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La industria de la vagina. Sheila Jeffreys, inglesa, feminista, prestigiosa académica residente en Australia, investigó la relación entre dos tipos de explotaciones: la económica y la sexual. Su conclusión: auge de la trata en zonas mineras y en países donde los privilegios machistas son desafiados.

MinasClara y contundente, Sheila Jeffreys define su libro así: “La industria de la vagina comienza con el sobreentendido de que la prostitución es una práctica cultural nociva. Es una práctica que se desarrolló fundamentalmente a través del cuerpo de las mujeres y para beneficio de los hombres”. Esta mirada es la que construye su investigación sobre lo que representa el negocio de la prostitución hoy en el proceso de globalización económica. Con datos sorprendentes (“Los clubes de estriptis del mundo se evalúan en 75 mil millones de dólares, de los cuales 15 mil millones se generan sólo en Estados Unidos, donde el estriptis es más rentable que el béisbol”) y conclusiones que pueden parecer obvias por estar hilvanadas por un espíritu tan didáctico como político. Su intención es destruir cada uno de los argumentos con que se sostiene el negocio de la explotación sexual. Especialmente, los que supuestamente provienen de su bando ideológico, el feminismo. Sin embargo, lo más interesante y novedoso de este libro es la relación que establece entre el desarrollo económico y la prostitución. Y en especial, cuando se lo lee en clave de actualidad argentina. Jeffreys aporta estudios y datos que revelan la promiscuidad de los modelos económicos extractivos y la explotación sexual de mujeres. Señala, además, una actividad en especial: la minería. Su vínculo con la trata, informa, es antigua y genealógica. Una engendra a la otra.
A comienzos de los 90, esta feminista británica emigró a Australia, donde se encontró con una sorpresa: allí se había legalizado la prostitución en 1984 y a esa altura ya estaban a la vista los efectos concretos de esa medida. Una industria del sexo consolidada y millonaria, incluso con prostíbulos que cotizaban en la Bolsa, contrastaban con las miserables prostitutas que deambulaban por las calles de su ciudad. Pero la sorpresa de Jeffreys se debía a otra cosa: cómo las feministas australianas habían naturalizado la violencia de esa situación bajo la tranquilizadora fórmula de considerar “trabajo” a la prostitución. Así encontró el impulso para investigar La industria de la vagina, cuyo subtítulo deja en claro desde dónde la analizó: “La economía política de la comercialización global del sexo”. El libro transmite su obsesión por refutar uno por uno los argumentos que destruyeron al feminismo inyectándole el virus de la gramática neoliberal. Estos párrafos pueden leerse, entonces, como los puños de Jeffreys golpeando las conciencias de sus colegas, pero también como una forma de mirar el bosque, árbol por árbol, brutalmente hachado:
 
 
Boom. La prostitución no decayó. En contra de la convicción del feminismo anterior a los años ochenta de que la prostitución era un signo y un ejemplo de la subordinación femenina y que, por lo tanto, dejaría de existir cuando las mujeres adquirieran mayores derechos igualitarios, a fines del siglo 20 la prostitución se ha transformado en un sector del mercado global floreciente e inmensamente rentable.
 
 
Industria. Las feministas de los años sesenta y setenta pensaron la prostitución como un resabio de las sociedades tradicionalmente dominadas por los hombres, que desaparecería con el avance de la igualdad femenina. Era un fósil viviente, una forma antigua de relaciones esclavistas. Kate Millett escribió en 1970 que la prostitución era paradigmática de la base misma de la condición femenina que reducía a la mujer a la concha. Pero a fines del siglo 20 varias fuerzas se reunieron para darle vida a una nueva ideología, que converge con la ideología del libre mercado, para reconstruir a la prostitución como trabajo legítimo que funciona como base de las industrias del sexo, tanto a nivel nacional como internacional. Un proceso que debe ser entendido como la comercialización de la subordinación femenina.
 
 
Escala. La globalización de la industria del sexo implica que los cuerpos femeninos ya no están confinados a los límites de una nación. El siglo 20 fue testigo del hecho de que los países ricos prostituyan a las mujeres de los países pobres como una nueva forma de colonialismo. La cadena de abastecimiento se ha internacionalizado a través de la trata de mujeres a gran escala, desde países pobres de distintos continentes hacia países ricos. Han aumentado la escala y el carácter internacional de la industria.
 
Desarrollo. La prostitución se ha globalizado también a través del proceso de desarrollo económico en países previamente organizados alrededor de la subsistencia. Mientras las compañías extranjeras de minería inauguran nuevas áreas para nuevas formas de explotación colonial, también ponen a la industria de la prostitución al servicio de los trabajadores. Esta industria ha tenido un profundo impacto en las culturas locales y en las relaciones entre hombres y mujeres. Esta práctica se dio, por ejemplo, en el “desarrollo” de Australia en el siglo 19, cuando las mujeres nativas o las llevadas de Japón se pusieron al servicio de los hombres involucrados en expropiar tierras indígenas y entregarlas a la explotación minera y ganadera.
 
 
Siervas. El trabajo de Raelene Frances sobre la historia de la prostitución en Australia aporta valiosa información acerca de cómo se implementó allí la trata de niñas japonesas. Se las llevó a ciudades mineras y se las forzó a trabajar para pagar la deuda del traslado. Estaban destinadas al servicio sexual de los trabajadores de esas áreas aisladas y desempeñaron un papel importante en el desarrollo económico de Australia. La prosperidad de Australia hoy está en deuda con la prostitución de esas mujeres que vivieron en condiciones de servidumbre.
 
 
Relación. Hay pruebas de que la violencia contra la mujer aumenta en intensidad en aquellos lugares donde las relaciones de género se transforman y los privilegios masculinos son desafiados. El desarrollo de la violencia contra la mujer tiene lugar en relación con los cambios económicos de muchos países de Latinoamérica. Esa violencia contra la mujer es una de las áreas que empiezan a recibir atención en los estudios del desarrollo, pero el modo en que la prostitución se liga al desarrollo es mucho menos estudiado.
 
 
Minas. La prostitución se crea, incluso en culturas que no conocieron ninguna forma previa de dicha práctica, para servir a los trabajadores varones en proyectos de desarrollo económico como la minería. Cynthia Enloe, cuyo trabajo siempre abre nuevos horizontes en los modos de llamar la atención acerca de los daños sufridos por las mujeres en el desarrollo internacional económico y militar, señala la relación entre la prostitución de niñas y mujeres en Brasil y las plantaciones de bananas, la minería y la explotación forestal. La minería se menciona como una contribución al crecimiento de la prostitución ya en 1900. Desde los comienzos, los colonizadores que empezaron a desarrollar la minería crearon una industria de la prostitución, en una cultura en la que no había existido, para los trabajadores locales.
 
 
Ambiente. Las preocupaciones éticas que se consideran en relación con los avances mineros y forestales deben incluir a la prostitución junto a cuestiones como los derechos territoriales, los derechos humanos y la destrucción ambiental. Los daños de la prostitución quizá pueden hacerse visibles si los cuerpos de las niñas son considerados parte del entorno ambiental. La industria del sexo no puede ser aislada, puesta al margen de la sociedad, para que los varones abusen de las mujeres en la reclusión de la industria.
 
 
Condena. No hay duda de que la prostitución de las mujeres ha tenido un rol significativo en el desarrollo de muchas economías nacionales y que continúa teniéndolo. La cuestión es si esto debe ser condenado o celebrado. El rol de la esclavitud en la construcción de la supremacía económica británica durante el siglo 19, por ejemplo, se considera un motivo de vergüenza, no de celebración.
 
 
Ficción. En las últimas dos décadas, el lenguaje utilizado en la escritura académica y en la normativa política ha cambiado considerablemente en la medida en que la prostitución se ha normalizado. Incluso las investigadoras y activistas feministas emplean ahora, en general, un nuevo lenguaje compuesto de eufemismos, de manera tal que hasta el uso del término prostitución se ha vuelto inusual. Suscriben así la idea de que hay un tipo de prostitución libre y respetable, que involucra a adultos, y que puede ser vista como trabajo y, por lo tanto, legalizada, porque apela a un individuo racional y capaz de elegir. Si bien la mayor parte de la prostitución no encaja muy bien en esta imagen, esta es una ficción necesaria que subyace a la normalización de la industria. Los principales vectores del vocabulario neoliberal en relación a la prostitución son los organismos vinculados al concepto de trabajo sexual, creados o subvencionados por gobiernos para entregar preservativos a las prostitutas para prevenir la transmisión de VIH. Este dinero para el sida ha creado una poderosa fuerza de organizaciones que adoptan la posición de que la prostitución es como cualquier otro trabajo. Esta posición es cómoda para los gobiernos y las agencias de la ONU porque no discute el derecho de los hombres a pagar por sexo.
 
 
Libertad. Aunque el impulso de tomar la posición del sexo como trabajo podría ser visto como progresista de parte de muchas teóricas y activistas que la adoptaron, el lenguaje y los conceptos de esta postura son justamente aquellos que mejor se ajustan a la actual ideología económica del neoliberalismo. Se concentran en la libertad de acción individual de la prostituta en lugar de concentrarse en las opresivas relaciones de poder en las que está inmersa. Las relaciones de poder en las que la prostitución tiene lugar se fundan en el derecho de los varones al sexo. Bajo la dominación masculina, las mujeres pueden negociar cualquier cosa, excepto el derecho de los hombres a ser sexualmente atendidos, que es innegociable. La libertad no es negociar lo que es inevitable, sino la capacidad de transformar radicalmente la situación y/o determinarla.
 
 
Ganancias. El enfoque que enfatiza la decisión racional de las mujeres para ingresar a la prostitución se basa en las ganancias que pueden obtener. Han comenzado a realizarse algunas investigaciones que abordan la economía de la prostitución desde el punto de vista de las mujeres prostituidas. Demuestran que aunque la prostitución conforma un sector del mercado global cada vez más rentable, las ganancias van fundamentalmente a aquellos que controlan el negocio. Un informe que analiza la prostitución en Winnipeg, Canadá, revela que luego de cubrir los costos (porcentajes a proxenetas, drogas y alcohol para distanciarse del abuso) las ganancias netas de las mujeres prostituidas constituyen menos de un 8% de las ganancias en bruto que generan.
 
 
Trata. Las leyes y las políticas sobre la trata de mujeres giran siempre en torno a los tratantes y a las víctimas de la trata. No se ha prestado demasiada atención a las causas profundas, ni siquiera se ha llegado a un acuerdo de cuáles son. Los factores de empuje, que vuelven a niñas y mujeres vulnerables a la trata, son la destrucción de sus medios de subsistencia y la desigualdad global.
 
 
Demanda. También es muy raro que enfoquen hacia los factores que crean la demanda, porque eso implica el ataque a la industria del sexo en sí misma y a formas de privilegio del sexo masculino. Desde una perspectiva crítica feminista, la prostitución puede entenderse como el comportamiento de Estados patriarcales que actúan a favor de los intereses de los ciudadanos hombres. En este sentido, el Estado asegura y organiza el acceso de sus ciudadanos hombres a las mujeres prostituidas. El “contrato sexual” subyace al “contrato social” y garantiza el derecho masculino por el cual el hombre recibe acceso y control sobre el cuerpo de las mujeres en la forma de matrimonio servil y en las varias formas de prostitución. Probablemente en la actualidad sea más apremiante, cuando el contrato sexual original ya fue atacado por el movimiento cada vez mayor de la mujer hacia las esferas públicas y su rechazo a aceptar las condiciones serviles del matrimonio. El Estado, entonces, ofrece una compensación, un guiño a los ciudadanos masculinos sobre el verdadero rol de las mujeres y la protección del estatus superior de los hombres y sus privilegios.
 
 
Prostituyentes. El comportamiento masculino que lleva a la prostitución es una construcción social. Es un comportamiento aprendido, y en las sociedades donde se lo desalienta o penaliza, es posible reducirlo. Los hombres necesitan una oportunidad de discutir lo que significa ser hombre y por qué usan el pene, la boca o el ano de las maneras en que los usan.
 
 
Salida. Una estrategia para poner fin a la prostitución debe ofrecer programas abarcadores de salida a las mujeres y a las jóvenes prostituidas. Salir de la prostitución es difícil por numerosas razones y a cada una de ellas hay que darle una solución. La necesidad extrema que conduce a tantas mujeres a la prostitución debe abordarse en el nivel práctico de provisión de sustento y creación de empleo, junto con las medidas para reducir la demanda.

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Loncopué, Neuquén: Elecciones de vida

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Loncopué quiere votar “No a la minería”. A 300 kilómetros de la capital de Neuquén, los vecinos se organizaron para resistir el desembarco de un proyecto minero chino. Comenzó con una maestra, un cura y un abogado y terminó reuniendo en asamblea a políticos oficialistas y opositores, estancieros y sindicalistas.

Texto: Sergio Ciancaglini
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Oración de la Virgen Barbie

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Ya no quiero ser la Virgen Barbie.
Ya no quiero ser la patrona del racismo
ni la protectora del capitalismo.
No quiero ser la Virgen Barbie.
No quiero enseñar a las niñas
a odiar sus cuerpos morenos.
No quiero ser nido
de prejuicio, insultos y complejos.
No quiero ser la Virgen administradora
y santificadora de privilegios.
 
No quiero hacer milagrosos matrimonios
ni encontrar príncipes azules
tiranos, celosos y violentos
para mujeres ilusionadas,
ingenuas y equivocadas.
No quiero ser perfecta, ni virtuosa
No quiero ser modelo de belleza,
No quiero mirar la vida
desde arriba de un altar.
No quiero juzgar a nadie
ni tampoco tener el derecho de perdonar.
 
No quiero ser yo.
Quiero ser otra distinta.
Alegre, amiga, defectuosa,
imperfecta y amante…
pisar con mis pies el piso,
pasear por la ciudad,
bailar en las calles.
 
Que detrás de mí
el capitalismo se derrumbe
y pierda hasta los dioses
y las vírgenes que lo sustentan.
Que detrás de mí
se desmorone el racismo
y el color blanco que lo sustenta.
Que los úteros de las mujeres blancas
puedan parir hijas morenas.
Que las morenas tengan hijos rubios.
Y que el amor y el placer nos mezcle
y nos mezcle y nos mezcle.
Hasta diluir todas las estirpes de nobles,
de patrones y de dueños del mundo.
 
No quiero ser la madre de dios,
de ese dios blanco civilizado y conquistador.
Que dios se quede huérfano
sin madre ni virgen.
Que se queden vacíos los altares
Y los púlpitos.
Yo dejo este altar mío.
Los abandono por decisión libre.
Me voy, lo dejo vacío.
Quiero vivir, sanarme de todo racismo,
de toda condena, de toda dominación.
Quiero sanarme yo misma
y ser una mujer simple.
Ser como la música que solo sirve
para alegrar los corazones.
He descubierto que para ser feliz
solo hay que renunciar a tus privilegios,
a tus virtudes y perfecciones.
 
Proclamo la inutilidad de los privilegios.
La tristeza de los altares.
La muerte del capitalismo.
 
 
 

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Flor de jardín

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Mi mamá trabaja, la guardería de Mujeres Creando. Una escuela feminista que enseña a no confundir regalos con afecto ni cariño con violencia. Abierto de 7 a 23, para madres que trabajan, estudian o se divierten.
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