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El ojo mágico
Julián D’angiolillo. Un artista visual que cuenta historias a partir de espacios, para politizarlos: de La Salada a Tecnopólis.
Pocos saben que en Tecnópolis, en el sector dedicado al simpático Zamba de Paka-Paka, debajo de una gran elevación que se supone son Los Andes, allí donde en la cima posa un San Martín triunfante y altanero que centenares de niños aplauden semana a semana, lo que se esconde es una montaña de chatarra. Cuidado: no estoy haciendo una metáfora vulgar sobre lo que pienso de la gran feria futurista, sino mencionando lo que antes de ser cubierto por Los Andes fue una de las atracciones principales de Antrópolis, el parque temático a base de basura, residuos y escombros que montó Julián D’Angiolillo con un lema no muy optimista: “Futurología no se puede hacer, recalculando”.
En Antrópolis uno podía caminar entre la podredumbre y contemplar las instalaciones de desechos, mientras en los altoparlantes sonaban textos históricos que vociferaban sobre el día de mañana como un porvenir glorioso. El paisaje industrial y apocalíptico también se mezclaba con jardines y parques que Julián define como medio militares, afrancesados y maricones, pero lo más surrealista llegó por una inquietud del ministro Parrilli: no entendió la obra y le propuso hacer una serie de eventos dentro del parque, por lo menos para justificar la existencia de ese basural sutilmente articulado. Julián llevó entonces al Batallón 601, que desfiló por todo Antrópolis al ritmo del bombo y la trompeta. El delirio fellinesco fue posiblemente lo más simbólico que hubo en la feria del futuro.
La universidad del Parque
Julián es un artista y un pibe de barrio, de esa generación que nació durante la dictadura y creció en pleno menemismo, que estudió Bellas Artes y dramaturgia, pero no duda en asumir que su verdadera universidad fue el Parque Rivadavia. De allí surge su primer y único libro, La desplaza, una biogeografía del parque que va desde las visitas de Sarmiento cuando todavía era la ostentosa quinta de la familia Lezica, hasta el recital en homenaje a Walter Bulacio, durante el cual un grupo de skinheads mató a patadas a un punk; con escraches exclusivos al famoso Gordo que fue guardaespaldas de Massera y ahora tiene algunos puestos en la feria, llegando al momento clave que motivó a Julián a escribir el libro: el enrejado del parque. Cuenta Julián: “En diciembre de 2001 los vecinos ocuparon el parque. El vallado fue la excusa para sacarlos. Estuvo un tiempo cerrado, entonces me metí a la noche y saqué fotos. Lo que vi fue el parque en ruinas, montañas de escombros y cemento removido. Yo sentía que era un lugar fuera del tiempo y, a su vez, era el parque de mi infancia. Lo cierto es que desde que lo enrejaron hubo un cambio grosso, no solo en el parque sino en cómo se concebía la ciudad: empezó a estar todo enrejado”. Julián sintió que algo de su juventud se había perdido, por eso hizo una performance en una fábrica abandonada en la que reconstruía el parque y donde la gente se juntaba a la noche a revivir eso que ya no se podía hacer por culpa de las rejas.
Pirata
El parque fue también el origen de lo que él reconoce como su obsesión por la piratería. Allí está el germen de su primer largometraje, Hacerme feriante, un documental sobre la feria de La Salada. Es algo raro, que no se suele ver frecuentemente: Julián entendió que documentar no es poner gente a hablar frente a la cámara, sino registrar el funcionamiento de la feria, sobre todo a partir del circuito de la mercadería y las asambleas de los feriantes. Julián reniega de las etiquetas que enmarcan la película en lo “observacional” o lo “contemplativo”, porque trabajó sobre la construcción de un relato más allá del mero registro. El documental se sostiene a partir de una propuesta multimediática, con material de archivo, cámaras de seguridad, imágenes de Internet, incluso algunas tomadas por un celular. También hay una búsqueda de puntos de vista que Julián define como no humanos. Metió la cámara en los carros de los feriantes, también sobre la máquina de cortar tela en uno de los talleres textiles, se subió a los techos de la feria, y su mayor riesgo fue filmar en una canoa desde el Riachuelo. Las imágenes de Hacerme feriante se perciben desde lo sensorial: sentimos que todo lo estamos viendo por primera vez.
Hay en la obra de Julián una fascinación por los espacios más que por las personas. Entendió que las paredes hablan, dicho no como una apología de la paranoia sino como aquello que hace a la historia de un lugar, y comprendió que una ruina o un desecho, más allá de ser signo de la modernidad basura, es siempre algo poético, porque su presencia evoca mucho más de lo que se ve. “Antes de la imprenta había una escuela que se dedicaba al arte de la memoria, que estaba a cargo de los jardineros. Construían un espacio ficcional, por ejemplo un edificio, y en cada uno de los espacios se encontraba una parte de lo que tenías que memorizar. Los tipos para reconstruir los textos creaban espacios reales. Esa relación entre los espacios, la memoria y el recuerdo me interesa mucho. Pareciera que ya no tenemos la obligación de recordar, cada vez nos exigen menos que recordemos”.
La semana del estreno de Hacerme feriante en el Malba Julián se sintió incómodo. Le parecía poco ética esa actitud de ir a filmar a Lomas de Zamora, irse, no volver y mostrar su película a un público que nada tenía que ver con ese mundo que tanto lo había fascinado. Julián decidió entonces estrenar la película en los pasillos de La Salada, habló con DJ Vampiro, un pibe boliviano que aparece en el documental haciendo dvd truchos, le encargó unas cuantas copias de la película y, rindiéndole homenaje al título, se fue a venderlas a la feria, por cinco pesos cada una. El estreno fue muy bien recibido, se vendieron todas las películas y en la feria hicieron una versión pirata que viene en un dvd de 19 horas de duración, junto a otros estrenos de Hollywood. Tiempo después Hacerme feriante ganaría premios en los festivales más importantes del mundo. Pero solo cuando la gente de la feria le dijo que se sentía identificada, Julián durmió tranquilo, porque supo que su trabajo ya era todo un éxito.
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