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Hasta la victoria, ekeko

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En 1986 Rubén Mira escribió Guerrilleros, una salida al mar para Bolivia, una novela que recién se editó diez años después. Ahora, inspiró otra convocatoria. Es el leitmotiv de una muestra que reunirá a artistas de la viñeta satírica. “Bolivia es una línea de fuga -dice el escritor- un lugar donde todo puede ocurrir y cuando ocurre, traiciona”.

Primero fue el mito. La novela, Guerrileros, una salida al mar para Bolivia fue escrita en 1986 por Rubén Mira en el ocaso de la primavera alfonsinista. Recién se publicó diez años después y a pedido de una hinchada de críticos y amigos que clamaron por su edición. Ahora es la inspiración de una muestra que reúne a quince artistas de la viñeta, entre ellos Sergio Langer, Diego Parés, Gastón Souto, Damián Escalerandi, Liniers, Bianku, Elenio Pico, Pablo Páez, Pablo Cabrera y El Bruno. El resultado es una explosión de interpretaciones sobre el símbolo que reúne las más variadas connotaciones: el ekeko.
Rubén, el verdadero responsable de toda esta locura es el que mejor la explica: “Creo que Guerrilleros puede leerse como la prehistoria del poder indio, en tanto el umbral de lo nuevo es la repetición y mi novela trata justamente de eso: de la repetición de la experiencia guevarista por parte de un grupo de adolescentes. Pero… ¿tanto Evo pasó bajo del puente? Tengo confianza en que aun no vimos lo mejor. El proceso de poder indio en Bolivia recién comienza. Volviendo a la novela, siento que la aparición del poder indio en Bolivia actualiza los claroscuros y los juegos de inversiones que la propia novela propone a escala del siglo XXI. En mi novela los guerrilleros son guevaristas pero se alimentan con cocaína. No es de extrañar que en el actual panorama de Bolivia, pueda haber un foco guerrillero encabezado por los partidarios de Nazer, inspirado por el fascismo y el racismo, que se alcen en contra del poder de la coca. Esa segunda parte de Guerrilleros… no estaría mal escribirla.
¿Qué representa como ícono cultural Bolivia?
Para mí, Bolivia es una línea de fuga, un territorio imaginario, un lugar a donde todo puede ocurrir y cuando ocurre, traiciona. Es decir, no ocurre como se lo podía imaginar, o mucho menos pronosticar. Bolivia es mi territorio beatle y ciber punk a la vez. Sargento Pepper cantado por Johnny Rotten. Es, para la literatura como yo la imagino, o debería ser, lo que es México para la literatura norteamericana. Un límite a cruzar, para entrar en un territorio libre, inexplorado, encantador y horroroso, un lugar donde la vida adquiere otro valor, otro sentido. Por supuesto, esta Bolivia que propongo no tiene por qué guardar ninguna relación más que simbólica con la Bolivia real.
¿Cómo se “lee” el relato a través de esta exhibición de los ekekos?
El ekeko es el ícono de esta Bolivia imaginaria que propongo, un ícono construido en años y años de tradición, portador de la magia, la miniatura, el espíritu de la creencia en el juego, una presencia amable y a la vez desafiante, poderosa.
¿Qué es un ekeko?
Un ekeko es la confianza plena en la existencia de la felicidad y la abundancia aun en las condiciones más inestables y devastadoras. Un ekeko es un acto de fe colectiva, un catalizador del nosotros. Cada ekeko de la muestra es una lectura gráfica de la novela. Me gusta pensarlos de esa manera. Por ejemplo, el ekeko esperpéntico de Langer me recuerda a una de las pintadas que inspiraron mi novela. Había un mural que decía “Seremos como El Che”, abajo alguien le había escrito con aerosol: “Fiambres”. Ahí está la tensión de valores: la muerte como valor y como amenaza, la vida cuestionada. El ekeko de Diego Parés, por ejemplo, es un ekeko con la cabeza de Perón. Lee, a contramano de eso, el rebote de la experiencia guevarista en la Argentina de los 90. Ahora, en la muestra, todas esas lecturas gráficas sumadas ofrecen un panorama múltiple, de entradas que coinciden en algunos tópicos -como el consumo de drogas-, pero amplifican las posibilidades de lectura. La muestra es convocada por una novela, pero claramente se trata de una producción colectiva, que refleja sobre todo, un potencial y una generosidad que no es usual, porque todos los artistas que participan le regalaron al ekeko guerrillero su ekeko: su trabajo, su creatividad. En mi novela hay un rescate del nosotros, de la experiencia colectiva; creo que la muestra de alguna manera exalta el potencial creativo del nosotros.
¿Cuál es el destino de una novela tan celebrada como escasa? (Entiendo que cuando a una novela se la clasifica “de culto” es porque se indica que el mercado cerró sus posibilidades de encuentro con el lector).
No creo que la novela haya sido ni tan escasa ni tan celebrada. Simplemente, la primera edición se agotó y como Guerrilleros fue una novela un tanto rara, y además yo dejé de escribir, y algún amigo mío como Carlos Gamerro la elogió, se armó una pequeña leyenda a la que, creo, la reedición de la novela terminó desautorizando. Es un acto de justicia. Yo escribí Guerrilleros como una intervención política. Es en cierta forma una novela que anticipa el copamiento de La Tablada, con el que, a mi entender, terminan los años 80. Su persistencia literaria me interesa menos que sus efectos vitales. La novela me proporcionó muchas oportunidades para pensar colectivamente sobre mi generación, para fabricar nosotros, me regaló amigos importantes. Ojalá ese potencial del texto de generar vínculos perdure un tiempo más. El resto… que se vaya al olvido.
Sos guionista de historietas, de cine, novelista…, ¿hay diferencias en cuanto a las posibilidades de narrar?
Novelar y guionar son desde el punto de vista retórico ejercicios totalmente distintos, pero en mi caso tienen el mismo fundamento: el pensar en imágenes o el imaginar en imágenes. Para mí, la imagen suprema es el sueño concebido como realidad pura, en el mismo sentido en el que lo utiliza, por ejemplo, David Lynch. El sueño es composición, condensación, pero sobre todo, convivencia de capas de sentido y de visibilidad, tensión de pares, ingenuidad y crueldad, belleza y obscenidad, buen y mal gusto, coherencia e incoherencia. El sueño es resto, reciclaje, molestia. Esta comprensión del sueño como realidad material, es una herramienta única para explorar los problemas filosóficos y fácticos del mundo tal cual hoy se nos presenta. En ese territorio para mí se ubica el mundo de la narración y la ficción al cual pertenecen tanto la novela, como el cine y la historieta. Al enunciarla, ¿no te resulta un poco estrecha la persistencia de esta distinción genérica? Todas estas distinciones están siendo replanteadas hoy con una libertad absoluta, con una velocidad que los géneros tradicionales y la literatura no pueden controlar.
Mirado desde hoy, ¿cómo sintetizás tu viaje desde Guerrilleros hasta acá?
Después de escribir Guerrilleros y luego de una etapa de grandes planes dejé de escribir. Detesto la literatura, detesto el mundo literario. No encontré nada ahí y no tengo ni el amor propio para escribir solo ni siento la necesidad impostergable de expresarme a través de una obra. Necesito compañía. Y por suerte, la encontré trabajando de escritor: escribir un guión de cine o un guión de historieta implica la presencia de otros. Así que durante todos los años de retracción el trabajo me mantuvo escribiendo. Recién ahora empiezo a ver y a participar de los espacios que hubiese necesitado para seguir escribiendo en los años 80. Espacios desertores, laterales, provisorios, en los cuales la escritura se aleja por completo de la profesión y se valora como un modo más de los encuentros vitales y el festejo de los cuerpos.

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