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Una historia cinco estrellas

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La justicia determinó que deben desalojar el hotel, luego de haber logrado reactivarlo. La telaraña judicial que consagra la impunidad de un grupo económico que nunca le pagó al Estado. Qué defienden los trabajadores cuando gritan: El Bauen es de todos.

Una historia cinco estrellas
Eva llora. Está sentada en el sillón de la presidencia de la cooperativa de trabajadores que recuperó el Bauen Hotel, contándome que ahí mismo estaba sentado, hace una docena de años atrás, su patrón, Marcelo Iurcovich, cuando le propuso lo siguiente: para mantener su puesto de trabajo como mucama tenía que renunciar a una empresa y comenzar a trabajar en otra. Un trámite formal, le explicaron, con el que perdería los derechos otorgados por su antigüedad en el puesto, pero que le permitía a la empresa eludir muchas obligaciones más. “Si quiere, bien; si no, ya sabe”, le dijo el patrón. “Lo quiero pensar”, balbuceó Eva. El patrón le respondió: “Piénselo, piénselo, cómo no. Pero sepa que esa conducta tiene graves consecuencias para un trabajador”.
Eva llora. Llora porque recuerda la humillación que sintió cuando firmó aquella renuncia. “Mi marido trabajaba para otra de las empresas de Iurcovich, la que hace mantenimientos de equipos en hospitales municipales. Si yo decía que no, las consecuencias las íbamos a sufrir los dos. Pero lo peor es que no sirvió para nada, porque al poco tiempo nos anunciaron la quiebra del hotel”. El cierre se concretó el 28 de diciembre de 2001, así que imaginen lo que representó para cada uno de esos 70 trabajadores quedarse en la calle en esos días. Eva: “Trasladaron a los pasajeros al edificio del apart, que está acá la vuelta, sobre la calle Corrientes, y nos mandaron a mendigar nuestros salarios al síndico de la quiebra. Íbamos todos los días, rogando un peso, y nada. Así durante tres meses”.
Tres meses.
Uno de esos días, quedó con sus compañeros en encontrarse en la esquina de Corrientes y Callo para ir juntos, otra vez, a recorrer los pasillos de la injusticia. No recuerda quién, pero alguien dijo lo inevitable: ¿para qué vamos si ya sabemos qué va a pasar? No recuerda tampoco quién, pero alguien propuso lo inevitable: entrar al hotel. La puerta de Callao estaba cerrada, pero, en tiempos laborales, los trabajadores ingresaban por el estacionamiento del apart y así lo hicieron, una vez más, la definitiva.
Estamos, recién, en marzo de 2002.
“Iurcovich nos mandó a decir que nos quedáramos, así no tenía que pagar seguridad para cuidar el edificio. Yo empecé a trabajar en otro hotel, pero venía al Bauen todos los días, a cumplir mi turno. Fueron tiempos muy duros: no sabíamos lo que estábamos haciendo, pero sí por qué: queríamos defender nuestros derechos. Los compañeros no tenían ni para la comida, así que hacíamos una olla grande con cosas que íbamos a buscar en la basura del Mercado Central. Sacábamos la parte mala, lo podrido, y cocinábamos un guiso. Quedaba rico”.
Eva recuerda que comenzaron a acercarse estudiantes, vecinos, trabajadores de otras empresas recuperadas y, entre todos, fueron dándoles ánimo para organizar una fiesta para recaudar algo de dinero. “Hicimos una jornada cultural en el hall, que era lo único que estaba más o menos decente. Con el dinero que juntamos compramos litros y litros de lavandina y desinfectante y comenzamos a limpiar el edificio”. Limpiaron también algo más importante: el destino. La idea que comenzaron a cepillar recién se concretó cuando formalizaron los papeles de la cooperativa de trabajo.
Llegamos, ahora, a setiembre de 2003.
Fue entonces cuando el patrón los denunció por usurpación.
A la tarea de limpiar, comer, organizar la producción, aprender a trabajar en equipo, contener las diferencias, los miedos, las necesidades, se les sumó la de responder a la demanda judicial. Confiaron en funcionarios, jueces y abogados, pero solo con movilizaciones, solidaridades y campañas lograron abrir una instancia de negociación. Así, firmaron un convenio que les otorgó el hotel en comodato y que les permitió comenzar a explotar comercialmente los salones, a cambio de ceder el uso del teatro al gobierno de la Ciudad.
Acabamos de arribar al año 2004, cuando llegó al recuperado Bauen Hotel la primera delegación de pasajeros proveniente de la República Bolivariana de Venezuela. “Nos llamaron por teléfono para decirnos que venían a Buenos Aires, se habían enterado de nuestra lucha y querían alojarse acá, pero no teníamos en condiciones ninguna habitación. ¡Estaban destruidas! Nos respondieron: ´no importa, mejor así. Seremos los primeros pasajeros´. Ahí mismo nos pusimos a trabajar. Recorrimos las 224 habitaciones y, entre todas, pudimos armar 2 pisos. Sacamos de allá, acarreamos acá, pintamos, limpiamos y arreglamos. Fue el empujón que necesitábamos para largar con la parte de hotelería, que es finalmente nuestro trabajo”.
Durante los años que siguieron y al ritmo en que iban recuperando pisos y clientela, atendiendo durante las 24 horas y los 365 días del año a los pasajeros, encerando los pisos de los 6 salones, cocinando banquetes y organizando casamientos, agasajos y seminarios, albergando conferencias de prensa y reuniones de batallas hermanas y manteniendo, cuanto menos, una asamblea mensual, la cooperativa tuvo que hacerse tiempo para responder a las amenazas de desalojo y las causas penales, civiles y contravencionales con las que los herederos del patrón comenzaron a bombardearlos.
Un misil los impactó en 2005 cuando el macrismo ganó la votación de una ley en la Legislatura porteña, con el mínimo de votos, que proclamaba nula la cooperativa de los empleados para manejar el Hotel. Eva recuerda que aquel día recibió la golpiza más grande por parte de la policía, aunque reconoce que la peor parte se la llevó otra compañera, a quién le fracturaron varias costillas. “Pero al día siguiente, la mitad estaba trabajando y la otra mitad en la calle, reclamando. No bajamos los brazos ni con moretones”, recuerda Eva. Así lograron que el entonces jefe de gobierno porteño, Jorge Telerman, demorara la firma de esa ley. Así, también, entendieron que debían ser ellos mismos los que investigaran las maniobras financieras de sus patrones. A la lista de tareas le agregaron una más: la batalla contra la impunidad.
La información así reunida la llevaron a despachos judiciales, legislativos y ejecutivos. El más receptivo fue el juez contravencional Roberto Gallardo, quien en sus días como Defensor General de la ciudad, decidió crear una comisión para investigar las denuncias de los trabajadores. Esa investigación se constituyó, por lo tanto, en una fuente de información que permitió, entre otras cosas, desenmarañar la maniobra financiera que hoy los trabajadores siguen denunciando. “El hotel no es del grupo Iurcovich, ni de ninguna de las empresas que creó para perpetuar el fraude. El hotel es del Estado nacional y nosotros, los trabajadores constituimos hoy la única garantía que tiene el Estado de que las deudas que tiene ese grupo puedan cobrarse”, concluye Federico Tonarelli, vicepresidente de la cooperativa.
La telaraña de la estafa puede hoy sintetizarse en dos causas paralelas, que siguen trámites diferentes y -lo que es más importante y llamativo- ritmos distintos. Explica Tonarelli: “Por un lado, está el trámite de la quiebra. Esa es la causa que motoriza el desalojo porque es ahí donde se discute judicialmente la propiedad del inmueble. La justicia ya falló: determinó que el hotel es de la empresa Mercoteles S.A. Nosotros apelamos ese fallo hasta en la Corte Suprema, que confirmó lo dictaminado en primera instancia. La justicia, entonces, para hacer efectiva esa sentencia debe entregar el hotel a la empresa y no puede, porque nosotros estamos adentro, trabajando. Por lo tanto, ordena el desalojo para próximo el 15 de mayo. Pero hay otra causa judicial, que reclama los créditos impagos que tiene este grupo con el Estado Nacional. Esa causa también tiene sentencia firme que determina que esa deuda existe y está impaga. Lo que está demorado, lo que todavía no determinó la justicia, es cuál es el monto actualizado de esa deuda. Según lo determinó el informe elaborado por la comisión que formó el juez Gallardo, el monto adeudado supera en 2 ó 3 veces el valor del edificio. Es probable que, si sigue la dinámica actual, los peritos determinen mucho menos, pero en ese caso el Estado puede apelar. Y ahí determinará la Cámara o, en última instancia, la Corte Suprema, el valor adeudado. Pero ese no es el principal problema. El tema central es que el sujeto de esa causa no es Mercoteles SA, sino Bauen SA, otra empresa de la familia Iurcovich. Es decir, la forma de eludir la responsabilidad jurídica de estos grupos es mandar a la quiebra a una sociedad y crear otra. Y esa otra es la que compra el Bauen en la quiebra. La justicia es la que debe vincularlas. Esa es la única manera de terminar con la impunidad de estos grupos que representan la especulación financiera que fundió el país en los 90 y pretende volver a hacerlo ahora”.
Tonarelli lo define así: “Estamos hablando de expertos en maniobras judiciales para hacerse de fondos públicos, estamos hablando de un empresariado parasitario del Estado, que ha tejido relaciones de todo tipo –jurídico, político, social, personal- que les permiten manejar esto de una forma imposible para cualquiera de nosotros. Es muy simple y lo puede entender cualquiera: si vos debés la cuota de tu crédito hipotecario, te rematan el departamento, pero ellos pretenden que les perdonemos las deudas y le devolvamos algo que, a esta altura, es de todos. No sólo nuestro, de los trabajadores del Bauen: de todos”.
Estamos parados en la baldosa del hoy, del ahora mismo, de esta semana. Estamos parados en una época difícil, confusa, que el caso Bauen ilumina con claridad. Es este “momento Bauen” el que nos permite leer las noticias en otra clave. Un ejemplo: hace apenas unos días la presidenta Cristina Fernández de Kirchner inauguró la nueva planta de la emblemática Siam. Detrás de la foto, están los integrantes de una cooperativa de trabajo formada por 40 obreros que recuperaron Siam tras su cierre y sobrevivieron a más de 12 años de miserias políticas y judiciales. Ahora, serán mano de obra precarizada que proveerá productos que comercializará una multinacional de electrodomésticos. Los nuevos patrones lograron un récord: la legislatura bonaerense votó la expropiación en un día en las dos cámaras. Y otro: un crédito de 100 millones de pesos otorgado por la Secretaría de Industria, con un año de gracia y un interés anual del 9,9%. Y otro: no pagan impuestos. Para mensurar estos beneficios basta un solo dato: en la legislatura bonaerense hay más de 130 proyectos de expropiación que esperan deesde hace una década, sin suerte, su sanción a favor de cooperativas de trabajadores que recuperaron empresas. Otro: las cooperativas no cuentan con las mismas excepciones impositivas y, mucho menos, con acceso a créditos semejantes. Y otro: aun así, desde la precariedad de la situación legal más básica para operar en el mercado, una cooperativa como el Bauen logró crear y mantener 130 puestos de trabajo.
Eva llora. Llora con muchas lágrimas, con mocos y con un dolor que le dobla la espalda. Durante la larga charla había logrado mantenerse entera, dinámica, pero se quiebra cuando suelta una frase: “No todo es plata”.
Repito: no todo es plata.
Detrás de estas sencillas palabras está toda esta historia y mucho más: lo que está en juego.
Valores.
Dignidad.
Derechos.
¿Sigo?

Once años de lucha

La película Bauen lucha, cultura y trabajo  recorre once años de la historia de recuperación del hotel. Durante todo ese tiempo Fabián Pierucci registró marchas, intentos de desalojo, solidaridades y actividades cotidianas; entrevistó a trabajadores y enhebró pequeños y grandes hitos hasta alcanzar lo que buscaba: “Me interesaba mostrar especialmente lo que pasa con estos cuerpos en este proceso de recuperación del trabajo. Todavía me impresiona ver la delgadez de algunos compañeros en los primeros días del registro y compararlos con cómo están ahora. No es sólo la flacura lo que impresiona, sino la dignidad en constante crecimiento que transmiten, la fortalaza que crece en la medida en que van fortaleciendo su trabajo, la cooperativa”.
Los registros fílmicos, en principio, sirvieron en cada oportunidad para difundir noticias puntuales de esta larga batalla, pero ahora se unieron para narrar otra cosa: lo que significa este proceso de recuperación y autogestión de la producción económica, social y subjetiva.
La primera función fue para los propios trabajadores del Bauen que recibieron la película como a un espejo: “Si no los refleja, no sirve”, les advirtió Fabián, abriendo así la posibilidad de comentarios y modificaciones. La aceptación y los aplausos no lo aliviaron de la propia presión y siguió editando y editando el material hasta días antes de presentarlo en el Festival Internacional de Cine Político que se realizó a principios de este mes en el auditorio de la Cámara de Diputados de la Nación.  Ahora, espera la fecha de estreno en cines.
Para Fabián, fundador del Grupo Alavío y Ágora Tevé,  está claro el objetivo de este documental: “Es una herramienta más para luchar por la expropiación del Bauen y para consolidar el proceso de autogestión que representan las empresas recuperadas por sus trabajadores”.

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