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Recuperate

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Cooperativa Lacar. Un lunes imprevisto encontraron la empresa cerrada y vaciada. 70 trabajadoras y trabajadores de la fábrica y los locales de venta de las camperas Lacar superaron su propio asombro y su miedo, se organizaron como cooperativa y se preparan para cumplir un sueño que confeccionan sin patrón: trabajar autogestivamente.

RecuperateTodo arrancó ese domingo, cuando te llamaron para contarte que estaban vaciando los locales. No, no puede ser, pensaste. Si no me avisaron nada… El lunes, cuando fuiste a laburar como todos los días, lo confirmaste en la propia puerta de la fábrica: “Nostarco se mudó”, mentía un cartel. Y te quedaste ahí, esperando que alguien te explique. El martes volviste a quedarte parada todo el día frente a esa puerta cerrada pensando que algo iba a pasar; el miércoles pensaste que los directivos se iban a presentar en la audiencia del Ministerio, el jueves pensaste… recién el viernes te diste cuenta que no. Que te estafaron. Que se escaparon. Que estás en la calle.
Igual que tus compañeros del local,
y los de la fábrica,
y los administrativos.
Pensaste que tu marido te iba a decir “Dejá gorda, no te metás, ¿para qué?”.
Y ahí te cayó la ficha: “Acá se trata de otra cosa. Acá, si no peleamos todos juntos, estamos fritos”.
Eliana me cuenta que a su compañero Aguirre le pasó algo parecido. Recién entendió esto, entendió todo, cuando su vieja lo levantó del lloriqueo con un grito: “Yo toda la vida militando y luchando y vos llorando como un pelotudo…”.
Si habían pasado por algo así más de 200 fábricas recuperadas, si en la cooperativa todos podíamos ser los dueños, ¿por qué no?
Eliana, Aguirre y casi 70 trabajadores de la marca de camperas Lacar están atravesando las primeras preguntas colectivas, las primeras asambleas de sus vidas, aprendiendo sobre el pucho cómo redactar un reglamento interno o un plan de negocios, o simplemente conociéndose entre “los de la fábrica” y “los de los locales”, que ahora ríen y discuten y piensan, todos, juntos, nuevas formas de trabajar y vivir sin patrón.
Corte y confección
La firma Nostarco S.A., concesionaria de la marca de camperas Lacar, arrastra desde 2001 una convocatoria de acreedores que terminó de pagar su última cuota este octubre. Desde marzo, igual, ya venía recortando personal mes a mes. Llegaba septiembre y nada hacía sospechar que sería distinto. Ahora, recapitulando, caen algunas fichas de comentarios como “Ay, ustedes a mí me van a matar”, de ciertos jefes que se vendieron al mejor postor: José Tarica, empresario heredero de la firma Lacar, que nada avisó a sus trabajadores sobre la quiebra, compró el silencio de esos jefes que, amigos ya del día a día, callaron. Sálvese quien pueda.
El 4 de octubre, el juez Federico Guerri declaró la quiebra de la firma. En vez de priorizar la opción de los trabajadores a comprar la firma, tal cual reza la flamante Ley de Quiebras, resolvió subastar todos los bienes de Nostarco, sin base de precio y en un plazo de 10 días. Para hacer cumplir la ley, el martes 11 de octubre cientos de los trabajadores ocuparon el tribunal y lograron ser atendidos, primero, por un grupo de Infantería, y luego, por la camarista María Liliana Gómez Alonso. Estuvieron presentes el abogado del Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas, Luis Alberto Caro, y representantes de la agrupación La Alameda, que introdujeron el chip de la autogestión en estos trabajadores. Acordaron una audiencia para el miércoles 12: se pidió la revocatoria del juez Guerri. Mientras sonaba el nombre de Fernando Gabriel D’Alessandro como reemplazo, Guerri dio marcha atrás y se comprometió a la verificación de los créditos laborales de los trabajadores, que recién estaría lista en diciembre. Esto significa que, en vez de cobrar sus indemnizaciones, los trabajadores cuentan con “créditos laborales” cuya sumatoria puede “canjearse” por los bienes de la empresa. Para ello, Guerri designó un nuevo síndico encargado de informar el valor de mercaderías y máquinas que los trabajadores rastrearon y encontraron en dos depósitos donde Tarica las había escondido. El cálculo es que esos bienes no superarían la sumatoria de indemnizaciones y antigüedad de los trabajadores, por lo que estarían dadas las condiciones para obtenerlos: básicamente máquinas e indumentaria, pero también el bien intangible de la propia marca Lacar. Una vez cubiertos los créditos, el remanente debe ser depositado a favor de la cooperativa; sin embargo, una larga fila de acreedores espera cobrar cuentas impagas de la empresa quebrada, que también saldrán de esa cifra.
Los tres sindicatos que corresponden al rubro (Cortadores, SOIVA y SETIA) tuvieron una tibia participación en las audiencias celebradas en el Ministerio de Trabajo: ofrecieron cobrar el 50% de la indemnización, propuesta que nunca tuvo el aval de los propios trabajadores.
Podemos ya cambiar el sustantivo y, en lugar de “los trabajadores”, hablar de la Cooperativa de Trabajadores de Lacar, flamante inscripta en el INAES, que presentó un Plan Productivo a la justicia del que espera respuesta. Mientras, el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) les ofreció un contrato por seis meses, renovable, y un espacio en el Polo Textil para que la cooperativa pueda realizar allí tareas de corte y confección de sueños.
El segundo escalón
En asambleas, cada semana, siguen discutiendo los pormenores de una tarea organizativa acaso más ardua que la de poner en marcha cualquier empresa capitalista: inventario de por medio, retiraron lo que quedaba de la vieja fábrica, enlistaron los insumos necesarios y sus costos (tela, cierres, botones, etiquetas), y redactaron su reglamento interno que, leído en asamblea, tocó temas delicados como “horarios y puntualidad”, con dedicatorias incluidas:
–Aguirre, esto lo redactamos pensando en vos.
–En el reglamento no dice nada sobre tener sexo en el lugar de trabajo…– retruca Aguirre para mantener el tono.
El día a día aprieta más a unos que a otros: tres meses tardarán, todos, en ver algún peso hasta que las intrincadas leyes burocráticas sintonicen con las urgencias que demandan estos casos: los subsidios del INAES y el Ministerio de Trabajo no son compatibles, por ejemplo. Deben optar por uno u otro. El del INAES les permite recibir la llamada ayuda individual (equivalente a 600 pesos por cabeza durante 6 meses) en una sola cuota. El de Trabajo es mensual. Sacan cuentas: al recibir el dinero todo junto pueden destinar parte a financiar la producción. Votan por el del Inaes, aunque el trámite para hacerlo efectivo demore tres meses. La espera será alimentada por el fondo de huelga y a fuerza de recitales, cajitas solidarias, rifas, colectas y mangazos. Cuentan un día más todos los días, hasta los tres meses, hasta que el juez destrabe las máquinas e indumentaria, hasta…
Así se pone en marcha la receta de las recuperadas: ocupar, resistir, producir. La cooperativa, saben, está en el segundo escalón. El más bravo.
Ahí están, todavía preguntándose qué pasó. La quiebra no se explica en la economía actual de la firma: los locales comerciales de Lacar facturaban un millón y medio de pesos mensuales, cuenta Eliana, antes secretaria de la jefa de personal, ahora presidenta de la cooperativa. La crisis se arrastra desde el mismo 2001 cuando muchas empresas cerraron sus puertas y sus trabajadores ocuparon, resistieron y hoy producen. Una teoría señala una maniobra del propio Tarica para ahogar financieramente la empresa y así tener la coartada para presentar la quiebra: según la revisión del síndico, entraban cuotas de pago de la convocatoria que no se efectivizaron y, en cambio, se refinanciaba la deuda, con los costos que eso implica, cerrando un círculo de conspiraciones especulativas y sospechosas. Otras fuentes informan que Tarica descansa en paz en un country del Tigre: lo más probable es que no haya perdido un peso. “Perdió algo peor, aparte de la dignidad y la conciencia: la firma Lacar es de los trabajadores”, confirma Eliana.
Dos candados y una cadena
Cuando recibió el llamado de advertencia aquel domingo, Eliana se llenó de preguntas. ¿Cómo iban a estar vaciando los locales? ¿Si no nos avisaron nada y encima las ventas iban bien? ¿Por qué mi jefa me manda un mensaje para que mañana no vaya a trabajar? ¿Y por qué cuando la llamo no responde?
La cadena telefónica trajo respuestas. “Parece que intentaron vaciar Munro”, le dijeron primero. “Intentaron y no pudieron porque la encargada, justo, había puesto dos candados nuevos”, le agregaron después. Al finalizar media docena de llamadas reconstruyó la escena del crimen, que hoy recuerda así: “Cuando uno de los gerentes intentó romper esos candados, el policía de la cuadra llamó a la comisaría. Y la comisaría, a la encargada, que al llegar ve a este gerente a quien ya se lo llevaba la policía porque no tenía manera de acreditar que estaba mandado por el dueño. Tarica llegó a la comisaría a sacar al gerente, se topó con la encargada, y le dijo que se quedara tranquila, que bueno, que estaban vaciando algunos locales, pero que él iba a arreglar con ella, la iba a recompensar”.
Pero ni Eliana ni Alejandra, su compañera, trabajaban en los locales. El lunes, entonces, irían a la fábrica a ver qué estaba pasando. A Eliana la frenó el mensaje de su jefa: no vayas. Alejandra, en cambio, fue. “Cuando llegué ya estaban todos los chicos en la puerta. No los dejaban entrar. Algunos no sabían nada, y otros, aunque les avisaron que no fueran, se presentaron para no hacer abandono del puesto, que es lo primero que se te ocurre: me cerraron la puerta para que me considere despedida”. Muchos, cuenta Alejandra, esperaban que alguien se presentase y les dijera adónde se había mudado la empresa, según lo anunciaba el cartel colgado en la puerta.
Mientras tanto, pasaban los vecinos y comentaban que habían visto movimiento: camiones que entraban y salían durante todo el fin de semana. Apareció un móvil policial, con un policía conocido por todos: “Entrá vos que podés, y fijate qué hay adentro”, le pidieron.
El sereno, que tenía orden expresa de no dejar entrar a nadie, accedió. El policía entró, vio y les respondió: “Nada”.
Máquinas, computadoras, escritorios, mesas… todo había desaparecido: “Como si hubieran dado vuelta la fábrica y puesto en una bolsa”, recuerda Eliana. Y en los locales faltaba toda la ropa.
Lo primero que pensó Alejandra ese lunes, en esa situación, fue un insulto. “Teníamos contacto directo con el dueño y le preguntábamos, a él y a su mano derecha, qué iba a pasar… Ni siquiera la jefa de personal, con quien estábamos todos los días, nos dijo nada”. Eliana: “Ella sabía qué pasaba… había dado indicios. Un día bajó de las oficinas del gerente y dijo `uh, a mí me van a putear´, pero nos desviaba la conversación. No hablamos más con esa gente, ni ganas tengo. Me siento traicionada. Ella me tomó, estuve 20 años trabajando a su lado, estuve cenando con su familia, con sus hijos, llevé mis hijos a su casa, vino a la mía… ¿Cómo pudo hacerme algo así?”.
Alejandra trata de consolarla: “A todos nos llevó un par de días asimilarlo… Al principio me llamaban a casa y decían ´hay que ir al Ministerio´. Yo iba, pero no terminaba de entender la situación, porque no pasaba nada… Es una sensación que no sé cómo explicarla: un vacío. Tenés toda tu vida planificada, tu rutina de ir a trabajar, cobrar tu sueldo y pagar tus deudas y, de repente, el cachetazo. Ese lunes algunos se fueron de ahí al Ministerio, otros al sindicato. Yo me fui a mi casa. ¿Por qué? Porque estaba esperando que me llamen a mi casa y me expliquen”.
Sueños compartidos
Fueron “las de los locales” quienes acordaron, el lunes, juntarse frente a las puertas de la fábrica. La hija abogada de una de ellas apuró una carta que presentaron en Trabajo y dio pie al llamamiento a los directivos a una serie de audiencias. Ninguno se presentó en tres convocatorias, ni la justicia avanzó para llevarlos a la fuerza. En la espera, trabajadoras y trabajadores se fueron conociendo, todavía sin la idea de trazar algo juntos. “Un compañero acercó a gente de La Alameda que empezó a motivarnos para organizarnos como cooperativa”, cuenta Alejandra.
Gabriela: “Tuve sentimientos encontrados. Por un lado necesitaba a fin de mes un sueldo y sabía que esto me iba a llevar tiempo, y un compromiso que no sabía si podía cumplir. No fui a la primera asamblea. Recibí llamados pidiéndome que volviera, diciendo que cada uno tenía un lugar en la cooperativa, que entre todos íbamos a poder. Con el apoyo de mi familia y mi marido, moral y económico, hoy soy la tesorera de la cooperativa”.
En el camino, de 130 trabajadores quedaron 70, de los cuales 10 ocupan cargos en la cooperativa. Pero para alentar la participación encontraron una solución en el reglamento interno que Eliana, Alejandra y Gabriela idearon en ocho horas: “Los cargos van a ser rotativos, ¿sí? ¡Que quede bien clarito!”, grita Alejandra en asamblea.
De acatar órdenes a formularlas y discutirlas en asamblea existe un abismo subjetivo. Gaby: “Yo acepté las condiciones de la empresa. Siempre tuvieron empleados dóciles. Creo que si nos hubieran explicado cómo eran las cosas, hubiésemos accedido, no sé… a cobrar menos de la mitad de la indemnización en cuotas, y no perdían tanto como perdieron”.
Se ríen las tres porque nunca pensaron que iban a pensar esto. Saben que están en el momento clave, el de la incertidumbre: “El momento previo a realmente empezar a trabajar es como frustrante. Es como que estás luchando y luchando y no ves los resultados”.
¿Y si se permitieran soñar un poquito?
Alejandra: “Más allá de este momento, de estar con el apoyo del INTI y los chicos de La Alameda, nosotros proyectamos más allá: nuestro propio edificio con la fábrica funcionando y toda la gente bien económicamente, ganando su dinero… y más de lo que ganábamos antes”.
Otra idea: “No sé cuánto llevará el proceso de estabilizarse con una fábrica. Como se están planteando las cosas y más allá de que reneguemos un montón, creo que todos pensamos que esto puede funcionar muy bien.
Eliana: “Si no pasaba esto, hubiésemos estado 40 años bajo el ala de la empresa. O sea, yo me iba a jubilar e iba a seguir siendo la secretaria de la jefa de personal. Ahora tengo la posibilidad de poner mis ideas, de capacitarme, me siento útil”.
La conclusión de Alejandra: “Te digo la verdad: es lo mejor que nos podría haber pasado”.
Lo bueno de esta historia, lo que las entusiasma, es que el final tiene ahora una sola palabra: continuará.
 

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