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Que florezcan mil Bachis
¿Cómo hacer educación en un contexto difícil? ¿Qué significa la autoridad? Una experiencia que abre nuevas perspectivas dentro y fuera del aula. ▶ LUIS ZARRANZ
Es sábado, y el cielo tiene ganas de llover. En la entrada del Bachillerato Popular 20 Flores, Avellaneda al 2100 de Buenos Aires, las cosas pasan lentas: un perro con collar y sin dueño, un taxi sin pasajeros, el aroma de alguna parrilla que tarda en retirarse como el fin de una anestesia.
Los hechos tienen su propia sinfonía, su ritmo interno. El paso del tiempo dice más del que lo registra que de la velocidad en sí. Parezca rápido o lento, el tiempo no para.
Considerando este aspecto –que no había una velocidad que debían alcanzar sino que el valor estaba en respetar sus propios tiempos– la Asamblea de Flores decidió, en 2010, abrir un bachillerato popular para jóvenes y adultos. Y que creciera de a poco.
Seis años después, Gonzalo Penas, docente de Lengua, me recibe y lleva a recorrer el espacio. La actitud contradice al apellido: parece ser de esos optimistas ortodoxos que en donde hay un problema, enseguida encuentran una solución. Si ve algo torcido, él dirá que puede enderezarse. Y mostrará cómo.
El espacio fue recuperado por la Asamblea en 2002. Se conectaba a una clínica, que también fue ocupada y transformada en una cooperativa de vivienda. Recién ahora lograron completar todos los trámites para que quienes vivían en los antiguos consultorios accedan a nuevas viviendas. Por eso hay mudanza. Y donde uno ve escombros y maderas de obra, Gonzalo ve un triunfo en las reivindicaciones de la organización y lo bien que va a quedar el lugar una vez que terminen la limpieza.
Ningún experimento
Llega Paula Pintos, profe de Sociales de primer año. Tiene energía para hacer transfusiones. Paula y Gonzalo cuentan que El Bachi surgió en 2010 como una iniciativa para brindar un aporte a muchos que no habían terminado sus estudios medios. Originalmente tenía una orientación en Salud, a raíz de la clínica vecina. Luego mutaron a Desarrollo en comunidades. En 2012 lograron el reconocimiento oficial del Gobierno de la Ciudad, que los agrupó bajo este curioso nombre: Unidad de Gestión Educativa Experimental.
Gonzalo se pregunta: “¿Qué quiere decir ‘experimental’? ¿Qué vas a experimentar con una cantidad de gente que quedó afuera de la educación tradicional? No me gusta discernir entre educación formal y experimental. Así nos quiere nombrar el Estado, no nosotros”. Paula: “Lo nuestro tiene que ver con pensar una educación distinta, de igualdad, queremos corrernos del rol del docente que está por encima y va a alumbrar. Todas las personas vienen con conocimientos y saberes previos y en el aula laburamos con esos saberes”.
Un ejemplo: “Hemos dado clases sobre pueblos originarios y teníamos una estudiante que viene del norte de La Paz, Bolivia; es originaria, así que lo podía explicar mucho mejor que nosotros, que lo aprendimos en Sociales, encerrados en un aula leyendo un texto. Para ella era natural, era su cosmovisión”, cuenta Paula.
¿De qué hablamos cuando nos referimos a educación popular? Gonzalo: “A mí me gusta pensar en ‘educaciones’ como un ida y vuelta dinámico, de igual a igual, valorando los saberes previos”. Si repasa su propia formación, Gonzalo cree que en el 99% de las horas de clase entre secundario y la universidad, nunca vio las caras de sus compañeros porque siempre estuvieron sentados uno detrás de otro. “Acá nos sentamos en ronda, somos treinta transmisores de saberes mirándonos a los ojos”.
¿Qué implica verse?
Gonzalo: Es una situación de igualdad.
Paula: Cortamos un disciplinamiento. Estamos diciendo que queremos que el saber circule y que el poder no esté adelante, en el maestro. Y cuando se acostumbran a la ronda, buscamos cambiar para que los cuerpos no se estanquen. Hacemos mucho trabajo grupal y de puesta en común. Cuando una persona llega a un espacio en el que las reglas son otras, y se pueden ir construyendo, hay una resistencia al principio. No encontrarse con una autoridad formal es raro, pero el resultado es que no hay violencia: jamás tuvimos estudiantes que se caguen a piñas. ¿Por qué? Para mí es porque no hay autoridad.
Romper para crear
Esta concepción, de la que la ronda es solo un aspecto, pone en juego lo que Gonzalo y Paula definen como “el comienzo de la ruptura de otras estructuras”. Otra herramienta es la de la pareja pedagógica, que habilita una discusión previa entre los docentes para que las materias dejen de ser islas. Para organizar toda la estructura mantienen reuniones por área (Sociales, Naturales, Lengua, etc.), por materia y por año. Quincenalmente, asamblea general. “De ese modo es imposible que se te escape algo. De lo contrario, es que está fallando ese recorrido”, argumenta Gonzalo.
La dinámica es intensa, pero a nadie parece asustarle: con alrededor de cincuenta docentes, es uno de los bachilleratos populares con más profesores, repartidos en los tres años de cursada. Asisten en su mayoría jóvenes y adultos del barrio o que viven en torno a la línea del tren Sarmiento. Marcos González es otro de los docentes: “En 2010 teníamos un promedio de edad de 30 a 35 años y ahora debe ser de 18 ó 19. El sistema tiene un bache a los 16 años porque hay muy pocas escuelas para chicos de esa edad”. Se cursa de lunes a jueves de 18:15 a 22:15. Docentes y estudiantes resolvieron tener una jornada extensa y liberar el viernes, que se usa para recuperar contenidos y rendir previas o equivalencias.
Paula: “Trabajar por parejas o tríos fortalece todo y compromete con un proyecto que es político pedagógico”. Sostener esa estructura es una de las disputas con el Estado, que reconoce los títulos como oficiales, pero no reconoce salarialmente a las parejas pedagógicas, sino a un docente por materia. “Lo discutimos y resolvimos seguir luchando por esa reivindicación y repartir el dinero en partes iguales, estés o no dentro de la planta orgánica funcional del Estado”, comenta Paula.
Docente al frente
Frente a la figura del docente como autoridad, ¿qué figura crea la educación popular?
Marcos: Una que pide que el estudiante ocupe determinado rol, dentro y fuera de clase. Sobre todo en primer año, no entienden que no tomamos decisiones unilaterales. Que las decisiones surjan de la asamblea entre estudiantes y docentes genera demoras a veces, pero eso es lo válido: la democracia participativa es una enseñanza y un aprendizaje.
Paula: Hay que aprender a lidiar con esos tiempos en los espacios colectivos.
Otra vez el tiempo aparece en escena: cada cosa tiene su lapso para madurar y, a la vez, el tiempo no para.
¿Cuáles son los desafíos?
Paula: El principal es que la educación popular, como espacio de resistencia en este contexto político, es una posibilidad de inclusión para muchas y muchos excluidos por el sistema educativo. Y en este momento, en que resulta necesario que se abran y consoliden distintas experiencias frente a las políticas privatistas, que estemos funcionando es una apuesta a revalidar y ejercer nuestros derechos.
A veces es así, como en este Bachillerato Popular, en la puerta, adentro o en el patio: las cosas parecen lentas, pero suceden a un ritmo que nadie puede detener.
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Una ONG financiada por corporaciones de la industria alimentaria realiza investigaciones en escuelas públicas, con aval oficial, para indagar los hábitos infantiles con relación a la comida.
Una ONG financiada por corporaciones de la industria alimentaria realiza investigaciones en escuelas públicas, con aval oficial, para indagar los hábitos infantiles con relación a la comida. Y para colmo, el Estado le paga a esa organización, llamada ILSI. En Mu de Mayo, Soledad Barruti muestra cómo un grupo de padres de una escuela de Boedo (foto) desnudó la situación y mantuvo una reunión inesperada y reveladora con funcionarios del programa Mi Escuela Saludable como Cecilia Antún. El contexto: el 40 % de los chicos en edad escolar sufre obesidad o sobrepeso por una alimentación industrial basada en azúcar, grasa, sal y aditivos, que engorda sin nutrir. Y Argentina tiene el porcentaje récord en la región de obsesos menores de cinco años, según la OMS. Las trampas y engaños con respecto a cómo encarar ese problema. La opinión de Florencia Gentile, del Consejo de Derechos de los Niños y de María Luisa Ageitos, ex directora de la Sociedad de Pediatría Argentina y del programa de Salud de Unicef.
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