos mirarnos y descubrirnos.
“Plantearnos que existe algún tipo de receta para desestigmatizar, sobre todo teniendo en cuenta que los textos y los productos audiovisuales terminan en la mass media, siendo utilizados por las grandes corporaciones, es bastante utópico. Me parece que se trata sobre todo de un aprendizaje personal. Lo único que hay es un método de inmersión. Si existe la inmersión, si hay un acercamiento a esos sujetos complejísimos a los que se va tratar de narrar, ese afán de rotular y repetir esos clichés sobre cómo son los sujetos violentos, empieza a remitir. Pero no estoy seguro de si es posible dar un curso anti-estigmatización”. También conoce la enormidad de este problema y por eso habla de los límites que encontró en esos otros territorios violentos ocupados por pandillas que hacen circular el dinero de otros dealears, que en la jerga de las tumbas mediáticas se hacen llamar “editores”. Cristián está también inmerso en talleres que impulsan la reflexión sobre el violento oficio de escribir. Acaba de ofrecer uno en El Salvador, prepara otro para la Fundación Nuevo Periodismo y mantiene un grupo sobre crónica que acaba de estrenar blog.
En ambos territorios, “la violencia lo pregna todo”, pero hay una espesa niebla que no deja que veamos su cuerpo desnudo. Cristián se dedica a correr esa cortina para arrojarnos a un teatro lleno de nuevos personajes y significados.
 
Los mundos violentos
Confiesa que sólo ficcionalizando la realidad logra acercarse fielmente a ella, como si la transcripción cruda no alcanzara para hacerla ver. En esos bordes en los que zurce la literatura y el periodismo, intenta lo imposible: revelar aquello que debería rebelarnos. “En los cursos que he dado, salen los prejuicios a flote. Lo maravilloso de la experiencia en El Salvador, por ejemplo, es que por un lado tenía periodistas con experiencia, de entre 5 y 10 años en medios, y, por otro lado, organizaciones de la sociedad civil que trabajan con jóvenes. Las organizaciones tenían un tremendo prejuicio respecto a lo que es un periodista. La sociedad no tiene un manejo de lectura de cómo funcionan los medios. Entonces nos emparentan a todos con la televisión. Por lo tanto, se le achacaba al periodismo la construcción del enemigo joven morocho pobre, tatuado (algo típico en el caso de Centro América), pandillero, etc. Y por parte de los periodistas, la creencia de que todos esos personajes que están vinculados a esa trama delictiva son igual de crueles, de impiadosos, y que carecen de espesura, de otro tipo de profundidad; personas cuya existencia se reduce a estar permanentemente disparando una pistola o extorsionando a otra. Entonces, esta confrontación entre las personas de las organizaciones –muchas de ellas que venían de las academias y del activismo– y los periodistas –con buenas intenciones y cierta práctica– dio un resultado increíble, porque los dos se tuvieron que correr del lugar en el que estaban parados. Ni los periodistas eran lo que los de las organizaciones creían, ni los jóvenes que integran las pandillas centroamericanas son asesinos. Después, cuando bajás al terreno, te enfrentás con el relato de estos jóvenes sobre su práctica cotidiana, sobre sus vidas. La violencia pertenece a su mundo desde que nacieron, no hay una instancia en la que haya habido una especie de remanso. Desde el abandono de sus padres por la migración a Estados Unidos o porque los perdieron en la guerra, pasando por el Estado absolutamente ausente salvo en su práctica represiva y continuando por una educación que los excluye. Pero sobre todo, te enfrentás a cómo en la convivencia diaria –primero con otros niños violentos y luego con otros jóvenes violentos– la resignificación que han hecho de la violencia es increíble. La mayoría de ellos ha perdido sus familias naturales y ha construido un espacio nuevo en la pandilla. La pandilla para ellos no es algo que esté mal: es lo que les ha dado sobrevivencia y es lo que les da identidad. Entonces, para poder comenzar a repensar sobre cómo se escribe sobre violencia, hay desacralizarla”.
 
El valor de la palabra
La primera lección de Cristián es acerca de la sintaxis que es capaz de producir cierta ética. “Creo que la ética es la de un método etnográfico que es imposible de evitar, que nadie enseña ni en las facultades ni en ningún lugar”. Lo explicará luego, cuando el café del coqueto bar Brighton ya está helado e intacto, mientras relata su último encuentro con una pandilla centroamericana. “Lo único que te piden es respeto. Eso significa que vas a entrar a un lugar privado, casi sagrado, como cuando entrás a una iglesia. ¿Viste que el cuerpo se te pone de otra manera, aunque no seas creyente? No es lo mismo caminar por una iglesia que caminar por la calle. Entrar al territorio que controla una pandilla es como transitar un espacio sagrado, un espacio en el que los códigos han sido construidos en base a mucho derramamiento de sangre. Hay entonces mucho de lo que no se puede hablar en voz alta. Y hay que aceptar que uno es tremendamente extranjero a eso”.
 
¿Cómo es ese territorio?
El territorio violencia es un territorio complejo, que incluye policías, ladrones, pibes chorros, paqueros, consumidores, corruptos, pequeños traficantes, traficantes grandes, etc., etc. Hay códigos y hay discursos que se juegan ahí.
¿Hay periodistas?
Si como periodista lo que hago es mantenerme con diez fuentes policiales y diez fuentes judiciales, todos los sujetos que pasan por mis historias son papeles, como esta servilleta. Y así ordeno estos elementos que me fueron entregados por estos sujetos y los dispongo con una lógica que, en general, es de la pirámide invertida y una forma de narrarlos que los cosifica. El resultado es que no estoy narrando lo que pasa. Yo creo que hay nuevos periodistas que tienen inquietudes que son de otro tipo porque, en general, los sueños de quienes llegan al oficio hoy no son los que nosotros teníamos. Yo soñaba trabajar en Página/12, por ejemplo. Los chicos que llegan a mi taller tienen entre 25 y 30 años y no se comen más el verso del periodismo. Ya saben que no van a contar grandes historias entrando en un diario. Entonces trabajan de cualquier otra cosa, gastan su tiempo en leer y cada tres meses producen un texto que intenta ser una crónica. Entienden una dinámica que tiene que ver cada vez más con una frontera entre el relato periodístico y la forma de vida que te propone la literatura.
Pregunta básica del realismo puro y clásico: ¿por qué los miedos producen miedo?
Lo impresionante del tema de la concepción social del miedo en sociedades como la nuestra es que ya no es una dinámica que puede ser denunciada desde la crítica cultural sobre cómo los medios producen el miedo: es un proyecto político en sí mismo. Creo que los medios no hacen más que expresar ese proyecto político y ese proyecto de sociedad, que conforma a una mayoría espantosa. Las formas de romper con la adhesión a ese proyecto político no tienen que ver solamente con las formas que asume el periodismo: no podemos seguir creyendo que son los medios los que construyen la realidad.
¿Con qué tiene que ver?
Para mí hay acá otro tipo de asuntos, que vienen de mucho más atrás y tienen que ver con las formas de vincularnos, con las formas de traicionarnos, las formas de construir poder en cada uno de los microespacios que ocupamos como sujetos. La violencia se expresa ahí. La violencia se expresa en el debilitamiento de los vínculos, en el debilitamiento de la palabra. Cuando los chorros hablan de la pérdida de códigos lo que están poniendo en juicio, para mí, es la validez de la palabra. Justamente, en este gran monstruo que se ha solidificado durante los últimos años que son las “maras” centroamericanas lo que descubro es que el tema de la palabra es fundamental. Ellos dicen por ejemplo: “La palabra no la tenemos aquí en la clica. La palabra viene de Los Ángeles”, me dicen. Se refieren a la ciudad donde viven los superiores de esa red transnacional que son, hoy por hoy, las pandillas centroamericanas. En su estructura interna, el jefe de la clica no tiene la palabra. Hay un sujeto dentro de ese grupo –que puede estar integrado por 10 ó 40 jóvenes que forman esa unidad de la pandilla–, que es el “palabrero”. Y el palabrero es el que se comunica con un círculo de veteranos, que son los que en definitiva toman las decisiones.
¿Hay una manera de crear vínculos con esa realidad? Me refiero a experiencias concretas, no a palabras.
Conocí en El Salvador la experiencia de una oenegé que trabaja con jóvenes a partir de la filosofía maya. Al principio pensé que eran unos truchos bárbaros. Pero no: tienen un trabajo persistente. Ellos tomaron de la filosofía maya el concepto de “círculo de reconciliación” integrado por los diferentes líderes de la comunidad. Así convocan a los diferentes actores sociales del territorio: desde iglesias evangélicas hasta pandillas. Al reunirlos, usan la figura del “bastón palabrero”: el que tiene el bastón habla y los demás, deben callar y escuchar. Así lograron que los jóvenes pandilleros se sumen, porque les garantizaban que iban a escucharlos con el respeto que ellos necesitan. Se trata de una experiencia que parte de una propuesta concreta: la reducción de daños.
Un término que viene del tratamiento de adicciones…
Exactamente. Se trata de aceptar que lo que podemos hacer, concretamente, es reducir los daños de la violencia. Te permite lograr acuerdos mínimos, pero que al menos permiten establecer relaciones. Todo ese proceso ahora está en peligro por el asesinato del fotógrafo español Cristian Poveda (autor de La vida loca, un documental sobre las maras de El Salvador, asesinado el pasado 2 de septiembre) y que se adjudica justamente a la pandilla con la que ellos trabajan. Este asesinato ha puesto en crisis un proceso que inició nada menos que el Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí, que llega al poder por la vía electoral luego de tantos años de lucha armada. Se trata de un proceso que llega después de que esa sociedad probó todas las políticas de mano dura, de extrema derecha, y de comprobar que sólo servían para reproducir de manera exponencial la violencia, la delincuencia y los homicidios.
¿Qué diferencia hay entre las pandillas de El Salvador y las del resto de Latinoamérica?
La diferencia es su relación con la migración. Muchos de esos chicos fueron expulsados de Estados Unidos y se reorganizaron en el territorio de sus padres, manteniendo los vínculos con las pandillas originales. Colombia, en cambio, no tiene jóvenes repatriados. Los jóvenes son instrumentos del narcotráfico, el paramilitarismo o la guerrilla.
¿Y en Argentina?
Tenemos un narcotráfico en estado muy larval. Su desarrollo no ha terminado de estallar.
 
De eso se trata, justamente, su próximo libro, que planea parir en marzo con el cumbiero título Si me querés, quereme transa en el que cuenta las peleas por el control del mercado local. Advierte Cristián tres cosas sobre el tema. La primera: eso que llamamos narcotráfico es en realidad un sistema económico paralelo que sostiene al legal. “Estos mercados nuevos que están vinculados al trabajo ilegal y la explotación son las maneras de sobrevivir de millones de personas”. El infierno incluye al paraíso, remember. La otra: en esa para-legalidad no hay descontrol, sino todo lo contrario. El orden es estricto, sólido, compacto. Unos mandan y muchos obedecen.
Por último, y ya para cuando el café es un recuerdo helado, nos deja de tarea algunas preguntas. ¿Cuál es el impacto que el Estado clientelar ha dejado a tantos jóvenes sin sueños, sin voluntad y sin ambición? ¿Cuál es la consecuencia de ver a sus padres convertidos en personas que no pueden hacer otra cosa que pedir, humillándose? “Tenemos que preguntarnos qué ha pasado con la subjetividad de esos chicos para encontrar la forma de restablecer lo que nos reclaman: dignidad”.

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Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes […]

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La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes salvaron de que los uniformados la pasaran por arriba. En medio del narcogate de Espert, quien pidió licencia en Diputados por “motivos personales”, las imágenes volvieron a exhibir la debilidad del Gobierno, golpeando a personas con la mínima que no llegan a fin de mes, mientras sufría otra derrota en la Cámara baja, que aprobó con 140 votos afirmativos la ley que limita el uso de los DNU por parte de Milei.

Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla.

Fotos: Juan Valeiro.

Un jubilado de setenta y tantos eleva un cartel bien alto con sus dos manos. 

“Pan y circo”, dice. 

Pero el “pan” y la “y” están tachados, porque en este miércoles, como en esta época, lo que falta de pan sobra de circo. El triste espectáculo lo ofrece una vez más la policía, hoy particularmente la de la Ciudad, que desplegó un cordón sobre Callao, casi a la altura de Sarmiento, para evitar que la pacífica movilización de jubilados y jubiladas llegara hasta la avenida Corrientes. Detrás de los escudos, aparecieron los runrunes de la motorizada para atemorizar. Y envalentonados, los escudos avanzaron contra todo lo que se moviera, con una estrategia perversa: cada tanto, los policías abrían el cordón y de atrás salían otros uniformados que, al estilo piraña, cazaban a la persona que tenían enfrente. Algunos zafaron a último milímetro. 

Pero los oficiales detuvieron a cuatro: el jubilado Víctor Amarilla, el fotógrafo Fabricio Fisher, un joven llamado Cristian Zacarías Valderrama Godoy, y otro hombre llamado Osvaldo Mancilla.

Las detenciones de Cristian Zacarías y del fotógrafo Fabricio Fisher. La policía detuvo al periodista mientras estaba de espaldas. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

En esa avanzada, una jubilada llamada María Rosa Ojeda cayó al suelo por los golpes y fue la rápida intervención de los manifestantes, del Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA), y de otros rescatistas los que la ayudaron. “Gracias a todos ellos la policía no me pasó por encima”, dijo. Su única arma era un bastón con la bandera de argentina.

Como en otros miércoles de represión, la estrategia pareciera buscar que estas imágenes opaquen aquellas otras que evidencian el momento de debilidad que atraviesa el Gobierno. Hoy no sólo el diputado José Luis Espert, acusado de recibir dinero de Federico «Fred» Machado, empresario extraditado a Estados Unidos por una causa narco, se tomó licencia alegando “motivos personales”, sino que la Cámara baja sancionó, por 140 votos a favor, 80 negativos y 17 abstenciones, la ley que limita el uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) por parte del Presidente. El gobierno anunció un clásico ya de esta gestión: el veto.

Por ahora, el proyecto avanza hacia el Senado.

Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El poco pan

La calle preveía este golpe, y por eso durante este miércoles se cantó:

“Si no hay aumento, 

consiganló, 

del 3% 

que Karina se robó”. 

Ese tema fue el hit del inicio de la jornada de este miércoles, aunque hilando fino carece de verdad absoluta, porque las jubilaciones de octubre sí registraron un aumento: el 1,88%, que llevó el haber mínimo a $326.298,38. Sumado al bono de 70 mil, la mínima trepó a $396 mil. “Es un valor irrisorio. Seguimos sumergidos en una vida que no es justa y el gobierno no afloja un mango, es tremendo cómo vivimos”, cuenta Mario, que no hay miércoles donde no diga presente. “Nos hipotecan el presente y el futuro también, cerrando acuerdos con el FMI que nos impone cómo vivir, y no es más que pan para hoy y hambre para mañana, aunque el pan para hoy te lo debo”. 

Victoria tiene 64 años y es del barrio porteño de Villa Urquiza. Cuenta que desde hace 10 meses no puede pagar las expensas. Y que por eso el consorcio le inició un juicio. Cuenta que otra vecina, de 80, está en la misma. Cuenta que es insulina dependiente pero que ya no la compra porque no tiene con qué. Cuenta que su edificio es 100% eléctrico y que de luz le vienen alrededor de 140 mil pesos, más de un tercio de su jubilación. Cuenta que está comiendo una vez por día y que su “dieta” es “mate, mate y mate”. Vuelve a sonreír cuando cuenta que tiene 3 hijos y 4 nietos y cuando dice que va a resistir: “Hasta cuando pueda”. 

Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

A María Rosa la salvó la gente de que la policía la pasara por arriba. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El mucho circo

Desde temprano hubo señales de que la represión policial estaba al caer. A diferencia de los miércoles anteriores, la Policía no cortó la avenida Rivadavia a la altura de Callao. Tampoco cortó el tránsito, lo que permitió que los jubilados y las jubiladas cortaran la calle para hacer semaforazos. Después de media hora, cuando la policía empezó a desviar el tránsito y la calle quedó desolada, comenzó la marcha, pero en vez de rodear la Plaza de los Dos Congresos como es habitual, caminó por Callao en dirección a Corrientes, hasta metros de la calle Sarmiento, donde se erigió un cordón policial y empezó a avanzar contra las y los manifestantes. 

Desde atrás, irrumpieron con violencia dos cuerpos en moto: el GAM (Grupo de Acción Motorizada) y el USyD (Unidad de Saturación y Detención), pegando con bastones e insultando a quienes estaban en la calle. “Vinieron a pegarme directamente, mi pareja me quiso ayudar y lo detuvieron a él, que no estaba haciendo nada”, cuenta Lucas, el compañero de Cristian Zacarías, uno de los detenidos.

Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

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Cercaron el lugar una centena de efectivos de la policía porteña, que no permitieron a la prensa acercarse ni estar en la vereda registrando la escena. 

“¿Alguien me puede decir si la detención fue convalidada”, pregunta Lucas al pelotón policial. 

Silencio. 

“¿Me pueden decir sí o no?”. 

Silencio.  

Un comerciante mira y vocifera: “¿Sabés lo que hicieron a la vuelta? Subieron a la vereda con las motos”.

Otro se acerca y pregunta: “¿A quién tienen detenido acá, al Chapo Guzmán?”

“No”, le responde seco un periodista: “A un pibe y a un jubilado”.

La Comisión Provincial por la Memoria confirmó las cuatro detenciones (fue aprehendida una quinta persona y derivada al SAME para su atención) y cuatro personas heridas. El despliegue incluyó la presencia también de Policía Federal, Prefectura y Gendarmería detrás del Congreso mientras el despliegue represivo fue «comandado por agentes de infantería de la Policía de la Ciudad». El organismo observó que después de semanas donde el operativo disponía el vallado completo, en los últimos miércoles el dispositivo dejó abierta una vía de circulación que es la que eligen las fuerzas para avanzar contra los manifestantes.

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También se hizo presente Fabián Grillo, papá de Pablo, que sufrió esa represión el 12 de marzo, en esta misma plaza, y continúa su rehabilitación en el Hospital Rocca. “Su evolución es positiva”, comunicó la familia. El fotorreportero está empezando a comer papilla con ayuda, continúa con sonda como alimento principal, se sienta y se levanta con asistencia y le están administrando medicación para que esté más reactivo. “Seguimos para adelante, lento, pero a paso firme”, dicen familiares y amigos. El martes, la jueza María Servini procesó al gendarme Héctor Guerrero por el disparo. El domingo se cumplirán siete meses y lo recordarán con un festival. 

Pablo Caballero mira toda esta disposición surrealista desde un costado. Tiene 76 años y cuatro carteles pegados sobre un cuadrado de cartón tan grande que va desde el piso del Congreso hasta su cintura:

  • “Roba, endeuda, estafa, paga y cobra coimas. CoiMEA y nos dice MEAdos. Miente, se contradice, vocifera, insulta, violenta, empobrece, fuga, concentra. ¿Para qué lo queremos? No queremos, ¡basta! Votemos otra cosa”.
  • “El 3% de la coimeada más el 7% del chorro generan 450% de sobreprecios de medicamentos”.
  • El tercer cartel enumera todo lo que “mata” la desfinanciación: ARSAT, INAI, CAREM, CONICET, ENERC, Gaumont, INCAA, Banco Nación, Aerolíneas, Hidrovía, agua, gas, litio, tierras raras, petróleo, educación. Una enumeración del saqueo.

El cuarto cartel lo explica Pablo: “Cobro la jubilación mínima, que equivale al 4% de lo que cobran los que deciden lo que tenemos que cobrar, que son 10 millones de pesos. No tiene sentido. Por eso, hay que ir a votar en octubre”.

Pablo mira al cielo, como una imploración: «¡Y que se vayan!».

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Artes

Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

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La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.

Por María del Carmen Varela.

«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).

En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.

El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.

Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.

“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.

Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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