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¿Dónde está Daniel?

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Daniel Solano. La madrugada del 5 de noviembre lo emboscó la policía, lo golpeó y lo hizo desaparecer. Su padre, Gualberto comenzó la búsqueda y reconstruyó una historia que revela la trama de la explotación laboral en Río Negro y la complicidad judicial. Pero también descubrió en quién confiar, dónde apoyarse y cómo construir una condena social.

¿Dónde está Daniel?
“No puede atentarse permanentemente contra el pueblo, contra sus hijos humildes, con toda impunidad. Creemos que la opinión pública debe permanecer informada para que desaparezcan, en el castigo y en el oprobio, esos miserables que pretenden ‘hacer méritos’ sobre la tortura, el asesinato aleve y la persecución indiscriminada e implacable.
Por eso, con toda la crudeza necesaria cumplimos con nuestro deber de informar, y aclaramos nuestra espera
en la justicia de la que aguardamos
su palabra final”.
De la introducción al artículo
“Yo también fui un fusilado”,
Rodolfo Walsh, 1956, tomada
de El violento oficio de escribir.
Las chicas de Macuba hacían su show de strippers en la “Fiesta del jean roto”, mientras Daniel Solano no sabía que estaba empezando a desaparecer. Tampoco sabía, en esa autodenominada megadisco de Choele Choel, Río Negro, que algunos de los que le servían cerveza entre risas eran sus entregadores.
Retrato de Daniel: guaraní de la comunidad Misión Cherenta (Tartagal, Salta), pintón, obrero, 27 años, arquero de manos firmes en su Deportivo Guaraní, secundario completo, joven amistoso, serio, trabajador, familiero.
Se divertía con sus compañeros la madrugada del sábado 5 de noviembre de 2011, una manera de distraerse de aquello que lo estaba hartando: era la tercera vez que recorría los 2.300 kilómetros desde Tartagal hasta la cosecha de manzanas en Río Negro, en la localidad de Lamarque (a 17 kilómetros de Choele Choel), donde vivía hacinado con otros 150 trabajadores en un galpón y dedicaba el día entero al trabajo contratado por Agrocosecha S.R.L., empresa tercerizada a cuenta de Expofrut Argentina, sello criollo de la multinacional de origen belga Univeg.
A esos obreros se los llama “golondrinas”, exceso verbal que pinta como aves viajeras a personas explotadas: la palabra explotación, en este caso, no es panfletaria sino técnica.
Ese mismo viernes Daniel había cobrado su primer mes en la cosecha. El acuerdo era por unos 2.000 pesos mensuales (90 por día, de 10 a 12 horas de trabajo), pero le habían pagado sólo 800 pesos. Contó los billetes sin gestos, y tomó dos decisiones:
1) Se convenció de la necesidad de concretar lo que venía murmurando con algunos de sus compañeros: hacer un paro en la cosecha el lunes siguiente para reclamar que les pagaran lo pactado. No hablaba con desconocidos: al menos 60 habían llegado con él desde Salta.
2) Con parte del dinero compró un celular. Lo hizo a las 19 horas del 4 de noviembre y para recobrar contacto con sus amigos y familiares de Misión Cherenta; especialmente su novia, María Luisa, y su padre, Gualberto Solano. Lo llamó, se pusieron al día con pocas palabras, y el hijo le contó al padre su idea de iniciar el reclamo.
Daniel tampoco sabía aun qué tempestades estaba gestando su aleteo huelguista en el universo de Lamarque, donde la empresa siempre tuvo aceitada relación con la policía y con la Brigada Operativa de Rescate y Antitumulto (BORA), grupo antimotines provincial que funcionaba cual seguridad privada y, a la vez, pública de Expofrut.
La cuna de Walsh
Lamarque tiene unos 8.000 habitantes y ostenta variados orgullos: es sede de la Fiesta Nacional del Tomate y la Producción, y cuna de ese hombre llamado Rodolfo Walsh, nacido en 1927, desaparecido en 1977.
La casa natal de Walsh se ubica en la estancia El Curundú, en la que su padre oficiaba como mayordomo. A veces la realidad es un poco irreal: el lugar es hoy una de las propiedades de la misma multinacional Expofrut-Univeg, con la policía y el BORA como paisaje interno. Y en El Curundú están el galpón y las gamelas o casillas donde dormían hacinados los trabajadores, incluso Daniel Solano.
Las chicas de Macuba continuaban exhibiendo lo suyo en la “Fiesta del jean roto”. A las 2.40 de la madrugada Daniel fue sacado a los empujones, se dijo, por los tres policías que hacían sus “adicionales” como seguridad del lugar.
Una vez que el joven estuvo en la calle, ocurrió algo que no es una exhibición de magia negra, sino de historia argentina.
Desapareció.
Apuntes
Daniel Solano sigue desaparecido. Su caso enhebra una asombrosa historia de trata de personas, explotación laboral, miserias humanas indecibles, modelo económico, complicidades policiales, judiciales y empresarias.
Frente a la desaparición, hubo apariciones:
Algunos vecinos de la comunidad aborigen de Tartagal, con ánimo de ayudar a los Solano.
La investigación y reconstrucción de lo realmente ocurrido, concretadas a base de voluntad, imaginación, Youtube y Facebook, desnudando las mentiras policiales y judiciales.
La invención de acciones, movimientos y contactos, cada vez más, para quebrar la impunidad y el silencio alrededor del caso.
El acampe en carpa de familiares y amigos frente al juzgado de Choele Choel durante más de seis meses, incluyendo huelgas de hambre y visitas de intendentes y del gobernador provincial.
Todo sustentado en la tenacidad de una familia.
Y de un padre.
La historia blablablá
La versión policial/judicial tuvo durante varias semanas un guión básico: Daniel Solano se emborrachó en Macuba con algunos compañeros de trabajo, salió expulsado por los guardias del lugar, caminó hacia la izquierda, se internó en la oscuridad y nunca se supo más de él. Tal vez se había ido con una chica. Tal vez decidió ir a gastarse a Neuquén lo que había cobrado, y otros blablablá usuales en estos casos.
Aquella tarde del sábado 5 de noviembre los llamados y mensajitos a Daniel desde su comunidad salteña no tenían respuesta. Llamaron las cuatro hermanas, llamó su novia María Luisa. Y comenzaba a inquietarse el padre de Daniel.
Gualberto Solano, 57 años, es silencioso hasta cuando habla, poco y en un susurro. Trabajaba para Pluspetrol en Tartagal, manejando máquinas de la industria petrolera. Así fue toda su vida. Sobrellevó la muerte de su esposa quince años atrás con su estilo: silencio y trabajo. Una especie de coreografía laboral que permitió que sus hijos terminaran el secundario. “Siempre trabajamos para salir adelante. Mi hijo era así, buscaba empleo. En Salta es difícil. Por eso iba al sur”, dice, o calla, Gualberto.
Punteros
El 6 y el 7 de noviembre Daniel seguía sin aparecer. Junto a sus hijas y su yerno, Hugo Ortiz, Gualberto llamó a Hugo Domínguez, de Agrocosecha, uno de los reclutadores de trabajadores norteños para la cosecha frutícola. Domínguez les dice que Daniel no está, que quizás ha ido a visitar Neuquén o Bahía Blanca, quién sabe. Luego de ese llamado, Domínguez se presenta en la Comisaría 17 de Lamarque para dejar constancia de esa ausencia.
En esos días la familia también logra conectarse telefónicamente con algunos de los jóvenes de la comunidad guaraní que habían viajado junto a Daniel a Río Negro, que cuentan en voz muy baja otra historia: Daniel no se había ido sino que algunos policías lo habían golpeado a la salida de Macuba, se lo habían llevado, y nadie sabía nada.
Un padre en viaje
El 8 de noviembre Gualberto tomó impulso, unos pesos, y empezó un viaje que le llevaría dos días hasta Choele Choel junto a una de sus hijas y a su yerno, Hugo Ortiz.
Los recibieron los representantes de Expofrut, les dieron alojamiento, les transmitieron tranquilidad: había una causa por averiguación de paradero a cargo de la jueza Marisa Bosco y del fiscal Miguel Ángel Flores. Los recibió la propia policía, asegurándoles que estaban investigando todo. Gualberto estaba confundido, recostado también en la confianza que le transmitía su yerno sobre la seriedad de todas estas personas.
Pero Daniel no aparecía.
De las conversaciones con los trabajadores de Expofrut no obtenían más que silencios. Pasaron cuatro semanas.
Justicia Youtube
A comienzos de diciembre, en Tartagal, varias familias de la Misión Cherenta llamaron a un abogado conocido: Sergio Heredia. Le contaron lo que sabían, y que todo seguía empantanado en el misterio. Le pidieron ayuda.
Heredia tiene 51 años, un estudio exitoso -dice “todos me conocen, firmo autógrafos en Tartagal”-, dejó el trabajo a cargo de sus hermanos, compró una camioneta y zarpó hacia Choele Choel con Sara García, una de las amigas de Daniel Solano. “Puedo hacer un viaje así, sin tiempo fijo de regreso, porque tengo hasta la ventaja de que soy divorciado”.
El 5 de diciembre llegó a Río Negro. Se encontró con Gualberto, con el yerno, fue al juzgado, leyó el expediente. El 7 de diciembre dijo: “Esto es un asesinato. Esto lo hizo la policía con la complicidad de la empresa. Aquí lo que hay que buscar es dónde escondieron el cuerpo”.
Cada cosa que hacía la filmaba: cada testimonio, cada hallazgo, cada contradicción. Todo lo fue subiendo a Youtube. Detectó, por ejemplo, que la jueza Bosco decía en el expediente que Daniel había sido visto por un testigo el día 6 de noviembre. Heredia buscó al mismo testigo que en realidad decía que lo había visto el 5. La diferencia es notable: es la que define a Daniel como obrero desaparecido, o como turista patagónico.
Heredia fue convenciendo a los trabajadores de hablar ante la cámara, para su propia seguridad, y para no quedar complicados en algo que tenía forma, aspecto, y olor a crimen.
En uno de los videos se escucha la voz del propio abogado que dice: “Acá hay muchas contradicciones, hay cosas que en los papeles no dicen los datos concretos, y a pesar de que acá hay gente que le molesta que yo grabe, como la jueza que se encarga de ver mis videos, yo grabo todo porque no sé qué va a pasar acá. Entonces es la mejor manera de dejar constancia, cosa que después nadie se rectifique”.
Los obreros fueron relatando los maltratos por parte de la policía y del BORA, las intimidaciones, golpes, requisas, amenazas, como una Oficina de Personal sin máscara, para tener domesticada a esa población de cientos de trabajadores. Y todo subía a Youtube.
En Tartagal entrevistó además a la novia de Daniel, que mostró el mensaje que él envió a la 1.30 de la madrugada cuando estaba yendo hacia Choele Choel. “Te ext mi amor dame mandam una tarj de 10 ok. . ok”. (sic) Con esto y los testimonios pudo probar que Daniel recién llegó a Macuba a las 2.05, y fue sacado a las 2.40. Todo subía a Youtube, desmintiendo al expediente y la teoría de la “borrachera”, para la que Daniel no había tenido ni tiempo.
Heredia además se plantó ante Gualberto para decirle que el yerno, Hugo Ortiz, estaba jugando para el otro equipo: “Lo compraron los de la empresa, y ayudaba a que la causa no pudiese avanzar”. Ortiz volvió a Tartagal.
Replay: ¿qué pasó con Daniel?
A fuerza de información dura, comenzó a gestarse otra mirada del caso. Heredia y su socio, Leandro Aparicio, abogado penalista de Bahía Blanca, reconstruyeron la historia. La propia empresa Agrocosecha tenía bien conceptuado a Daniel, lo incluyeron en el equipo de fútbol (pocas veces tan clara la imagen de ponerse la camiseta), lo veían como un líder natural y respetado por los otros trabajadores. “Le ofrecieron convertirse en buchón de la empresa, en puntero. Darle unos pesos más, algunos privilegios, y que funcionara para tranquilizar al resto. Daniel no aceptó. No le gustó”. Heredia sospecha una reacción mafiosa: “Los tipos pensaron que tenían que dar un mensaje. Este era el preferido, pero podemos hacérsela pasar muy mal. Si se la damos a él, podemos dársela a cualquiera”.
Por lo pronto, le pagaron como a todos, menos de la mitad de lo estipulado. Pero el mecanismo más sutil surge de la cláusula 18 del contrato con Agrocosecha. Cuenta Heredia: “Viniendo desde Tartagal en el micro, los paraban en la ruta y les hacían firmar un contrato trucho con una cláusula, según la cual el que tenía cualquier problema con la policía o la justicia podía ser despedido sin pago, indemnización ni pasaje de vuelta”. Esto implica otra causa judicial que presentó Heredia por estafa laboral. Dice el abogado: “Se supone que Agrocosecha cobra el 4% de lo que le corresponde al trabajador, pero en la práctica se quedaban con casi dos tercios de ese ingreso que paga Expofrut Univeg. Pero la multinacional no es ajena al negocio, es parte del problema y todo eso lo tenemos acreditado”.
Strippers antes de una paliza
Si Daniel Solano no era lo que hoy suele llamarse “líder positivo”, según cierta lógica binaria de moda, pasaba a ser un posible líder negativo. La empresa, reconstruyeron los abogados, coordinó la trampa con varios trabajadores, a partir de la insistencia para llevarlo a Macuba. Allí se hacía fácil provocar cualquier incidente con los policías que trabajaban simultáneamente para el local y para la empresa.
Heredia cree que aprovecharon una salida de las desnudistas o strippers, con el público hipnotizado, para generar los empujones que justificaron que los tres custodios sacaran a Daniel del local. Había unos 15 “golondrinas” en Macuba, no todos cómplices de la maniobra, pero nadie salió a ayudarlo, o a ver qué pasaba. En la puerta había testigos, que los abogados fueron detectando.
Cuentan que Daniel Solano fue brutalmente golpeado en el piso, se levantó y enfrentó a los policías. Les tiró con su zapato. Uno de esos policías, Juan Francisco Barrera, lo provoca invitándolo a la esquina. A la vuelta del boliche, calle sin iluminación, había una camioneta Ecosport polarizada, focos apagados, y tres policías dentro.
El homicidio del gobernador
Los doctores Sergio Heredia y Leandro Aparicio llegaron hasta este punto en la reconstrucción. La sorpresa vendría más tarde.
Heredia ya había decidido seguir el caso hasta el final, definitivamente mudado a Choele Choel. “Por suerte me ha ido muy bien en mi profesión, mis hermanos siguen manejando el estudio que tenemos en Tartagal, y yo me volqué de lleno a cumplir con mi palabra con la comunidad guaraní. No gano un peso, al revés: pago hasta los chocolatines. Pero vamos a llegar hasta el final”.
Heredia es un abogado con perfil mediático, que compitió como candidato a intendente en la interna peronista salteña contra las listas del actual gobernador Juan Urtubey, y perdió. Buscando datos MU se conectó con Juan Carlos Jipy Fernández, referente de la Union de Trabajadores Desocupados, UTD-Mosconi: “Es un amigo de muchos años”, dice Fernández, quien también fue candidato a intendente, pero en Mosconi.
Heredia logró interesar en el tema al vicegobernador de Río Negro, Alberto Weretilneck. El abogado Aparicio propone una teoría: “Sergio llegó sin ningún compromiso con nadie: ni políticos, ni jueces ni gobernantes. Eso le dio total libertad”, frase que merecería un tratado de ciencias políticas.
“Ayudó que hubiera un nuevo gobierno recién asumido, que quería despegarse de los 24 años de mugre, decadencia y corrupción de la gestión radical. Si hubiera sido al revés, radicales reemplazando peronistas, hubiera sido igual. El nuevo quiere quedar limpio con respecto al anterior”.
El vicegobenador escuchó a los abogados, recibió a Gualberto Solano, vio Youtube, y comenzó una tarea que llevaría a la disolución del BORA, al pedido de juicio político contra la jueza Marisa Bosco y el fiscal Miguel Angel Flores por parte de ocho intendentes del Valle Medio (apoyado por Weretilneck) , y el apartamiento de ambos funcionarios de la causa, reemplazados por el juez Víctor Soto y el fiscal Guillermo Brodato. En medio de esta saga, cuando terminaba 2012, el gobernador Carlos Soria fue asesinado por su esposa. La llegada de Weretilneck a la gobernación reforzó objetivamente la posibilidad de avanzar en la investigación.
La ley de la calle
En febrero Gualberto Solano seguía en Choele Choel, sin moverse, pero conmoviendo a los rionegrinos. Poco después fue despedido de Pluspetrol, hecho que muestra un ADN tal que podría ampliar la investigación del científico Marcelino Cereijido Hacia una teoría general sobre los hijos de puta (Tusquets, 2011). Gualberto fue tan parco como siempre: “Me vine a buscar a mi hijo con vida, y ellos me dejan sin trabajo”.
Sin recursos, con apoyo de la comunidad, se instaló frente al juzgado con una carpa: símbolo del reclamo, pero además alojamiento concreto para don Gualberto, que murmuró: “Vine a buscar a mi hijo. Si me le hicieron algo, quiero el cuerpo y me retiro”.
La frase es de una perfección estremecedora: si le hicieron algo a Daniel, se lo hicieron también a Gualberto (¿no nos lo hicieron a todos, estamos tan blindados que no lo percibimos?). Con una especie de resignación fruto de una vida demasiado curtida, Gualberto no pide lo clásico: memoria, verdad, ni justicia.
Quiere el cuerpo. No pide: quiere.
Y al querer el cuerpo de su hijo, quiere todo lo demás.
Y al hacerlo, desnuda un sistema.
En esa dureza de Gualberto hay otra cosa sin palabras: una sensibilidad paterna –que acaso parece tantas veces inexistente, o exclusiva cualidad materna– para dedicar la vida a buscar al hijo.
La condena social
Sus hijas se turnaron para acompañarlo. Y siempre estuvo Sara García, gran amiga de Daniel. Choele Choel se movilizó a su lado, en la calle: marchas, charlas, pintadas, movidas, visitas escolares, volanteadas, comunicación. Claudia Michelene, profesora de Historia en los colegios de Lamarque y Darwin, fue de las fundadoras de la Comisión de Apoyo a los Familiares de Daniel Solano. “Al principio Gualberto estaba mareado por los encubridores, las pistas falsas. Cuando llegó el abogado Heredia todo cambió. Se entendió lo que pasaba. Claro: se estaba acusando a una multinacional belga, lo que implica tocar a gente poderosa, a los dueños del pueblo”, dice Claudia, que agrega: “El grupo BORA trabajaba como seguridad de Agrocosecha y Expofrut. La policía encubría las palizas, todos están atravesados por la misma lógica”.
En julio hubo una manifestación de apoyo a los policías acusados. Michelene relata: “Llegaron tres colectivos llenos de trabajadores de Agrocosecha, obligados, a hacer número para apoyar a sus patrones y a los que les pegan en las gamelas”.
¿Para qué son las cadenas?
La movilización social incluyó la llegada, por ejemplo, de Julieta Vinaya, la madre de Atahualpa Martínez, 19 años, asesinado por la espalda en 2008 en Viedma, también Río Negro, también a la salida de un bar, también la policía. Hay quien ve otros parecidos entre Atahualpa y Daniel. Jóvenes, morochos, originarios, sonrientes: demasiado para cierto establishment criollo. Julieta llegó a Choele Choel para acompañar una huelga de hambre de Gualberto, y para encadenarse con él como forma de protesta para agilizar al Poder Judicial.
“¿Y vos para qué te vas a encadenar?” le preguntó Gualberto intrigado. “Sé lo que usted está pasando. Yo busco al asesino de mi hijo. Usted busca el cuerpo del suyo. La angustia es la misma. La unión hace la fuerza”, dijo Julieta y fue a la ferretería a comprar una cadena.
–¿Para qué la necesita?– le preguntó el ferretero.
–Para encadenarme al juzgado– contestó ella.
El ferretero sugirió una medida un tanto holgada.
Cuenta Julieta: “Con la huelga de hambre Gualberto perdió 17 kilos, tuvo una descompensación y lo internaron. El encadenamiento siguió luego con el acampe. Venían de las escuelas, le daban fuerza a Gualberto, era muy emocionante. Él se alegraba muchísimo viendo a los chiquitos. Le decían: ‘Vos tenés que comer Gualberto’ y él sonreía como nunca lo había visto sonreir”. Entre cadenas y acampes, iban contando personas citadas a declarar que entraban a la Fiscalía. Enfrente también había mucho movimiento de coches que llegaban y se iban. Julieta: “Un día me di cuenta: eran todos tipos. ¡Justito frente a la Fiscalía había un prostíbulo!”.
Adiviná quién llamó
La reconstrucción de lo ocurrido a Daniel Solano estaba empastada. Todo lo que va de 2012 continuó con el abogado Sergio Heredia haciendo entrevistas, investigando y subiendo videos de testigos a Youtube. Otros quedaron como testigos protegidos. Obreros que se atrevieron a decir lo que sabían. Varios tuvieron que irse de Río Negro ante la amenaza que significaba declarar. Un periodista que reveló sus fuertes indicios sobre que Daniel había sido asesinado en la Comisaría 8° de Choele Choel.
Heredia posteó también en su muro de Facebook un artículo de la revista Sudestada, que en tono de ficción, mencionaba la relación de una jueza con un policía, para colmo involucrado en la desaparición de Daniel. Marisa Bosco reaccionó desmintiendo todo, los familiares de policías hicieron marchas declarándose “perseguidos políticos”, dijeron que todo lo relacionado con la desaparición de Solano era una mentira, y en ese momento sonó el teléfono de una radio.
Llamaba una joven, indignada ante las manifestaciones policiales, diciendo que había visto lo que le ocurrió a Daniel Solano al salir de Macuba.
Diario de motoneta
No hubo testimonio al aire. La gente de la radio llamó a Heredia y de allí surgió el contacto del abogado con la testigo. Esta joven estaba a la vuelta de Macuba aquella madrugada, con su pareja, en plan romántico. Allí llevaron a Daniel Solano tras golpearlo en la puerta del local. Ella vio a la Ecosport estacionarse muy cerca, con policías dentro. Los que estaban en Macuba llegaron, entonces, a esa calle oscura con un muchacho y siguieron pegándole. La joven se acercó a preguntar: “¿Por qué le pegan?”. Escuchó las últimas palabras de Daniel Solano: “¿Por qué me pegan, si yo no hice nada?”
Escuchó, además, que Daniel lloraba, mientras lo arrastraban al vehículo, que arrancó con las luces apagadas.
En la moto de su compañero, la pareja salió a seguir a la Ecosport hasta un camping llamado Isla 92. Llegó otro auto, un Fiat Duna rojo, con más policías.
Cuenta Heredia: “Esta chica se retiró, pero decidió volver al camping. En ese momento se cruza con un policía, Pablo Bender, que la amenaza. Era el dueño del Duna rojo. La chica se va y decide no contar lo que vio. Pero cuando se difunde la noticia de la desaparición del joven, ella va a la comisaría y dice que sabe quiénes son los que se lo llevaron. Le dicen que le van a tomar la denuncia, y aparecen dos de los policías que ella había visto aquella madrugada: Bender y Gabriel Berthe. La chica se puso a llorar. Bender la amenazó de muerte”.
El relato completo de la joven ante el juzgado duró siete horas. En ese momento, el juez Soto decidió la prisión de 7 policías. Quedaron detenidos Sandro Gabriel Berthe, Pablo Federico Bender y Juan Francisco Barrera, por “apremios ilegales, privación ilegítima de la libertad y homicidio agravado”. Y Pablo Andres Albarrán Cárcamo, Pablo Quindel y Diego Cuello como “partícipes necesarios en relación a los delitos de privación ilegítima de la libertad y homicidio agravado” y en calidad de autores del delito de “incumplimiento de deberes del funcionario público”. Y el oficial Héctor Martínez por “apremios ilegales, privación ilegal de la libertad y homicidio agravado”. Hubo además 10 policías trasladados, entre ellos, el comisario Raúl Aramendi, de quien se acreditó su relación directa con la empresa mientras era el encargado del sumario del caso.
La acusación presentada por Heredia involucra a 34 personas, incluyendo también integrantes de las empresas, a los que considera autores intelectuales de la desaparición y posible crimen de Daniel Solano.
Recorrida mediática
Gualberto, su hermano Pablo, sus abogados Sergio Heredia y Leandro Aparicio llegaron a Buenos Aires para agitar también el tema en una ciudad que por momentos parece amurallada frente a lo exterior (que llaman interior). Heredia tiene en su computadora un archivo fotográfico. Aparicio armó una lista con 10 medios y llama insistentemente para coordinar entrevistas.
Consiguió algo casi ecuménico: una entrevista en Canal 7 y otra en TN. Don Gualberto anda con la mirada entre perdida y curiosa, ante el manicomio porteño. Los periodistas le aconsejan a Heredia que recurra a todas sus dotes mediáticas y de argumentación para que las cosas se entiendan en no más de 40 segundos. Aparicio cuenta que le costó más con los diarios, pero que una casualidad lo cruzó con Horacio Verbitsky, quien le aportó el dato para conectarse con Página/12. En el diario les dicen que no pueden ir a verlos. Van ellos al diario. Logran la entrevista. Por poner un caso salteño, hace unos años pasó lo mismo con José Pepino Fernández, de la UTD Mosconi, que tenía la osadía de estar a tres cuadras de esa redacción. Por poner un caso de desaparición, Vanesa, la hermana de Luciano Arruga, cuenta que Clarín no le quiso hacer una nota cuando desapareció Luciano,“porque ya salió en Página/12”. Tal vez haya excepciones, pero el periodismo no logra reproducir su antigua belleza, como les ocurre a las personas con botox y a los animales embalsamados.
Los juzgados, la política, los medios.
El caso de Daniel Solano muestra cómo cada una de esas dimensiones es un territorio a conquistar, o más aún, un territorio a crear (crear justicia, política y comunicación) para poder hacerse oír.
Don Gualberto fue a Plaza de Mayo, y se puso un pañuelo en la cabeza. Sin palabras, todo dicho.
 
Panóptico al revés
¿Qué pudo lograr que un caso que parecía destinado a la impunidad como tantos otros, lograra abrirse paso, permitiera cambiar un paradigma de silencio, y el comienzo del juzgamiento de una red que limita por un lado con la policía, pero por el otro con empresas criollas y multinacionales?
Algunas hipótesis:
La presencia tozuda y de más de 8 meses de Gualberto Solano, su sencillo reclamo: “quiero el cuerpo”, terminó destrozando toda una trama de culpabilidad y encubrimiento.
El apoyo social que generó, por pura conducta y casi sin palabras, en el mismo lugar donde todo había ocurrido.
Dice el abogado Aparicio: “La llegada del de afuera (Heredia llegado desde Salta), sin ningún compromiso, permite actuar y tomar decisiones sin importar las roscas internas, con absoluta libertad”.
Otra idea de Aparicio: “Yo tengo la teoría del panóptico invertido. El panóptico (las torres de los guardianes en las cárceles) que plantea Michel Foucault es el del vigilante que observa a todos. Pero en los pueblos funciona al revés. Somos pocos, nos conocemos mucho, y a veces es la comunidad la que está mirando al que tiene el poder, la que lo está vigilando, la que sabe la verdad, y la que lo denuncia con conocimiento de causa”.
Las redes sociales, que en este caso generaron la posibilidad de otra mirada sobre el caso, con información. Generaron un medio de comunicación en sí mismo, para comprender la desaparición de Daniel Solano.
La llegada de un gobierno provincial necesitado de despegarse de ciénagas heredadas. Si se lo ve en términos convencionalmente políticos: la necesidad de que no le marquen la cancha.
El caso no se movió según dogmatismos políticos. “Hubo organizaciones que decían que nos iban a acompañar si ponían la bandera adelante en las marchas. Con esa lógica, mejor seguir solos”, dice el abogado, aunque lograron el efecto contrario.
Dice Heredia: “Yo lo que quiero ahora es cumplir con mi palabra”.
Dice Aparicio: “Hacer algo digno, hacer lo que a uno le gusta. Y si le gusta, hacerlo a fondo”. Aparicio reconoce, de paso, que desde que empezó todo esto “me vinieron como 50 casos laborales, porque la gente no le tiene confianza a los abogados cuando ve que terminan favoreciendo a las empresas, contra los intereses de su defendido”.
Para Heredia la posibilidad de juzgar a los siete policías es apenas el comienzo de un caso que debe abarcar a los autores ideológicos (las empresas) y los encubridores judiciales y policiales.
Pero fue Rosa Bru, la mamá de Miguel, desparecido de agosto de 1993, la que se encandenó durante casi un año frente a los tribunales para exigir justicia, la que movilizó cielo y tierras, personas y personajes, la que logró que se juzgue a los policías responsables, la que aun espera que le digan dónde está su hijo, la que nos advierte: “Que los policías estén presos en esta etapa no garantiza que no sean exonerados después. Ha pasado muchas veces y para que no siga pasando hay que seguir movilizándose no meses, sino años: hasta que la sentencia esté firme, hasta que no pase más”.
Nunca más.
Gualberto Solano está callado. Nada lo cura de una ausencia que no se alivia con fotos ni con nada de lo que se diga o se juzgue.
Gualberto Solano quiere el cuerpo de su hijo.
Y porque lo quiere, es que ha podido escribirse toda esta historia, que continuará.

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