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El sitio de los partos

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El impenetrable, Chaco. Aborígenes tobas de Villa Río Bermejito sitiaron la ciudad durante cuatro días y lograron reincorporar a la obstetra Selva Añasco, castigada por denunciar el hambre.

S elva Añasco entregó la nómina a un grupo de funcionarios provinciales chaqueños que, en 2008, habían ido a visitar Villa Río Bermejito, en pleno Impenetrable chaqueño. La lista denunciaba que ocho chiquitos habían muerto en ocho semanas, por causas evitables. “Comenzaron a leer los datos con preocupación, pero sonrieron y hasta festejaron cuando notaron que la menor del listado, Amelia Ramírez, tenía 13 meses de edad. Por uno no entraba en la definición de tasa de mortalidad infantil, que contempla casos de hasta doce meses o menos”. El mayor de la lista de muertos, Ernesto Maidana, tenía 24 meses. Los niños chaqueños deberán morir antes si quieren aparecer en las estadísticas.
En el verano de 2010, las muertes de ese tipo ascendieron a 15 y Selva Añasco reiteró la lista hasta que, finalmente, obtuvo una respuesta oficial: su remoción del Puesto Sanitario A, de Villa Bermejito. Las comunidades aborígenes de la zona salieron entonces a defender a la obstetra. El 16 de marzo cortaron los cuatro puntos de acceso a la ciudad. El sitio duró cuatro días y convenció a la gobernación de Jorge Capitanich de restituir a Selva y retirar del puesto sanitario a los médicos que negaban la preocupante situación de salud de estas comunidades.
Las carencias que dan risa
Es otoño, pero en la capital chaqueña y a la sombra hace más de 30 grados. Selva está parando en la casa de su mamá. Para compartir la charla, trae a la mesa el refresco más exitoso de todos los tiempos: agua helada. Cuenta que es partera y que hace cinco años decidió irse a vivir a Villa Río Bermejito, un pueblo que tiene alrededor de 4 mil habitantes, de los cuales el 70 por ciento es aborigen. Ingresó al Puesto Sanitario A gracias al Programa Médicos Comunitarios y lo que encntró fue demoledor: no había alimentos para los internados, muchos de ellos pacientes con grado dos o tres de desnutrición o chiquitos que a los 2 años pesaban 6 kilos, la mitad de lo necesario. Tampoco había oxígeno ni espacio para internación. Las personas se asfixiaban en verano y se congelaban en invierno y ni en la sala de parto había calefacción.
Al ingresar, Selva exigió esas tres cosas: comida, oxígeno y calefacción. “La directora del Puesto me dijo que no había ni casa donde yo pudiera quedarme”. Sólo había dos profesionales en el lugar, una bioquímica y un médico: “No podía creer que estuvieran expulsando así a una obstetra. Tampoco podía admitir el maltrato que recibían las pacientes en los partos. Pero hasta la enfermera me pedía con la mirada que no hiciera preguntas. Todo se calla y se silencia. Yo no me callo porque sé que soy la responsable de las embarazadas y de toda la salud reproductiva de la zona. Es una batalla a favor de la mujer que en estos casos, además, es discriminada por ser indígena y analfabeta”.
El precio lo pagó al contado, recibiendo a cambio de su trabajo un ingreso que tuvo que completar con un trabajo en el Centro Integrador Comunitario y que mantiene hasta hoy para reforzar lo poco que gana en el Puesto Sanitario.
Por qué se elige ir al curandero
Ya en el invierno de 2007 el Centro Nelson Mandela del Chaco había denunciado la muerte de diez aborígenes en El Impenetrable. La causa: hambre y frío. Habían realizado un relevamiento ordenado por el Ministerio de Salud Provincial, que presentaron con propuestas preventivas, luego ignoradas por el propio Ministerio. La situación fue calificada como “profundo desastre humanitario”. La desnutrición era el caldo de enfermedades como anemia grave, infecciones urinarias crónicas, neumonía y bronconumonía, tuberculosis, artritris, malformación de caderas, hipertensión arterial, diabetes y linfoma de Hodking. Las medidas de prevenciòn que hubieran evitado esas muertes consistían en entregar a lo largo de un mes, dos kilos de carne por persona, dos cajas de leche en polvo fortificada, un kilo de harina, otro de arroz y dos de fideos, además de lentejas, sal, aceite, azúcar y miel, más un plan de educación nutricional. El gobierno no hizo nada.
Hubo movilizaciones de las comunidades indígenas, que se trasladaron a Resistencia para hacer una huelga de hambre (casi una redundancia) durante 32 días. La gente de la Capital comenzó a molestarse con esa presencia. Selva: “El nacido y criado en la zona, es nacido y criado racista. Pero esa protesta sirvió, al menos, para que deje de naturalizarse que los aborígenes se mueran por causas evitables, por tomar agua contaminada o por hambre.” Para los funcionarios la culpa era de los aborígenes por preferir a sus curanderos antes que a los médicos. “Se trata de algo mucho más complejo. Por ejemplo, los médicos tiraban las placentas en un pozo, al lado del río Bermejito, y se las comían los perros delante de las parturientas. Para las comunidades, esas placentas son sagradas. Nadie nunca les preguntó siquiera acerca de sus creencias. Entonces, primero tenés que aprender y comprender otra cultura. Si le pregunto a una mujer cuándo fue su última menstruación, no me contesta. Le tengo que preguntar cuándo le bajó la última sangre y ahí obtengo su respuesta. A mí me reconocen como interlocutora porque más que hablar, escuché. No creen en nuestra medicina, porque para los tobas las enfermedades no provienen de virus ni de bacterias, sino que se derivan de un daño que te realiza alguien que no te quiere. Y sólo lo sana el curandero. Entonces, por un lado está esa creencia y, por el otro, la mala praxis médica y el abandono institucional. Es claro por qué no te van a elegir para que los sanes”.
La pueblada
En marzo se desencadenó el enfrentamiento contra Selva, cuando la obstetra entregó una nueva lista de muertes que podían haberse evitado, y una crítica a la deplorable atención en el propio Puesto. El Ministerio le anunció su traslado. Ella le avisó a la comunidad toba. “Me contestaron: ‘tenemos autodeterminación como pueblo. Queremos que nos atiendas vos’”. En el Puesto Sanitario las pacientes también se rebelaron contra la medida, pero las “autoridades” cambiaron la cerradura para impedir que Selva pudiese ingresar. Las comunidades indígenas y centros comunitarios resolvieron entonces cortar los cuatro caminos de ingreso. El intendente Lorenzo Heffner agitaba a los vecinos contra los indígenas y hasta definió a Selva como “Satanás” (cosa que no nos dice nada sobre Selva, pero bastante sobre Heffner). El intendente es un político de raza: radical, se alió al kirchnerismo. Quiso armar un “contrapiquete” y el propio gobernador Jorge Capitanich tuvo que intervenir para calmar ánimos: removió a las autoridades sanitarias y dejó a Selva en su puesto.
La historia no termina, porque ninguno de los problemas de fondo está solucionado. Selva Añasco bebe agua fresca bajo el calor y propone: “Esto no tiene que ver con mi persona. Tiene que ver con el respeto y la vida del prójimo”.

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El grito sagrado

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