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La novela del terror

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La recientemente premiada Samanta Schweblin escribió Distancia de rescate, su primera novela, que se transformó en un éxito. Terror psicológico, para contar lo que ocurre en los pueblos fumigados. Agotó dos ediciones, pero su editorial informa que no tiene planes de reedición. ¿Por qué?

La novela del terror

A veces no hay tiempo para confirmar el desastre. Esta frase pudo haber sido escrita por las madres de los barrios y pueblos fumigados casi 10 años antes de que la Organización Mundial de la Salud reconociese los posibles efectos cancerígenos del glifosato. Pero la frase fue escrita en una novela argentina de 124 páginas que se leen en un rato y quedan para toda la vida: Distancia de rescate, de Samanta Schweblin. La historia de una mamá y su hija (Amanda y Nina) de vacaciones en un pueblo en el que conocen a una vecina y su hijo (Carla y David). El resumen que sigue no es una reseña ni una crítica literaria, sino unos apuntes conmovidos:

La distancia de rescate es la que separa a Amanda de su hija Nina, de cuatro años: “Yo siempre pienso en el peor de los casos. Ahora mismo estoy calculando cuánto tardaría en salir corriendo del coche y llegar hasta Nina si ella corriera de pronto hasta la pileta y se tirara”.

Un hecho. Carla le cuenta a Amanda que se le escapó un caballo al que encontró bebiendo de un riachuelo. Dejó a su hijo David en el piso para acercarse al animal; el nene se mojó las zapatillas y las manos en el riachuelo, luego se chupó los dedos. Al día siguiente el caballo estaba muerto.

Carla sabe que su hijo bebió esa agua. Va a ver a una mujer que –dice- no es adivina, pero le informa que es una intoxicación, y que para salvar a David lo único que se puede intentar es hacerle una migración. “Si mudábamos a tiempo el espíritu de David a otro cuerpo, entonces parte de la intoxicación se iba también con él. Dividida en dos cuerpos había chances de superarla. No era algo seguro, pero a veces funcionaba”.

La novela se sostiene en el diálogo que mentiene este chiquito, David, con Amanda. No se sabe por qué, hasta entrado el libro.

David le exige a Amanda que relate todo, que cuente cada detalle. Cada intervención de David es un llamado a que Amanda se concentre, que recuerde lo importante, que no son las opiniones o las interpretaciones, sino los detalles que permitirán descubrir qué pasó.

Con la química de estos materiales, los personajes de esta novela quedan atrapados en el misterio, y el lector queda atrapado por la novela.

Hace dos años y medio que Samanta Schweblin se fue con una beca a Berlín, donde da clases de literatura y donde cree que lo extraño del ambiente y del idioma la acercan más que nunca a sus propios territorios y a sus propias palabras. Samanta cuenta en diálogo interoceánico con Mu: “Esta distancia física de mi mundo conocido parece haber expandido más todavía mis zonas de imaginación. Este mundo alemán en el que vivo ahora, en el que prácticamente no hay librerías, ni suplementos culturales, ni lectores, ni escritores, ni lecturas en español me envuelve en un silencio literario muy puro y fructífero. Si quiero que surja la magia literaria, ya sea en la escritura o en la lectura, tengo que hacerlo por mí misma, como si el español fuera un invento propio, o un recuerdo de la vida anterior. Me resulta muy disparador, y muy íntimo”.

En la novela no se habla de agrotóxicos, pero se entiende que están allí. Y con mucha sutileza se mencionan malformaciones, cáncer, abortos espontáneos, manchas en la piel. ¿Cómo encontraste el tono para tratar esos temas?

Esto es algo en lo que pensé bastante. Este dilema entre las ganas de nombrar culpables y qué era lo que la historia realmente necesitaba. Remarcar el problema de los agrotóxicos, subrayar las nefastas consecuencias o explicar cómo o porqué está sucediendo esto en Argentina hubiera informado a muchos lectores, es verdad. Pero la literatura no se trata de información. Lo que entrega la literatura, cuando funciona, es una carga emotiva capaz de convencer, aterrar, movilizar, alertar. Entrega compromiso, la necesidad de entender. Hoy información es lo que sobra, incluso sobre este tema, no hay nada oculto, está todo ahí. Basta googlear “glifosato” y respirar profundo. Lo que en cambio sí es necesario es la necesidad de saber y de entender, y eso sí es algo que puede dar la literatura”.

¿Te interesa que tu literatura sea política en términos de meterse con temas de época?

En esos términos sí, por supuesto. Son nuestros temas, son parte de lo que somos y de lo que nos pasa.

¿Cómo llegaste a las fumigaciones, a esa inquietud ante lo siniestro que no se presenta, pero ahí está? 

Lamentablemente, la idea surgió de la realidad del campo argentino. Hacía tiempo que venía siguiendo las noticias nefastas sobre cómo los cultivos transgénicos y los herbicidas están matando a las comunidades campesinas. Matando literalmente; es decir, no económicamente, ni socialmente, sino físicamente. Aunque de manera lateral, en Distancia de rescate se habla de muertes súbitas por intoxicaciones, abortos espontáneos, deformaciones, laceraciones en la piel, desmayos o la desaparición de algunos animales –por solo hablar de síntomas externos, visibles-. Y es curioso cómo muchos lectores asociaron esto a un costado terrorífico de la historia, a veces incluso fantástico, cuando en realidad son consecuencias reales de cómo se fumiga gran parte de lo que comemos todos los días. Así de ajeno nos es todavía el problema. Es verdad que en esta historia el campo se vuelve un espacio peligroso, pero no es el peligro sobrenatural o fantástico que a veces se asocia con los espacios naturales, lejanos a la ciudad. Es justamente lo contrario. Qué pasa cuando la artificialidad y la toxicidad con la que arrasamos la naturaleza, vuelve hacia nosotros desde la aparente pasividad del campo, y rodea las ciudades, amenazante.

Rompecabezas

Es cuentista y su primer premio lo recibió con su primer libro El núcleo del disturbio, distinguido por el Fondo Nacional de las Artes en 2001. Su segundo libro, Pájaros en la boca, recibió otro: el de Casa de las Américas. El tercero fue el Juan Rulfo, que recibió en París. Ahora, la revista británica Granta la incluyó en la lista de los mejores escritores menores de 35 años de lengua española. “Los premios siempre ayudan. Ayudan a cerrar los libros, a dejar de corregir y soltar. También, por supuesto, ayudan a difundirlos”, dice Samanta sobre los laureles cosechados.

Habla muy poco sobre sobre cómo llegó hasta aquí: “Estudié la carrera de Imagen y Sonido. Ya escribía cuando tomé la decisión de estudiar cine, y de hecho estuve averiguando antes sobre la posibilidad de hacer la carrera de Letras. Pero alguien me convenció de que aprendería mucho más sobre cómo contar una historia editando noches enteras en una moviola, preguntándome qué vale la pena mostrar y qué no, peleando por un segundo más o un segundo menos de determinada toma, que estudiando literatura española del siglo 19. La literatura es un oficio, se aprende escribiendo, luchando con el material, y el cine tiene mucho que ver con esto”.

Esto, justamente, es lo que transmite su primera novela, Distancia de rescate, que clama a gritos una versión cinematográfica. ¿Continuará?

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