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La hipótesis Carrasco

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Murió el viernes 9 de mayo y hasta sus últimos días estuvo difundiendo los peligros del modelo productivo que tiene en la ciencia su principal cómplice. Defendió sus ideas en asambleas, seminarios y charlas tratando de alertar sobre el peligro de atar la producción de conocimiento a las corporaciones. Dejó un legado: cada vez hay más Carrascos.

La hipótesis Carrasco
El doctor Andrés Carrasco tuvo hasta el final de sus días dos sedes de trabajo. El Laboratorio de Embriología Molecular de la Universidad de Buenos Aires, donde sus experimentos con embriones anfibios confirmaron los venenos del modelo sojero, y el Bar de Cao, bello resabio de 1915 en el barrio de San Cristóbal, en el que solía instalarse con netbook y celular.
Era médico egresado de la UBA, militó en el peronismo en los años 70 (“pero no en Montoneros, teníamos críticas a las formas organizativas, las mismas que plantearon más tarde muchos de sus integrantes”). Desde 1980 hasta 1990 desarrolló sus investigaciones en Suiza y Estados Unidos. En el año 2000 participaba, con muchos de sus antiguos compañeros, en el FREPASO y el gobierno de la Alianza lo designó como presidente del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas). Más recientemente, Nilda Garré lo nombró en el Ministerio de Defensa como subsecretario de Ciencia y Tecnología, pero Carrasco decidió renunciar luego de dar a conocer, en abril de 2009, las investigaciones del Laboratorio de la UBA sobre los efectos del glifosato, herbicida atado a la producción de soja transgénica. Había trabajado en embriones anfibios, y confirmó estudios que venían realizándose en Francia. Detectó:

En embriones inmersos en dosis 1.500 veces menores a las de las fumigaciones: disminución del tamaño, alteraciones cefálicas con reducciones de ojos y oídos, pérdida de células neuronales, compromiso en la formación del cerebro. Sus conclusiones: “Podrían indicar causas de malformaciones y deficiencias en la etapa adulta”.

En embriones inyectados con dosis 300.000 veces inferiores a las de las fumigaciones: malformaciones intestinales y cardíacas, alteraciones en la formación de los cartílagos y huesos del cráneo, incremento de la muerte celular programada.

El informe afectó las células neuronales de quienes en el ámbito oficial y privado defienden el modelo sojero. Carrasco incluso recibió amenazas.

Poner el cuerpo

En una de las tantas charlas que mantuvimos con Carrasco sintetizó su pensamiento sobre todas las cuestiones clave que atravesaron su vida en los últimos años. Sobre la renuncia a Defensa nos dijo: “Mi filosofía es no atornillarme a los cargos. Recomiendo públicamente a todos los compañeros, o no, que tienen cargos públicos, que tengan una profesión, un oficio, que no sea ser político, funcionario, diputado. Para mí fue un honor tener cargos, pero soy médico, investigador, y cuando he aceptado un nombramiento es con la intención de hacer un aporte, pero sabiendo que volveré a lo mío. Hay que preservar los grados de libertad de conciencia y trabajo”.

Sobre los ecos de sus ensayos: “Es increíble que la reacción haya sido por el informe y no por los centenares de denuncias que venían haciendo médicos rurales y vecinos de todo el país. Si yo no hubiera llegado a esas conclusiones, ¿quién tendría razón? ¿El que está en el laboratorio o el vecino que muestra lo que le pasa? Vivimos en un sistema de negación. Cuestiones como éstas no se estudian para que no se conozca lo que provocan. Pero el glifosato no es el centro del problema, ni Monsanto (la multinacional sojera). Lo más grave, lo enfermo, es el modo de producción actual que tiene un efecto perverso sobre el ambiente, la salud humana y la sociedad”.

Carrasco nos hablaba de ciencia, o de formas de pararse ante la vida: “La tendencia de la comunidad científica argentina es ser legitimada por el exterior. Es una comunidad subalterna, en el sentido de que está subordinada a las lógicas de los grandes centros científicos. Vive copiando formas, lógicas, hay un deslumbramiento por las tecnologías. Es como el nuevo rico que va al shopping y quiere comprarse todo para ser como otro”.

¿Y qué compra?

Paquetes tecnológicos, pero primero, lo que compra es modos de pensar. La dependencia es ideológica, siendo que hoy más que nunca el modelo de desarrollo de un país depende del pensamiento y conocimiento que sea capaz de generar. Más en un país dependiente como el nuestro. No se trata de enfrentarse a países centrales, sino de tener políticas de desarrollo científico y de pensamiento propios. 

¿Por ejemplo?

Lo primero es entender que la idea de ciencia neutral y universal no puede creerla ni Magoya. Se usan esas clasificaciones para que todos tengamos que hacer lo mismo. Pero es mentira. Cada estructura de poder, histórica e ideológicamente, ha tenido su propio pensamiento, objetivos, desarrollo científico tecnológico, de acuerdo al perfil de nación que dibuja para sí.

¿Y en nuestro caso?

En Argentina tenemos un modelo de producción que no es soberano. No lo es en minería, en agricultura, en energía. Lo están decidiendo otros. El factor nuevo es que, por primera vez, las instituciones ligadas a la producción de conocimiento han sido incorporadas a esa dependencia. La famosa resistencia de los sectores universitarios y de pensamiento crítico ha cedido. Se doblan sin romperse. Y al doblarse ceden su autonomía en función de participar del festín de pertenecer al Primer Mundo, adoptando un modelo de desarrollo supuestamente exitoso pero diseñado no de acuerdo a nuestros intereses, sino a intereses que nos perjudican. El CONICET, por ejemplo, está jugando ese rol.

¿Cómo juega ese rol?

Cuando dimos a conocer la investigación, el CONICET emitió su famoso informe diciendo que no había ninguna evidencia de que el glifosato tuviera que ver con la salud humana, a pesar de que en el propio informe incluye evidencias en contrario. No es que defiendan así al glifosato, que es una porquería. Lo que defienden es un instrumento esencial para este modelo de producción. Atacar al glifosato es atacar a los paquetes tecnológicos. Sin glisofato no hay soja. Y eso es cuestionar el modelo. Por eso el CONICET aparece con ese informe vergonzoso, para cerrar el debate.

No lo lograron. 

¿Sabés por qué no lo lograron? Porque siguen afectando a cantidad de personas, generando enfermedades de todo tipo, y frente a eso las comunidades siguen moviéndose, organizándose. Hay un estado colectivo de denuncias que obligan a seguir discutiendo. Pero además fracasaron en ningunear o falsear este tema porque son tontos. No se cierran los debates de manera autoritaria, con sectores empresarios exigiendo que el gobierno coopere con ellos en defensa del modelo de producción y con el gobierno obedeciéndolos. Lo que más me preocupa es que están convencidos: piensan que esto es el desarrollo. Y esto es la desaparición de la actitud crítica del pensamiento científico. Se habla de derechos humanos, pero por otro lado no se discute el modelo que está atacando esos derechos. Lo que me pregunto es si las cosas que uno ve como positivas no están evitando la discusión de fondo: de qué modo se está legitimando ese modelo de desarrollo. Es equivalente a las cosas por las cuales peleamos en los 70. Antes era lo ideológico, lo político. Nadie hablaba del agua y los recursos naturales, salvo Perón. Los conflictos de los próximos 20 años van a pasar por esto que hoy se discute del tema medioambiental, que en realidad es lo que se ve de todo este problema aún más profundo que estamos conversando: el modelo de producción”.

Carrasco nos hablaba de la producción del saber y su forma de conversarlo era poniendo el cuerpo en cada asamblea, seminario, entrevista o charla de café que convertía en clase magistral y trinchera.

Como todo mortal, deja una herencia. Las páginas que siguen hablan de un cambio. ¿De un antes y un después de Andrés Carrasco?

Quizá.

Si toda personalidad es un espejo que refleja lo que la sociedad, en cada época, es capaz de crear, el doctor Andrés Carrasco fue un símbolo de lo que se está gestando y se viene. Con esa esperanza lo despedimos y con esa convicción fuimos al encuentro de los científicos que hoy están trabajando en investigaciones que demuestran lo que Carrasco ansiaba: una ciencia al servicio de la sociedad.

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