Nota
Centro de Formación Profesional N° 24, de Flores: Los cazafantasmas
“El saber no ocupa lugar y el edificio del Centro de Formación Profesional N° 24 tampoco”. Con esta ironía alumnos, profesores y vecinos de esa escuela de Flores organizaron una jornada para denunciar que el ministro de Educación porteño, Esteban Bullrich mintió: cuando fue interpelado en la Legislatura aseguró que el nuevo edificio de ese centro estaba terminado. Y en realidad, las obras ni siquiera comenzaron.
La señorial construcción de la calle Artigas 690 es cuidada y mantenida con el esfuerzo de la cooperadora, los alumnos y los profesores. “De a poquito, con el aporte de la gente, se hicieron los baños, se cerró parte del patio y se mantuvo el edificio con el trabajo de los alumnos que cursan los talleres de plomería, gas y electricidad”, cuenta Teresita, una de las encargadas de la administración de la escuela. “En 2001 se abrió una licitación para construir un nuevo. Se hicieron los planos y se aprobaron. Parecía que todo estaba listo, pero en 2006 el gobierno de Aníbal Ibarra nos informa que la licitación se cayó por cuestiones técnicas. En 2008 desaparecieron los pliegos, los expedientes, todo. Y ahora, en 2010, el ministro Bullrich informa que el nuevo edificio está terminado. Esto significaría que acá tendría que haber 3 pisos, ascensores y una obra que justificara el presupuesto de 6. 690.000. Y como verás, no hay nada”. Para hacer ver lo invisible los alumnos organizaron el viernes pasado un abrazo al viejo edificio y se vistieron de fantasmas amarillos. Y este lunes estarán compartiendo su experiencia en el marco de la muestra Ningún pibe nace para chorro, que se realiza en el Centro Cultural Borges y de la cual son también organizadores.
Para conocer mejor el trabajo de esta escuela, reproducimos la nota publicada en nuestra revista MU
La escuela que aprende
El edificio fue recuperado por los vecinos, que le fueron dando sentido a ese espacio en donde hoy se enseñan oficios y otras formas de ponerlos en práctica. Los docentes se preguntan qué significa hoy el trabajo, el mercado y la educación pública. Intentan encontrar las respuestas en la práctica, entre asambleas y milongas.
La historia es larga y arranca a comienzos de la década de los 80, cuando se cierran las puertas de la escuela primaria de la calle Artigas, fundada en el siglo anterior. Una construcción de época, de techos altos, aulas amplias, y con un patio central coronado por una palmera. A dos cuadras de allí, la lógica Cacciatore (aquel nefasto intendente militar) unifica dos colegios en una típica edificación tan cuadrada como la dictadura. Entonces, la vieja escuela pasa a ser, por muchos años, un depósito municipal.
Ya en la década del 90, ese espacio lo ocupa una fundación que brinda cursos de capacitación, en convenio con la unicef, pero el proyecto se cae a la par de la ruina menemista. Cuenta Silvana D’Aversa –secretaria del ahora Centro Profesional– que fue entonces cuando los vecinos hicieron lo que había que hacer: “No quedaba otra que ocupar y dar vida, porque era desolador ver todo destruído. Era la imagen de Argentina del año 2000”.
Vecinos, docentes y alumnos, de a poco, fueron edificando y recuperando el espacio, con trabajo solidario. La Secretaría de Educación de la Ciudad, finalmente, decidió apoyarlos, redireccionando algunos cursos que andaban dando vueltas por sus programas barriales y así comenzó a funcionar formalmente el Centro de Formación Profesional Nº 24.
El director de la entidad, Sergio Lesbegueris –sociólogo y docente de FLACSO– resume así todo este largo proceso: “La gente fue armando un proyecto sólido que hoy ya tiene un nivel de institucionalidad”. El cuento, por supuesto, no termina ahí: lo siguen construyendo todos los días. No sólo en sus formas, sino en sus contenidos, “porque es necesario pensar dónde estamos –explica Sergio–. Por un lado, porque estas instituciones son herederas de una lógica distinta a la contemporánea, pero por el otro, porque en momentos como estos conviene preguntarse cuál es la relación entre la educación y el trabajo”.
Las escuelas de oficios creadas en la década del 50 nacieron para responder con mano de obra a la llamada “sustitución de importaciones”, uno de los ejes económicos del peronismo de entonces. El trabajo, en ese momento, tenía un destino: había cierto desarrollo en la sociedad a nivel productivo que demandaba trabajadores capacitados. Sergio señala que “en esa época, el trabajo era una institución que estaba esperando a la vuelta de la esquina, por eso las escuelas se desentendían del proceso de vinculación con el ámbito laboral”. Hoy esa vinculación es subjetiva, según explica este docente: no existe un mercado laboral que esté esperando gente capacitada, sino todo lo contrario.
La fuga del trabajo
Dentro de la jurisdicción del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires existen treinta y cinco centros de formación profesional. Sólo siete son públicos. La mayoría tienen convenios con sindicatos, “y una lógica emparentada con otro modelo de país –apunta Silvana, secretaria del Centro–. La dinámica que utilizan se diferencia mucho de la nuestra. Nosotros, como escuela pública, tratamos de vincular la educación y el trabajo, pero desde el lugar de la autogestión, desde la toma de decisiones. En ese sentido, lo que nosotros pensamos de la educación tiene que ver con insertarse de otro modo al mercado laboral, a través de microemprendimientos, asociaciones cooperativas o articulando redes, porque los alumnos que asisten a esta escuela han sido expulsados del trabajo tal como se lo conoce”.
La capacitación a cargo de sindicatos funciona para Sergio como un ejemplo claro de cómo se dio, en el pasado, la alianza entre capital y trabajo: el modelo necesitaba de cuerpos útiles para reproducirse. “La lógica actual es otra: la expulsión. Y representa una no-relación social, que domina el imaginario contemporáneo: todos somos latentes expulsados del sistema”.
Sintonizando la época
En el año 2001, comenzó en ese mismo espacio a contarse otra historia. Luego de un proceso asambleario dentro de la escuela, se constituyó la Cooperativa de Trabajo El Profesional conformada por docentes y alumnos de los cursos de oficio. Sergio relata ese nuevo capítulo, señalando las coincidencias inevitables: “El 18 de diciembre fuimos a inscribir nuestra cooperativa en el Inaes. Esa fecha para nosotros es bastante sintomática, porque un día después explotó el país. Ahí entendimos que nuestro proceso asambleario supo captar el clima emotivo que había en el barrio, en la sociedad. Esa intuición hizo también que nos pongamos a pensar alternativas: cómo articular lo que hoy está totalmente desarticulado”.
Silvana aclara cuáles son las reglas de este nuevo juego: el Centro intenta no ser un juntadero de gente, un cursadero, aunque cada alumno va a la escuela llevando una estrategia individual. Comenta que es muy común escuchar: “yo quiero salir del tacho, hago un curso de panadería porque después me junto con mi primo y tratamos de poner un local”. No es la idea que allí se pretende enseñar. Silvana considera que “lo primero es ver qué de esa idea podemos conmover para que aparezca una estrategia grupal. Deseamos que cada alumno y docente pueda sintonizar con otros, encontrarse en un espacio de diálogo. Por eso la escuela vive en un proceso asambleario.” Para encontrar las palabras que resumen lo que allí se propone, recurre a una frase de Azucena Villaflor, la fundadora de las Madres de Plaza Mayo: “Individualmente no vamos a llegar a nada.”
Para Sergio la escuela pública pensada de esta manera, es un territorio donde se puede dar una interesante batalla contra las lógicas del mercado actual. “El capitalismo ni siquiera nos está proponiendo la explotación como relación social. Nos interesa dar vuelta esa ecuación, salir del gesto automático de pensar que esta escuela forja para el trabajo ¿Qué trabajo? Si éste está altamente precarizado. El capitalismo de especulación busca la máxima ganancia y va hacia ese nicho donde se le asegura esas ganancias. Por eso es necesario desestereotipar un montón de cosas que juegan a favor de que siga el mismo estado de cosas”.
La comunidad
En el Centro cada cuatrimestre se anotan cerca de novecientas personas. La oferta de cursos y talleres recorre diversas áreas: informática, gastronomía, artesanía, construcción y estética, entre otras. La escuela permanece abierta casi todos los días, desde las 8 y hasta las 22. Sus responsables creen que más allá de la amplia oferta de actividades, hay algo más que convoca a la escuela. Dice Sergio: “La gente quiere pertenecer y eso no es poco en esta sociedad expulsora, donde los lugares públicos son cada vez menos y no sólo están vaciados económicamente, sino de sentido. La gente ve que hay algo que tiene sentido comunitario y quiere formar parte”. Concluye que eso es ser fiel a la escuela pública porque tiene una razón de ser muy poderosa: la solidaridad social puesta al servicio del trabajo.
Durante 2004 y 2005 la escuela realizó un foro de empresas sociales y eso generó un debate que culminó en un nuevo proyecto: la tecnicatura en cooperativismo. La idea es formar técnicos que ayuden a las asociaciones cooperativas y a los emprendimientos autogestivos que no logran estabilizarse. El objetivo, también, es acompañar esos procesos, añadir valor agregado y lograr un entramado. Silvana cuenta que la iniciativa está aprobada por el Ministerio de Educación, pero que por razones presupuestarias duerme en algún cajón. Sin embargo, ya están pensando en algo que supere el escritorio del funcionario de turno: hacer salir la escuela a la calle. Sergio: “Está sonando muy fuerte la idea de armar una feria itinerante de economía social. Es decir, intervenciones públicas que muestren, que vendan, que contagien. Lo público es un lugar de todos. ¿Por qué no invertir entonces nuestros esfuerzos ahí?”.
El fondo común
Hacia dentro del colegio, los docentes también tratan de generar sus propias estrategias. “Llamamos a los alumnos para que vengan a confirmar la matrícula, pero es una excusa para charlar entre todos –revela Sergio–. Les decimos que la escuela pública no es gratis, que es solidaridad social, que optaron, de entre todas las formas de transmitir conocimiento, la más solidaria de todas. Y que estar dentro de este Centro implica cosas que tiene efectos prácticos, que no es lo mismo estar dentro de un sindicato o una escuela privada. Eso se tiene que notar”. Por eso, a través de un fondo común instrumentado por la cooperadora, se provee de insumos a todos los alumnos, cosa que el Estado dejó de hacer hace tiempo. Silvana explica que ese gesto también se aplica a las prácticas: en vez de hacerlas dentro de un aula, se hacen en la comunidad. “Hay instituciones que necesitan lo que aquí aprendemos a hacer: otras escuelas, el Centro de Gestión y Participación, el hospital Álvarez. Y ahí vamos. Es una manera de devolver algo a la sociedad mientras se va adquiriendo el saber”.
Tiempo de milonga
A partir de la propuesta de un alumno, el Centro comenzó a colaborar con la comunidad educativa de la Escuela Nº 854, del paraje El Portón, en la provincia de Misiones. “Pensamos esta relación no como un padrinazgo, sino como trabajo conjunto –cuenta Silvana–. Dijimos: qué mejor que una escuela de oficios para ayudar en la reconstrucción de una escuela rural. Y pusimos los talleres a trabajar en los baños que se necesitaban, en la torre para poner el tanque de agua, en la instalación eléctrica”. Sergio advierte que no los impulsa un criterio asistencialista: “No es que somos buenos. Un proyecto así nos organiza la energía, sentidos colectivos, que son mucho más potentes que la suma de individuos pululando en una escuela. Eso nos entusiasma, nos da una especie de autorización para ir profundizando estas intuiciones que juegan a favor de lo asociativo, de lo solidario”.
Otra consecuencia inesperada: para financiar este trabajo nació la Milonga de Artigas, un evento esperado por todo el barrio. Toda la escuela se alborota y se moviliza para la milonga, para preparla y disfrutarla. Sergio cuenta que la milonga nació en pleno post-Cromañon, y que se mantiene y que cada vez sale mejor. “El miedo es lo más perverso que tienen estas instituciones, se cierran a las ideas porque ‘puede pasar cualquier cosa’, y terminan en decadencia y amenazadas de muerte porque no logran pensar sentidos contemporáneos.” El Centro, dicen, va encontrando esos sentidos en ese ir haciendo. Y eso incluye estar dispuesto, incluso, a bailar una milonga.
Escuela de Formación Profesional Nº 24
[email protected]
www.cfp24.blogspot.com
Artigas 690, barrio de Flores, Capital
Tel 4611-5374
Nota
De la idea al audio: taller de creación de podcast
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Modalidad: presencial y online por Zoom
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Docente:
Mariano Randazzo, comunicador y realizador sonoro con más de 30 años de experiencia en radio. Trabaja en medios comunitarios, públicos y privados. Participó en más de 20 proyectos de podcast, ocupando distintos roles de producción. También es docente y capacitador.




Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar: