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Nada es historia
El bicentenario según Barcelona. La historia de su propia publicación es la excusa para revisitar los mitos en clave satírica. En pocas palabras se dice mucho sobre cómo se construye la noticia.
Si la primera imprensión es la que vale, este Libro negro del bicentenario editado por la revista Barcelona es contundente. Su primer capítulo se titula: “La tolerancia: el desafío de incluir al infradotado” y versa sobre cuatro arquetipos: el puto, la mujer, el judío y el negro. A partir de allí, el recorrido incluye las siguientes estaciones:
1810-1853: ”Nacimiento, crisis y ocaso de la Independencia. El período que va desde el pueblo quiere saber de qué se trata hasta mejor que el pueblo ni sepa de qué se trata”.
1853-1880: ”De la construcción de la República a la demolición de los indios”. Un título del período: “Instauraríase reforma agraria tras revolucionaria solución final al problema de los indios bajo la consigna la tierra pertenecerá a quienes la rapiñan”.
1880-1912: “La hora de las minorías silenciosas. El tiempo en que Argentina se consolida como el país tilingo, cipayo y garca que es desde entonces y acaso, desde antes”.
1912-1930: “De una Argentina para pocos a un país para algunos”. Un pronóstico: “Afírmase que por la ola de calor los porteños sufrirán una semana trágica”.
1930-1945: “Lustros de fraudes, ídolos y contiendas”. Una primicia: “Impúsose el socialismo en Alemania. Hitler aseguró que gobernará con esa doctrina, pero en su variante nacional. El Dr. Alfredo Palacios recibió la noticia con cauto optimismo”.
1945-1955: “Del Viva Perón al Chau tirano prófugo”. La nota de cultura: “El gobierno popular busca darles mayor instrucción a los pollos que comerán los argentinos de bien. El escritor Jorge L. Borges, nuevo inspector de aves de corral”.
1955-1967: “La consolidación de las instituciones militares”. Un aviso de esa época: “Estudio del Dr. Mariano Grondona: proclamas militares, justificación de quiebres institucionales, contactos con funcionarios de los Estados Unidos”.
1967-1976: “La Morsa, el Tío, el Viejo y la Pantera Rosa. Una época del flower power que es preludio de otra con mucho power y nada de flower”.
1976-1983: “Una muy controvertida reorganización nacional. Los años de plomo, la noche más oscura y el oprobio de la más sangrienta dictadura”, con anuncios de la mueblería n.n. y su slogan “Llévelos antes que desaparezcan”.
1983-1990: “El fracaso del éxito. Llega la democracia y con ella, la libertad, el destape, la militancia, la hiperinflación y los saqueos”. El título: “Alfonsín prometió ponerle punto final a la impunidad”.
1990-2000: “El fin de un siglo, del patrimonio público y del comunismo. El país se moderniza, se renueva y se derrumba.” La foto: el abrazo de Menen y Alfonsín. El título: “Con la reunión de Olivos comenzará una década de estabilidad total y sin apremios económicos”.
2000-2010: “La nueva Argentina y su asombroso parecido con la vieja. Pasado el temor del Fin de la historia otra década con claroscuros”. La columna de opinión: “Los piqueteros contra los derechos humanos de los taxistas”.
Hay más, pero el resumen parece suficiente para celebrar lo que podría llamarse el Primer Manual de Historia Irreverente al que cualquier docente puede echar mano para despertar a sus alumnos en clase. Tiene una ventaja adicional: su tamaño. Grande como para hacer ruido y enorme como para hacer reir hasta a los de la última fila.
Consultados sobre las motivaciones ocultas de este proyecto, sus creadores escribieron especialmente para mu el texto que sigue:
Lo inexplicable
¿Se puede celebrar en Argentina más de 60 años de un medio, sin tener que barrer debajo de la alfombra montañas y montañas de basura nauseabunda? Es difícil. En especial si se trata de un medio que aparece con una frecuencia más o menos regular (entre diario y mensuario, digamos), y si, además, la autocelebración viene en forma de grueso volumen, lleno de publicidades de empresas a las que les interesa el país, o al menos la mirada que sobre el país tiene el medio en cuestión.
No, definitivamente no se pueden cumplir todos esos requisitos sin que el medio que elige la autocelebración no haya sido cómplice de uno o varios poderes de turno, no haya apoyado a una o varias o todas las dictaduras militares que gobernaron la Argentina, ni haya dado cabida en sus páginas a autores fascistas, racistas o mercenarios del poder económico y/o político.
Existe un medio que tiene más de cien años y, al mismo tiempo, una dignísima trayectoria que lo ubica en los márgenes del poder: La protesta, el periódico anarquista, fundado en 1897. Claro que a nadie se le ocurriría sacar un Libro de oro de La Protesta, con papel lujoso, importantes espónsors y una tapa en el que el nombre de la publicación anarquista esté escrito en enormes letras doradas. ¿O sí?
Historia con historias
Supongamos que Barcelona no nació en abril de 2003. Supongamos que la historia se remonta a muchos años antes, digamos… 200 años. Además, eso de “la” historia… mmm… lo que importa aquí es contar historias, no una historia y mucho menos la historia. ¿O es que alguien puede pensar que existe la historia? Eso sería tan ridículo como creer en dios o en el periodismo independiente. Bueno, justamente, como no existe la historia es que nos dedicamos a contar historias.
No estamos hablando aquí del “fin de la historia” del que habló el boludazo de Francis Fukuyama. (A propósito, ¿se acuerdan cuando esa estupidez se discutía como si se tratara de un descubrimiento fenomenal? ¡Qué limados que estábamos en los 90!) No, no se trata del fin de la historia: lo que estamos diciendo es que la historia nunca existió. O, en todo caso, que aquello que llamamos “la historia” no es más que un montón de historias, tantas como las que se puedan sostener desde la atención de los lectores.
El gran relato que se pretende contar aquí es el del bicentenario de una revista que, casi casi, coincide con los 200 años de la Patria. Y el libro es de un tono absolutamente autocelebratorio, como ya lo hicieran La Nación, La Razón y, en menor medida, Clarín. Todos medios que tienen mucho que barrer debajo de la alfombra, como se decía al comienzo. Barcelona también, claro. La diferencia es que Barcelona muestra su genuflexión con orgullo.
Las rodillas bien limpias
Según consta en el Libro Negro, Barcelona nació el 24 de mayo de 1810 (entonces se llamaba El Censor de Barcelona), como una herramienta para la difusión de las ideas del Virrey Cisneros. Así lo explica Joan Jordi Carbonell i Sabadell, primer director y fundador de la dinastía Carbonell que, desde entonces, guía los destinos de la publicación. Tan sólo 24 horas después, El Censor dejaba de servir al Virrey y se ponía a las órdenes de los revolucionarios de Mayo. Desde entonces, Barcelona fue unitaria, federal, rosista, urquizista, mitrista, roquista, conservadora, radical, peronista, militarista, alfonsinista, menemista, duhaldista, kirchnerista y hasta delarruísta. Por supuesto, sus cambios políticos coincidieron con el momento en que cada una de estas personas, ideas o movimientos políticos estuvieron en el poder. Esto permitió un crecimiento económico constante, tal como se muestra en el apartado que el libro dedica a los distintos edificios en donde funcionó la redacción. Allí puede apreciarse el contraste que existe entre el modesto y vulnerable rancho de paja donde comenzó a forjarse esta historia y la majestuosa Torre de la Democracia, el edificio construido en Dubai por el arquitecto tucumano César Pelli, sede actual de la publicación.
La idea de hacer este Libro Negro surgió de una sección de la revista: las tapas históricas de Barcelona. Hace cuatro años publicamos, a fin de año, un dossier con portadas de los últimos 100 años. Y cuando llegó el bicentenario dijimos: “¿Por qué no…?” El que tomó la iniciativa fue Eduardo Blanco, el más apasionado por la historia de todos nosotros. Y, como sucede siempre, nos fuimos dando manija y arrancamos.
De repente estábamos armando un monstruo y le estábamos creando una historia gigante a Barcelona. Está bien, la revista lo merece. Y nosotros nos merecemos seguir hinchando las pelotas. Perdón, quise decir “seguir contando historias”. Sí, esas historias que arman esa historia que no existe pero que tanto nos gusta”.
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El grito sagrado
Gabo Ferro. En su nuevo libro Degenerados, anormales y delincuentes investiga cómo se diseñó el límite entre los incluidos y los excluidos de la patria, en tiempos clave de la formación del Estado-nación. En esta charla analiza ese pecado original y qué representa en el debate político de estos días. Un ejemplo: cómo los mismos medios de comunicación que difundieron los parámetros que construyeron la criminalización de las identidades sexuales diferentes, hablan hoy del “matrimonio gay”. Y dice: “Tenemos la oportunidad de tomar conciencia de que la Historia es una construcción cultural y que, por lo tanto, puede haber otras”. En su último disco, Boca arriba, lo expresa de otra manera. El 25 de Mayo estará presentándolo en Berlín y luego en España. Un trayecto que construyó solo, desafiando al mercado y poniendo a prueba a su propio público, que es el que mejor lo entiende.
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Había una vez
Historia vulgar. Un colectivo de investigadores, que se reconoce parido por el 19 y 20 de diciembre, divulga el pasado desde otra perspectiva. El resultado es un relato que tiene otros personajes fundamentales de la historia argentina: los de abajo.
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En la banquina de la patria sojera
Los banquineros del Chaco. 350 familias campesinas (unas 1.400 personas) viven al costado de tres rutas chaqueñas; 17 de ellas consiguieron acceder a su propia tierra el año pasado. Las claves para salir de esa marginación, el sentido de la identidad campesina, la escuela banquinera, y ciertos trucos para detectar dónde instalarse. (más…)
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No son cifras