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El infierno de los vivos

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Natalia Moret y su libro Un publicista en apuros. Para algunos es “la novela del año”, para otros una aguafuerte que pinta la brutal vida del porteño que se agotó de ser progre y se quitó la máscara. Ni tanto ni tan poco: la literatura como síntoma de una clase y una época.

El infierno de los vivosSi Un publicista en apuros fuera una película, uno saldría de la sala comentando: “Es la historia de un idiota que termina arruinando su vida miserable”. Pero lo cierto es que Un publicista en apuros es un libro sobre la sociedad de consumo y uno al terminar de leerlo piensa: “Es una historia que nos seduce a buscar una hipótesis sobre la duración del infierno”.
Todos sabemos que la crítica –cuando no cae en el elogio o en el simple desglose de los elementos que componen la obra– es un arte bastardo y que hacerse una pregunta ridícula como “¿Qué hay en la literatura de nuestro país que no sea producto de la masturbación mental de un grupúsculo de personas cultas y pudientes?” hoy nos devuelve una respuesta inabordable; y más allá de ella hay sólo silencio.
Aguafuertes de otra clase
Un publicista funciona como el relato exagerado de una situación cuya imagen normalizada –la nuestra– es peor que su caricatura. El paisaje de la novela está repleto de personajes que danzan un cambalache sin nombre junto a la cocaína y el gin tonic, hombres de negocios infieles y mujeres de negocios infieles que participan de un corso tóxico y que parecen girar eternamente en secuencias pánicas y sin sentido. Sus cuatrocientas páginas abundan en episodios extremos –la violación por parte de dos “dandys” de un muchacho adicto al paco en una calle de La Boca, la aparición de unas travestis y un enano en un bar tan caro como infame, la multiplicación de paraguas en un expendio de drogas en Constitución– que trazan, a su vez, una aguafuerte de la vida de nuestra alta burguesía, donde el consumo se justifica a sí mismo y donde los personajes parecen no tener tiempo para hacer otra cosa que ir maquinalmente hacia delante, apelando a un catálogo de recursos exquisitos como la violencia, el falso elogio, la traición, la amenaza telefónica o virtual y por último al don de la pólvora, a los disparos.
Un publicista en apuros está redactado en un español de entonación porteña y no nos deja olvidar que es un tipo insufrible el que narra su caída en primera persona. Sin embargo, a través de los capítulos, resulta imposible comprender las diversas psicologías y eso convierte a toda la fauna en monstruosa, porque de tanto ejercitarse en el engaño los personajes consiguen finalmente engañarse a sí mismos, y quizá también a nosotros.
La empatía es inexistente: los humanos aparecen próximos como si fueran observados a través de una lupa y eso los muestra constantemente descarnados y brutales, deseosos de saciar su deseo más inmediato sin que medie ninguna circunstancia.
Otro tono del paisaje: la mayoría de los seres que componen esta trama buscan la libertad a través del dinero, y se presentan como personajes que tienen tiempo para meditar sobre el amor o la libertad porque en la habitación de al lado una o dos esclavas les están limpiando las medias.
Un progresista cansado
De su autora, Natalia Moret, vale mencionar que nació en Buenos Aires en 1978, que estudió sociología en la UBA, que publicó algunos cuentos en antologías quizás intrascendentes, que no parece tener sangre de estatua y que esta es su primera novela, signada por algunos como “la novela del año”. Del estilo de esta última nos basta aclarar que su prosa es menor y que quiere pasar desapercibida, pero su tono a veces resulta hasta desagradable. El monólogo interior del protagonista, Javier Franco, es la constante del libro y responde a la soberbia sociología de un progresista que, cansado de tanto carnaval de máscaras, se desviste de su hipocresía y conversa con los distintos fascistas que dan sustancia a su personalidad multifacética.
Javier Franco es dueño de una empresa de publicidad, es un insensible, casi nunca trabaja, es un paranoico y es su misma paranoia la que permite que el relato avance: acosado por una deuda, Franco se entera de que muere su acreedor en un supuesto suicidio. Imaginando que otros acreedores vendrán por él, formula una serie de hipótesis y delirios persecutas que lo obligarán hacia el final a exiliarse en Uruguay, donde ni siquiera un aire fresco pareciera cambiar el triste proyecto de su vida de laboratorio.
Des-generado
Decir que Un publicista en apuros corresponde al género de novela policial, de thriller o de best-seller es arruinar la increíble sensación de que estamos ante un plato único o ante una ensalada de la literatura. A pesar de algunos comentarios, la influencia de Chandler o de Hammett no se percibe. Moret omite sin esfuerzo la influencia minimalista que tanto barullo hizo en nuestro pasado reciente y utiliza los episodios de acción como recurso para que la lectura de la novela resulte interesante y hasta divertida.
Para quienes aspiren a encontrar un paralelismo fácil entre la cocaína y el libro: una vez adentro, es imposible salir. Y para aquellos que objeten el lujo y busquen paralelismos sociales predecibles: en la novela hay un monopolio. Ese unimercado es ejercido por “el pastor Amín”, un mafioso de la iglesia evangélica que tiene relaciones oscuras con Javier Franco y cuyo tráfico celeste lo lleva a conquistar el comercio total de la cocaína.
En este libro de Moret la merca funciona como la información: todo el mundo la consume sin preguntarse qué efectos conlleva. Nadie pone en jaque su utilización; algunos cuestionan su procedencia o su calidad, pero su omnipresencia hace que dance ante nosotros como el tótem más respetado de todo este espectáculo.
Obscena Buenos Aires
Asistimos entonces al relato de una sociedad farandulesca, donde el consumo y la mentira funcionan como métodos de supervivencia, donde la explotación encuentra siempre el mejor maquillaje para trasvestirse y nos convertimos finalmente en cómplices mudos de un escenario donde los seres humanos apuntalan sus vidas entre delirios y contradicciones. En el manejo de estas imágenes altamente porteñas entendemos que la novela no sólo es un reflejo de esta Buenos Aires densa, alucinada y obscena, sino que la trama articula una cifra de la ciudad global, un canto a la propia decadencia de la ciudad donde lo marginal copula con el establishment en un perpetuo intercambio de fluidos de cuerpos, de ideas, de sensaciones, de productos, de relatos, de discursos.
Lejos del amor, por fuera de la literatura comprometida, distanciado de toda esperanza de cambio social, el experimento de Un publicista en apuros nos induce a la la risa desesperada.
La próxima novela de esta autora tratará sobre una serie de asesinatos a poetas mediocres, cuya fama les llega sólo a través de la muerte.
Mientras consumo teorías sobre la duración de este infierno, imagino quiénes querrán asesinar a Moret y quiénes dejarla con vida.
Confieso que yo todavía lo estoy pensando.
 

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