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El pan nuestro
Evencoop. Lograron construir con mucho esfuerzo un lugar de trabajo que les da sustento y alegría. Producen viandas para comedores escolares y tienen una panadería.
Una mañana a pleno sol en Liniers, barrio porteño que bordea un tramo de la General Paz, casas bajas, jardines con flores, la radio resuena en las calles y el colectivo 80 deja su tóxica estela de humo urbano. A medida que me alejo de la avenida Rivadavia se trasluce una postal en la que imagino que los vecinos toman mate en la vereda. No lo pregunto para evitar el desengaño.
Dentro de un local en Lisandro de la Torre al 700 están tomando mate con guarnición: bizcochitos de grasa, pan con manteca, con dulce de leche o con mermelada (light) de ciruelas. Pienso que es el mejor desayuno que pueda pedirse y agradezco la invitación a sumarme. Una vez finalizado, cinco personas se levantan, se lavan meticulosamente las manos, traspasan una abertura de la que cuelga una cortina de plástico transparente y arrancan con la preparación de los sandwiches de miga. Me quedo en la mesa de las delicias para seguir compartiendo mate y charla con Leticia y Melina. Ellas me cuentan que hace diez años nació Evencoop, una cooperativa que combina juventud, buen humor, dedicación y ganas de hacer cosas. Y bien.
Empezar dos veces
Comenzaron en 2001 como una cooperativa de mozos. Eran seis y trabajaban sumando servicios junto a otra cooperativa que ofrecía el catering. Más tarde, esta socia eventual se disolvió y algunos de sus integrantes encontraron refugio en Evencoop. Así llegaron a organizar un evento para 800 personas, que fue el primer gran desafío, ya que tenían poca experiencia pero muchas ganas de trabajar. Lo superaron con éxito y continuaron ofreciendo un servicio integral: desde la comida, los mozos, mantelería, vajilla, hasta disc jockey y souvenirs.
Leticia y Melina comparten algunas características vitales: las dos son veinteañeras, madres solteras y, al escucharlas, se les nota el entusiasmo por lo que hacen. Como muchos jóvenes de su edad, transitaron por varios empleos temporarios, en los que trabajaban mucho pero ganaban poco. Leticia estaba terminando el secundario, atendía el teléfono en una remisería, hacía encuestas y tuvo otras ocupaciones esporádicas. El sueño del “trabajo estable” se hizo realidad en Evencoop.
Dice que eligieron ser cooperativa porque conocían el espíritu que las sostiene, los valores que defienden y con los que se sentían identificados. Cuenta que hubo tiempos en los que trabajaron sin cobrar, llevaban ollas de sus casas y caminaban para ahorrar las monedas del colectivo, apostando a que en algún momento la cooperativa pudiera ser rentable. Recuerdan la ocasión en la que lograron comprar pantalones y camisas para tres: al fin podían vestirse con uniforme para dar una imagen más profesional.
Ganancias
Son doce integrantes y, al comienzo, todos hacían todo, hasta que se dieron cuenta de que era mejor que cada uno tuviera una tarea asignada. Leticia se encarga de la parte administrativa, hay un responsable de calidad, otro de producción y al terminar el desayuno que comparten todas las mañanas, cada uno sabe lo que le toca hacer ese día. “Cuando me despierto en mi casa no digo `la puta madre tengo que ir a trabajar´: yo vengo contenta. La gente es compañera, sé cuánto cobro y por qué estoy cobrando eso. Ahora ganamos un monto digno, pero antes era muy poco y todos sabíamos por qué. Hacemos una reunión por mes, a veces más, y todos decidimos todo. Llevamos un informe de lo que entra y sale, de lo que se reparte y si a fin de año queda algo de plata extra, lo repartimos”, cuenta Leticia que, a sus 25 años, aprendió a valorar las ventajas de trabajar con alegría. Melina agrega: “La jornada laboral es de siete horas por día. Leti y yo tenemos hijos y esto nos permite ocuparnos de llevarlos al colegio. Las dos entramos más tarde y también nos vamos más tarde”.
El aguante
La constancia y la convicción tuvieron su merecida recompensa. En 2005 alquilaban un local en Mataderos y surgió la posibilidad de preparar las viandas que el Gobierno de la Ciudad distribuye en colegios secundarios. El inconveniente era que tenían que contar con un importante monto inicial para comprar la mercadería con la cual preparar los refrigerios. Consiguieron un préstamo para emprendedores y así pudieron comenzar con esta nueva etapa, que significó un salto dentro de la estructura de la cooperativa y la tranquilidad de alcanzar una economía más estable. Leticia cuenta cómo pudieron acceder a esta oportunidad: “Es un programa que nació en la Secretaría de Educación, que se llama Unidades Productivas. En ese momento, el gobierno porteño decidió darles un porcentaje de las viandas a cooperativas o empresas autogestionadas. Demostramos que somos eficientes, que podemos brindar un buen servicio. Cuando empezó el programa éramos siete cooperativas y a los dos años empezaron a caer algunas. Uno de los problemas es la forma de pago: hemos estado hasta tres meses sin cobrar. Aguantamos gracias a que trabajamos con los mismos proveedores y hay confianza”.
Gracias al esfuerzo diario y a un crédito que sacaron en el Banco Credicoop, pudieron comprar el local de Liniers, donde están instalados desde hace un par de años. El programa de las viandas es un ingreso significativo para las finanzas de la cooperativa, aunque para no depender exclusivamente de esa entrada, decidieron alquilar un pequeño local a unas pocas cuadras, en el que venden comidas. También esperan ansiosos la llegada del horno, que les va a permitir cocinar los panes que incluyen en las viandas para los colegios y para los panchos que un proveedor prometió comprarles con regularidad, además de pan dulce para las fiestas. “La idea de la panadería es incorporar personas jóvenes. Este año empezamos a trabajar con el programa Articulación Territorial, que depende de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia. Son chicos que están con alguna causa judicial, menores de edad que viven en hogares. El programa les propone hacer una pasantía: trabajan durante seis meses a la par nuestra, y cobran un sueldo”, destaca Leticia.
Aprendizajes
El camino de la autogestión les da satisfacciones constantes, palpables, cotidianas, aunque también se les hizo cuesta arriba en algunos momentos, cuando tuvieron que lidiar con un mundo desconocido: sacar una cuenta bancaria, tener el balance anual, pagar monotributo. Difíciles pruebas a las que lograron sobreponerse. Agradecen cada aliento que recibieron, como si fuera una ayuda, aunque saben que es un derecho. Mediante el Programa Trabajo Autogestionado, del Ministerio de Trabajo, obtuvieron un subsidio con el que adquirieron la amasadora y la sobadora, y próximamente harán refacciones para optimizar el uso del local. Además, reciben la asistencia de un licenciado en Alimentos que les enseña cómo mejorar las formas de producción. “Entendemos que es una forma distinta de trabajo, que es solidaria y que es nuestra obligación ayudar a la comunidad”, afirma Leticia. Y cuenta que el Banco Credicoop organiza charlas con las escuelas del barrio, para que las cooperativas relaten sus experiencias: “Les contamos con palabras sencillas cómo nos manejamos. Muchos no entienden cómo se puede trabajar sin un patrón. No entienden cómo podemos decidir todos, que no haya quien mande, no tienen fe en sus capacidades”.
Con mucho orgullo, invitan a participar del festejo que están preparando para la noche del 16 de diciembre. Habrá exquisitos choripanes, un ensamble de tambores, una banda de cumbia colombiana y muchas ganas de celebrarr en la calle todo lo que lograron y todo lo que está por venir.
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Paren de fumigar
Este es un breve resumen de los informes que en diferentes localidades elaboraron médicos y científicos. Tienen en común la seriedad de las fuentes y la coincidencia de los resultados. Señalan que existe una relación entre el aumento de casos de cáncer, malformaciones congénitas y leucemia en las zonas de mayor fumigación con agrotóxicos. Por el momento son los únicos que trascendieron y con mucha dificultad para su difusión, sobre un tema que preocupa y moviliza a los vecinos de las zonas afectadas, principales motores de campañas y denuncias judiciales que lograron hasta ahora resultados parciales y provisorios. El debate de fondo es el modelo agroindustrial que afecta hoy a todo el campo argentino.
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La peste
Paren de fumigar. Un caso raro, una sospecha, un diagnóstico: médicos, pediatras y científicos de distintas provincias inundadas por el monocultivo y el glifosato fueron, casi siempre en soledad, el amplificador de una realidad silenciada al detectar que el crecimiento exponencial de malformaciones de bebés, cáncer y abortos a repetición, no es una plaga sobrenatural sino el efecto de un tipo de modelo productivo. En Chaco un informe impulsado por una pediatra oficialista (pero no obsecuente) determinó un 300% de aumento de casos de cáncer y 400% de malformaciones en zonas altamente fumigadas. Algunas de las voces que no se resignan a estas epidemias.
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