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El verdadero quilombo brasileño
Suena extraño que en un país que se pretende gran potencia global, más de la mitad de la población sea pobre y haya seis millones de familias sin vivienda. El Movimiento Sin Techo busca organizarlos, ocupa predios abandonados y terrenos de la periferia para presionar al gobierno del estado de Bahía, gobernado por un miembro del Partido de los Trabajadores. Hasta allí viajó Raúl Zibechi.
En un claro del Quilombo de Escada, mientras reparte cervezas heladas, Pedro Cardoso asegura que “nuestro objetivo es construir comunidades del buen vivir”. Las palabras resbalan lánguidas, como para abrirse paso entre un calor pegajoso en un mar de casitas de madera, cartón, chapa y plástico, una mezcla que delata tanta pobreza como precariedad. En los deseos de Pedro convergen dos inspiraciones al parecer complementarias: las tradiciones de cultura negra y la teología de la liberación. Pedro comenzó a participar en la resistencia a la dictadura hacia 1979 en comunidades eclesiales de base, que se reunían frente al quilombo, en la gran zona favelada de Periperi donde vive hace tantos años. Ahora es uno de los coordinadores del Movimiento Sin Techo.
De origen bantú, el quilombo era el espacio donde se refugiaban los esclavos que huían de las plantaciones. Casi todos eran negros aunque había indios y hasta algunos blancos, quizá porque los quilombos eran espacios de libertad y resistencia a la opresión. El más célebre, el Quilombo de Palmares, sobrevivió durante más de un siglo (1600-1710) y se convirtió en emblema de la resistencia afrobrasileña que hoy reivindica los movimientos sociales.
Los 22 campamentos del Movimiento Sin Techo de Bahía (mstb) se encuentran en la periferia de Salvador o en municipios aledaños. Son casi cinco mil familias, incluyendo las 1.500 que ya consiguieron vivienda definitiva. Para llegar a Cidade de Plástico, el más emblemático de los asentamientos con 228 familias acampadas, hay que recorrer casi 20 kilómetros desde el Pelourinho, el centro histórico donde se amontonan turistas de todo el mundo.
En Salvador, considerada la capital del desempleo, la elección de Lula en 2002 “favoreció el nacimiento de movimientos sociales, pues se creía que habría menor represión policial”, apunta Pedro. El Movimiento Sin Techo de Salvador nació pocos meses después de que el líder metalúrgico se instalara en Planalto. La primera ocupación “impulsada por madres y mujeres”, alcanzó en pocos días las 700 personas. En los meses siguientes se les sumaron varios miles de familias, personas que viven bajo los puentes, que duermen en las playas, que viven de favor con otros familiares o que pagan alquileres demasiado elevados. Algunas familias que ocupaban inmuebles vacíos en el centro se fueron incorporando para presionar al gobierno municipal y al estatal. Desde el principio contaron con el apoyo de la Comisión de Justicia y Paz de la Arquidiócesis de Salvador.
En enero de 2005, cuando ya habían realizado unas 50 ocupaciones, convocaron al primer congreso. Se dotaron de reglas internas que, entre otras cosas, prohíben la venta de terrenos, la violencia doméstica y el tráfico de drogas, y de una estructura organizativa. Entre sus principios, destaca que se consideran herederos de las tradiciones de la resistencia negra del Nordeste brasileño, se referencian en líderes como Zumbí de Palmares y Zeferina, lideresa del Quilombo de Urubú, cerca de Salvador, y también en la Guerra de Canudos que inmortalizó el novelista Euclides da Cunha.
Las ocupaciones pueden ser de terrenos donde se acampa en “barracos” (construcciones precarias de plástico y madera) o de predios deshabitados. Mantienen ocupadas dos fábricas cerradas, además de edificios estatales en desuso, un club deportivo y varios edificios privados y municipales. Han registrado alrededor de 36 mil sin techo, lo que permite asegurar que el movimiento seguirá creciendo. Finalmente, las comunidades son las conquistas efectivas de viviendas que dan lugar a nuevos barrios, como Valeria, donde se construyeron 150 casas con apoyo estatal y ayuda mutua.
Tráfico vs. organización
Alrededor del 70 por ciento de los integrantes del mstb son mujeres, “el sector más dinámico del movimiento” según Ana, la mayor parte madres solteras. Casi todos son desempleados, recolectores de residuos sólidos, vendedores de diarios, limpiadoras y toda la gama de oficios que caracteriza la informalidad urbana. Según Pedro, el ingreso medio de los Sin Techo del movimiento son 300 reales por mes por familia (algo más de 150 dólares) y apenas un diez por ciento reciben Bolsa Familia, el más conocido plan social del gobierno.
“Cada cincuenta familias –explica Pedro– se forma una brigada de diez personas que es la encargada de administrar el campamento durante una semana, se encarga de la asegurar la higiene y la limpieza, de coordinar las asambleas y de resolver los conflictos menores. Para las tareas colectivas se hacen mutiroes (trabajo comunitario), pero en realidad no hemos conseguido que se formen brigadas en todos los campamentos”. La idea de las brigadas la copiaron de los Sin Tierra, el que inspira a todos los movimientos de base de Brasil y a una parte considerable de los de América Latina. Pero el trabajo urbano es mucho más complejo que el rural.
Unos kilómetros más y llegamos a un morro llamado Monte Sagrado, en cuya cima funciona el Quilombo do Paraíso. Parece otro mundo. A diferencia de Cidade de Plástico, donde los “barracos” están amontonados uno sobre otros junto a la bahía contaminada, aquí el campamento se alza sobre una hermosa vista que domina toda la bahía, las casas tienen mucho terreno y están separadas por diez y hasta veinte metros. El único punto en común es la infaltable cancha de fútbol que ocupa el centro del quilombo, territorio excluyente de los varones jóvenes.
Pedro explica las razones por las cuales aquí se están construyendo casi todas las viviendas con ladrillos, aunque el campamento es más reciente. “En los asentamientos más viejos no construyen esperando soluciones del gobierno, pero aquí una asamblea decidió construir porque están resabiados con las promesas incumplidas y no están dispuestos a esperar. Aquí hay buen terreno, aunque está más lejos del centro, y la gente sabe que el Estado hace casas de 32 metros cuadrados y ellos las van haciendo a su modo, de a poco pero con más espacios”.
Como en todos los campamentos, el agua y la luz se obtienen por conexiones ilegales, pero toleradas por las empresas. En algún momento la conversación se adentra por los sombríos vericuetos del tráfico de drogas. Pedro y Ana son francos y directos. “En todos los campamentos hay tráfico. En los predios es más difícil porque son espacios cerrados. Pero cuando la ocupación es abierta, como en los campamentos, el tráfico es una realidad”. Como tantos otros brasileños que trabajan en favelas y en barrios pobres, estiman que el principal problema, no obstante, es la Policía Militar, un cuerpo por demás corrupto y cruel.
Aseguran que el tráfico es un problema para el movimiento, porque fomenta la violencia, la presencia policial y desarticula las redes sociales. “El método que usamos –dice Pedro– consiste en hacer un pacto de convivencia. Les decimos que si trafican ponen a todos en riesgo porque la policía va a entrar al campamento. Pero ellos suelen tener relaciones muy fluidas con la policía. El pacto es que no hagan nada que pueda criminalizar al campamento, pero tenemos que hacerlo con cuidado porque ellos no dudan en eliminarte, hay que tratar de evitar situaciones de violencia. Hasta ahora no mataron a ningún líder como en otras ciudades”.
Ana explica que el tráfico fomenta el machismo y la violencia contra las mujeres, y recuerda el caso de una compañera, líder de un campamento, que tuvo que irse a Sao Paulo porque les hizo frente y casi la matan. Sin embargo, la relación de los traficantes con la comunidad es extraña. “Con ellos se cortan los robos porque no quieren que venga la policía ni que haya problemas que perjudiquen el tráfico y la comunidad sufre menos robos ahora que antes”, concluye Pedro casi exhausto.
Las Guerreras
“Los hombres me asediaban hasta que supieron que soy la compañera de Pedro”, escupe el rostro endurecido de Ana, incapaz de disimular el fastidio. Para la mujer negra y pobre, todas las opresiones se vuelven una. Ingresa al tema de género por una de las puertas más duras: la violencia de los traficantes contra las mujeres, para quienes son apenas objetos sexuales, y muy en particular contra las dirigentes que los enfrentan.
Construir organización y conciencia de género es casi una proeza en estas condiciones, en territorios donde no se aventuran ni los funcionarios estatales (menos aún diputados y concejales) ni los miembros de las ongs que piden fondos y salarios, para ayudar a los pobres. Ellas están solas para enfrentarse a los hombres armados, sean de la Policía Militar o del crimen organizado, diferencia que las más de las veces se reduce al uniforme.
Una de las mayores conquistas del movimiento es haber creado una organización de mujeres, las Guerreras Sin Techo, el 8 de marzo de 2005. Lo hicieron “para denunciar y combatir el racismo y el machismo existente dentro del mstb y en la sociedad”, porque descubrieron con dolor que en el movimiento sucedía lo mismo que fuera. Aunque las mujeres son el 70 por ciento de la organización, en la coordinación estatal había apenas un puñado. Hoy, con orgullo, dicen que en los niveles de dirección seis de cada diez son mujeres.
En un documento público señalan: “Sufrimos con la violencia doméstico-familiar, con la muerte de nuestros hijos negros que están siendo exterminados por la policía o en la guerra del narcotráfico. Sufrimos con la falta de libertad de nuestras hijas que están cada vez más presas en los barracos por la violencia sexual que ronda las ocupaciones”. En Cidade de Plástico los esfuerzos de las Sin Techo han fructificado en la construcción de un comedor cooperativo integrado por veinte personas mujeres que sirve todos los días más de cien platos a dos reales. “Guerreiras de Zeferina”, luce el mural a la entrada del único espacio del campamento que destaca por su limpieza, dice Ana con orgullo. “El movimiento ha conseguido visibilizar el papel de las mujeres, invisible en la cotidianeidad, al grado que son las que ocupan más cargos de responsabilidad”.
En 2008 también consiguieron poner en pie núcleos de formación que incluyen módulos de género. Tal vez el papel de las mujeres sea uno de los aspectos en el que la actividad de los Sin Techo tiene resultados más notables. Es cierto que si se las compara con los Sin Tierra, donde existe una fuerte tensión por la igualdad de género, aún tienen mucho camino por recorrer. Sin embargo, han configurado un espacio emancipatorio desde el cual disputan la hegemonía en la vida pública. “Se integran al trabajo colectivo de construcción de viviendas, a las cooperativas de autogestión, a los espacios de debate del movimiento y a las esferas públicas de discusión de las políticas sociales”.
Resistencia urbana
Seis años es muy poco tiempo para cualquier movimiento. Si miramos los campamentos como Cidade de Plástico y Escada, queda la sensación de que el cambio social desde los márgenes es casi imposible, por los traumas que provocan el hacinamiento, la miseria y las privaciones. Por el contrario, si observamos las hileras de casitas de la comunidad de Valencia, con dos habitaciones cada una, sala, cocina, baño y un terreno al fondo, donde las mujeres pusieron en pie una cooperativa de alimentos, retorna la esperanza.
Ana, sin embargo, desborda optimismo. Pese a su escaso salario como maestra, apenas 600 reales (poco más de 300 dólares), dedica casi todo su tiempo libre al movimiento. Se encarga de las relaciones con los colectivos urbanos de Brasil, una realidad que viene creciendo y que permitió hace un par de años fundar el Frente de Resistencia Urbana, donde confluyen 14 movimientos de una docena de ciudades. El Frente comenzó a tejerse en 2006 en un encuentro en Sao Paulo, en base a cuatro ejes: reforma urbana, derecho a la vivienda y al trabajo, y contra la criminalización de la pobreza.
Hace más de una década que los Sin Tierra vienen promoviendo la creación de movimientos urbanos, pero recién ahora parecen estar cuajando. Por los datos que aporta Ana, los movimientos urbanos tienen más sintonía con la cultura juvenil que con la sindical y los partidos de izquierda. Una presencia muy potente, además de los Sin Techo, es la del hip-hop y del movimiento negro, que le dan un perfil muy diferente al de los movimientos formales y estructurados: “Somos muy parecidos en las formas de trabajar, entre las que destaca que no hay lucha por la hegemonía”. La “alianza” entre los Sin Techo y los jóvenes hip hop fue algo natural, ya que conviven en las favelas, sufren acoso policial y comparten la misma rebeldía ante la pobreza y un sistema que los margina. Los Sin Techo consideran que el rap y el hip hop estimulan el cambio en los valores y prácticas sociales, culturales y comunitarias.
Ana sostiene que como el gobierno de Lula no hizo la reforma agraria y el campo está siendo copado por el agronegocio (soja y de caña de azúcar para biocombustibles), cada vez llegan más jóvenes a las ciudades. En un tiempo, es probable que los movimientos urbanos desplacen a los rurales como referencia del cambio social. Como los tiempos apremian, lanzaron la campaña “Mi casa, mi lucha” para denunciar la oleada de desalojos por la especulación inmobiliaria de cara al Mundial de Fútbol de 2014 y las Olimpiadas de 2016.
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