CABA
La batalla invisible
Argentina originaria, el libro de Darío Aranda. Una investigación que recorre los principales temas y zonas de conflicto y traza las violentas continuidades del modelo económico extractivo. De norte a sur, cómo es el mapa actual de saqueos, pero también de resistencias.En Argentina no hubo un genocidio. Hubo dos. Se suele hablar de la dictadura, de los desaparecidos, de justicia. Pero existió un genocidio en el sentido original y más indiscutible del término, que sin embargo está desaparecido incluso del lenguaje progresista: el de los pueblos originarios. Hubo: campos de concentración, desaparecidos, torturas, robo de niños, asesinatos masivos. Además hubo saqueo liso y llano, esclavización, humillación.
Otra noticia: en muchos sentidos, este genocidio continúa cometiéndose, cosa de la que nadie va a enterarse leyendo los diarios pero sí Argentina Originaria, genocidios, saqueos y resistencias, un libro flamante de Darío Aranda, que arranca su recorrido con la siguiente escena: el cacique tehuelche Modesto Incayal, capturado junto a su familia, no fue a una cárcel ni a uno de los campos de concentración: lo exhibían en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Para mayor humillación, semidesnudo. Murió en 1888. Y muerto, también fue objeto de exhibición. “Como en el zoológico” dice Darío Aranda, pensando en aquel cacique tan distinto al de las historietas.
Darío lleva más de una década de sus 33 años de vida investigando estos temas: “En Argentina no se reconoce que la nación como tal fue fundada a partir de un genocidio. Creo que sobre todo es por una cuestión de clase. Hay una discriminación que persiste e ignora ese hecho sangriento”.
Del mismo modo se excluyen las resistencias que relata el libro, que han permitido que los pueblos indígenas sigan simbolizando temas, debates y estilos de vida que cada vez cobran más actualidad y que llegan hasta la recuperación de tierras y el cuestionamiento lúcido, y de hecho, a los actuales modos de producción.
Control remoto
En párrafo de Argentina Originaria:
“Contaban con un dios mucho antes de que la Iglesia Católica pisara lo que hoy es Argentina. Tenían formas de gobierno antes de que se instaurase el Virreinato del Río de la Plata. Y se regían por leyes propias mucho antes de que el país tuviera su primera Constitución Nacional.
Padecieron campos de concentración antes que el pueblo judío.
Conocieron de torturas y secuestros de bebés antes de la dictadura argentina de 1976.
Y defienden el territorio y los bienes naturales desde mucho antes de que se hablase de ecología”.
Sin embargo, los pueblos originarios argentinos son los desaparecidos de la Historia, y hasta de los billetes, donde se reivindica a Julio Argentino Roca -100 pesos- y la denominada “Campaña del Desierto” que implementó buena parte de las matanzas aquí narradas. Darío Aranda: “Me interesó el tema desde que estudiaba, y pude empezar a hacer colaboraciones en Página/12, primero con una mirada romántica o notas ‘color’ más anecdóticas y folklóricas”.
Una de las primeras cosas que descubrió Aranda no se refiere a los indígenas, sino a los periodistas. “Para mí hubo un momento importante, cuando pude ir a El Impenetrable. Fue un clic, porque lo que te marca es ir al lugar, conocer a las comunidades, hablar. Pero el libro me ayudó a pensar en el periodismo. Los medios grandes o comerciales no abordan el tema por desconocimiento y también por ignorancia. Es común oír decir que en Argentina no hay indígenas. El periodismo es un reflejo de esa ignorancia. Y hay además una cuestión de clase. Los periodistas son de clase media, urbana, y con la flexibilización laboral tienen varios trabajos. Por comodidad o conveniencia terminan convertidos en periodistas de escritorio. Ir al Chaco con 45 grados es más complicado que quedarse en la redacción con aire acondicionado. No digo que todos sean así. Pero hay mucho periodismo de agencias de noticias y de diarios que se cubre mirando televisión.
¿Televisión?
Claro, miran los noticieros, y después escriben las notas. O hablan por teléfono.
En política o economía, no siempre hablan con los protagonistas, sino con sus voceros y operadores.
Sí, ocurre hasta en el tema indígena. Cuando hay alguna actividad de pueblos originarios en Buenos Aires, para hacer una nota, los periodistas siempre prefieren hacer contacto con el abogado, con el antropólogo o con el técnico de la oenegé, si es que hay una. Hablan con los que son pares. No con los indígenas. Es un periodismo a distancia, sin conocimiento, sin vínculo.
Tal vez se trate de un nuevo oficio: periodismo de control remoto.
El enigma Cristina
Hay algo que Darío aclara con énfasis: “No me considero un especialista ni un experto, no me gustan esos motes. Algo conozco, viajé mucho, y aun así hace apenas cinco años que me enteré de los campos de concentración que se cuenta en el libro”. Uno de los casos relatados es el de la isla Martín García.
Tampoco le gusta la cuestión por la que se habla en nombre de los otros: “Es lo último que haría. Hay una palabra, ‘ellos’, que no nos sale con ese tono de distancia cuando hablamos de organizaciones urbanas. Sí con los indígenas. Quisiera borrar ese ‘ellos’, que refleja una contaminación del lenguaje que detesto”.
Sin reparación
Argentina Originaria bombardea datos e historias asombrosas, y propone tres ejes principales:
- El genocidio como pasado y presente.
- Las industrias extractivas.
- Las resistencias.
“Creo que la omisión sobre el genocidio indígena también se corresponde con una cuestión de clase, que incluye a intelectuales de izquierda y de izquierda peronista o kirchnerista, que relativizan lo que ocurrió. Pasó para mí con un artículo que discute los reclamos de plurinacionalidad de los indígenas. Creo que el fondo del problema es que las comunidades indígenas debaten cosas que ponen en aprietos al progresismo, como el tema de los recursos naturales, a quién pertenecen, cómo se debieran cuidar, y cuál es el modelo de desarrollo”.
Darío plantea una comparación con la actitud hacia los 70: “Los familiares de desaparecidos tuvieron una indemnización del Estado, que algunos aceptaron y otros no, fue un debate para las familias. Pero nunca se esbozó una posibilidad siquiera similar para el tema indígena. Una reparación histórica, sea económica, o de sus territorios”.
El Bicentenario reflotó estos temas y hubo una gran marcha de diez días de comunidades indígenas, que se encontraron con la Presidenta. “Se le plantearon distintos temas. En un momento ella explicó que si hay una explotación petrolera en alguna comunidad indígena, se van a tomar todos los recaudos para que el desalojo sea lo menos traumático posible. Hablé luego con varios referentes indígenas que me dijeron: ‘No entendió nada’. Lo que esperaban era que ella dijera que nunca una comunidad iba a ser trasladada por una industria extractiva. Un indígena me preguntaba: ‘¿Ella no entendió, o nos transmitió una decisión tomada?’. Yo no tengo respuestas a esa pregunta. Las respuestas deberían darlas las comunidades”.
Pasado presente
El libro implica un viaje permanente por el territorio y por el tiempo. Cuenta sobre la Conquista del Desierto, pero también sobre la menos conocida conquista del desierto verde. Explica Darío: “En la Patagonia la Conquista mató o esclavizó a la gran mayoría de los indígenas, porque no se los necesitaba ahí. Eran grandes campos que no requerían mano de obra. En la campaña de las provincias del norte hubo muertos y asesinatos, pero se necesitaba mano de obra esclava para los ingenios y algodonales. En muchos casos los reclutaron en el Ejército, y las mujeres y niños fueron destinados a ser sirvientes. Y al quitarles las tierras se les quitó su sustento, su forma de vida, y se los obligó a introducirse en el mercado capitalista”.
¿Y actualmente?
Hoy se intenta lo mismo. Expulsarlos de las tierras para dedicarlas a los modelos extractivos, y convertir a los indígenas en mano de obra barata.
¿Y el Estado?
Es el que establece estas políticas. Un compañero, Hernán Scandizzo, me hizo notar lo siguiente: en ciertas épocas de la historia el “tema indígena”, como se lo suele llamar despectivamente, lo manejaba el Ministerio de Guerra: esos pueblos eran el enemigo. Hoy lo administra Desarrollo Social, porque es una cuestión asistencial. No ocurre como en otros países donde hay una Secretaría o un Ministerio de Asuntos Indígenas. Hay una decisión de que se los trate así.
Como una minoría en problemas.
Como una minoría que no puede resolver sus problemas sin asistencialismo, que no tiene su propia forma de desarrollo. Se trata a los indígenas como a una clase inferior, o sea las antípodas de lo que plantea el libro y he vivenciado en las comunidades. Cualquiera que vaya a las comunidades se va a dar cuenta de que hay mucha lucha, mucha dignidad, mucho deseo.
Por eso el libro denuncia los crímenes, pero a la vez respira un tono de respeto y confianza en lo que las personas de las comunidades indígenas son capaces de hacer. Darío explica algo institucional: “La política indígena de Argentina hoy está instalada en un entrepiso de la Secretaría de Ambiente, donde funciona el INAI, Instituto Nacional de Asuntos Indígenas. Hay técnicos con planteos que pueden resultar muy interesantes, pero están en ese entrepiso oscuro, hacinado, lleno de expedientes. Para mí, es toda una imagen de cómo el Estado encara la situación”.
Muertos de hambre
Un caso emblemático del tratamiento que se le da a los pueblos originarios ocurrió cuando murieron diez tobas en el Chaco por desnutrición, en 2007. “Los medios trataban el tema en forma amarilla, fotos patéticas, se impulsaron campañas de ayuda. Hubo donaciones. Caridad. Pero nadie se preguntaba por las causas de esas muertes”. La Defensoría del Pueblo demandó al gobierno chaqueño por el “exterminio de comunidades tobas, y la vulneración permanente y sistemática de sus derechos humanos básicos”, y la Corte Suprema tuvo que intervenir ordenando a Provincia y Nación que atendieran esa situación de urgencia.
En 2010 los tobas denunciaron ante el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, que no se ha solucionado el problema del agua, la distribución de bolsones de alimentos es ineficiente, y la mortalidad infantil continúa idéntica. Asistencialismo y prensa amarilla, puede verse, no aportaron al fondo del problema. “Lo que denuncian los pueblos Qom, Wichi y Mocoví es que la situación social y sanitaria se vincula con la falta de tierra y los desmontes”.
Otras palabras
Argentina Originaria explica que los intelectuales llaman “bienes comunes” y los economistas “recursos no renovables”, a lo que los pueblos ancestrales definen como “nuestra vida”. La diferencia no es semántica, sino ética. Por eso el libro se suma a quienes denuncian el exterminio indígena como un delito de lesa humanidad que se sigue cometiendo en el presente. Explica Darío: “Uno habla de las muertes concretas, como lo que ocurrió con Javier Chocobar en Tucumán, por ejemplo, cacique diaguita asesinado por defender su territorio. Lo mataron hace un año, nada menos que el 12 de octubre”. En el libro están identificados los responsables, un empresario y policías relacionados con las patotas del Malevo Ferreyra. Todos libres.
El modelo y el inodoro
Todo el trabajo está atravesado por la cuestión de los modelos de producción, que empujaron antes y ahora a quitarles las tierras a los indígenas (y a la sociedad). Dato al pasar: el 95 % del bosque nativo de Córdoba ya ha desaparecido merced al desmonte de lo que se llama “modelo de desarrollo”. Explica Aranda: “Hubo distintos modelos extractivos. En la Patagonia se implementó ocupando grandes extensiones de territorio. Se expulsó a los indígenas para criar ovejas, por el tema de la lana. Hay algo que estoy reflexionando: una industria que no sé si llamar extractiva, pero que choca muchas veces con los pueblos indígenas es el turismo que avanza sobre territorios. En el sur Villa La Angostura es una referencia, o la zona de Iguazú. Eso les cambia la forma de vida. Si vivís en 5.000 hectáreas y pasás a tener 50, puede entenderse de lo que se está hablando”.
Un caso obvio es la minería: “En Jujuy, en Neuquén, entre otras provincias. Pero además hay legislación internacional a la que adhirió Argentina, que protege a las comunidades indígenas, y no se cumple. El tema está reconocido en la Constitución Nacional, en las constituciones provinciales: cuando se va a hacer algo con el territorio que puede implicar cambios en la forma de vida de las comunidades, éstas deben ser consultadas y deben dar su aprobación para cualquier proyecto. Pero la realidad es que hoy llegan las empresas mineras o petroleras, y avanzan sin importar las consecuencias”.
Otro caso es Chubut. “El pueblo de Esquel se movilizó, ganó el plebiscito, se prohibió la minería, pero el gobierno busca entonces abrir a las explotaciones la zona de la Meseta, poblada por pequeños campesinos y pueblos indígenas. El gobierno la llama Zona de Sacrificio. La propia asamblea de Esquel denuncia la discriminación. Quieren convertir la zona más pobre en un inodoro minero. Ahí se ve la diferencia entre sectores que tienen la capacidad de gritar, movilizarse, actuar ante el Poder Judicial, y sectores pobres que no tienen esa visibilidad”.
Lo que viene
Con sus reclamos, los pueblos originarios están planteando, entre otras rarezas, que se cumplan las actuales leyes. “De aplicarse la legislación actual, los pueblos indígenas son la llave jurídica para frenar el avance de industrias extractivas (petróleo, minería, forestales, agrícolas) y obras de infraestructura (represas, grandes caminos) que afectan directamente sus territorios” se lee en Argentina Originaria. Por eso su autor agrega: “Ése es el enfrentamiento, que además tiende a crecer”.
¿Por qué?
Porque las industrias extractivas y la política que las acompaña avanzan no sólo en Argentina sino en toda Latinoamérica, y van a aumentar las luchas indígenas, campesinas, rurales, las de las asambleas socio ambientales. Mientras la lucha urbana parece haber retrocedido a partir de la primavera económica, con organizaciones cooptadas por el Estado en unos casos, o debilitadas en otros, con los conflictos rurales y ambientales sucede lo contrario.
¿A qué lo atribuís?
Me parece que mientras en los sectores urbanos se lucha por lo económico, por parar la olla, en el caso de los indígenas y también los campesinos, fundamentalmente, por lo que se lucha es por mantener una forma de vida. Pueden tener mejoras económicas, pero si peligra su forma de vida, que es su territorio, se movilizan. Los indígenas y campesinos son la prueba viva de lo que ha significado el avance de las industrias extractivas, el neoliberalismo, de lo que implicó en su historia y en lo que llaman los “modelos de muerte”. Ellos son los que van a poner el cuerpo, y van a la acción directa. Lo tienen más claro que los periodistas, los políticos y los académicos. Por eso va a haber más luchas para que eso no suceda, y por eso se ve que hay tanta organización.
Monocultivo & renta
Pese a sus años de trabajo y colaboraciones Aranda es de los que no ha logrado –al igual que tantos colegas– vivir del periodismo asalariado. ¿Será que las concentraciones mediáticas que provocan estas subocupaciones, son reflejo de las concentraciones territoriales? Según Argentina Originaria, “el 10 por ciento de las denominadas ‘explotaciones agropecuarias’ más grandes concentran el 78 por ciento de las tierras, mientras que el 60 por ciento de las fincas más pequeñas se reparte apenas el 5 por ciento de la superficie cultivable del país”.
Darío considera que frente a ese modelo de concentración, la atomización de las comunidades indígenas es una debilidad, pero también una fortaleza. “Ningún gobierno, ni nacional ni provincial, puede dominarlos. Por ahí se acuerda con una organización de segundo o tercer grado del pueblo mapuche, pero al mismo tiempo pueden aparecer comunidades que no están en esa organización y hacen explotar conflictos, luchan, resisten. Es una ventaja. Hagan lo que hagan otros, ellos están diciendo: nosotros estamos acá, no vamos a dejar que pasen por arriba nuestro”.
Debate sobre el atraso
La defensa del modelo sostiene que los recursos naturales deben utilizarse para permitir el progreso, contra el atraso. Aranda se rasca la barba: “Si encontraran petróleo en la Recoleta, ¿permitirían que se explote? En cambio en Formosa le inundaron el cementerio a una comunidad. Hay una falsa disyuntiva que plantean las propias comunidades. La soja era el progreso, el avance, insumos, maquinarias, transgénicos, dólares de las multinacionales. ¿Qué pasó en estos 14 años? Más de 300.000 familias campesinas fueron desterradas de sus lugares, engrosando las villas miseria de las grandes ciudades. Llegó el desmonte masivo, los efectos de los agrotóxicos en la salud humana. Se perdió la soberanía alimentaria en un país que antes producía para sus habitantes, y ahora produce forraje para animales chinos y europeos. ¿Eso es el progreso? Para mí la soja demuestra que progreso-atraso es una falsa disyuntiva”.
Darío explora una noción de autonomía y de democracia: “Estamos en una etapa en la que el progreso no lo tiene que decidir un iluminado desde arriba, y mucho menos una transnacional. El desarrollo de cada región lo tienen que decidir las propias comunidades: campesinas, indígenas y también las urbanas, como ocurrió en Esquel y el rechazo a la minería. ¿Por qué no hacemos lo mismo con todas las comunidades?”. La respuesta es inquietante: se haría lo que quieren las comunidades, y no lo que negocian políticos y empresas. “Pero eso sería lograr una autonomía, una democracia con mayúsculas, con la gente decidiendo, y no obedeciendo a funcionarios de escritorio, o a empresarios de Toronto”.
En el planteo de Aranda hay algo novedoso: más que identidad, postula que hay formas de vida que buscan defenderse. “Cosechar, criar animales, no vender tu fuerza de trabajo, disfrutar una cultura distinta a la de las ciudades. Lo que se les quiere ofrecer es que dejen de ser eso y pasen a ser parte de la manada que somos todos nosotros. Se quiere romper esa particularidad y que abandonen los territorios”.
¿Quiénes molestan?
Entre las luchas actuales, Darío cree que hay que hablar de reforma agraria, que no representa para las actuales comunidades una expropiación convocando a desalambrar, al estilo de los 70: “Hoy se habla de revisar los títulos de propiedad, como el caso de Benetton o tantos otros grandes terratenientes, para estudiar su legitimidad. Es enorme la cantidad de lugares sospechados de haber sido robados o mal comprados. Y en los casos en que se pueda repartir tierras, generar las condiciones para que sean aptas y suficientes para la producción y el consumo local, y para abastecer mercados cercanos. Esto podría lograr algo que plantea el Movimiento Nacional Campesino Indígena: la vuelta al campo de mucha familias, en la medida en que encuentren una posibilidad de vida y de producción dignas”.
¿Cómo funcionaría una idea como ésa, un cambio en los flujos migratorios y culturales, ante el actual modelo productivo? Sostiene Aranda: “Choca con el modelo de desarrollo que tiene el país, que es de extracción de recursos naturales, de bienes comunes. ¿Y qué es lo que molesta? Las poblaciones. Al mercado le molestan las poblaciones que resisten”. Entre la gente potencialmente molesta, las organizaciones indígenas estiman que hay 1.500.000 aborígenes en Argentina, que se autorreconocen como tales. Representan un 3,9 por ciento de la población, proporción mayor que la de Colombia, Venezuela, Paraguay y Brasil.
Un indicio sobre lo que logran las poblaciones molestas: el libro cuenta que en los últimos años el pueblo mapuche recuperó 233.000 hectáreas, once veces la superficie de la ciudad de Buenos Aires. “Volvió a sus tierras con el respaldo de tratados internacionales de rango superior al de las leyes locales, que imponen una concepción diferente de la tierra, e interpelan el concepto de propiedad individual en busca de rentabilidad, para suplantarlo por el de espacio colectivo”.
Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
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