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El acto piquetero: panorama desde el puente

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Durante toda la noche y gran parte del día, el Puente Avellaneda fue escenario del recuerdo. Y de algunas cosas más. Mientras la organización piquetera se concentró en la denuncia de un plan criminal cuyo responsables políticos siguen impunes, el tradicional ímpetu de Hebe de Bonafini intentó encender polémicas. Mucha gente, mucho dolor, demasiadas palabras.

Bajo el Puente Pueyrredón de Avellaneda la imagen no era la de piqueteros, acampantes o manifestantes, sino la de sobrevivientes del futuro.

En ciertas películas -Terminator, Mátrix- aparecen tribus de humanos de alguna posguerra, empobrecidos, despojados de todo, perseguidos por la maquinaria de la muerte pero resistiendo: en ellos vive la esperanza.

A tales escenas habría que agregarle un frío húmedo y cruel, un viento antisocial, el aroma de gomas quemadas, una pobreza latinoamericana y un mural que muestra a dos jóvenes asesinados por la maquinaria de la muerte.

Se llaman Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.

En ese paisaje los hombres, las mujeres y los chicos de los Movimientos de Trabajadores Desocupados que acamparon bajo el puente pasaron la noche del 25 al 26 de junio comiendo alrededor de ollas. Abrigándose pegados los unos a los otros en cuclillas o sentados en cajones de frutas frente a hogueras de maderas, ramitas y papeles. Durmiendo rotativamente por cuestiones de seguridad, iluminados por las llamas y algunas híbridas luces de neón.

«Demasiado frío, y se rompieron muchos termos» cuenta Carlos, del MTD de Florencio Varela ya en la mañana de los preparativos para conmemorar un año de aquellos asesinatos. Los termos volaban por el viento y se les partía el alma de vidrio. «Volaron también las ollas, y las carpas se aplastaban contra el piso. Pero ya pasó» dice Carlos, que se levanta para observar a las columnas que van acercándose.

Algunas vienen por una de las ramas de la autopista que sobrevuela el campamento. Ahí pasan Barrios de Pie y el Polo Obrero.

Otras llegan desde la zona de Mitre y Pavón, donde hay un local cerrado con un mensaje que ahora suena extraño: «Menem 2003». Son columnas de los MTD que decidieron no acampar sino dirigirse directamente al acto: vienen con menos frío, y los termos sanos. Algunos cantan: «El puente es nuestro, la puta que los parió».

Entre los de arriba de la autopista, los de abajo y los que llegan, hay miradas cruzadas, un par de desganados aplausos, algunos que se saludan de lejos. Cada uno entiende el acto de un modo distinto, aunque parezca que todos participan de lo mismo.

Por los parlantes pasan la densa música del conjunto norteamericano System of a down. El escenario se armó en el medio del puente. Una frontera. Y un cambio, o un agregado: de las concentraciones en las plazas, a ocupar puentes, autopistas, redes de comunicación.

Por el carril que va hacia Avellaneda, pero a contramano, sube el MTD. El escenario está de espaldas a la Capital. Por la otra se movilizan el resto de las agrupaciones, más o menos incluidas en el Bloque Piquetero. Andan por allí el multifacético Raúl Castells con su Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados, la gente del Polo Obrero, y todos van pasando hasta rodear completamente el escenario. El panorama desde el puente -con el permiso del señor Miller- es que cada una de esas autopistas aéreas está totalmente cubierta de gente. Algunos calculan 30 mil personas. Muchos con gorros, gorras, cualquier cosa que sirva para cubrirse. Muchos con pañuelos y bufandas sobre el rostro, entre el frío y el hábito de las movilizaciones piqueteras.

Una de las banderas frente al escenario dice: «Maximiliano, el artista que no dejaron ser» y en un dibujo lo envían «al paraíso de los dibujantes valientes». El MTD de Lanús canta: «Dale alegría a mi corazón, la sangre de los caídos es de Verón».

Como había diferentes escenarios, desde el que ocupaba el Bloque Piquetero se leyó el documento que pide juicio y castigo a los culpables de la represión, y cuyo mayor valor parece residir en que toda esa retórica pudo firmarse de modo conjunto por todas las organizaciones que participaron allí.

Leído el documento, el foco pasó nuevamente al otro escenario, donde comenzaría el Juicio Popular, regido por las evidencias de que en la represión -como tantas otras veces- no hubo errores ni excesos, ni policías con los nervios alterados, sino la planificación de un aparato que actuó siguiendo órdenes. ¿Órdenes de quién?

Empezó a contestar esa pregunta Juan Cruz D’Affuncio, del MTD, que en una intervención fuerte y emotiva dijo que quería recordar a Santillán y a Kosteki vivos. Lo hizo mirando a las integrantes de la Asociación Madres de Plaza de Mayo sentadas en primera fila con Hebe de Bonafini en sitio preferencial. Juan Cruz dijo de Darío que era el primero en trabajar, en ser solidario, en luchar y en estudiar. «Valía oro». De Maxi dijo: «Era un ángel al que le cortaron las alas». «Eran dos jóvenes espléndidos -continuó- que tenían todo para dar, y los masacraron».

Juan Cruz estableció tres niveles de responsabilidad.

  1. La mano de obra que se utiliza -dijo- para masacrar al pueblo que se levanta para luchar.
  2. El Estado y el Gobierno de Eduardo Duhalde. «Muchos periodistas dicen que estamos locos por acusar al gobierno. Que nos prueben que no tuvieron nada que ver. Tuvimos que escribir un libro con todas las pruebas que nunca pudimos presentar en los medios». El libro es Darío y Maxi-Dignidad Piquetera, capaz de provocar brotes envidiosos en buena parte del denominado periodismo actual. Lo extraño del argumento de Juan Cruz es que los periodistas a los que alude parecen abogados de Duhalde. Y lo lamentable es que alguien deba perder el tiempo respondiendo a los balbuceos de ese supuesto periodismo.
  3. El tercer acusado, según D’Affuncio, es el imperialismo. «El enemigo número uno del género humano, los Estados Unidos, estado asesino y masacrador de pueblos. Y decimos que acusamos al imperialismo, aunque los periodistas y los políticos nos digan locos. El FMI presionaba al gobierno en aquellos días para que hubiera control social y seguridad financiera, seguridad para los banqueros». D’Affuncio dijo que ese tipo de cosas fue empujando la situación, sin control alguno por parte de una dirigencia a la que calificó así: «Casta política cagona, verduga del pueblo, y cobarde».

Luego habló el abogado de la Correpi (Coordinadora contra la represión policial), Claudio Pandolfi, quien contó que la fiscalía que lleva la acusación judicial ya ha reconocido la existencia de un plan, pero no la autoría intelectual del mismo. Según surge de la causa, varias comisiones policiales han ido a buscar al prófugo agente Leiva a su casa pero -consta en actas- se van después de tocar el timbre varias veces sin éxito. El doctor Pandolfi dudó del entusiasmo puesto en la búsqueda, cuya responsabilidad atribuyó al gobernador Felipe Solá y al ministro Juan Pablo Cafiero. Otro abogado, Sergio Sminowsky, cambió el tono de la intervención, diciendo que Santillán fue un modelo de Hombre Nuevo, según la propuesta de Ernesto Guevara, demostrando, al ir a proteger a Kosteki, la mezcla de dureza y ternura que el Che reclamaba para los revolucionarios. El público rubricó: «Maxi no se murió, que se muera Fanchiotti la puta madre que lo parió».

Subió al escenario Mario Pérez, del MTD de Florencio Varela, que omitió la retórica: «La yuta son una manga de hijos de puta que mataron a dos muchachos que sólo querían dignidad y comida». El público cantó «piqueteros, carajo». Sebastián Conti, del MTD de Almirante Brown, relató cómo la policía parecía preparada para la represión, cómo se veían movimientos atípicos. Sintió un golpe en la espalda mientras corría porque los estaban cercando. Fue un balazo que le perforó el pulmón, pero está para contarlo. Remató su intervención diciendo: «Podemos sentir opresión y represión, pero tenemos dignidad, coraje y fuerza. La dignidad es piquetera, compañeros. La dignidad es nuestra».

Esa idea de dignidad es tal vez la que marca los discursos de la rebeldía y la resistencia en esta época, y que la palabra sea reiterada con tanta vehemencia es una demostración de los grados de humillación a los que se ha sometido a millones de personas.

Habló también Marcial Balarino, del MTD de Quilmes, con una flauta colgada al cuello con la que había estado demostrando sus habilidades en las horas previas al acto. No fue excesivamente musical, aunque dijo cosas tremendas con voz serena y dulce. La descripción fue la de una cacería, de las «lanchas» policiales contra los manifestantes: «La sangre nos une para salir de este sistema hijo de puta que nos caga de hambre y nos mata». «Queremos justicia de veras y que paguen con su sangre, porque son unos negros de mierda, como somos nosotros, pero nosotros por lo menos tenemos dignidad y huevos para salir a pelear». A este señor le fracturaron la pierna de un balazo de plomo.

Algunos cantaron y saltaron: «Borom-bom-bom, el que no salta es un botón».

Juan Carlos Rey, de Lanús, un hombre mayor de 60, habló de Santillán y de su sabiduría, de su solidaridad, y dijo que aquel 26 de junio se dispersaron. Santillán le dijo: «Viejo, buscá a las mujeres y llevátelas, yo voy a la estación que están reprimiendo». Rey volvió a Lanús, y allí se enteró del asesinato. «Se me cayó el alma. Darío fue el que me dio coraje, con mis años, a seguir con la lucha». Carlos Tapia, de Almirante Brown, contó que vio a los «cabezas de tortuga» -policías con casco- perisguiéndolos, y que vio también que a Darío «lo mataron como a un perro, por la espalda». Hizo también su relato el fotógrafo Sergio Kovalewsky, cuyo material fue central para observar la secuencia del asesinato de Santillán. «Las fotos no cambian la historia. La historia la cambia el pueblo luchando en la calle. La dignidad está acá» dijo.

Orlando Vaqueiro, funcionario de la Municipalidad de Avellaneda, acompañó a Santillán en la camioneta que lo trasladó al hospital Fiorito. Darío estaba vivo. «Yo le hablaba, él me miraba, me parece que no confiaba. Le puse una almohada en la cabeza y ahí cambió. Me miró distinto. Empezó a desmayarse, y yo sentí como que pasaba un ángel. No escuché más nada. Creo que murió en paz, eso transmitía. Como el que está tranquilo de haber hecho lo que tenía que hacer». Dijo también: «He visto muchas represiones, pero ésta fue la más injusta que vi en mi vida».

Hablaron también integrantes de otros movimientos como el MTR (Alejandro Adrón), el FTC (Roberto Palavecino), el Teresa Vive (Mariano Benítez), siempre alrededor de lo que ocurrió aquel día, la correspondiente denuncia, y los reclamos encendidos. El señor Palavecino aprovechó para intercalar su convocatoria a una asamblea nacional de trabajadores ocupados y desocupados, tema que no despertó adhesiones.

Isabel Mazo, médica del Fiorito, hizo un aporte muy interesante al describir la complicidad de las autoridades del hospital con la policía al negar públicamente que hubiera heridos con balas de plomo, entre otras miserias como impedir la entrada al hospital a los familiares de las víctimas, y permitírsela a la policía para que arrestara a heridos.

Pilar Molina, de RedAcción, centró sus palabras en la complicidad de los medios masivos de comunicación, «que construyen la verdad de los que oprimen». Carlos Rodríguez, de Página/12 dijo que los periodistas, cuando les ordenan ciertas notas o contenidos, tienen al menos la posibilidad de decir «no».

Luego fue el turno de Pablo Solanas, de Lanús, que subió al escenario con el libro-investigación del MTD. Dijo: «Duhalde tiene responsabilidad directa en los asesinatos de Maxi, Darío y en la balacera que recibían los compañeros. ¿Es discurso de barricada, como nos decían los periodistas? Nos enorgullecemos de esas barricadas, las del 26 de junio, las del 20 de diciembre. Pero también les decimos que podemos ir más allá. Que además de hacer piquetes, además de construir organización en los barrios, podemos y sabemos entender la realidad, investigar y documentarla. El gobierno de Duhalde no fue ajeno a la planificación y la responsabilidad directa sobre la muerte de Darío y Maxi, y tenemos fundamentos».

Detalló cómo el gobierno había preparado el terreno para la represión antes (con declaraciones de Duhalde sobre cómo estaba dispuesto a poner orden frente a los cortes de calles y rutas) y cómo había ideado incluso los pasos posteriores. Todo esto está insuperablemente detallado en el propio libro, ya que además se trata de una compleja trama de actitudes, revelaciones y complicidades. El ministro de Justicia Jorge Vanossi, por ejemplo, inició una causa contra las víctimas (los que recibieron los balazos, por ejemplo) por 17 delitos y por violación a la Ley de Defensa de la Democracia. Toda esa planificación, dijo Pablo, fracasó por la aparición de las fotos y por las nuevas movilizaciones. Pidió juicio y castigo a los responsables.

Subió después Hebe de Bonafini, quien encaró un discurso para la polémica. Algunas frases.

  • «Darío y Maxi están volando sobre nosotros para exigirnos lo mismo que hicieron ellos. No habrá revolución posible si los hombres y las mujeres no nos hacemos revolucionarios. El Che decía que la verdad ajustaba como un guante. Que a veces hay que abandonar todo, hasta la familia, para iniciar el camino de la revolución. Que hay que entregar la vida al servicio de otros, para que la vida tenga valor».
  • «Nuestros hijos nos mostraron que no quieren una memoria de mierda, quieren que se imite lo que ellos hicieron. No hay revolución posible si los pueblos no aprendemos que tenemos derecho a la violencia. Y que se dejen de joder con que nos digan violentos. Ellos son los violentos, no sacan la comida, nos sacan el trabajo, nos sacan la educación, ellos nos matan los hijos de hambre, y después nos dicen violentos».
  • «Si queremos una revolución, lo dijo muchas veces el presidente Chávez, y lo dijo Fidel, una revolución sin armas no es posible, es una cagada».
    Debe decirse que con esta apelación la señora de Bonafini levantó aplausos (aunque quedó la sensación que fue más por el tono que por el contenido explícito de sus palabras). La oradora exigió al gobierno de Kirchner que desprocese a todos los procesados por manifestarse, que meta cuchillo hasta donde sea necesario y que «si tiene que llegar hasta Duhalde que lo haga». Dijo también que Kirchner «no es igual a Duhalde, no es igual a Menem, pero que cumpla lo que prometió». Una mujer le gritaba «son lo mismo, son la misma mierda»; la señora de Bonafini la observó, pero siguió con su discurso. Volvió a mezclar pasado y presente con sus ideas habituales:
  • «Nuestros hijos, a los que reivindicamos cada vez con más fuerza, nuestros queridos y amados guerrilleros, se levantaron en armas porque se hartaron de que los pisoteen, que los engañen, se hartaron de ver la muerte de tantos chicos. Y no nos da vergüenza decirlo, al contrario, el orgullo más grande de haber tenido hijos con semejantes pelotas para enfrentar al sistema y al imperialismo».
  • «Hoy vemos en ustedes a nuestros hijos. Nuestros hijos nacieron en los piquetes, en los puentes, en las fábricas ocupadas en producción. Y nacen cada día como nace el hombre nuevo. El hombre nuevo no es una utopía. Nace cuando cada uno de nosotros deja de ser un hombre común y se planta en la calle para decirle basta a estos hijos de remil puta que nos quieren masacrar».
  • «Vamos a vengar a nuestros hijos cuando el pueblo sea feliz, y el pueblo será feliz cuando la revolución esté en marcha».

El discurso, levemente abrumador, fue seguido por el de Mariano Pacheco. Ahí se tenía que llegar a la conclusión del Juicio Popular, tramo un tanto teatral de la presentación, ya que Mariano pidió a los presentes que dijeran si los mencionados como responsables materiales o ideológicos de la represión son inocentes o culpables. Por supuesto, todo el mundo contestó «culpables». Luego preguntó cuál es el castigo que corresponde, pero todo estaba coordinado para que desde distintos puntos se gritara «paredón», y como aún así no se oía bien, Mariano pidió aclaraciones: «¿Escuché que dijeron paredón?».

Sin embargo, varias pancartas del MTD lucían una consigna diferente: «La mejor venganza es la justicia».

El acto terminó allí, y en ese momento en el otro escenario comenzó el del resto de las agrupaciones, instaladas en la misma autopista, pero del lado de Capital.

La bajada por el Puente Pueyrredón fue más bien silenciosa.

Un integrante del MTD comentó: «La señora (Bonafini) dijo un discurso un poco raro. No me llega. Me parece que es querer copiar cosas que ya demostraron ser un fracaso. Mataron a mucha gente. Nosotros no queremos que maten a nadie. Ni queremos matar a nadie. Y que mezcle esas cosas con nosotros, no me gusta. Pero ella tendrá su forma de pensar y nosotros tenemos la nuestra».

Un integrante de una agrupación de derechos humanos -que participó justamente en toda aquella situación de los 70 que la señora de Bonafini rescató con su conocida retórica- comentó su radiografía del discurso: «Ella dice que los otros se armen, pero va a hablar con Kirchner. Propone lucha armada, pero crea una universidad popular. Además, no todos los desaparecidos eran guerrilleros, ni mucho menos. Lo puedo decir porque yo lo fui. Pero entender qué ocurrió en aquel momento no puede significar querer trasladarlo a esto. Justamente aquí los piqueteros están demostrando que hay otras formas de construcción, que cuando hay violencia es para defenderse, para reclamar por sus derechos, y porque no les queda otro camino. Pero esta gente no es estúpida, el discurso de Hebe es muy seductor, pero los del MTD son muy educados: escuchan, y después hacen lo que ellos quieren».

Miguel, un joven que apenas pasó los 20 del MTD de Don Orione (Almirante Brown) estaba ya acomodando los bolsos, ollas y mochilas para emprender el regreso. Llevaban también canastos, floreros, velas y tejidos de los que producen, y que exhibieron estos días. «Estuvo bueno el acto, pero bajaron mucha línea política ¿no? Los movimientos de izquierda. Madres articula bien con nosotros. Pero en muchas cosas no coincidimos. Nosotros lo de la violencia lo agarramos con pinzas. Somos movimientos de trabajadores desocupados, no solo piqueteros. Hacemos otras cosas, organizamos el barrio, trabajamos. Eso no está mal». Miguel casi pide disculpas, tras un discurso que pareció decir que las cosas que él considera valiosas, no lo son.

Un poco más allá estaba Nito Librado, también de Almirante Brown, responsable de la olla de 100 litros en la que preparó un guiso carrero que permitió que sus compañeros pasaran la noche de un modo más digno. «Se hace con carne, hueso, verdura, especias, arroz. Y otra olla con fideos». Nito, como Carlos Escalada que está a su lado, tienen esa pobreza que incluye educación, seriedad y un tono amistoso que en los tiempos actuales tantas veces parece perdido y que en estas agrupaciones se encuentra a cada paso, a cada palabra.

Ambos pasaron la barrera de los 60. Carlos comenta que el regreso (al contrario que las otras organizaciones que llegaron al acto) no es en los clásicos micros escolares alquilados, sino que vuelven al pago en colectivos y trenes. Tiene 14 hijos, y a poco de conversar cuenta que su mujer lo echó de la casa: «Me dijo que no soy hombre si no pongo plata, y puso a mis hijos en mi contra. Toma muchas pastillas para los nervios. Me fui a vivir con un amigo».

Nito, que era comerciante, dice: «Es el drama de las familias. La familia desintegrada». Carlos es carpintero, perdió su trabajo hace tres años, y es especialista en tapizados, decoraciones, muebles de cocina, pulido de pisos, placards a medida, modulares, refacciones en general. «El problema es que no tengo dónde instalarme para iniciarme» dice. ¿En el barrio no hay lugar? le pregunto.

Nito lo mira de reojo: «¿Cómo no me dijiste? Yo tengo un localcito». Carlos: «Yo te pago». Nito: «¿50 pesos por mes?» Se dieron la mano y me la dieron a mí.

¿Por qué están en el MTD? Nito: «Compañerismo. Es muy feo andar solo».

No sé si según el discurso del puente, Nito y Carlos, o Miguel, o tantos otros que anduvieron por allí, son hombres nuevos. Tal vez sean buenos hombres. Tomaron sus cosas y fueron con cientos de compañeros a las paradas de colectivo. La mayoría no pudo ver el recital de León Gieco y Víctor Heredia ante cientos de jóvenes piqueteros que seguían el ritmo moviendo sus cuerpos, junto a la estación clausurada donde mataron a Santillán y Kosteki.

El hit de la tarde fue «Todavía cantamos».

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5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

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Pasaron cinco años del femicidio de Cecilia Basaldúa en Capilla del Monte. Tres años de un juicio que absolvió a un imputado sin pruebas. Cuatro fiscales, cuatro policías presos y numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad, ese compromiso que aún es la certeza que falta.

Fotos y crónica de María Eugenia Morengo para cdmnoticias.com.ar

25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..

Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.

      – Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.

Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.

–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.

Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.

La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:

Adrián Luquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género.  Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.

El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.

Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.

Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

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La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

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“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como  granaderos.

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Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado  notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón  se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

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Susana, Daniel y Daniela Pavón

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar  que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

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Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.

 El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.

La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?

Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.

La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el  centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:

 “Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación  y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.

Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.


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Imágenes de la marcha a Plaza de Mayo: los jubilados siguen haciendo lío

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Jubilados y jubiladas se movilizaron desde el Congreso de la Nación hasta Plaza de Mayo en una nueva jornada de reclamos y denuncia por los ingresos de pobreza que perciben y el fin de la moratoria previsional, cuya prórroga sigue durmiendo en Diputados. Como siempre, los carteles manuscritos fueron una forma de expresión y creatividad. En uno se leía: «Francisco está feliz. Jubilados haciendo lío!!!»

La marcha comenzó nuevamente con un operativo desproporcionado con las cuatro fuerzas federales -PFA, Gendarmería, Prefectura y PSA- que reprimió la protesta pacífica: la Comisión Provincial por la Memoria contabilizó una persona detenida y 13 heridos por efectos de los gases lacrimógenos, entre ellos jubilados y trabajadores de prensa.

Frente a la Rosada, realizaron un acto donde distintas agrupaciones de jubilados se manifestaron contra el acuerdo con el FMI y cantaron por la salud de Pablo Grillo.

«Hasta el próximo miércoles», saludaron los jubilados y jubiladas.

La próxima semana, la marcha contará con la participación de los gremios de la CGT como previa al Día del Trabajador y la Trabajadora del 1 de mayo.

Imágenes de la marcha a Plaza de Mayo: los jubilados siguen haciendo lío

Foto: Juan Valeiro para lavaca

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Escritos sobrevivientes: Un nuevo libro escrito por ex detenidos desaparecidos

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Este 24 de marzo, a 49 años del golpe, la editorial lavaca publica Escritos sobrevivientes, un libro creado junto a un grupo de personas que estuvieron secuestradas y desaparecidas en distintos centros clandestinos de represión durante la última dictadura militar. Se presenta el próximo viernes 28, pero ya podés pasar a buscarlo por MU (Riobamba 143) desde hoy. En este texto, Claudia Acuña cuenta qué representa esta obra parida en colectivo y en medio de aires negacionistas.

Por Claudia Acuña

Este libro representa muchas cosas y todas y cada una nos parecen decisivas para estos tiempos desesperados.

Ni sé por dónde comenzar a enumerarlas, así que sin orden de importancia ni cronológico enumero algunas, aunque sin duda me faltarán otras que invito a que completen quienes lo lean.

Lo primero, para mí, es reconocer el valor social, político, histórico y ético que merecen las personas detenidas-desaparecidas por la dictadura cívico militar que azotó este país desde el 24 de marzo de 1976. No olvidamos esa fecha gracias a ellas, pero no siempre se las nombra con la relevancia que han tenido para construir verdad, justicia y memoria.

A algunas de ellas he tenido el honor de escucharlas y verlas testimoniar en los juicios de lesa humanidad, pero también en los diferentes procedimientos contra la impunidad que crearon y sostuvieron para que esos juicios sucedan.

Una y otra vez.

Una y otra vez.

Una y otra vez.

Hasta lograrlo.

Solo a una pude agradecerle con palabras y lágrimas el esfuerzo, el coraje y el legado que recibíamos por su esfuerzo, pero fundamentalmente por sus vidas consagradas a hacer posible lo imposible. Fue en la puerta de los tribunales de Comodoro Py, mientras los altoparlantes transmitían la primera condena a los genocidas responsables del centro de detención clandestino y de tortura que funcionaba en la Esma. Ahora, con este libro queremos extender esas gracias a cada una, a cada uno.

Sé, porque comprendí la lección que nos daban, que no puedo afirmar que lo hicieron solo ellas, ellos. Esa es otra de las cosas que representa este libro: el saberse parte – y reconocerlo siempre- de algo más grande, más importante y más trascendente no solo del yo, sino incluso del núcleo colectivo en el que nos organizamos, reflexionamos y tomamos fuerza para resistir. Nuestras fuerzas individuales y nuestras construcciones políticas suman, activan, empujan, pero alcanzan sus objetivos cuando sincronizan con la necesidad social, con la época y con la Historia. Tienen alas porque tienen raíces y mueven al mundo hacia lugares mejores porque se sabe más grande y más poderosa que lo que nos rodea.

Eso que aquí las y los autores definen como “subjetividad sobreviviente” nos advierte eso: somos nuestros cuerpos y la sombra que proyectan, lo que hacemos y lo que soñamos, nuestras obras y nuestra imaginación, nuestros saberes y nuestra intuición, pero también y además aquellos cuerpos, proyecciones, hechos, batallas ganadas y perdidas, que nos anteceden y desbordan para fortalecernos y sostenernos de pie. Aquello que ilumina la oscuridad es la memoria sensible: de eso se trata este libro, además.

Otra: el valor de las utopías. En los momentos más aterradores hemos gritado “Aparición con vida y castigo a los culpables”. Bueno: la noticia es que hemos tenido éxito y aquí están las personas que cuando pronunciábamos esas palabras mágicas no podíamos abrazar. Algunas de ellas son las que el tercer sábado de cada mes vimos ingresar a nuestra trinchera durante el largo y desalentador año 2024. Para nosotros ese taller de escritura significó una cita con la esperanza, cada vez. Y una comprobación: el futuro se construye con el hacer colectivo, cada vez.

Por último: este no es un libro de testimonios sobre el horror de la dictadura, sino su contracara o quizá, lo que se puede pensar después de cruzar el abismo de la impunidad.

Quizá.

Me falta todavía superar la alegría de haberlo logrado, de sostener con las manos esta pequeña utopía realizada en tiempos de saqueo de recursos simbólicos y materiales, en las cuales sólo proponerlo sonaba casi irresponsable, para poder encontrar las palabras certeras, que expresen lo que representa que personas empobrecidas y violentadas podamos hacer lo que querramos financiadas sólo por el deseo y la convicción, que siempre es política.

Quizá la palabra exacta sea una sola: Argentina.

La presentación

Escritos sobrevivientes y compila una serie de textos producidos en un taller de escritura que tuvo lugar en MU durante 2024. Estos relatos abordan historias marcadas por lo que el grupo denomina «subjetividad sobreviviente». El resultado es un conjunto de textos poéticos, políticos y filosóficos, de una potencia y belleza conmovedoras.

Participan: Rufino Almeida, Margarita Fátima Cruz, Graciela Daleo, Lucía Fariña, Mercedes Joloidovsky, Eduardo Lardies, Susana Leiracha, María Alicia Milia, Claudio Niro, Silvia Irene Saladino, Stella Maris Vallejos e Inés Vázquez.

Así lo resumen sus autoras y autores: «Un grupo de compañeras y compañeros, ex detenidos desaparecidos por el terrorismo de Estado, nos reunimos en un taller de escritura para crear textos enfocados en la subjetividad sobreviviente, mientras la voz del poder alimenta el negacionismo y la reiteración del sufrimiento popular por variados medios».

El libro se presentará el próximo viernes 28 de marzo a las 20 horas en Mu Trinchera Boutique, Riobamba 143.

Podés conseguirlo desde hoy, 24 de marzo, también en MU.

Escritos sobrevivientes: Un nuevo libro escrito por ex detenidos desaparecidos
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