Nota
“Cuatro policías me quisieron obligar a decir que Facundo estaba en Bahía”: la amenaza de la Bonaerense al excuñado de Facundo Castro
Antes de su desaparición, Facundo se dirigía a Bahía para ver a su exnovia. El hermano de ella relata a lavaca en Mayor Buratovich cómo un grupo de agentes de la Bonaerense lo intimidó para que falseara su testimonio sobre el paradero del joven: «Querían desviar la investigación para ese lado». Fue encerrado en un cuarto de la subcomisaría del pueblo, y revela que había efectivos de otras localidades; la amenaza de golpes y la presión para instalar una hipótesis que le servía a la fuerza sospechada. El hombre tuvo que mudarse ante las intimidaciones, no sale de la casa, cuenta que perdió el trabajo y asegura: «Estar con miedo en democracia es terrible».

Marcelo González tiene 37 años, es de Bahía Blanca y es obrero de la construcción en un tambo en Mayor Buratovich, donde se mudó en diciembre para estar tranquilo con su esposa y sus cinco hijos, pero hoy asegura: “Estoy viviendo una pesadilla”.
González habla con lavaca en el comedor de su casa en este pueblo de 8500 habitantes del municipio de Villarino, de techos bajos y bulevares largos, al sur de la provincia de Buenos Aires, y que hoy ya es un sitio que circuló por todos los medios de comunicación como una de las lugares centrales en la desaparición de Facundo Castro, por ser el lugar donde dos policías de la Bonaerense le labraron una infracción a las 10 de la mañana del 30 de abril por circular sin el permiso durante la cuarentena.
Pero González, además, es el hermano de la exnovia de Facundo, por quien el joven salió temprano de su casa aquella mañana, en dirección a Bahía Blanca. Como contó MU en su edición 149, la querella de la familia denunció que tanto la exnovia como sus hermanos habían sufrido las “apretadas” por parte de la Bonaerense, presionándolos para que reconozcan algún contacto con Facundo durante su desaparición, o hasta su participación. Hasta el propio fiscal Santiago Ulpiano Martínez reconoció en un comunicado oficial que la familia González sufrió “hostigamiento”, por lo que fue iniciada una causa judicial (denunciada por la querella por “descuartizar” el expediente en múltiples pesquisas), pero relativizó los procedimientos violentos al considerar que en medio de los operativos de búsqueda de Facundo “las presiones y vejámenes” a las que fue sometida la hermana y su hermano “se orientaban más bien a encontrarlo”.
Lavaca pudo hablar con Marcelo González en Buratovich el día anterior al hallazgo del esqueleto encontrado en la ría de Villarino Viejo. Hoy, a la espera del inicio de las pericias que buscarán determinar la identidad, data, causal y, si es posible según los estudios, el modo de muerte del cuerpo humano encontrado, su testimonio contextualiza la violencia y las irregularidades que rodean al caso.

La pesadilla
González está con miedo y quiere hablar por protección. Piensa que la mejor forma de defenderse es haciendo público lo que le pasó.
Dice a lavaca: “A mí, en cuarentena, por salir a comprar a la ferretería, me labraron el acta en la comisaria por salir sin permiso y me trajeron al domicilio. Fue en los primeros días de abril. ¿Por qué con Facundo no lo hicieron?”.

González cuenta que la “pesadilla” comenzó un día de mediados de junio, después de que llegara de trabajar del tambo, a los que iba todos los días de las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde. “No trajeron notificación ni nada, unos policías vinieron de prepo y le dijeron a mi señora que me tenía que asentar en la subcomisaría de Buratovich. Cuando llegué de trabajar, llamé y me dijeron: ´González, usted se tiene que presentar´. Le pregunté los motivos y me dijeron que no, que me los darían a conocer cuando llegué. Así fue. Sin notificación ni nada”.
-¿Qué pasó?
-Cuatro policías me encerraron en un cuarto. Me querían obligar a decir que a Facundo lo había visto en Bahía Blanca. No sé si me estaban grabando. Uno estaba en un escritorio, creo que era el jefe de Pedro Luro (el comisario Fernando Grilloni). Me quería pegar. Me dijo que yo tenía que decir que a Facundo lo había visto en Bahía porque si no me iba a pegar. Los otros estaban de civil.
-¿Te pegó?
-No, pero todo el tiempo amenazando. Más que nada el jefe de Pedro Luro. Era alto, metro 80, cuerpo grande y lentes. La cara de él no me la olvido más. “Te voy a tener que pegar para que hables”, me decía. Yo me negué en todo momento. No voy a decir una mentira.
-¿Dónde era ese cuarto?
-Acá en la comisaría de Buratovich. De ahí me abrieron el Facebook sin permiso. Me obligaron a que ponga la contraseña, buscaron todos los mensajes, me revisaron todo. De ahí entraron al perfil de mi hermana y empezaron a sacar fotos de sus amigas. Un montón de información sin mi autorización.

-¿A qué hora fue?
-Fue después de las 17, cuando llegué de trabajar. Fui todo sucio, sin cambiarme. Me tuvieron como hasta las 21. Me dijeron que había llegado un llamado de Bahía Blanca que me complicaba a mí, y que iban a tener que hacer un allanamiento a mi casa, el cual accedí. Me trajeron de vuelta y no quisieron entrar, yo en ningún momento me negué. “Revisen mi vida entera”, les dije. No tengo nada que ocultar. Después dos mujeres me dejaron dos teléfonos. Me dijeron: “Cualquier cosa que sepas de Facundo escribime a mí, porque no queremos que se enteren en Bahía que nosotros vamos a ir a la casa de tu hermana. Queremos atraparlo primero nosotros a Facundo”. Me lo acuerdo clarito.
-¿Convencidos de que Facundo estaba allá?
-Ellos estaban convencidos de que estaba allá. La gran mentira que, para mí, querían hacer para desviar para ese lado.
-¿Y qué pasó después de eso?
-Despues de eso pasaron patrullas muy seguido. Me miran raro. Tuve problemas con una vecina de dos cuadras que tiene una familiar policía, la señora estaba diciendo que yo era un delincuente. Con todos los vecinos estoy enfrentado por algo que es injusto, porque yo no molesto a nadie. Es como que en el pueblo ya me miran todos raro, como que soy un delincuente. Los policias se encargaron de hacerlo, en todo el pueblo. Hace unos tres dias, mis compañeros de trabajo me dijeron que no me tire en contra de la policia de acá de Burato porque me iban a hacer desaparecer como Facundo. Ya con eso tomé la decision de mudarme a Bahía Blanca nuevamente porque no me siento seguro, bajo ningún punto de vista.

-¿Cómo te impactó a vos todo esto?
-Ya ni salgo, estoy todo el día encerrado, mando a mi hija o a mi yerno a comprar. Ya no puedo salir. Es terrible lo que estoy viviendo aca. Yo trabajo en la construcción. En un tambo, a 15 km del cementerio de Buratovich. Porque como es producción de alimentos, estábamos exceptuados. Arranqué a trabajar en febrero y no paré nunca. De 8 de la mañana a 5 de la tarde.
-¿En lo de tu hermana entraron?
-Sí. Vive con mi hermano menor, estan los dos allá. Están viviendo una pesadilla también, porque desde los 8 años perdieron al padre y a la madre. Es injusto.
-¿Solo se tienen entre ustedes?
-Nos tenemos entre nosotros. Y se ve que porque somos personas pobres o débiles, se aprovechan de la situacion. Y nos quieren culpar de algo que no tenemos nada que ver.
-¿Qué pensás de las versiones que los apuntaban a ustedes como responsables?
-Mi hermana tenía trabajo. Lo perdió todo. Está marcada por la sociedad. No puede ni salir a la calle. Yo estoy viviendo algo parecido. Yo ahora me mudo a Bahía de nuevo y también pierdo todo. No sé cómo te lo puedo describir. Tengo una familia numerosa, tengo que volver y empezar de vuelta. Por seguridad, por mi familia y por mí, porque acá no me siento protegido en este pueblo. Me gustaría que me protejan un poquito más como ciudadano. No se puede estar así. ¿Estar con miedo? ¿En democracia? Es terrible.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.


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