CABA
El peor pecado
Juan Carlos García y Carla Morales fueron violadxs por el ex cura Emilio Lamas en Rosario de Lerma, Salta, cuando eran niñxs. Ambas denuncias confluyeron este año y motivaron una revolución en el pueblo que provocó la detención de Lamas y una conversación histórica con el arzbobispo de la provincia, que aquí reproducimos. Por Claudia Acuña.
Es la única provincia argentina en la que una madre tuvo que llegar hasta la Corte Suprema para lograr que en la escuela pública no obliguen a su hija a rezar, pero también la única en la que se siguen realizando los Martes Verdes para gritar frente a legislatura “Aborto legal”, en una ceremonia encabezada por una adolescente con nombre que parece una fantasía: Milagro.
Es también la que acuñó el término “ideología de género” para descalificar el reclamo de justicia social que proclama el movimiento feminista, pero es también la única en la que en su ciudad capital puede leerse un graffiti dedicado al concejal antiderecho que inventó esa infamia: “Relajá el orto”, le aconseja.
Es, además, la que en la misma semana en la que, con un bautismo transmitido en directo por la tevé nacional, proclamó candidato a presidente al inefable diputado Alfredo Olmedo, nos regaló también el extraordinario momento de ver cómo se derrumbaba ese escenario, literalmente.
Salta es hermosa y cruel.
Es distopía y utopía, sin mezclas.
Y así, sacudiendo los sentidos, es también el lugar desde donde puede verse el horizonte del mañana, proyectado en sus sombras y en sus amaneceres.
En Salta nos habla la tierra, sin metáforas.
Nos revela nuestros fantasmas y esperanzas.
Nos dice qué es posible y qué es imposible, por insoportable.
Ahora mismo, en la plaza principal de una ciudad llamada Rosario de Lerma, se pueden ver el portal de su bella iglesia abierto de par en par. Hay dos camionetas con las letras que las identifican como de la Unidad Fiscal Federal cruzando el ingreso. Hay letrados, testigos, prensa. Y hay dos sobrevivientes del abuso sexual cometido por el párroco, hace insoportables 25 años.
Ahora mismo el fiscal está allanando esa iglesia.
Y la ciudad tiene el aliento congelado.
En el horizonte puede verse a una mujer anciana caminar lento, casi rengueando. Lleva rodete y vestido largo hasta los tobillos y está acompañada de otra mujer más joven que le ofrece su brazo de bastón. El pueblo todo la está mirando. Su lento andar demora el tiempo: se hace eterno como eterna ha sido la espera de su llegada. Finalmente, sube como puede los seis escalones de la iglesia y se frena frente al portal abierto, desde donde puede verse la imagen sagrada que corona el altar. Allí mira ahora. Y cae, haciendo sonar sus rodillas en el piso impecable. Abre los brazos en cruz. Grita sin miedo y con legítimo remordimiento:
-Señor, perdóname.
Lo que sigue es la crucifixión del silencio.
Todos saben allí que esa anciana era la portera de la iglesia en los tiempos del párroco Emilio Lamas, el cura violador que ahora está procesado y con arresto domiciliario, esperando esa condena que allí, en Rosario de Lerma, acaba de llegarle.

La iglesia de Rosario de Lerma, Salta, donde ocurrió el abuso a Carla por parte del ex cura Emilio Lamas.
Foto: Martina Perosa
Encuentro con el diablo
El silencio comenzó en 1991, a pocos meses de la llegada de Lamas a la iglesia de Rosario de Lerma. Juan Carlos García tenía por entonces 14 años y una vocación definida: ser cura. Había aprendido a recitar la misa en latín y la Biblia entera para ganarse el respeto de tres párrocos que antecedieron a Lamas, quien aceptó que también fuera su monaguillo. También lo confesaba. De esas conversaciones sagradas, supone ahora Juan Carlos, obtuvo la información que lo llevó a elegirlo para que lo acompañe a celebrar la misa en las fiestas patronales de El Alfarcito, un paraje aislado en la Quebrada de El Toro, ubicado a 2.800 metros de altura y convertido en santuario. Juan Carlos reconstruye ahora ese viaje con la precisión de quien ha tenido que repetirlo tantas veces como sea necesario para que le crean. Le pregunto cuántas y responde: “Sólo en los últimos dos años, cien”.
No exagera.
“Como tenía que encargarme de la liturgia hablé con María Elena Prieto para que me acompañe. Ella era la soprano de la iglesia. Le dije también a otro chico para que lleve la cruz procesional. Armé un equipo de monaguillos y de santistas. Pero el cura no aceptó. Dijo que fuera solo porque no había lugar en la camioneta. Cuando llegó el día de viajar noto que estábamos solos. El viaje fue difícil porque me agarró la Puna: dolor de cabeza, vómitos, retorcijones de panza. Llegué débil al lugar donde nos recibió la familia Bautista, que nos esperaba con un guiso de chivo .Esa noticia me dio más para vomitar. Yo quería descansar. La madre de los Bautista propuso que repose en la pieza de la casa, y el cura les dijo que no: que me llevaran a la casa parroquial. Quedaba al final de un camino de tierra –que ahora está pavimentado- a un largo trecho; en la mitad había un arroyito, otro largo trecho, y ahí recién llegabas a la capilla. Al lado de la capilla había una piecita que era de barro y cardones: la casa parroquial. No había luz eléctrica: nos guiaban con una lámpara de mechero. Me dejan ahí y se van. Me quedo en plena oscuridad. Todo era oscuro en ese lugar. Me duerno y al rato escucho el ruido de la comitiva trayendo al padre. Cuando empieza a sacarse la sotana me empieza a hablar.
-¿Cómo estás?
-Estoy bien, le respondí
-Si te portás mal te voy a tirar las orejas.
Comienza con el juego de tirarme las orejas, recostarse en la cama, y ahí comenzó el hecho. Lo que recuerdo es que me desperté en el piso. Sentía miedo. El sacerdote no estaba. Salí y me lavé la cara con el agua del arroyito. Era helada. Apenitas me mojaba la cara, me sacaba las lagañas, me aplastaba el pelo, y me fui a la iglesia. Él estaba haciendo la misa. Lo único que recuerdo es a él levantando la hostia y a la gente arrodillada. Me mira y me voy. Apenas empiezo a caminar me encuentro con la directora de la escuela. Tenía ganas de contarle lo que pasó a alguien, pero no sabía qué decir. Justo ella me propone: ‘Los chicos están solos. ¿Te animás a darles catequesis?’ Y fui. Y ahí lo veo entrar. El cura había dejado la misa, preocupado por qué estaría hablando yo con la directora. Se asomó a ver qué estaba haciendo en el aula, vestido de misa y todo. Cuando escuchó que daba catequesis, se volvió a terminar la misa. Después fue la fiesta patronal. Los chicos llegaron a mitad de la procesión y yo, con túnica y todo, salí corriendo hasta la camioneta que los traía. Intenté contarles, pero ellos estaban ansiosos por sumarse a la procesión. En el regreso él quería que no vaya atrás, en la cabina de la camioneta, pero me rebelé. Se enfureció. En todo momento trató de que no tuviera con quien hablar. Cuando llegué a casa mi mamá me recibió y ahí me quebré y le conté. Ella no entendía. Era la primera vez que me iba de casa, que dormía en otro lado: no entendía nada. Lloramos los dos. Y fue difícil. Ella analfabeta, mujer golpeada, muchos factores sumaban a su debilidad frente a lo que me pasó. Desde entonces, psicológicamente yo estaba muy mal. Salía a las doce de la noche por las calles a buscar al diablo. Me caminaba hasta la finca Carabajal, que es a la salida del pueblo, y llegaba hasta al río buscándolo. ¿Por qué? Quería hablar con el diablo para preguntarle ¿por qué hacés tanto daño? Era muy fanático religoso, andaba con la Biblia bajo el brazo todo el día. Hasta que una de esas noches, deambulando por la parte más oscura del pueblo, en la zona de un lugar donde antes había corrales de vaca y ahora hay una cancha, dos chicos me empiezan a silbar y a insultarme. Perversidades. Me gritan ‘puto, marica’, todo eso. Me empiezan a seguir y tironeando, me llevan a la cancha. Lo que recuerdo es que me puse a hablar en latín. Ellos se asustaron. Pensaron que quería embrujarlos. No recuerdo bien cómo fue la secuencia, creo que a alguien le puse el cinto, pero fue un forcejeo y ellos sintieron que quería ahorcarlos o algo así. Ese hecho es el que me lleva a la justicia. Era menor de edad y la jueza ordena un informe. Cuando me recibe, me pregunta por qué hice eso, sabiendo que yo tenía una intachable vida en Rosario de Lerma. Y me quebré y le conté todo lo que me hizo Emilio. Llamó a mi padre pero él le dijo que no iba a hacer la denuncia. Era difícil. No son los mismos tiempos que ahora. Económicamente estábamos mal, nadie en la iglesia nos creía. Todos me trataban mal y eso me destruyó emocionalmente”.

Juan Carlos en la iglesia de Lerma.
Foto: Martina Perosa
¿En la iglesia todos lo supieron antes que la jueza?
Lo supieron en el momento. Es que yo explotaba emocionalmente. En dos oportunidades ellos estaban en plena misa cantando con la guitarra y entré y llorando grité “violador, violador”. La gente no sabía qué hacer. Otra vez entré y le grité en plena misa “me arruinaste la vida”. Psicológicamente estaba muy mal. Agarré todas las fotos y las rompí y las quemé, pensando que eso me iba a ayudar. Y nada. Cada vez estaba peor. Hasta que entré al mundo de los medios, de la radio, y eso me ayudó un poco.
¿Qué te permitió ahora hacer la denuncia?
En 2015 comenzó el proceso eclesiástico. La que denunció fue María Rosa y se constituyó el tribunal eclesial en el arzobispado de Salta. Después, se lo conté a mi amiga y me hizo conocer al abogado Segovia. Ella me animó.
Ella es Jimena Maidana, que elige presentarse como docente, militante del Partido Obrero y lesbiana, otro milagro salteño crecido en el claustro de Rosario de Lerma. No duda en relacionar esta denuncia con el escenario que abrió el debate por el aborto legal, porque “nos abrió el camino a pensar en la separación de la Iglesia y el Estado, aunque en este caso sirvió para deslegitimar la denuncia de Juan Carlos, acusándolo de estar alentada por las asesinas aborteras. Como no fue una batalla que finalmente resultara victoriosa, ha reforzado a la oposición y esto en Rosario de Lerma se siente más. Yo era militante de la iglesia y muy fervorosa. Todos los que alguna vez militamos en la iglesia somos los que queremos hacer algo por cambiar el mundo, nos interesa y nos conmueve luchar contra la injusticia. Hasta que llegás a la conclusión de que no estás en el lugar correcto. Hoy veo que es al contrario: la iglesia sostiene. También cambié con respecto a otra cosa: antes no veía la necesidad de visibilizar y luchar por los derechos sexuales y la diversidad, en cambio ahora entiendo que es algo que me interpela profundamente y con mi compañera Fer nos pusimos a la cabeza.
¿Por qué?
Porque es donde están golpeando los sectores fascistas de la sociedad y por eso mismo más que nunca tengo que salir así, con todo lo que me identifica -militante, profesora, lesbiana- a defender nuestra posición en la sociedad y nuestros derechos. Antes no veía la importancia, pero ahora es clave: pasa por ahí.

Los medios salteños se hicieron eco de las denuncias de Carla y Juan Carlos, que fueron recibidos por el arzobispo Cargnello.
Foto: Martina Perosa
La violación
Carla Morales leyó en el Facebook de su hermano un mensaje: “Te quise ir a buscar para cagarte a trompadas, pero me di cuenta que no servía para nada. El tiempo hizo que te llegue tu condena”. Entendió inmediatamente que estaba hablando de su violador, Emilio Lamas.
Carla es una de las cinco hijas de los Morales y una de las tres travestis de la familia. Su madre se enteró de la violación recién cuando ella se enteró que a ella también la habían violado. Fue en 2007, cuando leyó testimonios de sobrevivientes de abuso. “Ahí pude poner en palabras lo que me había hecho Lamas”. Fue cuando tenía 13 años. Sucedió dos años después de la violación de Juan Carlos y el silencio que selló la impunidad de un caso selló la suerte del otro. También se había confesado con el cura abusador y también le había confesado sus “pecados”. Fantasías de un niñe que se siente diferente, pero que a esa edad no tiene más que sentimientos y sensaciones. Los juicios morales le llegaron por boca de su violador. “Fue en la sala de Acción Católica, que queda al costado del atrio”. Allí está ahora el fiscal para realizar la “inspección ocular” y confrontar el testimonio de Carla con el escenario: por ahí entró, ahí se sacó la sotana, allá me hizo sentar arriba de él y ahí me penetró. Esas palabras dichas en ese lugar congelan el alma.
Fue su madre la que irrumpió en la conferencia de prensa que un martes organizó Juan Carlos. Sin llantos, anunció: “A mi hija también la violó”. Carla estaba en Buenos Aires cuando la llamaron para contarle que su madre había, al fin, hablado. Le contaron también que cuando le preguntaron por qué Carla no había hecho la denuncia antes, respondió: “Porque mi hija me estaba esperando”. Y así fue. La esperó. Recién cuando la madre pudo hablar, su hija Carla habló: “Mi madre fue abusada de niña y entiendo que se refugió en la iglesia como un lugar donde sanarse. Es la mano derecha del cura de otra parroquia y su fe la hizo ir a declarar al tribunal eclesial hace un año. Fuimos juntas. Hubiese sido muy reparador para ella que se hiciera allí justicia, pero no pasó nada. No nos dieron ningún indicio de que el trámite avanzara. Hasta que salió Juan Carlos a hablar a los medios. Ahí ella sintió que no podía dejarlo solo, porque estaba diciendo la verdad que todos en ese pueblo sabían y callaban. Viajé entonces a Salta para formalizar la denuncia ante la justicia. Y esa semana arrestaron a Emilio”.
Luis Segovia es ahora el abogado de Juan Carlos y de Carla. Desde ese horizonte nos hace ver claramente el camino: “No son hechos aislados porque esto sucede en esta institución que está en todo el mundo y funciona de la misma manera en todos lados. Las responsabilidades individuales están, pero también las institucionales, sobre todo cuando las víctimas acuden primero a la institución a buscar justicia y la iglesia católica aplica métodos que no respetan los derechos humanos. Revictimizan: no buscan justicia sino sancionar a la víctima. Eso es un gran delito.
Sacando a la luz la responsabilidad de la iglesia es que vamos a colaborar con el cambio de una política criminal hacia los casos de abuso. Este año se sancionó que los delitos cometidos contra los niños sean de acción pública. Eso no pasaba en los tiempos de Juan Carlos porque Argentina estaba violando los tratados internacionales que buscan por todos los medios que se respeten los derechos de los niños y sobre todo, protegerlos de los abusos. En el caso de la iglesia lo que hay que lograr es que tenga la obligación de denunciar estos casos, y no que los trate con un procedimiento paralelo, que se termina convirtiendo en un acto de encubrimiento y entorpecimiento de la labor de la justicia. La experiencia que han seguido otros países, como Estados Unidos, es que le han prohibido que apliquen el Derecho canónico en casos de abusos sexuales. Por eso nosotros estamos en un país que tiene que llegar a la madurez de pensar qué medidas se van a tomar en estos casos. Nosotros, como Estado, ¿le vamos a permitir que lo sigan haciendo? Ese es el debate en casos de abusos. Tenemos que avanzar hasta ahí, hasta que se cuestione que las violaciones y abusos dentro de la Iglesia no puedan ser juzgados por la propia Iglesia”.

Confesiones en la Catedral de Salta, donde el arzobispo Cargnello realiza sus multitudinarias misas.
Foto: Martina Perosa
Conversación en la Catedral
En la Catedral de Salta, el viernes 3 de noviembre a las cinco de la tarde, el arzobispo Mario Cargnello aceptó recibir a Juan Carlos y a Carla. Tuvieron que pasar casi 25 años de aquel abuso que todos silenciaron para que se concrete esta reunión histórica en muchos sentidos. Es la primera vez que una alta autoridad eclesiástica acepta conversar con dos víctimas de abuso y pedirles perdón. También es la primera vez que un arzobispo conversa con una travesti. Los temas: la educación sexual integral, el Matrimonio Igualitario, la niñez trans, las leyes de la naturaleza y de las construcciones culturales que explican o no la existencia de Dios. Para estas personas sobrevivientes de abusos el objetivo era el mismo: verdad, justicia y poner un freno a los discursos que fomentan el odio. Lo que sigue es parte de la desgrabación textual de ese encuentro, cuya versión completa puede leerse en lavaca.org:
Mario Cargnello, Arzobispo de Salta: Lo primero que quiero decirles es que ustedes son la Iglesia tanto como nosotros. Lo que ustedes han sufrido, lo sufrimos nosotros. En esa perspectiva, los queremos escuchar.
Carla Morales: Es mucho tiempo esperando ser escuchados.
Arzobispo: ¿Desde hace mucho?
Carla: Desde 2006, y para mí eso dice mucho.
Arzobispo: ¿Por qué decís eso?
Carla: Porque siendo trans pertenezco a una comunidad muy vapuleada por la sociedad. La realidad es que las trans no somos nunca escuchadas.
Arzobispo: Vos ahora estás siendo escuchada.
Carla: Porque soy una privilegiada, porque tengo una mamá y un papá que me abrazaron a pesar de todo el prejuicio que hay sobre las personas trans, y porque pude formarme, pero más allá de mí no puedo dejar de sentir que hay una realidad: siendo trans no tenés una vida plena. Lo dicen las estadísticas y lo sé porque conocí a la comunidad travesti-trans y la realidad es que a los 12 y 15 años son expulsadas de sus hogares heterosexuales, del sistema educativo y del sistema de salud. Son niñas y niños trans los que son llevados así a ejercer la prostitución porque es lo único que les queda. Y eso significa que hay gente que consume esos cuerpos de niñes de 12, 14 y 15 años. Es gente adulta la que consume esos cuerpos. Esa es la realidad. Y también sé que esa realidad es la que hace que el promedio de vida de las personas trans sea de 32 años.
Arzobispo: Creo que es de 36
Carla: Es que va bajando a medida que se incrementa la violencia sobre esos cuerpos. Hay mucho odio.
Arzobispo: ¿Por qué decís eso?
Carla: Porque la situación de prostitución de una trans es tan violenta que es de muerte.
Arzobispo: ¿Cuántos años tenés vos?
Carla: 38
Arzobispo: Y tenés una vida que, al estar contenido…
Carla: Contenida.
Arzobispo: A ver: si el travesti no es varón ni es mujer, ¿por qué querés que te llamen “la” travesti?
Carla: Porque soy femenina. Mi construcción es femenina. ¿No me ves?
Arzobispo: Bueno: vos le imponés al otro que te vea femenina.
Carla: No lo estoy imponiendo. Es una elección.
Arzobispo: Yo no te digo nada. Yo te miro a vos.
Carla: ¿Y qué ves?
Arzobispo: No te miro como a una mujer.
Carla: ¿No?
Arzobispo: Será porque estoy condicionado porque sé que en tu origen eras varón, cuando eras chico, ¿no es cierto?
Carla: Es que nunca fui varón. Cuando fui chico fui una marica. Fui muy mariquita, muy visible. Y ahora tengo las herramientas para decir: abrazo a la mariquita que fui. Nunca fui un varón: no jugaba a la pelota ni hacía cosas que se le asignaban a los varones. Jugaba con muñecas, me ponía el toallón para que me haga de pelo y las sábanas como túnica. Jugaba con eso. Nunca fui un varón. Desde mi infancia fui una mariquita.
Arzobispo: Pero escuchame: cuando ibas a la escuela, ibas vestido de varón.
Carla: Era un disfraz: no era lo que yo quería ponerme.
Arzobispo: ¿No estarás viendo lo que te pasó cuando eras chico desde ahora?
Carla: Es porque lo estoy viendo desde ahora es que lo puedo analizar. Mirá: hay un libro que se llama Yo nena, yo princesa que tenés que leer.Es la historia de Lulú. Ahí habla cómo el sistema heterosexual violenta las infancias trans. Lulú tenía 4 años cuando empezó a denominarse así. Y yo también tenía esa edad, pero mi mamá lo resolvió con una negación. La mamá de Lulú no, pero desde la psicología le decían: no le permitas que se ponga tus remeras como vestidos.
Arzobispo: ¿Eso es el libro?
Carla: Eso es el libro. Y eso es la vida de la infancia trans. Yo ahora puedo decir que abrazo esa mariquita que fui…
Arzobispo: Pero cuando eras chico, ¿lo abrazabas como decís ahora o lo vivías naturalmente?
Carla: Lo vivía naturalmente, pero con todo el mundo diciéndome que tenía que ser hombre o mujer y yo, ¿cómo me salía de esa construcción binaria?
Arzobispo: Vos estás diciendo: abrazo lo que fui, pero en ese momento probablemente no lo vivías así. Eso lo decís mirando desde hoy, pero entre que eso que mira y este hoy hay mucha construcción que pasó desde esa edad a hoy y te lo hace ver de otra manera.
Carla: Porque ahora tengo las herramientas para verlo de esa forma.
Arzobispo: Pero son herramientas que te hacen ver lo que sos hoy, no lo que eras entonces. Lo que quiero decir es que no podés imponer a todos a que miren como vos. Si vos, cuando tenías la edad de un niño, te veías de una manera y tuviste sobre vos misma que elaborar todo esto y te costó años, entonces comprendé que el otro no entienda.
Carla: Está bien: eso lo comprendo. Pero una cosa es que a mi mamá le haya costado poder nombrarme como hija, aunque mucha gente que me conoció en aquella época me llamaba en femenino. Me decía ella. Entonces no es que yo proyecto.
Arzobispo: ¿Y a partir de qué edad te viste así?
Carla: Es que esto es una construcción. No es que yo de un día para el otro dije “soy travesti”: es la uña larga, es el pelo largo…
Arzobispo: No todo es construcción: ahí está el punto. No todo es construcción.
Carla: Yo construí mi identidad.
Arzobispo: Pero tu cuerpo sigue siendo tu cuerpo, que no es solo una construcción. Lo que vos físicamente podés armar tiene límites. Tu cuerpo sigue siendo un don.
Carla: Mi cuerpo es mío. Mi cuerpo es mi santuario.
Arzobispo: Tu cuerpo es santuario y también vehículo de comunicación. El cuerpo no puede ser mirado como una cosa que te encapsula, sino que te abre a la comunicación con los demás. Y en ese abrite a la comunicación con los demás también los otros pueden aceptar o no ciertas cosas que comunicás. Por eso: no todo es solo construcción personal. Y en eso… no es fácil. Para vos, porque sufrís; para el otro, que puede entender o no entender, no solo el problema de la identidad. Vos por ejemplo (a Juan Carlos), sabés lo que es tener un cuerpo gordo…
Juan Carlos: Claro que lo sé (se ríe).
Carla: Yo también lo sé porque es parte de lo mismo lo que determina que una persona gorda no pueda ser deseada.
Arzobispo: No lo planteo desde ahí. Lo que quiero decir es que hay patrones culturales. En los 50 la mujer bonita era la más robusta, por ejemplo, y después vinieron las flacas tipo Twiggy y después todo el problema de … ¿cómo se llama?
Carla: Anorexia. Bueno: todo eso que describe es una construcción.
Arzobispo: Sí, también son construcciones, pero vos fíjate que esas construcciones también crean conflicto en la relación con el otro. No es solo ¡Ah! La Iglesia.
Carla: No sólo, pero también. Porque si yo me tuve que exiliar de Salta, irme para poder ser lo que quiero ser, es porque no se discuten esas cosas. Yo no quiero ser un perro, pero cuando se debatía la ley de Matrimonio Igualitario lo escuché decir: “Bueno, ahora falta que se quieran casar con perros”. No me quiero casar con un perro. Me quiero casar con otra persona que me ama. Y no podía. Y casarme significaba tener derechos. Le pongo un ejemplo concreto: Bergara Leumann. Más de veinte años de pareja y cuando se murió, como no le reconocían derechos, la familia se quedó con la herencia que habían construido juntos. ¿Por qué le molesta a la Iglesia que una pareja tenga derechos?
Arzobispo: Es distinto. Eso es distinto.
Carla: Pero tiene que ver con derechos.
Arzobispo: No sólo tiene que ver con derechos. Tiene que ver con identidades, con el matrimonio, con la orientación…
Carla: El matrimonio es la herramienta que cuida mis derechos como cónyuge. Si no, soy una ciudadana de segunda. Hay gente que todavía está pidiendo la derogación de la Ley de identidad de género. Y esa no es gente que ama, es gente que odia.
Arzobispo: La culpa de todo eso no la tengo yo (se ríe).
Carla: Pero vos estás en un lugar de poder, tenés el poder de hablar con todos para que tengan un discurso de amor y no odiante.
Arzobispo: Pará, pará: para nosotros hay toda una discusión previa a la cuestión de la identidad sexual que es la que te acabo de decir: respetar el don de lo que Dios te ha dado.
Carla: ¿Por qué Dios si yo no creo en Dios? Que no me metan a mí a Dios si yo no creo.
Arzobispo: Pará: te estoy diciendo qué es lo que piensa la Iglesia. Nosotros tenemos el proyecto de ley natural que ustedes no terminan de aceptar porque todo lo entienden a partir de la idea de construcción, pero nosotros pensamos que hay cosas que están dadas por la naturaleza.
Carla: Entonces explíqueme la existencia de Dios con esa lógica. O explíqueme por qué se ponen a trabajar en contra de ciertas leyes y no se ponen a trabajar en contra de los curas violadores.
Arzobispo: Estamos trabajando en eso.

Juan Carlos y Carla, caminando juntxs por las calles de su pueblo natal, Rosario de Lerma.
Foto: Martina Perosa
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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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