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Ser indomables
Con su última producción protagonizada por Las Amazonas, mujeres del Bajo Flores, la artista boliviana que se define como agitadora callejera, nos propone el debate de la violencia contra las mujeres. Y una vez más traduce el discurso feminista más radical en palabras simples y claras. Un estilo que busca interpelar a toda la sociedad y desacomodar a la “expertas de género”. En esta charla, plantea sus cuestionamientos y responde a las críticas que recoge cada vez que pone el dedo en la llaga.
La violencia contra las mujeres no forma parte de la agenda de género actual, ni siquiera hay un debate que gire en torno a la palabra “violencia”, a pesar de su obvia actualidad, ¿Por qué decidiste que tu nueva producción sería sobre este tema?
La violencia contra las mujeres es un pendiente político de todas las sociedades del mundo, de norte a sur, de este a oeste. Es un pendiente social de todas las culturas, de todas las religiones y de todos los sistemas políticos y económicos. Las cifras son alarmantes y son, al mismo tiempo, menores que la realidad misma. Las políticas desde los Estados, a través de la policía, del sistema jurídico o de las oenegés han fracasado estrepitosamente, aunque no aceptan su propio fracaso. Se ha gastado –hasta en sociedades como la boliviana– millones de dólares de cooperación internacional en campañas e infraestructura y los resultados son no sólo minúsculos frente a la realidad, sino inclusive de dudoso valor cualitativo en la vida de las mujeres. Prácticamente, a nombre de la violencia contra las mujeres se ha erigido todo un sistema estatal jurídico, policial y paraestatal oenegero, que termina siendo un brazo de prolongación, legitimación y complicidad con la propia violencia contra las mujeres. Y buena parte de cierto feminismo descafeinado y suave y de la tecnocracia de género ha devenido en cómplice legitimadora de ese aparato inútil, donde se revictimiza a las mujeres y se legitima la violencia que vive. Yo venía con toda esa carga de críticas dentro, pero sin poder darle una salida que me llenara. En ese contexto, me encuentro con Las Amazonas. La contundencia del discurso de Las Amazonas exigía un trabajo especial, porque tiene la fuerza y la claridad conceptual de romper con todos los paradigmas de trabajo con la violencia contra las mujeres en cualquier sociedad. Lo fascinante de Las Amazonas es que su propuesta tiene un valor universal. Lo que ellas dicen desde Bajo Flores en Buenos Aires tiene sentido en La Paz, en Madrid o donde sea. Y al mismo tiempo está saliendo desde ellas, desde esas mujeres ubicadas en un territorio como es Bajo Flores. Eso es estremecedoramente emocionante.
¿Se puede cortar con la violencia?, pregunta tu documental. Las Amazonas responden: “Se corta cuando nosotras empezamos”. Indican así el comienzo de una acción directa que ellas definen muy concretamente como “resistencia social”. ¿Cuál es tu análisis político sobre esta propuesta?
Yo recojo, o por lo menos intento recoger, la propuesta de Las Amazonas en toda su riqueza porque para mi gusto no deja ni un clavo suelto. Lo primero que queda claro es que se trata de una propuesta anti-institucional en todas las letras. No concilia con ninguna institución. Las cuestiona e, inclusive, pone en evidencia sus miserias y absurdos. Y cuando digo que pone en cuestión la institución me refiero al conjunto de las instituciones, desde la policía, el aparato judicial, las oenegés, las casas de refugio, las trabajadoras sociales y las bases conceptuales con las que son formadas en las universidades. La propuesta de Las Amazonas rompe con eso que el Estado Patriarcal no puede romper y es el mito de la familia y la unidad familiar. Ellas tienen como instrumento principal de análisis la palabra directa de la mujer y como instrumento de contrastación de esa palabra, su experiencia de vida directa. A partir de esos dos elementos han desarrollado una especie de interesantísimo perfil variopinto del hombre violento. En su análisis no hay estructura alguna que preservar, salvar o redimir. En ese sentido es un discurso “desnudo”, que no apela a presupuestos para sustentarse. Eso también es fascinante, porque no hay institución académica, ni estatal, ni menos policial o judicial capaz de recoger, de hacer o de entender la riqueza de un análisis de ese tipo. A partir de ese análisis –que está basado en una empatía profunda entre mujeres– viene la acción directa, que es colectiva, que es pública, que tiene como límite la voluntad de la mujer que es afectada y que interviene en el mundo privado convirtiéndolo en un escenario político. La suma de sus acciones se convierte además en hecho consumado, en justicia que se toca y se cuenta y en política feminista concreta. Subvirtiendo relaciones colectivas de todo el entorno, que es justamente lo que soñamos construir muchas y muchos cuando hacemos política, cuando nos organizamos. En ese sentido me parece invalorable lo que ellas hacen. Me parece contagioso, me parece lúcido, digno de ser amplificado y compartido. Porque además tiene esa característica inigualable de la sencillez y humildad. No es una propuesta sofisticada. Es una propuesta comprometedora.
Lograste con estas amazonas firmes, decididas, por momentos sonrientes, escapar del discurso victimizador, que es parte del guión oficial sobre la violencia de género .¿Qué se esconde detrás de esta forma de representación de “la víctima”?
Entre paréntesis y antes de responder a tu pregunta, me gustaría decirte que denominar la violencia contra las mujeres como “violencia de género” es justamente una de las últimas modas de la tecnocracia. Es un término disfraz de donde desaparece la palabra mujer. Nosotras hablamos de violencia machista o de violencia contra las mujeres, que nos parece que no tapa ni esconde al sujeto contra quien va dirigida esta violencia. “Violencia de género” sustituye erróneamente la palabra mujer por la palabra género, invisibiliza las relaciones de poder y sometimiento que la violencia contra las mujeres perpetúa. Se trata de una conceptualización que nos costará a las mujeres nuevas confusiones y, nuevamente, un círculo vicioso más de postergación. Pasando a tu pregunta; en mi trabajo permanentemente contrasto la voz en off de mujeres que hablan desde el lugar de la víctima ofuscada por el sufrimiento inmediato, con la palabra de Las Amazonas como respuesta subversiva a ese lugar. La revictimización de las mujeres, la exposición de las mujeres como víctimas, el énfasis que se pone en el testimonio de dolor dejándolo allí paralizado, como si la historia terminara con el golpe o la patada, no es una acción políticamente casual. Es una forma de prolongar la violencia y es, al mismo tiempo, un llamado a las mujeres a ocupar el lugar de víctimas, ese lugar cómodo que te significa en el momento una catarsis, pero que al mismo tiempo te inmoviliza. Colocar a las mujeres como víctimas del proceso y dejarlas en el lugar de victimas es útil también para justificar todo el aparato estatal de intervención legal y policial, resaltando que desde las mujeres no podría salir una respuesta. Por eso, justamente, la clave política principal es romper con el lugar de víctima y con la victimización. Pero eso sólo es posible a partir de un proceso como el de Las Amazonas. Para mí fue muy importante mostrar el profundo dolor y ofuscación que la experiencia de violencia significa y, al mismo tiempo y sobre ese mismo dolor, desarrollar el discurso de Las Amazonas.
¿Qué políticas promueven las oenegés en Bolivia con respecto a esta temática? ¿Y el Estado?
En Bolivia no hay una respuesta original. Hay una ley contra la violencia intrafamiliar que ha entrado como parte del paquete de “equidad de género” elaborado por los organismos internacionales. Es muy similar a las propuestas en Perú o Chile o cualquier otro país de la región. Básicamente es una propuesta que evita el análisis de la violencia como parte de una relación de poder y dominación; evita el análisis detallado de la violencia como parte de un aparato cultural, por lo que en Bolivia conviven perfectamente una serie de mandatos culturales indígenas que son mandatos de sometimiento impermeables a la cuestión de la violencia contra las mujeres y plantea la intervención estatal-jurídica-policial como la base de solución sin hacer ninguna relación entre violencia policial y violencia contra las mujeres, sin hacer conexiones conceptuales básicas. Se trata por eso de una propuesta simplona que aísla la violencia intrafamiliar del conjunto de violencias sociales. Aísla el puñete y la patada y plantea una solución desde las instituciones y no desde las mujeres. Es una propuesta que mantiene el mito de la familia como unidad, y que en el fondo intenta preservar a la familia patriarcal como un valor absoluto. Por eso, inclusive muchas de las reparticiones se denominan “Defensa de la familia”. Al mismo tiempo la denominación de violencia intrafamiliar, que es común a toda la región, también es un término encubridor análogo al de violencia de género. La penalización del golpeador es leve, la legítima defensa de las mujeres se penaliza también. Mas allá de eso, el escenario jurídico es inalcanzable por la pesada burocracia y negligencia. Para mencionar tan solo un detalle: es la víctima la que tiene que entregar la citación policial al violento. Es una propuesta que responde en el fondo a una visión liberal de derechos. Por eso es una propuesta cómoda e inocua para el poder patriarcal y sus instituciones. En este tema las oenegés son un aparato paraestatal funcional al Estado. Han armado todo tipo de redes de coordinación que textualmente no sirven para nada más que para satisfacer la captación de financiamiento, cierta cobertura mediática y la ficción de que algo se estaría haciendo.
Hay un lugar común que suele identificar al golpeador como una víctima del proceso de precarización psicópata de la economía. El hombre que ya no es productivo para el sistema descarga esa violencia sobre la mujer para reafirmar su masculinidad humillada. Es la lógica de la víctima que se convierte en victimario frente al más débil y que produce golpeadores, prostituyentes, abusadores, etc. ¿Estás de acuerdo con esta caracterización?
A mí me parece muy peligrosa porque me suena a la tesis marxista respecto de todas las cuestiones que planteábamos las mujeres al interior del partido y que estaban por fuera de la propuesta de clase: “Hagamos primero la revolución y luego vendrán todas las otras cuestiones de manera automática”. Es indudable que, por ejemplo, en la sociedad boliviana con la aplicación del ajuste estructural entra en crisis la figura del padre proveedor. Cuando el Estado cierra las minas y la sociedad entera tiene que buscar modos de subsistencia, es el padre proveedor el que entra en una crisis no sólo de trabajo sino de identidad. Y son las mujeres las que asumen la subsistencia de manera masiva. Yo creo que los hombres, en general, no han sabido responder a esta crisis mientras que las mujeres han convertido el espacio público en medio de subsistencia, han generado todo un tejido social muy sólido de sobrevivencia donde los hombres no terminan de ubicarse. Eso es cierto, pero al mismo tiempo entender esa violencia machista como un subproducto de esa situación del explotado inutilizado socialmente es muy peligroso, porque también nos inmovilizaría y nos conduciría a justificarlo. Desde ya en Bolivia, por ejemplo, no hay ni un movimiento popular ni campesino ni urbano que sea capaz de interpelar la violencia contra las mujeres como parte de sus sentidos de justicia. Es más: en muchos casos puede ser un rasgo que prestigia al dirigente social. Además, en el caso de la violencia contra las mujeres, éste es un fenómeno presente en todas las clases sociales, también en las clases altas. La violencia machista es parte del aparato de dominación masculina sobre las mujeres, es un instrumento de castigo corporal y psicológico que se da cuando la mujer ha roto alguna norma de sometimiento o como instrumento para que no la rompa. Su escenario es el mundo privado: la ropa, la cama, la cocina, la mesa de comer. Es vital introducir nuestro análisis en esos espacios. Es a la hora de comer, es a la hora de la fiesta, es a la hora de las decisiones existenciales que se desata la violencia machista. No podemos simplemente asumir que es el sistema que produce proxenetas, violadores y sádicos torturadores de sus compañeras porque lo que resulta urgente y transformador es entender que esos mecanismos son responsabilidad directa no sólo del victimador sino también de la víctima. Es urgente que los hombres de manera personal y existencial entren en crisis y se sientan interpelados por sus hijas, por sus amigas, por sus amantes.
Las Amazonas nos proponen: seamos indomables. ¿Cómo serlo?
Creo que es una tarea infinita. Que empieza cada dia de nuevo.
El nuevo feminismo
¿En qué momento el movimiento feminista perdió su perspectiva?
Uno de los momentos cruciales, al menos del feminismo latinoamericano, fue a finales de los 90, con la institucionalización y la tecnocratizacion del feminismo. Los feminismos, por ejemplo, en Perú fueron aliados de Fujimori a cambio de prebendas y espacios dentro del Estado y en Bolivia fueron aliados de Sánchez de Lozada. Recibieron muchos millones de dólares y su horizonte de lucha fue sustituido por la agenda oficial formulada por los organismos internacionales. Todas las tesis de “equidad de género” son hijas de ese proceso. Hubo una cooptación de la lucha feminista en todo el continente. Ahora estamos frente a una segunda mutación porque ese mismo núcleo de poder tecnocrático se ha convertido al Evismo y se ha aliado con el poder con la misma matriz liberal simplificadora y banalizadora de la lucha de las feministas. Creo también que el grupo o colectivo feminista ha funcionado muchas veces como refugio ajeno a la sociedad y que son escasos los feminismos que hablan para la sociedad. Muchos grupos hablan entre sí un lenguaje cuyas actoras no cambian y cuyos códigos le son ajenos a la sociedad. Ese divorcio o distancia entre sociedad y feminismo ha derivado en feminismos inocuos y repetitivos que no afectan ni interpelan a la sociedad ni al poder estatal. Ha habido también una paupérrima renovación teórica. Recuerdo el último encuentro feminista latinoamericano al que asistí, a principios del año 2000 en República Dominicana, donde no solamente estábamos en un hotel carísimo de cinco estrellas solventado por la cooperación internacional, sino que no hubo, por ejemplo, ni un taller sobre prostitución en uno de los países cuyo turismo sexual ha embotado a la sociedad misma.
Mujeres Creando se ha definido como un movimiento “feminista autónomo” ¿Qué significa concretamente esta posición?
Nosotras comprendimos el feminismo autónomo como un espacio social y no como una corriente de pensamiento. Esto implicaba confluir desde distintas comprensiones y construcciones teóricas en un espacio cuya base eran los cuestionamientos éticos. Lo que habíamos abierto con esta postura no era únicamente la interpelación de la tecnocracia de género sino la vital importancia de abrir un espacio de luchas concretas de cara a la sociedad. La necesidad de replantear la forma como se ha construido el sujeto mujeres desde el feminismo. Por eso hablamos de indias, putas y lesbianas juntas, revueltas y hermanadas y no de mujeres. La diferencia es fundamental porque estamos hablando de un sujeto complejo e indigesto, inaceptable no en su condición general de mujeres sino en su condición política de putas, de indias o de lesbianas, pero además en la capacidad de establecer y plantear alianzas políticas que ni los movimientos sociales eran capaces de imaginar.
¿Cómo se sostiene esta propuesta frente al gobierno de Evo?
Yo creo que estas propuestas están más vivas que nunca justamente frente a un gobierno como el de Evo que pretende ser el gobierno de los movimientos sociales en una interpretación masculinista e indigenista de los movimientos. Lo que se hace muy duro y muy difícil es trabajar en una sociedad donde el Presidente se ha convertido en un caudillo que ha seducido a la sociedad entera y que se ha convertido en la encarnación del proceso. Una sociedad que lo justifica cuando se equivoca, que lo aplaude y lo ha colocado en un pedestal. En ese contexto, nuestro trabajo es difícil porque necesitamos rehacer nuestro espacio público. Al mismo tiempo la polarización, que tanto le gusta al gobierno como a la derecha, asfixia precisamente a quienes no les queremos hacer el juego ni a unos ni a otros. Te acusan diez veces al día de estar en contra del proceso de cambio por no justificar al gobierno. No es que les tengamos miedo a las acusaciones. Mi condición lésbica es lo que más me ha ayudado a saber estar sola o solas. El problema es que te colocan en el lugar de tener que autojustificarte y perder mucha energía en ello. Creo que en Argentina se puede perfectamente entender de qué estoy hablando. Hay un deseo de simplificar el escenario público en dos bandos de los que hay que ser parte o no estás en ninguna parte.
Desde esa posición has planteado varios debates hacia dentro del feminismo. Te menciono dos que representaron verdaderos dedos en la llaga: qué peso tiene la identidad masculina en las travestis, y la guetización de las lesbianas.
La carga masculina en la condición travesti y transexual a mí me parece uno de los componentes más subversivos. Y creo que es un error político muy grave la pretensión que veo en ellas de reclamar su condición de mujeres al interior del feminismo. Es no ubicarse políticamente y, además, hacerle el juego al patriarcado. Como hombres son más indigestos, incómodos y peligrosos que como mujeres. Sin embargo, resulta más fácil y menos autoexplorativo apelar al lugar de mujeres en la sociedad. Me parece muy valiosa la interpelación a la biología y a la determinación biológica de los cuerpos que quieren hacer. Desde ya, como mujer, estoy de acuerdo en que no soy un útero, pero llevemos, pues, el cuestionamiento biológico hasta el final. La operación quirúrgica transexual actúa únicamente sobre los genitales y el sistema hormonal, pero no sobre el sistema muscular, menos aun sobre la socialización ni la subjetividad. Una trans frente a un policía no es lo mismo que una mujer frente a un policía. Una trans frente a un hombre no es lo mismo que una mujer frente a un hombre, precisamente en términos corporales y subjetivos. Esa reflexión desestabilizadora de la condición masculina es lo que yo, como feminista, esperaría de ellos o de ellas y no la ambivalencia masculino-femenina que resulta a mis ojos muy utilitaria. Creo que es fruto de un proceso que aún tiene que darse. Creo que es una inmadurez política del universo trans. Para establecer alianzas políticas que impliquen alianzas éticas y subversivas yo necesito que ellas construyan ese lugar subversivo e incómodo para sí mismas. Creo que en el fondo caen en lo que deploran, que es la construcción de lo trans como una identidad rígida, no se quedan en el lugar de la indefinición. No se quedan con la incomodidad de ser un hombre, con esa incomodidad de devenir de la condición de hombre con todas las relaciones de poder que esa condición ocupa. Te pongo un ejemplo auto exploratorio que, estirándolo un poquito, servirá quizá para explicar de qué estoy hablando. Yo soy en Bolivia una mujer blanca. Si en mi alianza con las mujeres indígenas me coloco como indígena, termino ocupando como blanca el espacio de la otra.
En cuanto a las lesbianas y su gueto, la cosa tiene que ver con la forma como la identidad ha funcionado a favor de la fragmentación del movimiento. La identidad, que fue un instrumento que tenía la vocación de complejizar el análisis y abrir horizontes nuevos, terminó sirviendo para la segmentación de horizontes. La constitución de espacios estancos terminó sirviendo de cajón homogenizador y de jaula de encierro. En el caso de las lesbianas esto fue muy claro. Hoy las lesbianas somos las subalternas del “movimiento glbt” que es un enlatado de “diversidades sexuales”, desde la reafirmación de la heterosexualidad como norma. Por eso tampoco es casual que precisamente el “movimiento” glbt reclame una de las instituciones más reaccionarias de la heterosexualidad como es el matrimonio como reivindicación para sí, renunciando a la vocación profunda de reinventar el amor, el placer y las relaciones de pareja.
El agite callejero
Una de tus consignas es “no hay lucha sin palabra”, ¿Por qué es clave para vos crear un lenguaje propio?
Para decirlo cortito: si no rompemos el guión oficial que nos ha sido asignado, por nuestras bocas seguirá hablando el opresor. Todo el discurso de derechos –seas discapacitada, lesbiana indígena o lo que quieras– es siempre un guión oficial que responde a los intereses de la dominación. El guión oficial de la lesbiana, de la puta, de la joven, etc., etc. es cortito, repetitivo y simple. No es un discurso propio, sino que es una palabra adoptada y luego expresada como propia. Por eso, si en esto que llamamos lucha no construimos nuestra palabra, todo, pero todo lo que hagamos será completamente estéril porque servirá sólo como simulacro. Todo lo que hagamos será fácilmente funcionalizado. La palabra propia, que no es el guión oficial sino que es eso otro, que tenemos para decir y nombrar; la palabra propia que tiene toda la carga y el sudor de lo que somos resulta vital para la lucha misma, resulta convertirse en el núcleo central.
¿Con qué herramientas construye su propia sintaxis Mujeres Creando?
Es un juego muy intuitivo y a la vez muy creativo. Se trata de irritar, de partir del cotidiano, de mezclar lo que nos han dicho, que es ajeno o que no se corresponde. Es también una respuesta de cansancio ante tanta palabra inservible. Yo no sé si acá en Argentina es así, pero en Bolivia recibimos por la radio, la tele y por todas partes un bombardeo tan intenso de palabras inútiles, de moralejas, de infantilización. Nos tratan de estúpidos tantas veces al día que nuestro lenguaje muchas veces resulta ser una reacción física ante tanta palabra infame e inútil. Es también una reacción ante la sistemática idiotización de las mujeres. Otras veces es una reacción ante la humillación cotidiana. Así vamos escogiendo palabras clave, como por ejemplo la palabra puta, gorda, fea y otras tantas, con las que hemos trabajado jornadas enteras. De toda esa mezcla de premisas, sensaciones y lugares nace un lenguaje que se ha ido consolidando en el tiempo y que a esta altura se ha convertido en una vertiente ética y estética, fuertemente expresiva y, sobre todo, muy reconocible por el conjunto de la sociedad boliviana.
Te definís como una artista graffitera que usa la calle como lienzo, pero también tus producciones llegan a museos, televisión, radio y cine. ¿Qué aprendizajes te ha dejado cada experiencia?
Yo no me defino como artista. Siempre me he presentado como una agitadora callejera. Considero la radio y la televisión también como calle, porque entre la radio, la televisión y la calle hay muchas cosas en común. El museo, en cambio, es una institución que neutraliza la creatividad y la fuerza de cualquier expresión. Justamente han sido los museos y las galerías los sitios más dificultosos para mí. Cada vez que he estado en uno de esos espacios me he cuestionado muchísimo; lo he hecho por cuestiones de sobrevivencia económica, porque ninguno de los trabajos que hago es asalariado. Para mí, en todo caso, me queda como aprendizaje más importante la vitalidad de la calle, todo lo que sé lo he aprendido allí. Si eres capaz de construir un lenguaje callejero todo lo demás es sencillo. La calle es un foro muy vital, pero por eso mismo muy complejo, caótico, marcado por la inmediatez y la urgencia y todo eso hay que tomarlo en cuenta a la hora de una acción callejera. Las sensibilidades están en la calle en un estado muy particular y creo que, en realidad, yo simplemente he comprendido un proceso que ha vivido el conjunto de la sociedad boliviana. Una sociedad donde la calle ha sido el lugar central de la política. Tenemos un graffiti muy elocuente que dice: “la calle es mi casa sin marido, es mi trabajo sin patrones”. Ese graffiti es tan sólo una interpretación de algo que es en La Paz una evidencia cotidiana.
Otro de tus documentales ha sido Las exiliadas del neoliberalismo, donde abordás el tema de las mujeres migrantes, algo que hace carne en la comunidad boliviana en Argentina. ¿son las migrantes la nueva clase obrera global, es decir, la forma en que el capitalismo logra tener mano de obra sin derechos?
Sería muy fácil decir que sí y es además muy evidente que es así. Sin embargo, me interesa mucho explorar no solamente la condición de explotación sino la de exilio. Lo que ves, en cuanto a las mujeres, es que muchas mujeres aunque están en situaciones de explotación y desarraigo muy lacerantes, al mismo tiempo son mujeres que han huido no sólo del hambre en Bolivia sino también del control social y de la propia familia que sostienen y añoran. La migración se convierte entonces en una situación de huida y de cierta “liberación de las mujeres”. Liberación que pagan con remesas mensuales y con fuertes sentimientos de culpa. Hoy en día en Bolivia las remesas son el cuarto ingreso del país y el más democráticamente distribuido, pero tú ves un gran pudor en la sociedad boliviana en aceptar que nuestro sustento lo recogemos en una ventanilla de banco cada mes, en una suerte de cómoda renta que te llega. Esto no sólo está sucediendo en estratos típicamente proletarios sino en una clase media baja que con las remesas mantiene un nivel de vida que está siendo sustentado por la proletarización de una de sus integrantes: la mamá o la hermana mayor. Todos esos detalles son inmensamente importantes a la hora de interpretar este exilio. Por último, el Estado, que sabe que si quitas ese dinero del mercado la crisis de empleo podría desatar un verdadero descontento social, por lo que el Estado se sirve también de esa condición de exilio de la fuerza de trabajo.
Muchas “expertas” reconocen tu aporte creativo a las propuestas feministas, pero interpretan tu rebeldía como una voluntad de dividir al movimiento. Imagino que estas críticas deben ser comunes, también, a la escena política boliviana. ¿Cuál es el límite de la interpelación permanente?
Mujeres Creando tiene hoy un camino de más de 15 años y una consistencia muy importante en la sociedad boliviana, sumada no sólo a la fuerza que te da el tiempo sino a una capacidad de reinventar los escenarios una y otra y otra vez. En ese contexto, Mujeres Creando es una experiencia muy sólida y muy importante dentro el feminismo latinoamericano y dentro la sociedad boliviana también. Es verdad que el siguiente paso del movimiento en Bolivia debiera ser poder hilvanar, articular o vincular rebeldías que hoy están dispersas, pero al mismo tiempo sería un grave error intentar construir ese vínculo renunciando a la fuerza interpeladora. Pienso, por ejemplo, en toda la gente que nos pide a diario que nos unamos al MAS porque es la forma más efectiva de consolidar el proceso y de aportar y, sin embargo, nosotras hemos preferido mantenernos afuera, generar discusiones que hoy casi nadie está dispuesto o dispuesta a asumir dentro el proceso boliviano. Esto requiere mucha energía, pero al mismo tiempo es muy vital. Yo personalmente creo que la interpelación no tiene por qué proponerse de antemano un límite. Esto de que la interpelación permanente es peligrosa y disociadora es una idea con la que yo no estoy de acuerdo. Desde ya pocos, pero muy pocos colectivos feministas en el continente han logrado la acumulación de luchas que Mujeres Creando ha alcanzado. Pocos movimientos o casi ninguno ha construido un vínculo tan fuerte y tan extendido con su sociedad. Eso no es disociador, sino todo lo contrario. Permite construir referencias colectivas de dignidad para las mujeres.
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Salir del sistema para escapar del modelo estético, político y ético del supermercado. Encontrar en la calle el lugar que inspira estrategias de vida propias y libres. Ideas para crear un nuevo feminismo.
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