Mu93
El hombre verde
Estudia y enseña qué ocurre en un planeta que consume más recursos que los que tiene. Propone crear Escudos Verdes Productivos alrededor de las ciudades argentinas, para frenar el agronegocio y producir alimentos sanos, de calidad, baratos y agroecológicos.
Las paredes de la oficina del ingeniero agrónomo Walter Pengue están cubiertas de mapas, bibliotecas, afiches de congresos en diferentes idiomas con palabras inesperadas como Economía Ecológica y, más arriba, carteles de propaganda de glifosato. Glifosato es el herbicida cuya fama se debe, por motivos dispares, a Monsanto, Syngenta & Afines, y a las personas y comunidades afectadas por las fumigaciones.
“Hay que saber cómo piensa el otro. No criticar por criticar, sino generar un conocimiento pleno de lo que está pasando”, dice mirando la imagen del Roundup este hombre que mide casi un metro noventa, tiene 57 años y ha perdido la cuenta de la cantidad de sus libros y trabajos publicados.
¿Y qué está pasando? “Estamos fenómeno, vamos para adelante, con esperanza y alegría”, dice con su vozarrón en modo risa, antes de describir su verdadera idea sobre el presente.
“El planeta no aguanta más, hay una fuerte presión sobre los recursos naturales de base como la tierra, el agua, la biodiversidad, los recursos energéticos. Es la expansión humana, no por crecimiento poblacional sino en términos de hábitos de consumo de la población occidental y del comunismo chino, que es tan bruto y devastador como el capitalismo norteamericano y el europeo, o más. Todo eso es lo que está amenazando al planeta. Visto en perspectiva, el escenario de los próximos 40 años nos está hablando de agotamiento de los suelos, del agua, de una brutal pérdida de la biodiversidad, y de una sociedad energívora, que demanda cada vez más energía que no tiene. Los países industriales están consumiendo 40 veces más energía per cápita que la que necesitan para vivir. Sumá el cambio climático, y estamos en la tormenta perfecta”.
Los posnormales
La oficina de Pengue está en la Universidad Nacional de General Sarmiento, donde dicta clases de Economía Ecológica e integra el Instituto del Conurbano donde están empezando a trabajar una vieja idea, más nueva que nunca: los Escudos Verdes Productivos.
Pengue es Ingeniero especializado en genética vegetal, Magister en Políticas Ambientales y Territoriales (UBA), Doctor en Agroecología, Sociología y Desarrollo Rural Sostenible (Universidad de Córdoba, España), Profesor de grado y posgrado en más de una decena de universidades nacionales argentinas y de Brasil, Uruguay, Bolivia, Guatemala, España, Noruega y Nueva Zelanda.
Saltando cuatro párrafos del currículum que él prefiere llamar “hoja de vida”, se lee que desde 2009 es uno de los 25 Miembros Científicos del Panel Internacional para el Manejo Sostenible de los Recursos, de las Naciones Unidas.
Con tal biografía, y el metro casi noventa, Walter Pengue podría hablar desde las alturas: “Pero en Economía Ecológica manejamos mucho el concepto de ciencia posnormal, que también se llama ciencia con la gente, creado por el argentino Silvio Funtowizc y Jeremy Ravertz. Para situaciones con alto nivel de riesgo, de incertidumbre, donde se mezclan las presiones políticas y económicas, donde puede haber impactos sobre lo social, sobre el entorno, sobre otras especies, la ciencia normal, convencional y de base, ya no es suficiente. Entra a tallar el juicio de experto: no sólo el estudio sino la experiencia, la sabiduría y la relación con la sociedad. Es el científico que informa para que la sociedad en conjunto decida. Ejemplo: ¿quieren los porteños abastecerse de energía nuclear en un contexto creciente de terremotos? ¿Quieren un desarrollo tecnológico que no se sabe qué costo tiene?”
El enigma es social, político, y de poder: “Hoy la ciencia, o los científicos, contestan todo como si supieran. Nunca reconocen lo que no saben, ni se bajan del caballo, lo cual es en sí mismo una negación de la ciencia. Ante la complejidad de los problemas actuales no podés quedarte en la ciencia convencional, los papers, y en ir de vez en cuando a un congreso internacional. Necesitamos una ciencia capaz de reconocer lo que no sabe, para poder buscar más datos, más información y que la gente participe en las decisiones, y sin que te estén apurando por lo económico”, dice Pengue, que me deja sembrada la idea de un periodismo posnormal, cuando con el normal ya sabemos lo que pasa.
Aquiles y los gansos
La propaganda manda cruel en el cartel, pero Walter Pengue advierte: “Ojo, el glifosato puede ser visto como contaminación, pero lo más grave es otra cosa: el sistema rural. El glifosato es apenas parte de un paquete al que se suman la siembra directa y los eventos transgénicos, que hoy están mostrando su talón de Aquiles”. Aquiles era un guerrero mitológico con un punto débil, su talón. Los troyanos, cual virus, le clavaron allí una flecha traicionera que además –en línea con la actualidad rural- estaba envenenada.
El talón que describe Pengue incluye aparición de malezas y resistencias a los venenos por un lado, y los problemas relacionados con la salud humana evidenciados en prevalencia del cáncer sobre otras enfermedades en los pueblos fumigados, tumores inusuales y devastadores que atacan a adultos, jóvenes y niños, abortos espontáneos, malformaciones infantiles, problemas de tiroides, entre otros males.
“La aparición de resistencias fue algo que planteamos durante mucho tiempo, y ocurrió. La industria lo toma con una mirada tecnocéntrica, pensando en hacer aparecer nuevos eventos transgénicos resistentes a nuevos herbicidas para que siga el mismo sistema”, sugiere Pengue.
“Lo que olvidan la agricultura industrial y el paquete tecnológico es la mirada holística, integral. Por eso viven haciendo una macana tras otra. Hablan de una agricultura innovadora, de punta, y en realidad son temerarios que realizan una agricultura de alto riesgo con la actitud del colonizador, que cree que puede conquistar y controlar todo. Pero no pueden”.
Otro aspecto del laberinto: “Las compañías necesitan un control muy fuerte que lo puede ejecutar el Estado con su ciencia. Pero si tenemos una ciencia del Estado que trabaja para las empresas, estamos en el horno, porque la sociedad queda completamente desprotegida. El problema es ése: una sociedad con científicos al plato, que hacen lo que les mandan y responden políticamente. Ahí hay mucho que revisar del modelo científico tecnológico argentino. Dicen que van a generar conocimiento de punta. Es una locura. Los países desarrollados tienen fondos, recursos y doctores para tirar para arriba en cada disciplina. Nuestra ciencia es buena, pero debe apuntar hacia nuestra gente en un contexto regional, y no trabajar como furgón de cola para las corporaciones internacionales con el discurso de la innovación”.
¿La biotecnología no es ciencia de punta?: “No es de punta, y ni siquiera es ciencia. Es una herramienta para mover material genético de un lado a otro. A chicos de cinco años, con lo despiertos que son para lo tecnológico, los ponés a jugar con eso y la realidad es que pueden cortar y pegar genes. Además, es una tecnología ya vieja, y encima peligrosa”.
Uno no debería meterse con las disciplinas que no conoce, sugiere el profesor: “Los biotecnólogos no saben del impacto ecológico y ambiental de lo que hacen, pero hablan igual. Como los economistas, que dicen cualquier gansada y siguen sobreviviendo y hablando”, dice Pengue entre divertido y asombrado, aunque quizás corresponda alguna vez desagraviar a los gansos, ajenos a las cosas que hacen y dicen criaturas como los economistas y los biotecnólogos.
Ecología productiva
El universo temático de Walter Pengue es literalmente tan grande como el mundo y sus inquilinos humanos, animales, minerales, vegetales y virtuales: funcionamiento, costumbres, temperaturas, consumos, suelos, cielos, sólidos, líquidos, producciones y deshechos, por decir algo de lo que abarca la Economía Ecológica, término que ya no le resulta suficiente: “La palabra Economía nos encierra la discusión. Yo prefiero hablar hoy de una Ecología Productiva”.
La idea implica un vuelco: en lugar de tomar a la ecología como una cuestión declamatoria o delfinesca, propia de jóvenes rubios y verdes, Pengue arraiga el tema en territorios concretos, con ideas que no necesitan ser de importación, como lo insinúa el título del próximo libro que lo entusiasma, en el que escribirá y recopilará diversos trabajos y autores: El pensamiento ambiental del sur. “No te lo cuento como propaganda, porque el libro va a ser gratuito, con trabajos de Enrique Leff, Gilberto Gallopín, Víctor Manuel Toledo, Nicolo Gligo. Hay una generación joven muy bombardeada por el cuento ambientalista, con muy poco sustento fuerte, y con mucho mesías que se cree que tiene la palabra sagrada”.
Sin palabras sagradas, ¿qué es la Ecología Productiva? “Una ecología que contiene todo el funcionamiento ambiental, a la que se incorpora además el mejor aporte de la ciencia y la tecnología pensando en aumentar no las tasas de crecimiento financiero, sino de crecimiento de la renovación de los sistemas ambientales. Porque si me preguntás cuál es la alternativa, yo te contesto: ni idea. Pero lo que es claro es que todos los indicadores muestran una advertencia fuerte del planeta como para que la civilización actual cambie. En este escenario hace falta un pensamiento que esté por encima del sistema económico porque la economía no nos va a salvar. Lo que nos va a salvar es el humanismo”.
Pengue traza una línea imaginaria con su dedo sobre el escritorio: “En el mediano plazo la única perspectiva para la humanidad, si quiere seguir existiendo, es un cambio profundo que no va a derivar de la economía sino de la sociedad, siempre que esté vinculada y comprendiendo su entorno y su ambiente. Lo contrario es que el capitalismo funcione como un monstruo de 1.000 cabezas. Cortás una y le salen otras diez. Hay un materialismo estúpido que se reproduce en pautas de consumo que benefician a las empresas pero no a la sociedad ni al planeta. Y se apoya en gente que no entiende que en realidad la llevan de las narices cuando compra un producto o le imponen qué consumir, o cree que está eligiendo”.
Ejemplos cotidianos: “Los celulares ya generan dudas por el impacto en la salud de la gente, pero además está detrás la obsolescencia programada que esconden las compañías: los aparatos están hechos para durar muy poco y hay que cambiarlos. Como pasa con las computadoras o los automóviles”.
Pengue señala la ventana. “El mundo está cubierto de autos. Fijate aquí mismo, en la universidad. Yo vivo cerca, pero muchos profesores vienen de Capital. Les dije: ¿por qué no se asocian y vienen juntos? Otra que propuse: cobremos el estacionamiento y juntemos plata para que los estudiantes vengan en micros. Porque además estamos ocupando metros cuadrados de espacio público en un lugar que podría usarse para tener más aulas, que hoy están desbordadas. Y podría favorecerse y facilitarse el transporte público. Pero la visión del éxito es que el profesor venga en auto. Me gano pocos amigos cuando digo estas cosas, pero lo real es que si estamos más preocupados por los estacionamientos que por las aulas, estamos un poquito fritos”.
¿Cuánto pierde la soja?
Asegura que la mejor decisión de su vida fue renunciar a la Facultad de Agronomía de la UBA: “Era como un exilio interno por cuestionar los trangénicos y el monocultivo, aunque nos protegía el ecólogo por excelencia de los últimos 30 años en el país, que fue Jorge Morello. Hoy veo que hacen cátedras de soberanía alimentaria, pero cuando se liberó la soja transgénica, nadie abría la boca, o se apoyaba directamente al modelo”. Se lo ve feliz en la Universidad de General Sarmiento. “Llegué en 2008. El 80% de los estudiantes son primera generación que llega a la universidad, de familias humildes. Además hay grupos de trabajo excelentes. Podés investigar, presentar ideas, y nadie sesga tu proyecto”.
Pengue define a la agricultura actual como minera y extractiva. “No se habla del agua que en la práctica perdemos al producir cada grano, ni de la huella de nutrientes, que agota nuestros suelos. Los nutrientes (fósforo, nitrógeno, potasio, entre tantos) son como billetes que están en nuestro suelo, que es la caja de ahorros. Cada cosecha se lleva esos billetes en los granos, y no vuelven”.
Pengue estudió que el valor económico de esa exportación invisible va de un 25% a un 30% de lo que deja esa cosecha. Traducción: no menos de 6.000 millones de dólares por año que se regalan. “Están vaciando la riqueza del suelo. Y cuando reponen nutrientes son sólo algunos, y usando fertilizantes químicos, con lo cual generan problemas de contaminación muy fuertes, como ya pasó en Europa y en los Estados Unidos”.
Las propuestas
¿Qué son los Escudos Verdes Productivos? “Con Damián Verzeñassi (Facultad de Ciencias Médicas de Rosario) hicimos una red para proponer áreas de producción natural y agroecológica (sin uso de agrotóxicos) que pongan una valla entre las ciudades y de la agricultura industrial. Que no avance lo rural industrial hacia las zonas pobladas, ni que lo urbano avance hacia las zonas productivas. Le doy un servicio a las ciudades y a los productores, que en esas zonas tienen prohibición de fumigar por estar cerca de poblaciones, pero siguen pagando impuestos. Entonces se puede fomentar que ese productor trabaje de modo natural y agroecológico con una exención impositiva, que envíe sus productos a los mercados locales, con lo que se cortan también los monopolios de transporte y distribución de alimentos. A la vez, se protegen esas áreas de la expansión urbana y de los barrios cerrados que se van metiendo en los campos”.
La idea implica beneficios multiplicados: “El productor se recupera, la producción es sana, la gente no se enferma, se genera más trabajo rural y menos trabajo en los hospitales. Estarías acercando a las poblaciones alimentos baratos, accesibles, nutritivos. Que la papa vuelva a tener gusto a papa. Además, se le pone una barrera a la agricultura industrial. Hace 150 años se plantea en Europa, varios pueblos y ciudades lo hacen y creo que vamos hacia eso”.
No se trata de agricultura orgánica, que requiere certificaciones que encarecen cada producto: “Puede haber certificación desde la economía social y solidaria. Que uno sepa que eso es sano, como pasa con experiencias como Naturaleza Viva (Santa Fe) o La Aurora (Buenos Aires). Esos casos muestran además que esta forma de producir es rentable: les va fenómeno. La diferencia es que trabajan. No es eso de aplicar productos y quedarse en la ciudad, sino trabajar para que el campo se reconstituya. Es otra lógica, otra relación con la tierra”.
Para Pengue la agroecología es la gran herramienta para un desarrollo local, sin dependencia de las corporaciones y de los insumos externos. “Y una posibilidad de socialización del modelo productivo que incorpora a la gente y encima le da de comer”. La idea va más allá: “La agroecología es revolucionaria por dos cosas: la pata en los movimientos sociales y la pata académica que demuestra, a través de la ciencia, cuál es el camino a seguir cuando hablamos de una agricultura sustentable. No es el pasado, sino el futuro de la agricultura. Pero no se puede hablar de agroecología si no se resuelve además el acceso de la gente a la tierra para garantizar su supervivencia y la soberanía alimentaria. Me refiero a una reforma agraria integral, basada en que la tierra no sea un bien de uso y de cambio, sino un anclaje social para desarrollar una nueva ruralidad. Lo están reconociendo muchos organismos internacionales, cuando ven que se están vaciando los territorios y llenándose las periferias de las ciudades, mientras la concentración deja todo en manos de pocos grupos. Esos son algunos de los temas que se vienen”.
Pengue no plantea hipótesis sólo teóricas, sino que recuerda siempre que su profesor Jorge Morello repetía, como él lo hace ahora con sus estudiantes, un programa filosófico y político sintetizado en dos palabras, acaso de las mejores que un maestro puede enseñar. “Chicos: hagan”.
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