Mu81
Ficciones verdaderas
La filmación de una versión de La Patota: El director Santiago Mitre trasladó a Misiones la historia que en los 60 filmó Daniel Tinayre. El rol que interpretó Mirtha Legrand hoy está a cargo de Dolores Fonzi: una capacitadora en derechos humanos que es violada por sus alumnos. Esta versión refleja la mirada sobre la realidad de una nueva generación que hace del cine un espacio de debate.
¿Cuántas formas hay de llover? Acá la lluvia te golpea la cabeza hasta dejarte los sesos húmedos y los huesos secos. La orden es “silencio”, así que estoy en modalidad estatua, bajo esta lluvia que quema, pensando lo imposible. La hipótesis es la siguiente: si el cine es el arte del presente y el presente es cruel, lo que está haciendo ahora mismo el director Santiago Mitre es representar una de las tantas formas de crueldad que atraviesan nuestro mal vivir cotidiano. Llego con esa hipótesis hasta Apóstoles, hago 16 kilómetros hasta el set y me entierro en el barro para ser testigo de una escena que en el guión lleva el número 105 y arranca así:
“No me mires con esa cara de pelotudo”, le grita un policía al adolescente morocho que acaba de esposar y meter a empujones adentro del patrullero.
Canta un gallo.
Canta el cielo.
Canta un asistente.
“Corten”.
Hugo Javier Cardozo Benítez es el actor paraguayo que hace de policía. Todos lo conocen por su apodo rapero: HJ. Me muestra en su celular el trailer de la película que está dirigiendo “a pulmón, sin presupuesto”. Se llama El secuestro y comienza con la siguiente leyenda:
“Mi generación tiene tres reglas:
Escuchar
Respetar
Obedecer”.
En primerísimo plano está la cara de HJ recibiendo una trompada tremenda.
La remake
Películas que se abren como puertas a otras películas. El cielo brama al ritmo de los truenos mientras Santiago Mitre me cuenta que estamos exactamente a mitad del río de la filmación de La patota, inspirada en aquella que protagonizó Mirtha Legrand en 1960, bajo la dirección de su marido, Daniel Tinayre. Legrand era allí una joven profesora de psicología que daba clases en una escuela nocturna del conubarno. Santiago menciona su final, que califica de “abyecto”, adjetivo más delicado que el que utilizó un crítico español cuando lo consideró “un mamarracho”. Aquella La patota cosechó en su época de estreno esta maravillosa crítica de Victor Itaurralde: “Ni el director sabe narrar, ni la famosa actriz es actriz y para gente que dispersa sus esfuerzos y los pesos de tal forma podemos recomendar oficios más tranquilos y menos ávidos de responsabilidad, como la atención de un quiosco para la venta de frutas en Primera Junta o la venta de agujas en el Ferrocarril Mitre”.
Otros tiempos, otro cine, otro periodismo, sin duda. ¿Estos son mejores? Estos son así: el productor Axel Kutschevatzky, jefe de desarrollo y producción de cine de Telefé, empresa que pertenece a la corporación Telefónica, le propuso a Santiago Mitre hacer una remake de La patota. En realidad, a Kutschevatzky le interesaba hacer una remake, género desconocido para el cine argentino y así llegó a La patota, cuyos derechos estaban en manos de la familia Tinayre y de otra productora. Los Legrand/Tinayre aceptaron la propuesta a cambio de un mínimo porcentaje (algo así como el 1,99%, si no anoté mal), la otra productora cedió derechos a cambio de algún dinero y Santiago Mitre quedó libre para escribir un guión que respetó los ejes centrales de la trama. Para cuando lo entregó, Kutschevatzky le informó que quienes pondrían el dinero se habían arrepentido. A esta altura, Santiago Mitre ya estaba entusiasmado: quería filmarla. Su productora Unión de los Ríos quedó al frente del proyecto, buscó los recursos necesarios –aquí (sumó a Lita Stantic) y allá (ganó un subsidio en Brasil, obtuvo un aporte de la francesa Full House)- e invitó a los promotores originales a sumarse. Así quedó conformada esta nueva La patota, que cuenta la misma historia en tiempos de otra Historia. El conurbano se transformó en frontera misionera y la profesora de psicología en una capacitadora en derechos humanos del programa de un ministerio estatal. Mirtha Legrand es ahora Dolores Fonzi, pantalón de jean, remera rosa, que llega al barro empujando una motocicleta y entra al rancho que se convirtió en set. En el patio hay 20 centímetros de agua, no para de llover ni cesan los truenos, pero adentro lo único que trina es la sucesión de órdenes que dictan:
Silencio.
Filmando.
Sonido.
Cante.
Cámara.
Marque.
Acción.
Sergio Romero es el dueño de casa. Tiene tres hijos y un cuarto en camino. Desde las 7 hasta las 17.30 trabaja en la empresa yerbatera Romance como fumigador. “Tiramos Randap”, me dice con tonada guaraní para aludir al agrotóxico Roundup, que fabrica Mondiablo.
El sexo en la mira
La realidad siempre supera a la ficción, pero la ficción desafía a la realidad cuando se coloca en un lugar que la incomoda. Santiago Mitre escribió el guión junto a Mariano Llinás, a mi criterio el más interesante de los cineastas contemporáneos. Juntos colocaron la historia en el ojo de esta tormenta: la muchacha es violada por la patota, tal cual la versión original, pero sus decisiones posteriores son las que desatarán -sin duda- los truenos de la moral contemporánea, tan meteorológicamente correcta. La vestuarista Flora Caligiuri lo sintetiza así: “Te desafía a comprender a alguien cuya decisión no compartís”.
Santiago Mitre, botas de goma hasta la rodilla, camisa empapada, tiene húmeda hasta la mirada. No es por la lluvia sino por el clima de la escena que acaba de filmar con Laura López Moyano, esa tremenda actriz de teatro que Mitre descubre para el cine, como en El estudiante lo hizo con Esteban Lamothe, que también forma parte del elenco de esta película. Lo observo así, hundido en el barro y lo recuerdo sumergido en Los Posibles, su segundo film, en el que registra la obra de danza contemporánea del grupo KM29 de González Catán, dirigido por Juan Onofri Barbato e integrado por adolescentes judicializados. De alguna manera esta patota se me presenta entonces como una continuación, la otra cara de esa misma moneda de márgenes, fronteras y violencias. Y así con la guardia baja, le tiro la pregunta:
¿Es una mirada masculina sobre la violencia sexual?
Santiago Mitre abre los brazos, encoge los hombros y exhala:
“No puedo tener otra”.
El precio
La violencia sexual es una de las expresiones más crueles de nuestro mal vivir, pero también la más cotidiana. Convivir con lo intolerable tiene precio y se paga cash, con los cuerpos y con las ideas. El cine de esta época, que es la nuestra, la que hacemos juntos, nos lo recuerda y en esa incómoda tarea está reflejada la mirada de una generación que no se resigna y juega el juego de ser criticada, calificada y hasta valorada por un resultado final que se juzga desde una butaca. Su venganza es que se te atragante el pochoclo.
En el rancho hay sexo y por eso mismo el equipo es mínimo. La escena tiene como protagonista a la actriz paraguaya Andrea Quatrocci, 25 años, conocida en su tierra como actriz de las telenovelas que protagonizó y famosa por participar en la versión local de Bailando por un sueño. Hace cuatro años que vive en Buenos Aires, a donde vino a estudiar comedia musical en la Fundación Julio Bocca, un exilio al que fue obligada porque la llegada de Tinellí desalojó de la pantalla paraguaya a la ficción. Ahora, me cuenta, estudia acá y baila allá. Estos días en Bailando tiene un reemplazo mientras dure la filmación, que es para ella su verdadero sueño: actuar en cine.
“Todos los que están acá tienen que estar acá haciendo esto”, me dice el key grip Gustavo Donato, mientras monta sobre el barro colorado las vías por donde rodará la cámara en su travelling. Ese es su deseo y su tarea: que fluya la máquina de fantasías “para que cuando prendas la tele puedas ver algo bien hecho. Basta de Tinelli: necesitamos urgente un cambio estético y narrativo. La gente para hacerlo está, se ha formado y sabe, lo que nos falta es volver a vivir de esta profesión y esa continuidad te la da la pantalla”.
Imágenes en guerra
Hay 2 combis, 2 camiones, 1 motor home, 2 autos y 3 motos en fila, sobre la colina de un paisaje guaraní que corona la casa de doña María Concepción Maidana, una chacra donde crecen los pollos, los lechones y docenas de árboles de mandarinas, naranjas y limones: su paraíso. La escena que allí se filma convoca a una treintena de técnicos que rondan los treinta y pico. La mayoría fueron compañeros de Santiago Mitre en la FUC, la universidad privada donde estudió cine.
En el equipo hay locales, como el director de fotografía, Gustavo Biazzi, quien ya dirigió un documental –El remanso– y está buscando fondos para su primera ficción, Los vagos. Me advierte: “No me importan ni este gobierno ni los que vendrán porque no me interesan las formas con que los políticos pretenden resolver las cosas, pero admito que actualmente hay una política de identidad audiovisual y eso no es menor. El resultado es que hay muchas películas, la mayoría malas, muy pocas buenas, pero todas bien hechas. Al mismo tiempo soportamos una televisión que es directa y burdamente obscena”. Biazzi plantea la batalla actual como una guerra que dispara imágenes. La ametralladora está representada por “las corporaciones de Estados Unidos, que han logrado construir un sistema muy sólido, muy grande, muy fuerte, que no cede ni un huequito. La tarea más difícil, el verdadero desafío, es poder imaginar otra cosa”. Biazzi se refiere, nada menos, que a la capacidad de crear imágenes que nos hagan posible pensar otras formas de estar juntos, de compartir el presente y construir otros futuros. El cine es el lugar para fabricar aquello que no existe, las opciones, y es por eso mismo que ha sido invadido, ocupado y saturado por las corporaciones. La fábrica de subjetividades es -hoy por hoy, aquí y allá- monopolio de Hollywood. ¿La salida? Biazzi arriesga: “Hacer una película que te haga sentir algo. Y para lograrlo no queda más que remar, remar y remar hasta encontrarlo”.
Carteles
Dolores Fonzi me cuenta que vivió un año en Hollywood. “El infierno”. Lleva en la mano el celular desde donde se comunica con su ex, el actor Gael García Bernal, que está filmando ahora mismo en Nueva York y quedó a cargo de sus dos hijos. “No vayas a contar nada de lo que me escuchaste hablar con él”, bromea. “No puedo: los lectores de MU me matan”, le digo seriamente. No durmió bien por la tormenta, que durante la noche se convirtió en tornado. Cayó parte del techo del baño de su habitación y del pasillo, lo que la dejó desvelada y alerta. Las ojeras le sirven al personaje, que Dolores interpreta con los ojos: no tiene largos diálogos en las escenas que presenciamos, pero sí una intensidad que transmite con la mirada y esa capacidad de encenderla o apagarla para enamorar a la cámara.
Durante el desayuno, Dolores contará su encuentro con la periodista mexicana Lydia Cacho, autora del libro Esclavas del poder, una investigación sobre las mafias dedicadas a la explotación sexual. Lydia fue violada y amenazada de muerte por los carteles de la trata, que en México funcionan exactamente como se denuncia en todas las campañas: una máquina de secuestrar y vender niñas. Dolores acompañó a Lydia Cacho cuando visitó Buenos Aires, en abril de 2012, y estuvo a su lado durante la conferencia en la cual denunció al argentino Raúl Martins, ex agente de inteligencia, al que apodan “el rey de la prostitución” y a quien vinculó con el jefe del gobierno porteño, Mauricio Macri. Dijo Lydia Cacho en aquella conferencia: “La cultura prostibularia no se puede desarrollar sin apoyo y protección política. Martins y (Gabriel) Conde (hijo de Luis Conde, ex dirigente de Boca ya fallecido) se instalaron en Cancún con protección de jueces y desde allí operan en Paraguay, Bolivia, México y Argentina”. La investigación de la periodista demuestra que los carteles mexicanos Los Zetas y el de Sinaloa se han metido de lleno en estas operaciones ilegales, porque “vender un ser humano es mucho más redituable que vender droga. Me lo dijo un ex traficante detenido en California al que pude entrevistar: un kilo de cocaína lo vendes una vez y ya; a una niña puedes venderla cientos de veces.”
Dolores cuenta que luego de esa conferencia fue a cenar con Lydia y quedó aun más impresionada: el Ministerio de Seguridad le había designado una guardia, la periodista cenó con la espalda apoyada en la pared y la mirada clavada en la puerta de entrada.
Le pregunto a Dolores por su personaje y me habla de luces y sombras.
Filma una toma y regresa. “Suena muy místico”. Corrige: “El tema es entender que no se puede cambiar lo que ya te pasó: el pasado es pasado. Sin embargo, no te define lo que te pasó, sino lo que hagas con eso”.
Filma otra toma y regresa. “¿Se entiende? No te sirve preguntarte por qué te pasó, sino para qué. Lo que rebela a mi personaje es lo mismo que me rebela a mí: la hipocresía. No podemos esconder lo que pasa, de la misma manera que mi personaje no quiere ni puede deshacer lo que le han hecho. Lo difícil, lo importante, es encontrar la mejor manera de convertir esa violencia en otra cosa. Y para eso todavía no tenemos respuestas. Mi personaje intenta una, pero por eso mismo ella es una película. La vida es más oscura”.
Coreografías
Estamos cenando en la vereda de un restaurante de Apóstoles. Hay más de una docena de integrantes del equipo compartiendo comida y risas. Santiago Mitre está sentado frente a mí, muy serio. A último momento el ministro de Educación misionero le negó el permiso para filmar una escena en un colegio público porque, adujo, en la película original había dos chicos peleándose en el aula. Tampoco le permitieron filmar en una comisaria las escenas de tortura que suceden cuando la policía obtiene la “confesión” de la patota. Así, con la guardia otra vez baja, le acabo de preguntar si tiene miedo a las críticas y la respuesta es ese ceño fruncido. “En este momento mi única preocupación es si estoy haciendo una buena película. Y no lo sé… Miro el material y veo algo que me conmueve. Entonces, me tranquilizo. Pero después pienso que tengo por delante la otra mitad y cuatro meses de posproducción. Y después…”. Me cuenta que Juan Onofri Barbato, el director del grupo de danza KM 29, llegará la próxima semana para coreografiar las escenas de la violación. Le preocupa especialmente esa toma que está a mitad del guión, pero que en el plan de filmación ocupa los últimos días de rodaje. Luego, seguramente estará preocupado por otra cosa, pero por el momento parece ser esa la imagen que lo desvela.
¿Cuántas formas tiene la violencia? Santiago Mitre se propuso plantearnos esa incómoda pregunta. A simple vista, no parece el tipo de persona capaz de adentrarse en ese barro, pero así es esta generación, impredecible; y así son estos tiempos, engañosos; y así es el cine: un lugar habitado por lo imposible.
La tormenta no amaina y eso representa un buen augurio para este universo de mentiras verdaderas, según nos enseñó el poeta Italo Calvino: la imaginación es un lugar donde llueve.
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