CABA
En la banquina de la patria sojera
Los banquineros del Chaco. 350 familias campesinas (unas 1.400 personas) viven al costado de tres rutas chaqueñas; 17 de ellas consiguieron acceder a su propia tierra el año pasado. Las claves para salir de esa marginación, el sentido de la identidad campesina, la escuela banquinera, y ciertos trucos para detectar dónde instalarse. No es una nueva tribu urbana, ni un grupo de cumbia. Tampoco son hinchas de un club de fútbol. Primero, se reconocieron como familias campesinas: sin tierra y con derecho a poseerla. Vivían en las banquinas de las rutas del Chaco, alrededor de General San Martín. Se reunieron y eligieron su nombre: banquineros. Y comenzaron a moverse para dar vuelta la historia.
¿Cómo comprender esa historia? Una pista la aporta Fernando Santiago, del Instituto de Cultura Popular (incupo), una asociación civil sin fines de lucro que trabaja con comunidades rurales y aborígenes del norte. Fernando menciona números para definir matemáticamente la situación en General San Martín: “Tres personas poseen el 40 por ciento de los campos en este departamento, y no existen tierras fiscales”.
Otros números son la contracara y el efecto de los anteriores: alrededor de 350 familias, unas 1.400 personas, viven actualmente en las banquinas de las rutas provinciales 11, 3 y 7. Las une una economía hogareña basada en subsidios estatales para familias numerosas, y poseen pequeñas huertas para autoabastecerse, cultivadas a lo largo de la banquina. Los asentamientos familiares van sucediéndose al costado de la carretera. Los llaman los “larguifundios”.
Hay familias que permanecen allí desde hace 20 años, o más. Fernando reconoce que la identidad campesina es un valor vital en los banquineros, que han visto desaparecer los cultivos de algodón, y su propio trabajo en los campos. Son los testigos directos de una reconversión brutal del paisaje y del modelo de producción: en 1997 el algodón ocupaba el 70 por ciento de los cultivos de la provincia y ahora, sólo el 10. Reina la soja. Pero los banquineros no optaron por la ciudad. No les hace falta saber que desde 2001 hay 142 nuevos asentamientos en los alrededores de Resistencia, la capital provincial, para percibir que tampoco tendrán allí la oportunidad de vivir mejor.
Los invisibles
Chaco es una muestra de los límites borrosos entre empresarios y políticos ante la posibilidad de pensar un futuro distinto para la sociedad. Para ambos sectores el modelo sojero cumple la condición de regar dinero en las arcas personales y estatales –en algunas al menos–, escenario que sólo es posible concretar a costa de expulsar de los campos a los trabajadores rurales y sus familias.
incupo comenzó a participar hace cinco años de la Mesa de Tierra que se conformó con entes estatales, organizaciones no gubernamentales, pero principalmente los propios campesinos afectados por tres temas urgentes: desalojos, la falta de tierra, y de agua. Fernando cuenta que un día discutían la necesidad de realizar ciertos tendidos eléctricos, cuando un campesino observó: “Para qué discutimos esto, si ni siquiera tenemos tierra”.
Mesa de Tierra le dio prioridad al reclamo de los banquineros. Lo irónico fue que tuvieron que convencer a las autoridades de General San Martín de que no se trataba de un invento, ni mitología del lugar. “Nadie los veía –relata Fernando– las familias al costado de la ruta formaban parte del paisaje, se habían naturalizado. Se habían vuelto invisibles”.
La Mesa desarrolló un trabajo sobre los medios periodísticos provinciales, para que intentaran ver lo que tenían delante de sus narices. Luego realizó una investigación para detectar los terrenos improductivos, y una persecución tenaz a los diputados para conseguir la expropiación de los mismos en favor de las familias banquineras. La iniciativa del diputado Daniel San Cristóbal, presentada en julio de 2007 fue aprobada por la Legislatura chaqueña en mayo de 2009 por 32 votos a favor, sobre 33. Desde entonces, 17 familias abandonaron la vera de la ruta y se repartieron 460 hectáreas. Los propios banquineros hicieron el reparto según la siguiente ecuación: cantidad de hijos y de años sin poseer terrenos, sumado a la participación en las discusiones de la Mesa de Tierra.
El hecho es histórico, cree Fernando, aunque también resulta una gota en un océano donde 1.400 personas siguen en la banquina. En la Mesa creen que la ley se obtuvo por tenacidad, por movilización, pero fundamentalmente porque se logró hacer ver lo que ocurría: eso sensibilizó a los que tenían que votar. Del otro lado, los sectores sojeros y concentradores de la tierra, tal vez nunca imaginaron que se llegaría a esto. Fernando sentencia: “los madrugamos”.
25 años en la banquina
Una de las familias beneficiadas fue la de Vicenta Quiroz, que tiene 14 hijos con Victoriano Romero. “El más grande tiene 40 años, y el más chico 15” dice la señora que ceba mate con maestría mientras relata que la construcción de la nueva casa se convirtió en una ceremonia familiar. La suya es amplia, con laterales hechos con postes y uniones de adobe o barro. “De esa palma sacamos los materiales para el techo”, señala. Desmontaron una pieza en la banquina, levantaron otra acá. Así se fue construyendo la casa. “Hace muchos años estábamos en un lote. El dueño dijo que lo iba a vender y nos fuimos a la banquina. Estuvimos 25 años. Hace diez años empezamos a hacer reuniones para organizarnos. Yo no me quedaba quieta, me iba y reclamaba en todos lados un lugar donde estar. Era impresionante estar ahí en la ruta, en la banquina. Había que tener cuidado con los autos. Nos la pasábamos comiendo tierra”.
¿Nunca pensaron en ir a la ciudad?
Me ofrecieron una casita, pero no quise. Mi idea era criar animalitos, como siempre. Cuando uno no tiene platita para comprar la carne, se mata alguno, y se le da de comer a los chicos. Ellos iban a la escuela, al jardín, y todos terminaron su séptimo grado. Ahora están yendo a la secundaria acá en el campo.
¿Cómo fueron esos años en la banquina?
Nadie nos daba ni un pedazo de tierra. Éramos vagabundos que buscábamos cómo vivir, cómo trabajar y cuidar a los chicos. Yo participaba en las reuniones para organizarnos y los chicos, cuando crecieron, también. No teníamos mucho más para hacer.
¿Piensan colaborar para que otros obtengan sus tierras?
Claro, porque hay como 350 familias en las banquinas y siguen haciendo las reuniones a las cuales todos concurrimos. Los acompañamos para que puedan conseguir lo mismo que nosotros. Le decimos a la gente que siga yendo y que sean unidos. Si no hay unión, la cosa no va.
¿La unidad es difícil?
Si las cosas las hacen uno o dos solos, los poderosos se los comen. Entonces tiene que haber una organización grupal, para hacerle fuerza al poder. La idea es que vean que la gente realmente necesita las tierras para vivir.
La escuela banquinera
Una de las instituciones que apoyó a los banquineros es la Escuela de la Familia Agrícola (efa), nombre de una experiencia nacida hace 40 años de la mano del movimiento agrario. Hay 70 actualmente, y todas aplican el modelo pedagógico de la alternancia: los chicos permanecen 7 días en la escuela y otro tanto con sus familias. El mecanismo permite que los estudiantes estén en su propio medio sin emigrar a las grandes ciudades.
Lucrecia Marceli, directora de la Unidad Educativa Privada 141 efa “Fortaleza Campesina”, del Paraje Buena Vista, explica el apoyo a los banquineros de modo casi autobiográfico: “Soy hija de pequeños productores de Santa Fe, de un pueblo donde se hacía la fiesta nacional de la leche, pero donde todo fue remplazado por la soja”. Cuenta, además, que en esta zona de Chaco aprendió la diferencia entre campesino y productor, entendida como cuestión de identidad: “El productor agropecuario, por chico que sea, se posiciona incluso mentalmente desde la producción y el negocio. Ni siquiera tiene que vivir en el campo. En cambio para el campesino es una cuestión integral: el campo es donde elige estar, donde tiene para comer, donde desarrolla su vida”.
Esta efa banquinera nació hace dos años: “Hay aportes mínimos del gobierno para el comedor, y lo poco o mucho que suman las familias de los estudiantes”. La escuela comenzó con 100 chicos inscriptos. Comparte el terreno de una primaria estatal, empezando por la sombra de su árbol más frondoso, que hace las veces de aula para la efa.
La escuela funcionó como un impulso para varias de las familias sin tierra, a través de los chicos. Lucrecia: “Los hijos de los campesinos también forman parte de la Mesa de Tierra y nos pedían ayuda. Ofrecimos lo que pudimos: lugar para reunirse, comida. Cuando los chicos fueron a la Cámara de Diputados para explicar su situación, les dimos dinero para el viaje”.
Las Escuelas de la Familia Agrícola tienen una herramienta de investigación e intervención comunitaria llamada “plan de búsqueda”, un modo de saber dónde hay tierras disponibles, y quién es el supuesto propietario. Esas investigaciones permitieron detectar las hectáreas finalmente expropiadas para los banquineros. La directora admite: “La parte más movilizadora para mí fue cuando los legisladores votaron. Los campesinos decidieron no esperar un minuto, y ocupar la tierra. Vino la policía, y rodeó incluso a la escuela. Yo pasaba mate cocido a escondidas, y pudimos mandar colchones y comida. Y todo terminó bien”.
¿Cuál es la clave?
De vuelta en lo de Vicenta Quiroz, siguen las rondas de mate. Uno de sus hijos, Daniel, 25 años, suma sus propios sueños a los reclamos de sus mayores: “Estoy haciendo la secundaria, y después seguiré la carrera de técnico en fruti-horticultura. Quiero ayudar a gente como nosotros. Hay muchas personas que se encuentran aisladas de todos sus derechos porque no los conocen. A veces cuesta ponernos de acuerdo y llegar a un objetivo, pero espacios como la Mesa de Tierra sirven para escuchar diferentes propuestas y seguir avanzando. Para solucionar la falta de tierras, lo que necesitamos es más organización”.
Parece que van a hacer un estofado para festejar ese primer logro que representa sacar de la banquina a 17 familias. Constituyen el 5% de los banquineros. El 95% sigue sobreviviendo junto a la carretera.
Daniel decía que hace falta más organización.
¿Cuál es la clave para conseguirla?
Lo principal es estar consciente de lo que se quiere: la tierra. Y hablar entre todos. Y saber algo: hay que moverse para conseguir lo que todos queremos.
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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