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Cyborgs, tango, vogue y la catarata del sueño colectivo: segunda edición de Bailar la Vereda
La segunda edición del ciclo de MU Trinchera Boutique convocó a tres nuevas intervenciones que hicieron bailar la Plaza de los Dos Congresos. Con el hilo sonoro del acordeón de Nahiel Dornell, las propuestas combinaron presente y futuro: el baile desde el placer de Trama, los cuerpos híbridos de Prefiero ser una cyborg que una diosa, y los tangos y el vogue de Mano a Mano. “Un cuerpo que baila es un cuerpo que lucha. Muchos cuerpos que bailan son la revolución”, sintetizaron les artistas. La crónica, las fotos y el video.
Cerca de las siete de la tarde de un sábado franqueado por el viento, arrancó la segunda edición de “Bailar la vereda”, el ciclo de danza al aire libre organizado por MU Trinchera Boutique, que propone habitar el espacio público con música y movimiento. El escenario fue también esta vez la construcción en semicírculo de la Plaza de los Dos Congresos bordeada por columnas, con estética de balcón. Allí, se sucedieron tres intervenciones performáticas que calentaron la pista, imprimieron ritmo a la tarde y apaciguaron el viento. Espectadorxs sentadxs en las sillas que formaban dos hileras y otrxs de pie, algunxs llegaron especialmente y otrxs fueron transeúntes ocasionales que pasaban caminando o en bicicleta y se quedaron a ver el show.
La actriz de la Compañía de Teatro Ver Llover, Virginia Silva Finguer, inauguró la función con la lectura del texto de bienvenida:

“Un cuerpo que baila es un cuerpo que sueña. Muchos cuerpos que bailan pueden desatar la catarata del sueño colectivo.
Con zapatillas, zapatos de taco, calzado lustroso, raído o descalzos, los pies portan la información del ritmo y ese registro es tan antiguo como el fuego.
Los pies conectan con la tierra y sus historias. Y así, levantan vuelo y sacuden el aire.
Un cuerpo que baila es un cuerpo que lucha. Muchos cuerpos que bailan son la revolución.
Abrimos los ojos, sacudimos las penas, sentimos la música y a bailar la vereda”
El músico Nahiel Dornell recorrió el escenario con su acordeón, mirando a los ojos a lxs espectadorxs y nos ofreció “La Noyee” de Yann Tiersen. Las copas de los árboles meciéndose por el viento como escenografía natural, la emoción del encuentro y el dulce sonido del acordeón conspiraron para que fuera un momento de ensueño. “Es una de las primeras veces que me lanzo a tocar como solista en vivo, pude interpretar mi instrumento de una manera nueva: caminando y mirando al público. Esta propuesta da vida al cuerpo e invita a la gente a mostrarse a través del movimiento, fundamental en estos tiempos de encierro y miedo”. Nahiel es acordeonista y pianista, estudió en el Conservatorio Astor Piazzolla y forma parte de La Criolla Engalanada, una banda de folklore.

El placer compartido
La primera intervención fue “Trama” y estuvo a cargo de las bailarinas Melina Boyadjian, Nayla Altieri y Mavi Ribera. Vestidas con pantalón, campera metalizados y de zapatillas, las chicas espaciales transitaron la pista y sacudieron los restos de inercia de lxs presentes.

Torsos meneándose, pies marcando el compás y aplausos. Ganas de bailar que se traspasaban de un cuerpo al otro. Melina, Nayla y Mavi se conocen del ambiente de la danza desde hace tiempo, se enteraron de la convocatoria por Instagram y crearon la obra para esta ocasión. ¿Por qué bailar juntxs? “Es importante que los cuerpos estén cerca y con placer alrededor, encontrarse en la calle de otras maneras. La danza tiene algo de compartir el placer, el erotismo, y eso también hace al espíritu de fiesta, hace que nos sintamos más cerca. Sirvió para vernos en carne y hueso. Simple y agradable”, coinciden.
Nahiel y su acordeón vuelven a caminar por el escenario y nos acarician con otro tema: “Que nadie sepa mi sufrir”.
Realidad cyborg
Luego, es el turno de la obra “Prefiero ser una cyborg que una diosa. El tiempo desaparece igual que yo”, de Mijal Katzowicz y Sofía Rypka, con la mezcla de sonidos a cargo de Camilo Ortiz. Mijal y Sofía emergen detrás de los ornamentos de la construcción semicircular devenida en anfiteatro al menos durante una hora. Vestidas con pilotos beige y rojo y con máscaras metálicas, inician una danza por momentos mecánica, eléctrica. “Soy el protocolo de una autómata. ¿Quién soy? El tiempo desaparece igual que yo”, se escucha una voz, inserta en la música. Más tarde: “¿Qué miran? Pónganse esas máscaras de mierda que están usando y por lo menos bailen una coreografía”.

Continúan con sus movimientos, ríen juntas, con una carcajada que resuena desorbitada, irreal. “Soy una cyborg”. El organismo intervenido por la tecnología para optimizarlo. La mixtura de lo natural con lo artificial. En “Manifiesto Cyborg” Donna Haraway se refiere a “lo cyborg” como la blasfemia ante un mundo dominado por lo masculino. Lo define como “un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción”. Estamos rodeadxs de realidad y de ficción y no distinguimos cuál es cuál. “Todos somos quimeras, híbridos teorizados y fabricados de máquina y organismo, en unas palabras, somos cyborgs”.

Mijal y Sofía trabajaron juntas en la obra de teatro “Ultimo round” que tuvo como escenario el ring de la Federación Argentina de Boxeo, en el barrio de Almagro. Mijal dirigía y Sofía actuaba. “Este año empezamos a investigar la temática y el universo cyborg, con otros formatos, con trabajo virtual y plataformas vinculadas a las nuevas tecnologías y un trabajo más visual de proyecciones. Vimos esta convocatoria y como estábamos muy manijas de bailar, hicimos especialmente este trabajo para Bailar la vereda, con esta temática”, cuenta Mijal.
Las cyborgs danzantes detienen su baile, miran al público y con un movimiento repetitivo del dedo índice invitan a traspasar los dos escalones y subirse al escenario. Varixs aceptan el convite y los cuerpos se funden con la música. Dos viejitas -a juzgar por sus atuendos-, disgustadas por tanto ruido, irrumpen en la escena. “Una paga los impuestos para esto”, comentan enojadas, sentadas a la mesa y escuchando la radio. Suena una milonga: “El carnet de solterona en el barrio ya me han dado y yo siempre les contesto ¿quién me quita lo bailado? Andar siempre de milonga es bueno pa´ la salud. Todavía quedan vacantes, que se pasen pa´ mi club”. Se van arrancando cada una las ropas de viejitas y aparecen las medias negras de red, el plush color rojo y los tatuajes.

Congreso is burning
Les bailarines Solmi y Laurent bailan tango primero y luego desatan una ovación al pasar al vogue, un estilo de danza inspirada en las glamorosas poses que aparecían fotografiadas en la famosa revista “Vogue” y que la canción de Madonna del mismo nombre ayudara a ser más conocido. Nacido en los 80, en Harlem, barrio marginado de Nueva York, más que una danza, es un movimiento cultural que perdura. El documental “Paris is burning” retrata en detalle los orígenes del vogue.

Cuenta Laurent, bailarine profesional de tango y folclore, baila voguing y otros estilos urbanos: “Apenas nos enteramos de Bailar la vereda empezamos a construir parte de la obra para esto, un poco pensando en los lenguajes que manejamos nosotras en nuestra corporalidad y queriendo fusionar con nuestra cultura popular por eso incluimos el tango en la propuesta”. Agrega Solmi, bailarina de waacking, vogue y twerk: “Mezclar tango con vogue que por ahí no es tan conocido y traerlo a este escenario fue como para que se conozca también”.
Laurent: “Es parte de visibilizar a partir de todo lo que sucede con nuestro colectivo LGTBIQ+, esta pieza tiene el lenguaje potencial del vogue que es de nuestro colectivo, apoyando también todo el camino que vienen haciendo, tanto Fifi Tango, que lo utilizamos en nuestra perfo, como también los poemas leídos en la vidriera por Susy Shock y acompañar todo el movimiento del colectivo. También es importante tomar la vereda porque es el espacio público que merecemos” Solmi: “En este contexto, la gente necesita encontrarse estas situaciones en la calle, vi un montón de gente en el público que pasaron y se quedaron, muy agradecides”.
Foto: Martina Perosa.
Tal como sucediera el sábado pasado en la primera edición de “Bailar la vereda”, una vez finalizadas las intervenciones, lxs espercatdorxs dejaron de serlo y transmutaron –apenas subidos dos escalones- en bailarinxs. Con mayor o menor (o nula) técnica, los cuerpos se dejaron llevar por la música como, en las alturas, las florecidas copas de los árboles por el viento. El semicírculo de cemento que parece un balcón-terraza edificado sobre el suelo, cumplió la función de balcón y nos permitió asomarnos a otro mundo, el de las cyborgs que bailan y el de la osada batalla en la que lxs soñadores son lxs vencedorxs cada vez que se visten de gala y se animan a imaginar con sus pies el mundo en el que quieren vivir.
Los cuerpos tienen mucho para decir.
La vereda sabe escuchar.
Entonces, a bailar.

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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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