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Vereda con código libre

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Compartiendo Capital. Basados en la experiencia del software libre crearon una forma de hacer y pensar el espacio público. Desde Rosario comenzaron a tejer una red basada en compartir.

Del software libre a la construcción de baldosas de autor. Del universo digital al campo físico. De la Internet 1.0 a las redes sociales. Del diálogo en estas redes al encuentro en la calle.
Una cámara estenopeica, vodka con miel y baldosas hechas a mano. Una plataforma digital y un libro donde, en ambos casos, el conocimiento siempre se comparte.
¿Qué tendrán en común todas estas experiencias pensadas originalmente en claves diferentes? Si observamos los modos de hacer, la receta es sencilla: una misma fórmula aplicada a cualquier tecnología. La filosofía del código abierto.
Esta mezcla nada azarosa surge de un movimiento que tiene su cuna en Rosario: Compartiendo Capital, una experiencia face to face y peer to peer, como les gusta definir a sus integrantes. Generar plataformas de encuentro e intercambio: ese es el objetivo que sustenta el proyecto y va tomando distintas formas, texturas y calidades, tanto digitales como analógicas.
Hazlo tú mismo
Se reciben en su casa. Un hogar, el mate, tres computadoras encendidas y una cocina de proyectos. Aquí nacen las recetas que luego circulan y se reformulan con nuevos ingredientes que aportan quienes también comparten su capital, su conocimiento. ¿Un laboratorio comunitario? Sí, algo parecido.
Compartiendo Capital fue creado en el año 2000 por Fabricio Faca Caiazza e Inne Martino, artistas visuales y compañeros de ruta. El movimiento que fomenta el libre intercambio de conocimiento hoy toma forma a través del Proyecto Anda.
“Empezamos a fantasear en torno a que Internet podría también ser un espacio público. De ese modo fuimos dando con diseñadores y usuarios de Linux, cuya filosofía era el código abierto. Nos interesó muchísimo como analogía para vincularlo con las prácticas de arte público que veníamos desarrollando. Empezamos a pensar posibles traslaciones que tiene ese modo de hacer del software libre a otros campos, comenzando con el nuestro que era el campo de la construcción visual”, cuenta Fabricio.
En un comienzo diseñaron una cámara fotográfica estenopeica, con un modelo bien simple. Subieron los planos a Internet y generaron encuentros presenciales con fotógrafos que también tenían prototipos propios, con el único objetivo de compartir conocimiento. Que el código de producción circule. Del diseño de una cámara artesanal se volcaron a la preparación de una bebida con miel y vodka, o Vodkamiel, como supieron bautizarla. “En Internet dejábamos disponible la receta para hacerla, y habilitamos una instancia de encuentro que denominamos degustación”.
Evidentemente, en este recorrido ellos no están solos. Conversan con arquitectos, diseñadores, albañiles, ingenieros, adolescentes, vecinos, docentes. Todo depende del proyecto, que estos artistas configuran en un tiempo y espacio que navega de lo virtual a lo presencial y así constantemente, en un diálogo que por supuesto, siempre es abierto.
Redes de hacer
Desde el año 2005, Compartiendo Capital se transformó en una plataforma digital que abre el código de estas experiencias. Dos ejemplos: Caja Quemadora, una instalación urbana para copiar música de manera gratuita y legal, y Not for Sale, compilación de material fotográfico y gráfico de los años 90. Así el conocimiento circula por las redes para que otros copien, distribuyan y remixen, generando sus propios modos de hacer.
Lo que vale no es tanto el resultado: lo importante es el proceso. De allí nace la creatividad, también, para criar comunidades de usuarios y productores al mismo tiempo. Y más allá de lo virtual, un libro. Una invitación a trazar recorridos o inventar otros. “Tomamos diferentes experiencias de arte y comunidad y un tercero escribía sobre la experiencia del otro”. Compartiendo Capital –así se llama el libro– se distribuye bajo la licencia Creative Commons, un mapa de hipervínculos, una Guía T que dispara la mirada hacia otras prácticas artística,s como El Club del Dibujo; Iconoclasistas, Compilados Situacionales, Planeta X y Stickboxing.
Pisando firme
Desde el año 2011, Inne y Faca impulsan un proyecto de construcción de baldosas calcáreas. La tecnología digital derivó en la calle, y el diálogo a través de las redes sociales continuó en talleres en escuelas y centros culturales.
El proyecto Anda es puro movimiento: hacer con las manos baldosas para que luego sean instaladas donde haga falta. La estrategia es simple: relevar faltantes en el embaldosado de las veredas de la ciudad y completar la grilla con el diseño de diferentes baldosas.
Cuenta Fabricio: “Nos interesa sobre todo sanear esa relación que tenemos con los espacios públicos. Hay que repararla, reconstruirla, volver a repensarla. Las baldosas son diseños que producen las mismas comunidades con la finalidad de ser instaladas en sus propias veredas. Ellos las diseñan, las construyen y las instalan en un proceso que dura aproximadamente unos 22 días entre el fraguado y el secado del cemento”.
Proyecto Anda –que cuenta con un aporte del Fondo Nacional de las Artes– recupera la técnica tradicional de construcción de baldosas y propone una intervención reparadora, simbólica-poética del espacio público, acercando la lupa al deterioro permanente de espacios compartidos como las veredas. “Nosotros decimos que es una intervención de saneamiento urbano”.
¿Cómo empezamos?
Durante un año los artistas investigaron cómo fabricar baldosas calcáreas. Para ello, iniciaron una búsqueda de viejos baldoseros que pudieran transmitir la técnica tradicional. En Rosario sólo encontraron uno. La dificultad fue mayor cuando les dijeron que para la fabricación precisaban una prensa hidráulica de una tonelada. ¿Qué hicieron? Siguieron buscando. Así encontraron que en la India, por ejemplo, construían baldosas de un modo más rudimentario y artesanal. “Se nos ocurrió copiar esa técnica con elementos que se encuentren en cualquier ferretería para que puedan hacerlas tanto niños como adultos. Diseñamos prototipos con artistas que invitamos, para poner a prueba la ductibilidad de los materiales que estábamos usando: en vez de metal, plástico reciclado; en lugar de hierro, madera”, cuentan.
Actualmente, Anda se encuentra de gira por Argentina. En Barranqueras, Chaco, participaron 35 adolescentes de una escuela técnica pública. “La experiencia fue formidable: ellos nos devolvieron información sobre el material que nosotros no conocíamos. Aprendimos otro modo de mirar el cemento. Nosotros dejamos la investigación que hicimos y ellos nos devuelven pequeños secretos que van sumando y enriqueciendo cada vez más el proyecto. Además, la experiencia para los chicos fue muy significativa. Decidieron instalar las baldosas en una plaza de Resistencia, generando lazos. Un empoderamiento y una visión de la ciudad, para ellos muy importante”.
El diseño artístico de cada baldosa, a su vez, surge de la comunidad. Son imágenes sencillas por la propia limitación que impone el cemento. Se utilizan colores primarios, además del blanco y el negro, explica Fabricio. Y la baldosa, como cualquier otra tecnología, termina siendo una excusa para hacer con otros. Los tutoriales y hasta un botiquín de autoconstrucción están disponibles en el sitio web del proyecto. “Seguimos trabajando con la filosofía del código abierto, pero utilizando Internet sólo para comunicar la experiencia”.
La tecnología cobra sentido en un contexto social, apunta Faca. La receta es hacer con otros y que esos otros hagan con uno. Y antes del último mate, concluye: “Que existan tecnologías más avanzadas para elaborar baldosas no impide que podamos reutilizar una técnica antigua. No la rescatamos porque somos nostálgicos, sino porque es un modo práctico de contar historias, de hacer algo con el otro”.

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