#NiUnaMás
Ni una más
MU en Jujuy, junto a familiares víctimas de femicidios. Es una provincia modelo de la máquina que asesina mujeres, de la que el Estado es parte activa. Los fiscales, unidos contra los familiares de víctimas. Las familias, investigadas y amenazadas. Las jóvenes, en peligro ante una violencia machista que crece ante la inacción y la impunidad. Los casos que generaron puebladas y ya son emblema del Ni Una Más en el norte. Y las madres, hermanas e hijes que no se callan y tejen red por la verdad, la memoria y la justicia. Por Claudia Acuña.
Diecisiete kilómetros a 2.641 metros de altura separan a Huacalera de Tilcara. Mientras los camino, cada paso se convierte en latido y al ritmo de ese tic tac se precipitan imágenes, palabras, información, nombres, expedientes, datos y más, todo baldeado por esas lágrimas que vimos rodar en las cansadas mejillas marrones de madres, hijas, hermanas, padres, amigas.
Las lágrimas: eso sin duda es lo primero.
Gruesas, constantes, pesadas.
Limpio las mías mientras agradezco pisar esta Puna bella y silenciosa, sacudida por un ventarrón helado que mitiga el imperio del sol. El cansancio aturde, la impotencia acelera. Ambas cosas describen lo que significa caminar esos kilómetros y también escribir esta crónica.
Un pequeño monolito de piedra nos recuerda que estamos en el Trópico de Capricornio y honro allí lo poco que recuerdo de la novela de Henry Miller:
“¿Por qué moverse?
¿Por qué salir de un refugio acogedor?”.
Repito como si fuera el cayado de un pastor: las lágrimas son lo primero.
¿Qué es lo segundo?
No hay segundo: ese es el problema.
Lo primero son las lágrimas, sí, pero a partir de ellas todo, hasta el detalle más trivial, es igual de importante y sucede al mismo tiempo y a una velocidad que apuna; como el soroche, marea, duele, da náuseas, corta la respiración y hace casi imposible moverse. Caminando por la Puna jujeña comprendemos que nuestras ruedas son esas cuatro letras.
Este es entonces y tan solo un capítulo más de la Historia que construyen las personas -desde el principio de estos tiempos en los que siempre fue imposible moverse- con esa palabra: casi.
La tormenta perfecta
Tomar un avión es más fácil que viajar en el tren Sarmiento. La frase la escribe en el whatssap Lucas Pedulla, el compañero de MU al que le comento que nunca nos pidieron certificado de circulación, carnets de obra social, credenciales de prensa, ni nada de lo exigido para llegar a San Salvador. La frase describe a las personas con las que comparto el vuelo: abrumadora mayoría de Hombres No Usuarios del Sarmiento.
El aeropuerto queda lejos de la ciudad y el trayecto alcanza para chequear la información que comparte el chofer:
-Va a estar nublado, pero no va a llover. Acá se terminaron las tormentas desde que los tabacaleros tiran misiles para dispersarlas.
Googleo “jujuy” “tormenta” “misil”: en el diario El Tribuno hay varias notas que informan sobre su relación con las sequías.
La moza que atiende el pequeño bar donde intentamos desayunar tiene que repetirme la pregunta tres veces porque la enorme pantalla del televisor que hay a sus espaldas ha capturado la posibilidad de expresarme. Se la señalo con el dedo y recién ahí comprende qué pasa:
-¡Ah, sí! Siempre entran así, en manada.
Son trece hombres de traje que con pasos largos y decididos irrumpen en un gran salón hasta alcanzar el centro, ocupado por un escritorio. Allí se sientan tres, el resto permanece de pie, rodeando al trío. Mientras el único que habla mira a la cámara con ojos eyectados, el resto se mantiene firme e inmutable, hasta que pasa algo: uno se tapa la cara con las manos y sacude la cabeza de lado a lado.
Los trece hombres son integrantes del Ministerio Público de la Acusación, el organismo que creó el gobernador Gerardo Morales siete días después de asumir el cargo y para designar a Sergio Lello Sánchez como fiscal general y vitalicio. Él es quien habla. La televisión no tiene audio, pero la moza me resume la noticia:
-Le hizo perder el embarazo a la secretaria de un juzgado, ella lo denunció y ahora quiere echarla.
La noticia de hoy es que Lello Sánchez “requirió que se la investigue, y eventualmente se disponga la cesantía”. Quien está a cargo de ejecutar a la víctima es el fiscal Diego Cusell.
Esenciales y descartables
La explicación la interrumpe un mensaje de Mary Álvarez, integrante del área de género y diversidad del gremio de trabajadores estatales:
-Veníte ya. Estás a la vuelta.
Doy la vuelta, entonces, para entrar a la oficina de Carlos Sajama, el secretario general de ATE-Jujuy, quien está escuchando a una señora que le resume su reclamo: en 2002 comenzó a trabajar en una escuela como portera, en paralelo y por las noches estudió bibliotecología, se recibió en cuatro años, al quinto la designaron para cubrir una suplencia y ahí está, pero siempre cobrando lo mismo -1.700 pesos -y firmando un contrato de servicio. Pidió que la regularicen, pero si lo lograra -lo cual es muy difícil- no le reconocen todos estos años de servicio. Le propusieron entonces pasar al sector salud, para trabajar en el hospital de campaña que abrieron previendo el rebrote de carnaval.
-Pero cuando se termina la pandemia pasamos de ser trabajadores esenciales a descartables y perdemos todo. Y sabe qué: ya no puedo perder nada más.
Es ahí cuando Mary me informa que la que habla es la mamá de Iara Rueda, la joven de 16 años asesinada en Palpalá.
Puebladas y sinvergüenzas
Mónica Cunchila, ese es el nombre de la mamá de Iara. Conviene recordarlo por varios motivos. El principal: es lo que representa el antes y el después que marcó el femicidio de su hija Iara en Jujuy.
Cuando compartimos el asiento del colectivo que nos lleva de San Salvador a Palpalá Mónica me cuenta así el crimen de su hija, mientras arrastra las lágrimas con el puño:
Fue el 23 de septiembre, calcula que a las 4 de la tarde, cuando Iara recibió un mensaje por whatssap de un ex compañero de colegio. “Me compra un trabajo práctico, ma”, le avisó. Iara agarró la bicicleta, salió de su casa y nunca regresó. Las cámaras de seguridad de la ruta la registran pasar en bici rumbo a su casa, a las 17, a pocos metros de un retén policial. Esa es la última imagen de Iara. Las cámaras dejaron de grabar porque a esa hora comenzó un corte de luz.
Ese mismo día a las 20.20 Mónica cruzó la calle que separa su kiosco de comidas de la comisaría y trató de hacer la denuncia: no se la tomaron porque era domingo. Resolvió entonces buscarla ella misma con sus vecinos. Su marido, a quien todos conocen como El Coya, organizó el patrullaje que se hizo aquella larga noche sin luz ni luna, mientras por las redes se difundía la foto de Iara y pedidos de ayuda. Al amanecer sus amigas quinceañeras se plantaron en la ruta con cartulinas. La policía les pegó para dispersarlas.“Desde el primer día a la noche, cuando recibimos un mensaje que decía que habían visto a una chica que se la estaba llevando un hombre, llamé al jefe policial y me dijo: ‘ya, ya vamos a ir, sí’. Al otro día me traje al comisario a mi casa y el testigo cuando lo vio dijo ‘tengo miedo de hablar’. Ahí se perdió otro día más. Luego me pasaron a Casos Especiales e iniciaron otra vez las actuaciones, en vez de trabajar en conjunto y pedirle al juez o al fiscal que firme lo que tenga que firmar, no sé, lo que sea, pero no se hizo… y así, entonces, perdimos 24 horas más. Según la autopsia, ese día la matan a mi hija. El comisario Rodríguez me decía “es una chiquilinada, ya va a aparecer. Seguro que se fue porque está embarazada o algo así. Y yo le contestaba: “Comisario: mi hija está indispuesta”, pero insistía con que mi hija estaría en un hotel, con “un noviecito”. Reclamé el informe del celular, porque ahí está la clave: a ella la engañaron con lo del trabajo práctico y así la sacaron de casa. ¿Y qué me responde? “Eso se demora mucho”… Si hubiese sido la hija de un diputado o del gobernador ese informe no tarda nada… Después encuentran el celular de mi hija y me llaman para que vaya a buscarlo y cuando llego estaban todos ahí, sentados, sin hacer nada. Finalmente, cinco días tarde, el viernes, el juez dio la orden y qué casualidad: el rastrillaje empieza a las ocho de la mañana y una hora después aparece mi hija”.
Todo Jujuy fue testigo de cada uno de los detalles de esa semana horrenda y por eso mismo la noticia del hallazgo del cuerpo violado y torturado de Iara originó una pueblada. También escuchó clarito la frase que alcanzó a decir Mónica antes de desmayarse, cuando le comunicaron la noticia:
-Usted no tiene vergüenza
Le hablaba al fiscal de la causa, Diego Cusell.
En la puerta de la casa de Mónica hay tres fotos de Iara y dos carteles que recuerdan que todos los martes Palpalá marcha para exigir justicia. Al entrar lo primero que se ve es el living habitado por pancartas, carteles, banners, volantes, todos con la cara sonriente de Iara. En su habitación está tendida la cama, tal cual la dejó aquel día, el último, con el osito de peluche en la cabecera y la carpeta en los pies. Frente a la cama hay un altar, al lado del televisor, custodiado por frascos de esmaltes de todos los colores. Cuatro velitas rodean la foto principal, que la recuerdan el día de su cumpleaños. La torta está decorada con su principal pasión: la Torre Eiffel.
Una de sus tres hermanas es quien, luego, toca su guitarra siguiendo la partitura que le hizo copiar a Iara su profesor. Nos hace escuchar así su tema preferido: ella la títuló Mammá, que es la palabra más popular de la Rapsodia Bohemia, de Queen.
Son las tres de la tarde y el calor jujeño ha ahogado los ruidos para obligarlos a la siesta. Sentadas en la cama de una adolescente de 16 años, allí en Palpalá, a 1.686 kilómetros de la capital argentina y a millones de Fredy Mercury una guitarra nos recuerda una canción que narra metáforicamente la muerte del varón heterosexual.
Usted está equivocada
Caminamos las 20 cuadras que separa la casa de Mónica del lugar donde fue encontrado el cuerpo de Iara. La familia construyó allí una pequeña capilla, donde puso la foto sonriente, una cruz de madera y seis velas violetas. Plantó alrededor tres Santa Rita de flores también violeta -su color preferido- y un lapacho que alguien arrancó de raíz y se llevó. “La encontraron con las manos atadas con un cincha de caballo y los pies, con la tira de su mochila. Desde el primer día un vecino ubicó la señal de su celular a 300 metros de acá. La policía sabía qué tenía que hacer, pero no lo hizo”. Por el crimen de Iara hay tres detenidos: un menor, que suponen fue el entregador y dos hombres que Mónica no conocen y vivían en el barrio que está frente a ese descampado. Todos los detenidos se negaron a declarar. La autopsia determinó que estuvo mucho tiempo sumergida en agua. La ropa –una remera con dibujos de leoncitos, calza negra y zapatillas negras- estaba descolorida y sus lentes quemados.
Mónica vuelve a arrastrar las lágrimas con el puño y recuerda que la única asistencia que recibió del Estado fue la de una psicóloga que llegó a su casa aquel día tremendo. Le dijo: “Usted primero es Mónica y luego la mamá de Iara. No deje que esto arruine su vida también”. Recuerda su respuesta: “Usted está equivocada. Yo desde hoy no soy más ni Mónica ni la mamá de Iara. A partir de ahora soy una mujer que va a luchar hasta el final”.
Luego contará que a su madre, cuando tenía 5 años, la regalaron a una familia que la hacía dormir en el piso, la daba de comer las sobras y la obligaba a trabajar de sirvienta. “Toda su vida con cama adentro. Nos metió en la cabeza una frase: ´Si tenés un problema vos lo podés solucionar. No bajes los brazos´. Será por eso, quizá, que en el peor momento de mi vida me acordé de ella y se me vino una imagen: en esto tenemos que ser así”. Mónica cierra el puño, lo aprieta y sigue: “Unidos como los dedos de esta mano. Y ahí me puse a buscar a las otras familias que habían sufrido lo mismo, conocí a la Multisectorial de la Mujer y empecé a moverme. No sé de dónde sacamos fuerza, porque lo único que no tiene solución es la muerte. Yo sé que esto no tiene solución: tiene lucha. Nos pasó algo tremendo, injusto, terrible y por eso mismo somos lo que tenemos que lograr que mañana nuestras hijas y todas las hijas no tengan miedo”.
Otro colectivo nos llevará hasta el kiosco de comidas que desde hace años atiende el matrimonio. Es un pequeño local instalado en medio de un parque, con mesas y sillas ubicadas debajo de árboles y rodeadas de plantas, flores y pájaros. En una de las paredes está pintada Iara, sonriente. Desde el mostrador todos los días sus padres observan al comisario y los efectivos que se negaron a tomar la denuncia y buscarla.
Desde adentro
Anochece en San Salvador donde nos espera Agustina Aramayo, la secretaria denunciada por el fiscal general. El pelo negro y largo, las sandalias altas, la mirada decidida y la bebé en brazos, mientras cuenta qué disparó su persecución: “Entré al Poder Judicial en 2015 y con la asunción de Morales hubo una reforma que me dejó en la órbita de fiscal general Lello Sánchez. Un año después participo de la marcha de Ni Una Menos y cuando vuelvo a mi trabajo me imprimen una foto dónde estoy en primer plano y me informan que no puedo hacer eso porque soy una funcionaria pública. Entonces le explico: no milito para ningún partido político, pero sí apoyo la causa y me parece que como funcionaria debemos participar, concientizar sobre esto y brindar nuestro apoyo. Me dicen que no, que la próxima vez que lo haga me hacían un sumario administrativo. A partir de ahí empezaron una serie de hostigamientos, persecuciones. Me cambiaron diez veces de lugar de trabajo y en cada cambio me advertían que tenía que renunciar. Denuncio el mobbing laboral en 2019 y fue peor. Hice la denuncia embarazada, aunque no lo sabía en ese momento. Con todos los nervios empiezo a atravesar pérdidas y termino internada en una clínica de Palpalá, donde me dicen que tenía una amenaza de aborto. Me ordenan reposo absoluto por treinta días para salvar al bebé. Presento el certificado en mi trabajo y me autorizan tres días: 30, 31 y primero de agosto. Termino perdiendo el bebé y me dan dos días. Yo seguía expulsando, seguía con pérdidas, pero tenía que ir a trabajar a tribunales. Mientras, la denuncia que había hecho siguió avanzando, pero la pandemia frenó todo. Vuelvo a quedar embarazada, tengo a mi hija y en plena licencia por maternidad me obligan a volver a trabajar. Luego entiendo que lo hicieron para notificarme que se había abierto el sumario al que hizo referencia el fiscal general hoy en la conferencia de prensa. Lo hacen para echarme, pero yo no me puedo dar ese lujo: estoy llena de deudas”.
Le pregunto si ese fiscal general es el responsable de que se investiguen los femicidios y las denuncias por violencia. La respuesta es sí.
Le pregunto si tiene miedo. La respuesta es la misma.
Así termina nuestro primer día en Jujuy.
Foto y sarasa
La siguiente mañana es la charla con tres integrantes de la Multisectorial de Mujeres y Disidencias: la abogada Mariana Vargas -responsable del caso de Romina Tejerina, la joven que a los 19 años fue violada, quedó embarazada y fue condenada a 14 años de prisión por la muerte de su bebé-, la periodista Natalia Aramayo –hermana de Agustina, la secretaria perseguida por el fiscal general- y la psicóloga social Miri Morales, una de las impulsoras de esta red nacida en 2007, parida tras el Encuentro Nacional de Mujeres realizado en esa provincia y con un objetivo preciso: impulsar la ley de emergencia. Este año una norma fue sancionada con ese título y un nombre, el de Iara. “Pero no contempla todos los puntos que exigimos, aún no fue reglamentada y no tiene presupuesto, por lo tanto estamos igual que siempre: todo sarasa. Hay una política de marketinear con el Ni una menos, sacarse la foto, hacer un convenio acá, un convenio allá, foto, foto, foto. Y en concreto, cero recursos”. ¿Qué exigir entonces? Un indicador que ellas recomiendan tener siempre en cuenta es la situación del personal que trabaja recibiendo las denuncias. “Hacen muchos anuncios, pero nunca las condiciones de las trabajadoras y trabajadores han mejorado. Son chicos o chicas recién recibidas, muy mal pagos, precarizados: eso es violencia institucional. Y eso se traduce en femicidios”. Citan un ejemplo: el caso de Nahir Mamani, 20 años. “Llamó al 144 y la derivaron a hacer la denuncia a una oficina. Tenía miedo y por eso la acompañó su papá. Las personas que trabajaban ahí, que estaban desbordadas, le dan turno para semanas después y la mandan a su casa. Nunca le hicieron un seguimiento, y terminó asesinada. Y eso se repite en el caso de Rosana Mazala y en muchos otros en los que las mujeres acudieron al Estado y el Estado no las acompaña”. ¿Por qué? “En esencia, porque las y los funcionarios a cargo de diseñar las políticas y adjudicar los recursos no se hacen cargo de que el Estado no es una oenegé que hace lo que puede, sino que tiene una responsabilidad indelegable y esa responsabilidad es evitar los femicidios. No sé si piensan que no se pueden evitar o es otra cosa, porque siempre escucho discursos justificadores. Creo que el punto central es dejar en claro que todo femicidio es evitable y eso no está instalado”.
Las voces silenciadas
Son las tres de la tarde y en la plaza central es Víctor Álvarez, el papá de otra Nahir, quien nos cuenta cómo sigue la historia: su hija fue asesinada en octubre de 2020, tenía 16 años y un hijo de seis meses, Giovani. “Ayer nos dieron la tutela, pero nos dijeron que hasta que no haya condena no podemos recibir el subsidio. Ojalá nunca le toque pasar por esto al gobernador o a alguien con poder político, porque ahí sí van a saber el dolor y la injusticia”. Víctor está rodeado de siete familias que fueron convocadas por Mónica. Llegan desde Ledesma, Abra Pampa, Santa Clara, Palpalá, San Pedro y los bordes de San Salvador con fotos, remeras, pancartas y banners que despliegan como gritos frente a la Casa de Gobierno. Escuchan en silencio los relatos que se van sucediendo uno tras otro y que tantas veces repitieron con la esperanza de ser escuchados.
Abrazan a la mamá de Tania Palacios, 23 años, asesinada en 2019 de un balazo en el pecho por su novio policía y todavía sin fecha de juicio. “El año que matan a mi hija, muere mi madre. A mi madre la entierro en mayo y a mi hija la entierro en diciembre. Y en el año 2020 entierro a mi pareja, en abril. Mi vida viene así. Hay días en los que quiero vivir para lograr justicia y hay días de morir. Es algo doloroso. Es algo triste. Yo me quería meter en el cajón de mi hija….”
Abrazan a la mamá de Cinthia Tolaba, desaparecida en enero de 2016 a los 15 años. “Ya han pasado cinco años y nada. Tenía un rastro que seguí hace poco, fuimos a buscarla al Chaco salteño y nada. Tenía celular, pero nunca hicieron el rastreo. De la causa no se investigó nada, quedó así nomás…”
Abrazan a los padres de Cesia Reinaga, 20 años, asesinada en setiembre de 2020. Por su crimen están detenidos los dueños del multimedio de Abrapampa, el padre y el abuelo del femicida, que es menor y por eso fue beneficiado con prisión domiciliaria, que cumple en la casa de su mamá concejal, destituía por ocultar el crimen. “Hemos recibido muchas amenazas, muchas, pero estamos agradecidas a Dios y a la gente que siempre nos acompaña porque solo ellas nos protegen. No estamos pidiendo venganza: estamos buscando justicia y que esto no pase más. ¿Y qué recibimos? Amenazas que nos quiere callar. ¿Eso qué quiere decir? ¿Qué el que tiene poder nos puede matar porque nosotros no tenemos dinero? No somos ignorantes: somos pobres, pero conscientes de nuestros derechos”.
Abrazan a Carlos, hermano de Rosa Aliaga, asesinada en mayo de 2015 y víctima de un expediente judicial que hasta el día de hoy no tiene ni detenidos ni hipótesis del crimen. “La mataron con un palo en la cabeza y con un cuchillo en el pecho. La fiscalía hizo todo mal y la defensa hace todo bien para ponernos trabas y no poder presentarnos como querellantes”.
Abrazan a la mamá de Kathy Mamani, 17 años, asesinada en Palpalá en mayo de 2011 y hasta hoy sin avances en la investigación. “No sé nada de la causa. Nadie me informó nada. Ni el juez, ni el fiscal. Nunca nadie me citó. Ni siquiera me dieron una audiencia. Nada”.
Abrazan a la amiga de Rosalía Lucía Quiroga, desaparecida el 14 de mayo de 2014. “El último contacto que tuvo su mamá fue a las 10 de la mañana. Y desde ahí hasta el día de hoy no se sabe nada. El marido la golpeaba, la maltrataba, fue el primer imputado y después murió, y se llevó todo. Tenía hijos. Tenía 23 años”.
Abrazan a las hijas de Rosita Patagua, 46 años, protagonista del último femicidio evitable sufrido en esa provincia: el juez Pullen Llermanós ordenó la libertad de su asesino, por no considerarlo peligroso y desoyendo los informes fiscales. A la semana de recuperar la libertad la mató. Ahora estas jóvenes de 24 y 26 años están a cargo de su hermano menor. También están amenazadas. Cuentan que por Facebook pidieron ayuda y así contactaron a la abogada Mariana Vargas, que esta semana solicitó que el Estado garantice la seguridad de las chicas. Cuentan también que están preocupadas porque mañana su hermano tiene que comenzar las clases y no saben cómo prepararlo: su madre siempre se encargaba de esas cosas. Les pregunto qué necesitan y la menor responde corriéndose las lágrimas: “Quisiera, si se puede, que se modifique un poco, acá en Jujuy y en todo el país, lo que haya que hacer para que se garantice el acompañamiento de las mujeres desde el primer momento en que denuncian; que concurran a su domicilio, que la busquen, que la llamen, para que no suceda esto de nuevo. Hay un montón de casos en que las mujeres hacen la denuncia y terminan en desgracias, que no esperen a que nos maten para hacer algo”.
Las abrazo.
Las cosas que se caen
Tercer día. Estamos en Huacalera, en la casa de la familia de Camila Peñalba. Tenía 25 años y dos hijos cuando la encontraron muerta, el 5 de marzo del 2020. Los vecinos escucharon llorar a su bebé, entraron y ahí estaba: su cuerpo, derrumbado en la cama sobre su hija Lara, inmóvil y aterrada. Ahora Lara está sacando fotos con la cámara de Nacho, fotógrafo de MU, enorme para su cuerpito largo de 7 años, mientras Matilde, su abuela, deja que las lágrimas hablen. A su espalda, los cerros imponentes se dejan abrazar por las nubes. Del sol nos resguarda una media sombra negra que cubre el patio de tierra de la casa con ladrillos de abobe y puertas de madera. No hace falta hacer preguntas: necesita que alguien la escuche y con esa esperanza habla: “Nos dijeron que se había muerto por broncoaspiración y empecé a buscar qué era, como para entender qué le había pasado. Más leía y menos entendía, pero el fiscal insistía que se había ahogado con su propio vómito porque estaba borracha. Y mi hija no bebía”. Aturdida, dice, decidió contratar un perito que confirmó sus sospechas: el laboratorio descartó ebriedad, no se había producido ninguna broncoaspiración y la muerte fue producto de un ahorcamiento. Además, su cuerpo estaba golpeado. Logró así que el juez ordenara una junta médica que en diciembre confirmó la pericia de parte. Así logró que la ex pareja de su hija fuera encarcelada en enero de este año. La última noticia de la causa es lo que le hace brotar las lágrimas: el mismo perito que falseó la autopsia, designado por el Ministerio Público de Acusación dirigido por el fiscal Lello Sánchez, fue nombrado para hacerle la pericia psiquiátrica al imputado. Matilde siente el peso de lo que eso significa como si los cerros se derrumbaran sobre su espalda: “Es una lucha desigual, nunca termina”.
Hace poco se recibió de profesora de Lengua y Literatura y su primera designación la lleva tres días a la semana hasta una escuela secundaria de la frontera, por eso no estaba en Huacalera cuando asesinaron a su hija. Ahora, con el inicio de las clases presenciales, no sabe cómo hará para conciliar el cuidado de los nietos, de su hijo de 10 años y de su trabajo. Todavía no recibió ninguna ayuda económica para sostenerlos, aunque la ley Brisa obliga al Estado a hacerlo. Lo de siempre: hasta obtener la guarda legalmente no podrá tramitarla. Y ese trámite, por cómo se redactó la reglamentación, es judicial y por lo tanto, demora más que la necesidad. El Derecho tarda.
Le pregunto qué la llevó a tomar esa decisión clave que desnudó la trama de impunidad que suele atrapar los pedidos de justicia de los femicidios en esas periferias y las lágrimas de Matilde retornan, más abundantes y trágicas. “Yo sospechaba qué había pasado en realidad, porque mi hija lo había denunciado y él siempre estaba dando vueltas por la casa, pero me dije: esto te va a costar muy caro, y tenés los nietos y poco trabajo. La justicia no es para vos. Decidí dejarlo pasar, pero se me empezaron a caer cosas encima. Cosas de esas que nunca se caen: el reloj de pared, cajas que estaban bien acomodadas. Me dije: esa es mi hija que no me va a dejar tranquila hasta que no me encargue. Y tenía razón, porque si no mis nietos corrían el riesgo de ser criados por el asesino de su madre”.
Le pregunto quién es el fiscal de la causa, aquel que lo comunicó que su hija había muerto por borracha. Me responde un nombre que escuchó por tercera vez en tres días: Diego Cusell.
Son las tres y media de la tarde y el micro a San Salvador acaba de pasar de largo. Casi lo alcanzamos.
Casi.
Las opciones: esperar cuatro horas al siguiente o abordar uno en Tilcara, que ofrece más frecuencias los domingos a la tarde. La respuesta llega por whatssap y es una foto. En el mismo salón que copó la manada de fiscales están ahora sentadas tres mujeres rodeadas por una docena de abogadas.Es la imagen de la conferencia de prensa que se organizó para apoyar a Agustina Aramayo, la secretaria perseguida. Así lograron que, días después, el Tribunal Superior obligara al fiscal general Lillo Sánchez a archivar el expediente con el que pretendía echarla.
Caminamos.
Nota
Diez años después: comienza el juicio por el femicidio de Nancy Fernández
Comienza este martes el juicio por el asesinato de Nancy Fernández que se extenderá entre el 3 y el 6 de septiembre en el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 7 de San Isidro. Por Anabella Arrascaeta.
Nancy tenía 36 años cuando el 2 de mayo de 2014 fue encontrada en su casa semidesnuda, violada y asfixiada. Venía reclamando justicia por su hija, Micaela Fernández (14), que un año antes había sido secuestrada, violada y asesinada (ambas en la foto de portada). Sin embargo, se caratuló el caso de Micaela como suicidio. El acusado es Juan Carlos Corvalán, conocido narco de la zona. Nancy y Micaela eran parte de la comunidad qom Yecthakay, de Tigre.
Esta historia, situada en el Municipio de Tigre, se teje entre muertes e impunidades. El crimen de Micaela Fernández fue caratulado como suicidio, y sigue impune. Este martes comienza entonces el juicio por el asesinato de su madre, Nancy Fernández, que se extenderá hasta el viernes 6 de septiembre en el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 7 de San Isidro. Hay un solo imputado por el femicidio: Juan Carlos Corvalán, narco de la zona.
El entramado detrás de estas muertes sigue aún sin visibilizarse.
Nancy Fernández, de la comunidad qom del Tigre. La asesinaron porque seguía denunciando que el caso de su hija Micaela no había sido un suicidio, sino un asesinato (Foto de Canal Abierto)
Los crímenes
En 2013, cuando Micaela Fernández desapareció, su madre Nancy fue a la Comisaría 6ª de Talar pero no le quisieron tomar la denuncia; había sido secuestrada y violada por varios hombres. Cuando su hija apareció días después, con golpes, cortes en la cara y el pelo cortado, Nancy insistió en denunciar lo sucedido y otra vez volvieron a negarle ese derecho. En una entrevista con la TV Pública, Nancy reveló que la policía la llevó a la comisaria, donde la ataron y golpearon. Cuenta Nancy en el video: “India de mierda, me dijeron, te callás la boca, no vas a hablar vos”.
El 17 de febrero de 2013 Micaela apareció asesinada en la casa de Dante “Pato” Cenizo. Tenía un tiro en la cabeza. La investigación de su muerte estuvo a cargo del fiscal Diego Molina Pico, de la Fiscalía de El Talar, que a los pocos meses archivó la causa caratulada como suicidio. Dante “Pato” Cenizo solo estuvo preso por venta de drogas.
Un año después, mientras Nancy, reclamaba justicia y denunciaba la complicidad policial en la trama, la encontraron en su casa semidesnuda, violada y asfixiada. Ahora, diez años después, su muerte llega a Tribunales.
El reclamo de justicia
Nancy y su familia son parte de la comunidad Qom Yecthakay del partido de Tigre. Micaela tenía una hermana: Lisette Fernández, que tenía 12 años cuando asesinaron a su hermana, y 13 cuando asesinaron a su mamá. Cuando cumplió la mayoría de edad tomó el reclamo de justicia y se rodeó de las organizaciones que desde el territorio acompañan los reclamos por los femicidios locales.
La misma red que acompaña por ejemplo el reclamo de justicia por Luna Ortiz (asesinada en 2017 cuando tenía 19 años) estará presente en los Tribunales acompañando a Lisette.
“Es importante el acompañamiento porque es una causa fuerte. Esta red de mafia territorial se creía que al matar a Nancy y al morir su abuelo Eugenio de tristeza, Lisette no iba a hacer nada por su corta edad, pero cuando cumplió los 19 años decidió salir como particular damnificada, y es importante levantar junto a ella el pedido de justicia”, dice a lavaca Marisa Rodríguez, mamá de Luna Ortiz y miembro de la red que acompaña el pedido de justicia por Nancy y Micaela.
Marisa Rodríguez, la mamá de Luna Ortiz, junto a Lisette, hija de Nancy y hermana de Micaela que retomó el reclamo de justicia ante la audiencia que comenzará este martes 3.
Esa red garantiza por ejemplo que durante esta semana Lisette tenga cómo trasladarse al juicio, y se quede a dormir cerca de Tribunales. También organiza que la joven tenga la comida para la semana y las actividades de acompañamiento que sucederán en la calle mientras el proceso transcurre, además del claro apoyo y contención.
El juicio marca la posibilidad de empezar a desarmar el entramado de impunidad. Un primer paso en un largo camino que se inicia por juzgar como femicidio el crimen de Nancy, y que después pueda dar lugar a lo que todavía no se hizo increíblemente: vincular la muerte de Nancy con el crimen de su hija Micaela, y poder poner luz en la trama de responsabilidades y complicidades que mantuvieron durante 10 años sus femicidios sin justicia.
#NiUnaMás
201 femicidios y travesticidios en lo que va del año: datos del Observatorio Lucía Pérez
En los 244 días del año transcurridos hasta fin de agosto el Observatorio Lucía Pérez, primer padrón autogestionado y público de violencia patriarcal, registró 201 femicidios y travesticidios en todo el país. En el mes de agosto, además, se produjeron dos condenas históricas por los crímenes de Luana Ludueña en Córdoba y de Tehuel de la Torre en el gran Buenos Aires, que pueden conocerse en estos links.
De todos modos desde hace 1.297 días nos preguntamos ¿Dónde está Tehuel de la Torre? Su cuerpo sigue sin aparecer, aun cuando en un fallo histórico, Luis Alberto Ramos fue condenado a prisión perpetua por su crimen. Los jueces Claudio Joaquín Bernard, Ramiro Lorenzo y la jueza Silvia Hoerr, integrantes del Tribunal N° 2 en lo Criminal de La Plata, consideraron en el crimen el agravante de “odio a la identidad de género”, como lo planteaban la familia y la fiscalía. Es el primer juicio que incorpora esta mirada en el caso de un varón trans en nuestro país. Como el caso fue dividido, el otro imputado, Oscar Montes, tendrá un juicio por jurado popular sin fecha prevista aún.
Esos avances judiciales se producen mientras los números de la violencia siguen poniendo a la sociedad en la zona del horror.
Solo durante agosto hubo 25 femicidios. La más pequeña tenía 11 años, se llamaba Luján. Otro saldo estremecedor de lo que va del año es que ya hubo 18 infancias asesinadas como producto de esas situaciones de violencia criminal.
Se produjeron, además, 156 tentativas de femicidios en el año. Y 64 desapariciones que continúan sin respuesta y sin que se conozca el destino de esas desaparecidas.
Otro resultado que no suele tenerse presente como efecto de esa violencia sistémica: el número de huérfanos por femicidios ascendió, durante 2024, a 129.
Para seguir exigiendo justicia, se llevaron a cabo 226 marchas y movilizaciones contra la violencia patriarcal en todo el país.
El saldo actual arroja que hay 546 funcionarios denunciados. Es el registro de denuncias por violencia de género contra integrantes del Poder Ejecutivo, Poder Legislativo, Poder Judicial, Fuerzas de Seguridad e Iglesia Católicas. Actualizado diariamente, revisado mensualmente. El caso más difundido este mes fue el del ex presidente Alberto Fernández, al que se sumó el del diputado Germán Kiczka.
Estos números y estas situaciones no son cifras aisladas: representan la cartografía de la violencia patriarcal. Frente a esa realidad, el Observatorio Lucía Pérez es una herramienta de análisis, debate y acción creada por Cooperativa lavaca. Se elaboran de modo autogestivo una serie de padrones que compartimos de manera libre en la web del Observatorio, los cuales comenzaron a materializarse en talleres realizados con víctimas de violencias, familias sobrevivientes de femicidios, organizaciones sociales y activistas del movimiento trans. Los datos así recogidos, sumados al seguimiento de lo publicado en medios de todo el país, son luego chequeados y precisados con fuentes judiciales y periodísticas.
Todo la información producida es de público y libre acceso en www.observatorioluciaperez.org
Nota
Un día de justicia: prisión perpetua a Diego Concha por el femicidio de Luana Ludueña
El jurado popular y el Tribunal Técnico de la Cámara 3ª del Crimen de la Ciudad de Córdoba condenaron este martes por la tarde a Diego Gustavo Concha, ex titular de Defensa Civil de la provincia (en la foto, durante la audiencia). La pena: prisión perpetua por el delito de abuso sexual seguido de homicidio en perjuicio de Luana Ludueña, una bombera voluntaria que se quitó la vida en enero de 2022, nueve semanas después del ataque. En el fallo se consideró que el hecho fue un caso de violencia institucional ya que Concha “abusó de su poder como jefe de un área clave del gobierno de Córdoba”. Tanto él como la provincia de Córdoba deberán indemnizar solidariamente a los padres de Luana por daños y pérdida de chance de ayuda futura.
Desde Córdoba por Bernardina Rosini
Finalmente hubo justicia.
El ex titular de Defensa Civil de Córdoba, Diego Concha, fue condenado a prisión perpetua por el abuso sexual seguido de homicidio en perjuicio de Luana Ludueña. Luana era bombera voluntaria y se suicidó en enero de 2022, como efecto del ataque que había sufrido.
El Tribunal rechazó el pedido del fiscal Fernando López Villagra, quien había solicitado que se declarara inconstitucional la pena máxima en este caso y que Concha fuera sancionado con 20 años de cárcel.
En su fallo, el Tribunal reconoció el caso como un hecho de violencia institucional, señalando que Concha “abusó de su poder como jefe de un área clave del gobierno de Córdoba” para perpetrar el abuso contra la joven. Además de la pena de prisión, Concha fue inhabilitado de forma perpetua para ocupar cargos públicos. El Tribunal ordenó que Concha, en forma solidaria con la provincia de Córdoba, pague una indemnización a los padres de Luana, Cristina Caminos y Sergio Ludueña, por daños y pérdida de chance de ayuda futura.
Luana y su perro Ciro.
Hallado culpable en todos los cargos en su contra, el ex funcionario también fue sentenciado por los hechos de violencia de género cometidos contra su ex pareja. Los fundamentos de la sentencia se darán a conocer el 17 de septiembre.
Un arma en la cabeza
Diego Concha, de 53 años, llegó a juicio acusado de homicidio por abuso sexual contra Luana Ludueña, de 25 años. Ludueña, tras ser atacada por quien era entonces el Director de Defensa Civil de la provincia, intentó suicidarse en tres ocasiones. Durante su internación en una clínica de la ciudad capital, se enteró de que Concha había renunciado a su cargo y había sido detenido por otro caso en su contra. El funcionario fue arrestado el 27 de noviembre de 2021, luego de que su ex esposa, también bombera, lo denunciara por agresiones y amenazas. Según su testimonio, Concha la habría amenazado de muerte apuntándole con un arma en la cabeza, además de perseguirla en la carretera y cruzarle la camioneta, sumando estos incidentes a una serie de agresiones sufridas desde su separación.
El homo sapiens y la tarjeta de crédito
La jornada comenzó en el Palacio de Tribunales II con las palabras de Sergio Ludueña, padre de la joven bombera, quien se dirigió al jurado popular: “Tienen en sus manos la posibilidad de hacer una diferencia y que la muerte de Luana no quede impune, y que Diego Concha sea condenado para que esto sirva y no haya ninguna víctima más de abuso de poder”. Visiblemente conmovido, recordó los esfuerzos de su hija por superarse profesionalmente: “La vi nacer y me tocó verla morir. Pido justicia por Luana y por quienes no se animaron a hablar”.
Diego Concha, en el centro, durante una de las audiencias. Foto: Natalia Roca para lavaca.org.
Inmediatamente después, fue el turno del ex funcionario. Llamó la atención la omisión de la palabra “inocencia” durante los 17 minutos de su exposición. Al dirigirse al tribunal, compuesto por los jueces Juan Manuel Ugarte, Eugenio Pérez Moreno y Marcelo Jaime, y al jurado popular, Concha declaró: “En el encuentro con Luana no pasó nada malo ni nada bueno, sencillamente no pasó absolutamente nada”.
Luego, hizo una referencia a tiempos prehistóricos: “El homo sapiens no conocía la palabra, entonces se comunicaban por señas o dibujos. Luego el hombre evolucionó y logró conseguir la palabra, y con la palabra se puede hacer el bien o el mal”, afirmó.
Continuó: “Muchas veces el hombre usa la palabra para hacer mucho daño, para tergiversar y sacarlas de contexto, y en muchos casos, mentir”. Posteriormente, mencionó su labor como Director de Defensa Civil, destacando sus años de servicio como bombero y apoyando su defensa en su ejercicio profesional. En cuanto a las denuncias de su ex pareja, mencionó que “tenía un adicional de mi tarjeta de crédito y gastaba libremente, así también con mi tarjeta de débito”.
Después de tal argumento bancario pidió perdón a sus hijos por “tal vez no estar en momentos importantes como eventos escolares” y prosiguió: “Disculpas también a mi ex pareja. Ningún hombre, bajo ningún concepto, debe discutir con su pareja, fuese el motivo que fuese. Lo tengo re claro, lo he hablado muchísimo con las psicólogas que me han ayudado en el penal de Bouwer”. Y para concluir, afirmó: “Quiero que quede bien en claro que quien les está hablando sabe perfectamente qué es la violencia de género”.
El poder en el banquillo
Después de las palabras de Concha hubo un cuarto intermedio de varias horas hasta conocerse la sentencia. Profundamente conmovida al saber que finalmente fue hallado culpable, la madre de Luana expresó: “Ninguna condena es suficiente porque Luana no nos la devuelven. No puedo decir que estoy feliz pero Luana puede descansar en paz y nosotros como familia cumplimos con su pedido de justicia”.
Agradeció a los presentes, sobre todo a las Fuegas, brigadistas forestales de Sierras Chicas que acompañaron fuertemente a la familia a lo largo del proceso. Sobre Concha dijo: “No me interesa él. No escuché en el recinto lo que dijo. Yo solo rezaba. A lo largo del juicio y de las audiencias llevadas a cabo, no hubo ocasión en la que él mostrara arrepentimiento, empatía, ni reflexión alguna sobre lo que significó su conducta”.
El abogado de la familia Ludueña, Dr Carlos Nayi dijo sentirse “ampliamente conforme” con la condena. “Se le ha devuelto la paz a una familia, y el honor a una joven que supo decir que prefería dar la vida que claudicar. Valió la pena”. Y dijo que este caso marca un precedente: “Se trata del poder sentado en el banquillo de acusados”.
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