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Con cuatro documentales Darío Doria bordó un estilo que registra los héroes cotidianos de una época sombría. Su última maravilla está en cartel: Salud Rural. ▶ CLAUDIA ACUÑA

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La cámara de Darío Doria habla. Dice mucho sobre cómo este director ha construido un estilo, un camino, una estética y una ética, a través de cuatro documentales que laten: son vidas. Cada una es única por eso, pero también por esa cámara que él usa para bordar historias que hacen la Historia. Cada una es un capítulo y el primero no es casual que lleve por fecha el año 2001 y por título 450. Se trata de la cifra que reclamaban por entonces un grupo de jubilados, todos los miércoles frente al Congreso Nacional. “Eran 450 pesos de aumento lo que pedían, pero no estaban ahí por eso. Lo que reclamaban era un mundo mejor para todos”, recuerda hoy, cuando todavía se conmueve por esa historia que nadie ve, aunque está todavía presente, todos los miércoles frente al Congreso. “Fue de las primeras y más sostenidas reacciones sociales contra el menemismo”, evoca, pero se nota que no fue sólo eso lo que lo llevó a registrarla. Doria pretendía otra cosa: registrar la dignidad. Ese es el tema, también, de su última escala, titulada Salud Rural que, como todos sus documentales, logró convertir la sala del cine Gaumont en un escenario de homenaje y abrazo a la silenciosa tarea del médico de un pequeño pueblo de Santa Fe, el doctor Arturo Serrano. Hay en esas imágenes tanto de lo que falta que la película se convierte en la cura de los peores males de la época: Salud Rural sana el alma escéptica.

El método Doria

El destino de Doria fue lineal –terminó la carrera de Imagen y Sonido en la UBA, luego comenzó a trabajar en publicidad- hasta que se cruzó en su vida el director norteamericano Steven Spielberg. Fue cuando la Fundación Soah se propuso registrar en Argentina los testimonios de sobrevivientes de los campos de concentración nazis. “Me contrataron como videógrafo y a partir de esa tarea, comencé a presenciar los testimonios. Ese tiempo fue muy movilizador: pasaba del mundo de la publicidad, con todo ese desperdicio de recursos utilizados para la nada, a escuchar a un viejito contando cómo había perdido a toda su familia en  Auschwitz. No me quedó duda: el cine documental era lo que quería hacer. Y desde entonces me dediqué a contar historias de personas”. La frase parece sintetizar su recorrido, pero no: las historias de personas que cuenta Doria son mucho más que lo que esas palabras pueden decir. Representan verdaderas maravillas por muchos motivos. El principal, el que lo caracteriza y dice mucho de quiénes son esas personas y quién es él como director: en ninguno de sus documentales hay relato en off. Parece un tema menor, o técnico, o cualquiera que sea la palabra que refiera a una cuestión de jerga de entendidos, pero lo que en los hechos significa esta ausencia de relato guionado es que Doria le dedica a cada historia el tiempo que necesita para que hable por sí misma. “Tres años”, dirá cuando se lo pregunto.

Implica también un sistema de trabajo que describe así: seguir una semana al personaje, sentarse luego frente a la computadora a editar lo filmado y construir el guión a partir de ese registro. “No hay guión: hay estructura. La armo en montaje, la mayor parte de las veces en la computadora y si no, en papeles que pego en la pared. Cada papel sintetiza una escena: qué cuenta. Si hay dos que cuentan lo mismo, pego esos dos papeles juntos y luego decido cuál va. Los voy moviendo, cambiando de lugar, hasta lograr que la historia fluya, tenga un comienzo y un final”.

Dirá también que no tiene nada contra la voz en off, que incluso la disfruta en algunos documentales franceses -quizá porque ese idioma tiene una sonoridad muy linda, argumenta- pero que él no la necesita. Esa voz es su cámara. 

Pero para que la cámara hable se tiene que escuchar. Y ahí reside otros de las maravillas del estilo Doria: el sonido. “Para eso hace falta tener equipo y saber usarlo. En el caso de Salud Rural hay escenas en las que filmamos con seis micrófonos. Pero también hay que tener suerte: que el personaje no esté diciendo algo importante justo cuando pasa una moto”.

Grisines y revolución

La segunda escala de Doria fue Grissinopoli, una fábrica de grisines recuperada por sus trabajadorxs. Digámoslo rápido y cortito: es el mejor documental sobre lo que significa el proceso de trabajar sin patrón.

Todo lo que hay que ver, se ve ahí.

Todo lo que hay que escuchar, se oye ahí.

“Son personas que tienen una sabiduría no teórica. Ellos no teorizan sobre la revolución: son la revolución”, sintetiza ahora. Hay que ver la primera escena de esa película para comprender que lo que está diciendo es evidente. Y si lo es, es porque la cámara de Doria estaba ahí.

Siempre está ahí. Otra de sus maravillas.

Tercera escala: Elsa y su ballet.

Agarrate.

Elsa Agras fue la creadora del ballet más maravilloso que se haya podido crear: 40/90. Así anunciaba Elsa los años que tenían las integrantes de este cuerpo de baile sensual, divertido, vital.

¿Por qué Doria eligió contar esta historia? “Todo comenzó cuando fui a un ensayo. Elsa me dijo: sentate acá. Y me señaló una silla que estaba a su lado. Era así: no daba opción. Luego le dijo a las chicas: ‘Ahora le bailan a él’. Y de pronto me vi rodeado de esas mujeres que levantaban las piernas a centímetros de mi cara. Ahí dije: acá hay una historia para contar”.

La que cuenta hoy es la historia del velatorio de Elsa: todas sus bailarinas rodearon el ataúd, se tomaron de la mano y le cantaron. “Ella ya no está, pero está la película y está su obra, que sigue: el cuerpo de baile contrata ahora a una directora para poner en escena las coreografías que Elsa creó”.

Un médico de película

Su última maravilla es la historia del doctor Arturo Serrano, un veterano que encarna todo aquello que la medicina debe representar. “Arturo es el médico que yo quiero que me atienda. El que no te sobremedica, ni te ordena estudios innecesarios, el que te dedica todo el tiempo que necesitás, no importa si tu enfermedad es grave o es una pavada. Arturo logra así algo que cura: estar frente a él te alivia.”

¿Cómo encontró a este médico de película? “ Por un trabajo, llegué a la Patagonia y conocí ahí a un médico rural increíble. El tipo contaba con mucho cariño cómo había tenido que aprender todo de nuevo porque todo lo que sabía no le servía para atender a sus pacientes, que eran tehuelches. Quedé impactado, pero al tiempo ese médico se jubiló. Después de años, retomé esa idea, pero me preguntaba cómo iba a hacer para encontrar a otro médico así. ¿Tenía que recorrer pueblitos? ¿Tenía que preguntar en hospitales? ¿A quiénes? Entonces, googleé. Y ahí me encontré con que existía la Asociación Argentina de Médicos Rurales. Mandé un mail y me respondió Arturo: él es su fundador”.

La película recorrió festivales, se proyectó en los pueblos que recorre el médico y llegó ahora al Gaumont. “Es raro lo que pasa en estos momentos con las películas, porque en un festival me tocó competir con ficciones, y eso es injusto tanto para los directores de esos filmes como para los que hacemos documentales. Pero es lo que hay. Y luego está el tema de la exhibición. Hay mucha producción nacional y todas necesitan salas. Entonces, por más que tu película lleve público, hay que dejarle espacio a las demás. Igual es raro: en la puerta de la sala donde se está exhibiendo Salud Rural hay un poster de Me casé con un boludo. Y eso es raro, ¿no?”.

El método Doria incluye, entonces, compartir sus películas en Internet. Dirá que es una forma de devolver lo que recibe: “Yo veo cine así y me parece justo que cada quien vea una película cuando quiere y donde quiere”.

A esta altura queda claro que el estilo Doria tiene un componente esencial. Lo define con una palabra: sensibilidad. “Si filmo estos personajes es porque a mí me emocionan. Es imposible no conmoverse con esa gente que representa una manera de hacer cosas. Y esa manera, funciona. En la vida soy muy pesimista, pero mi cine es optimista: las historias que cuento son de personas que tienen algo para decirnos. Entonces, yo me callo y aprendo. Eso es lo que hago: escuchar”.

La cámara de Doria habla porque escucha.

Es así de simple y así de maravilloso.

Es cine.

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