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Feminismo al borde
Grupo de estudio sobre poscolonialidad y género. Creando espacios de diálogos, teoría y reflexión, este grupo académico se propone hacer del feminismo una cosa de negras, indígenas, marginales y explotadas.
Una reconocida feminista estadounidense, Audre Lorde, delineó el camino: “El verdadero enfoque del cambio revolucionario no está nunca en las situaciones opresivas de las que buscamos escapar, sino en ese pedazo del opresor que llevamos plantado profundamente en cada uno de nosotros”. La cita está incluida en el libro Feminismos y poscolonialidad. Descolonizando el feminismo desde y en América Latina, bordado con 23 textos de mujeres que se expresan por sí mismas y que son voz –y puño, letra, grito– de verdades silenciadas a lo largo de la historia. Antes y ahora. Una aleación de reflexiones urgentes para la cartera de la dama e imprescindibles para el bolsillo del caballero. Mucho para contar y para seguir descubriendo desde estas tierras que continúan diseñando su identidad.
Un colectivo de mujeres académicas –del que también participan algunos hombres– conforma este equipo de investigación coordinado por Karina Bidaseca, además compiladora –junto a Vanesa Vázquez Laba– de los textos que aparecen en el libro. El grupo busca interpelar al feminismo hegemónico y construir un conocimiento situado en América Latina en contacto con otros sures. Lo integran no sólo sociólogas y argentinas, sino que se fueron incorporando profesionales, estudiantes y tesistas de Brasil, México, Colombia y Puerto Rico. Cuando hay fondos organizan jornadas, como las de fines de octubre del año pasado, en las que germinó la idea de que las exposiciones se convirtieran en un libro del que se sienten orgullosas.
Sacarse el velo
Yatsí Yari Rodríguez Velázquez, una estudiante portorriqueña que está terminando su maestría y se incorporó al equipo de investigación, relata su experiencia como mujer negra en las calles de Buenos Aires: la violencia que sintió en su cuerpo cosificado y mercantilizado para los ojos del hombre blanco. Una activista mapuche, Moira Millán, se refiere a las heridas de la violencia colonial. Una poeta de Comodoro Rivadavia, Liliana Ancalao, escribe sobre el idioma silenciado, cuando a los niños mapuche se les enseñaba a avergonzarse de la lengua que se hablaba en sus hogares. La crónica de Karina Bidaseca es acerca del encarcelamiento de un hombre wichi en Salta, acusado de haber violado a la hija de su concubina, una chica de la que no se tiene certeza de su edad, estimada en 10 años, quien quedó embarazada como consecuencia del acto condenado por la “justicia blanca”, pero aceptado por la comunidad wichi, para la cual una mujer puede mantener relaciones consentidas a partir de su primera menstruación. Estos y otros testimonios se suceden en Feminismos y poscolonialidad, como una manera de ejercitar la palabra, convertirla en acción. “Descolonizar el feminismo –dirá Karina– es darle visibilidad a la mujer de color, a la mujer del Tercer Mundo. Y en la academia es construir un espacio para dialogar con ella. La academia sabe que la gente puede hablar por sí misma, y por eso es una tarea del investigador buscar el lugar desde donde cada uno pueda ejercer esa demanda, ese derecho. Habilitar esos canales tiene que ver con la práctica de descolonización”.
¿Qué significa descolonizar el feminismo? Karina recomienda comenzar a desconfiar de los discursos globales. “Una de las hipótesis que al menos yo manejo, tiene que ver con los discursos globales sobre la mujer, especialmente post 11 de septiembre: son un signo visible de interseccionalidad entre capitalismo, imperialismo y neoliberalismo. Bush toma la imagen de una mujer con burka para justificar la invasión a Irak, en una época en la que el feminismo del Norte se ha vuelto conservador. Trató de justificar así políticas de guerra y, a la vez, sacó el foco de la cuestión de la violencia, que atraviesa a todas las clases sociales, las razas, las etnias. La lucha, entonces, es posicionarnos contra la violencia de género en todas sus formas: esa es la bandera global que hay que volver a levantar”.
Según las estadísticas, cada treinta horas una mujer es asesinada por un hombre. La violencia contra la mujer cobra cada vez más víctimas y el enemigo, en la mayoría de los casos, está en casa. Apunta Karina: “El cuádruple crimen en La Plata, el caso Barreda, incluso el grupo de hombres que son seguidores de Barreda, incluso las mujeres que piensan como esos hombres: todo eso es violencia. El trabajo, entonces, tiene que ser de diálogo, en el día a día y en cada lugar, hasta que quede claro que la mujer no es propiedad del varón. Es necesario desactivar ciertos conceptos –celos, crimen pasional, privado-público–, que han hecho tanto mal y provocado tantas muertes violentas. Hay que poner este tema como meta y como política de Estado para trabajarlo en escuelas y hospitales. Hay que repensar la masculinidad. El violador es un emergente de un patrón social: hay masculinidades que construyeron a esta persona. Lo que nuestro grupo puede aportar es a mirar a la violencia desde los bordes, desde lo que sabemos hacer: dialogar con mujeres indígenas, campesinas y tratar de ser un puente entre cosmovisiones distintas.
¿Y qué se ve desde esos bordes?
Se ve el aborto como uno de los grandes temas por el que hay que seguir luchando para que sea despenalizado, libre y gratuito. Porque desde los bordes ves otros mundos y otras problemáticas que te perdés si mirás desde el centro, pero también queda clarito qué es lo que importa, lo que nos atraviesa a todas. Como la academia siempre mira desde el centro, entonces hay que llevar a la academia a mirar desde los bordes, invitar a las investigadoras a que miren desde allí, desde las mujeres del Tercer Mundo: la mujer de color, la mujer indígena, la mujer afro, la mujer empobrecida, las nuevas subalternas, como llama la intelectual india Gayatri Spivak, a aquellas que está siendo explotadas por el capitalismo, con salarios mucho más bajos que cualquier varón, pero que también están siendo explotadas por otras mujeres blancas en los países del Norte. Tal como lo dejó en claro Audre Lorde, cuando interpeló a las participantes de una conferencia en los años 70 en Nueva York: ´ustedes, feministas, están aquí sabiendo que en sus casas hay mujeres de color cuidando a sus niños y limpiando´. Es una interpelación que molesta porque el feminismo no estaba dispuesto a cuestionar la explotación entre mujeres. Eso es a lo que nosotras invitamos: a profundizar el horizonte. Se trata de entender que hay mujeres que no se identifican con nosotras por cómo el feminismo construyó ese estereotipo de mujer. Se trata de abrir el feminismo a otras mujeres, y en ese abrir es donde estamos posicionadas. Sueli Carneiro, una activista brasileña muy interesante, habla de “ennegrecer al feminismo”. Es la única manera de que surja esa nueva mujer.
¿Cómo es esa nueva mujer?
No se trata de un modelo ni un estereotipo. La mapuche Moira Millán habla de una nueva mujer que nace de la lucha de las mujeres que nos precedieron y en esa imagen nos sugiere un lindo camino por recorrer: el de repensar a nuestras propias ancestras. Esa nueva mujer tiene que romper los binarismos de la modernidad: varón-mujer, blanco-negro, heterosexual-homosexual. Todos ellos son una gran trampa que hoy padecemos y para escarpar de esa trampa hay que pensarse en un sitio nuevo. Repensar la opresión entre mujeres y la emancipación del feminismo, sacarlo de su adormecimiento burgués y traerlo a una actualidad, en la que el capitalismo está explotando mujeres salvajemente. Una mujer que esté preparada para aceptar que la categoría mujer tal como la entendemos, ya no existe más.
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