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Clase magistral
La toma, el documental de Sandra Gugliotta. La ocupación del colegio Avellaneda le permitió mostrar un debate clave: qué hacer cuando se cae el techo.
Corría el año 2010 cuando Sandra Gugliotta empezó a filmar en el colegio Nicolás Avellaneda, ubicado en la zona de Palermo. La idea era hacer un documental a partir de una premisa basada en una tesis que había escrito su hermana: cómo se transmiten las matrices de género en adolescentes. Complicado. Ocurrió lo siguiente: el centro de estudiantes estaba en pleno proceso de construcción, y las discusiones políticas y los debates empezaron a ocupar la escena. Hacia mitad de año, los alumnos decidieron tomar el colegio por el incumplimiento de obras de infraestructura por parte del Gobierno de la Ciudad. En Capital Federal, llegó a haber 22 colegios secundarios tomados.
Lo último que pensó Sandra cuando llegó al Avellaneda para filmar la tesis de su hermana era que su documental se terminaría llamando La toma.
Territorio en disputa
Más que un buen documental (sin duda lo es), La toma es un documental necesario. Acercarse al proceso de ocupación de un espacio público en épocas donde la política del gobierno porteño es tan clara como estremecedora (desalojar con disparos y después ver qué onda), resulta de por sí un acontecimiento, y nos hace pensar a dónde debería estar mirando el cine hoy en día, si es que realmente a través de las películas podemos leer una época. La cuestión, de todos modos, no se limita a una sola ciudad ni a la gestión de un gobierno de turno; lo cierto es que el espacio público, como siempre y más que nunca, es un lugar en disputa.
El documental llevó un año de rodaje, y alcanzó las noventa horas de material en crudo de charlas, asambleas y reuniones, que Sandra fue seleccionando y depurando hasta construir un relato que nos permite ver el proceso entero, desde que se inicia la toma hasta que finalmente se levanta, dejando ver las fricciones internas y la postura de los distintos sectores, sin recurrir a entrevistas, sino a través del registro directo de situaciones concretas, de un fenómeno que en general el amarillismo mediático intenta ridiculizar o la lógica de la política partidaria utiliza como artillería contra el enemigo de turno. La toma es fundamentalmente una experiencia humana de chicos que no quisieron quedarse de brazos cruzados mientras se caían las paredes de su colegio.
Lo más interesante surge de los distintos puntos de vista respecto del conflicto: por un lado, el de los chicos (en realidad las chicas, porque las protagonistas son mujeres: Roberta, Mariana y Melisa). Por el otro, el de las autoridades, encarnadas en la figura de Enrique Vázquez, el vicerrector. Vázquez, más que un enemigo, es el encargado de marcar ciertos límites a los chicos y de discutir a fondo el porqué de las decisiones que están tomando. Vázquez dialoga de igual a igual con los chicos, sin ser paternalista ni autoritario. Discute, se enoja y plantea disyuntivas, siempre con honestidad y con un profundo respeto por lo que se está haciendo. En un momento, dice: “Estoy totalmente en contra de esta toma, pero quiero que se hagan las cosas bien. Este colegio tiene una tradición de lucha y tienen que entender que si nos están dando bola es porque acá hace años que se están haciendo cosas, no es algo que surgió de un día para el otro. Entiendan también que la política es el derecho a estar en desacuerdo, respeten mi postura”.
Poner en cuestión
El documental, también, registra las reuniones de los padres con las autoridades (los docentes se negaron a ser filmados, allí está la mayor ausencia en el relato). En esas reuniones surgen diversos contrapuntos: alguna madre en desacuerdo, un padre que plantea que la toma sólo representa a una minoría del alumnado, otros que apoyan la medida e intentan pensar cómo se puede fomentar la participación. En resumen: discusiones políticas concretas y genuinas donde todos intentan comprender el porqué de la situación y cómo se puede llevar adelante de la mejor manera. En un momento, alguien le dice a los chicos: “Ustedes se equivocaron, porque empezaron por la medida más extrema. Si no les dan bola, ¿qué hacen? ¿Van a tomar el ministerio?”. El documental no se priva de poner en tensión el accionar de los alumnos y alumnas, y es necesario que lo haga, porque no poner en duda o no cuestionar el porqué de lo que se está haciendo, no deja lugar a la reflexión.
“Cuando estuve ahí, en la vorágine del día a día, no veía bien la situación. Pero ahora vi la película al lado de otras personas, y todas coinciden en algo: es muy visible que el colegio estaba destruido, un edificio maravilloso hecho mierda. A los chicos se les venía el techo encima. Entonces no hay mucho discurso posible: ves chicos luchando contra eso. A mí lo que me interesó fue estar con gente en ese estado de movilización constante”. Y agrega: “Otra cosa que me sorprendió al ver el material, es que a esos chicos yo no los había visto en ningún lado. Ni en películas, ni en publicidades ni en los medios. ¿Dónde están?”.
Hay algo que resulta aún más interesante: las discusiones políticas que se dan en los secundarios, todavía mantienen cierta espontaneidad o si se quiere, una participación más directa e inmediata que se mantiene por fuera de la matriz de la política partidaria, sumamente esquemática y discursiva que existe, sobre todo, en las universidades (de eso se encargó otra película: El estudiante).
“Lo que me interesa es que ellos mismos van creciendo en el transcurso del año, y el documental permite ver ese proceso. Empiezan a ser protagonistas, con todos los errores y la pasión. De repente, se iban transformando en estrellas, en cuadros políticos: iban a los medios, a las marchas, daban entrevistas, fueron aprendiendo a transmitir lo que les pasaba, a argumentar, a discutir”.
Hay un momento que justifica la importancia de este documental: los chicos están reunidos en una asamblea general. Hay muchísimos alumnos. El colegio está tomado y deben decidir si continúan con la medida. Un chico llega desde la puerta y avisa: “Están los medios afuera con cámaras y quieren entrar”. Luego de un griterío confuso, el chico retoma la palabra: “¿Quieren que entren los medios o no?”. Enseguida se oye el grito unánime: “¡No!”.
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Y azul quedó
Qué hay detrás del dólar blue. Las corporaciones presionan por la devaluación para recuperar márgenes de ganancias. Las vedettes del modelo extractivo -mineras y sojeras- también, para obtener aun más beneficios. La especulación inmobiliaria, que ya forma parte del modelo corporativo, es otra de las que impulsan esta batalla contra el peso. Todo en un año electoral. Pero detrás de la Operación Blue está escondida una vieja conocida: la deuda externa. Su cifra actual supera los 180 mil millones de dólares. Este marzo un decreto presidencial dispuso el pago de 2.334 millones sólo de intereses. Por eso el gobierno necesita dólares. Pistas para entender qué está en riesgo.
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El señor Techint
Paolo Rocca. Es el hombre más rico de Argentina, pero es italiano y mudó parte de la administración del grupo a Uruguay. Maneja un emporio con empresas en 100 países. Formado en las ciencias sociales, le tocó conducir el timón en el océano de la globalización. Logró que Chávez le pagara cuando estatizó su empresa, pero no pudo comprarle al Estado argentino su parte en Siderar. En la coyuntura electoral, juega a la devaluación para bajar el costo salarial en relación al dólar. Genealogía de uno de los principales jugadores económicos de la actualidad.
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A toda costa
La Asamblea No a la Entrega de la Costa Avellaneda-Quilmes. Frenaron un mega proyecto inmobiliario de la multinacional Techint. Organizan caminatas para que se conozca lo que defienden: el humedal y el bosque que resisten en la orilla más contaminada. Propuesta: “Cuando todos saben, el poder está en todos”.
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