Mu57
El maestro ignorante
Crónica del más acá.
Fortunato Ramos es un maestro. No parece gran cosa en la Argentina devaluada y nostálgica de glorias pasadas. La nostalgia es ceguera.
El Norte argentino, denominador equívoco si los hay, abruma de colores imprudentes a la vuelta de cada cerro, de cada quebrada, de cada desierto. Grita callado como un Van Gogh, como un Quinquela, con la indiferencia del que sabe que va a seguir estando cuando no estemos más. Exagera la belleza y pone a Dios de rodillas.
Fortunato Ramos es un maestro jubilado de las alturas de Santa Ana, en la incorpórea Jujuy. Un caminador perdido entre riachos de piedra y vientos que cortan el aliento. Buscó Fortunato, en la inmensidad, palabras para ofrecer y encontró palabras para escuchar.
Ese Norte argentino, cuya continuidad robusta y deslumbrante desprecia hitos fronterizos y banderas que despiertan pulsiones y miserias, carece de la elegancia aristocrática del Sur coqueto y fino. Está manchado en cada rincón de plástico y bolsas que anuncian la llegada del progreso. Un arribo del que sus legiones de pobres aún no se han enterado.
Fortunato Ramos toca el acordeón a piano y un desmesurado instrumento llamado erque, un larguísimo y fino caño con una especie de cuerno en su punta más lejana, que ronca rústico y poderoso, con la furia de la tristeza profunda.
En ese norte la Historia es larga, es de lejos. Se ausentan la lucha guerrillera en el Monte Tucumano, la Escuelita de Famaillá de Bussi, las peleas por el desguace de YPF y su catástrofe social. No puedo saber si nadie quiere hablar de eso o nadie quiere escuchar de eso.
Fortunato Ramos tiene la edad indefinida del coya, moreno mestizado en la América de violaciones a perpetuidad, y practica una mirada para adentro.
El camino al Alto Perú está empapado de relatos patrióticos y épicas de identitaria desmesura; de idealizaciones y construcciones en torno a los pueblos originarios que siempre son nombrados por Otro, son explicados por Otro, siempre Otro.
Fortunato Ramos ha compartido escenarios y recogido la admiración de Divididos, Jaime Torres, Tomás Lipán. Ha escrito libros y poemas y nunca, nunca ha dejado de amar a su Humahuaca.
Voces y humores de los norteños nacidos y trasplantados revelan y desnudan internas que aparecen una y otra vez, repiquetean festivamente y a veces (demasiadas), se tornan ominosas y fascistas. Tucumanos, salteños, santiagueños, jujeños, todos tienen algo que decirse, salado, ingenioso, divertido, pero siempre limítrofe, sinuosamente limítrofe con la exclusión, con el venteo de las ideas acerca de lo que les vienen a sacar porque unos usan los hospitales de otros, o las universidades de otros o, simplemente, la tranquilidad de otros.
Familiar, muy familiar.
Fortunato Ramos, acompañado por un grupo de muchachitos muy jóvenes, ofrece en un restaurante para turistas y en Humahuaca, un corto número de música y recitado. Fortunato Ramos cubre su cuerpo con un poncho que no impide ver que su inmaculada camisa azul tiene el cuello gastado hasta la decoloración y su manga izquierda algún agujero indómito.
En los relatos de guías (y anexos a guía) aparecen cultivos, geografía, historia, comidas, música. En esos relatos, los Señores Feudales, propietarios de vidas y destinos, sólo son impulsores de un inconstatable desarrollo, gestores de alguna heroica y visionaria obra pública, promotores de iniciativas de bienestar imposible de verificar, habitantes del catastro y la nominación toponímica.
Nada nuevo, nada distinto.
Nada.
Fortunato Ramos recita sus poemas Yo nunca fui niño y No te rías de un coya en medio de la confusión entre gritar y estar alegre, en el ruido de platos y órdenes de guías que indican los tiempos de la felicidad.
Fortunato Ramos recita sereno, hamacando las palabras, sus dos poemas desgarradores. En el medio, gente que vocifera como si estuviese sola en el mundo, gente que no quiere, no sabe o no puede escuchar a Fortunato Ramos desparramando palabras sobre los que habitan un mundo de silencios.
A veces pienso que ametrallar a mansalva no es necesariamente un crimen. Depende del contexto, ¿no?
En el paisaje urbano norteño, invadido hasta el hartazgo por iglesias e imágenes sacras, donde la barbarie cristiana y española ha devenido en objeto de culto y promoción of course, por cada calle, por cada rincón de una geografía que abruma, están los héroes que recita Fortunato, callados, de mirada fugaz, de sonrisas escasas, de desinterés fantasmal por esa gente exótica que viene, que consume tonterías dejando alguna moneda, que corre y corre, a pesar de que la altura los asfixia.
Ellos se pierden en los laberintos de las ciudades o en la inmensidad de las abras, con toda la pobreza en sus espaldas dobladas y quebradas. No tienen el prestigio del gaucho asesinado por la oligarquía de la Pampa Húmeda ni los cantares de 200 años de resistencia de los kilmes. Andan por ahí, sin ser vistos, cantados por un maestro puneño.
¿A quién le importa?
¿Por qué Fortunato Ramos, maestro en una escuela perdida a más de 3.000 metros de altura, músico y escritor, guionista de La Deuda Interna, en medio de una horda desaforada solo preocupada por comer, recita una palabra que no se escucha?
¿Es una elección o es una necesidad?
¿Es la reiteración y confirmación de la sordera de los nuevos conquistadores o se burla de nosotros?
Ojalá.
Fortunato Ramos se me escapa, huye de la posibilidad de mi pregunta a un paso tenso que no es el de las alturas y me quedo con las manos vacías, en el medio de una callecita dolorosa de la lejana Humahuaca.
El burrito de la Puna no es Platero, dice Fortunato en otro escrito.
Ni la Quebrada es sólo paisaje.
Ni yo soy el mismo.
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