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El veneno del barrio

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La planta de Atanor en San Nicolás que se incendió el domingo tiene un largo historial de denuncias por contaminación en el Barrio Química, que en seis manzanas cuenta doscientas muertes. Compartimos la investigación publicada en la MU 105 que está en kioskos para dar contexto al desastre de una fábrica que había sido clausurada por arrojar residuos de agrotóxicos al río y fue reabierta sin control estatal. ▶ LUCAS PEDULLA
En el Barrio Química, partido de San Nicolás, a 230 kilóme­tros de Buenos Aires, entre calles de tierra, otras asfalta­das, pájaros y una extraña ar­monía, esta mujer de 65 años habla sobre una preocupación que lleva una década: algo, en este barrio aparentemente sere­no, los está enfermando. Marta Roma se levanta y dice:
-Esperen acá.
Marta regresa con una remera blanca que tiene estampado en el pecho un mapa de las seis manzanas del vecindario. Se ven así 163 cruces negras censadas por los vecinos, que miran hacia una enorme palabra: “Atanor”.
Marta señala las calles Argerich y Alem:
“Fijate: veintiún muertes solo ahí, en menos de dos años. Que nos digan por qué frente a Atanor hay tantos muertos y en­fermos. Yo tengo problemas respiratorios, principio de tiroidismo… hay familias en­teras que murieron”.
Hace un mes el juez de Ejecución Penal de San Nicolás, Facundo Puente, ordenó la clausura preventiva de una de las plantas de agrotóxicos de Atanor al probar que allí se arrojaban químicos al arroyo Jaguardón, que desemboca en el río Paraná.
La noticia de hoy es que la planta volvió a funcionar.
La noticia de siempre es que siguen su­mando cruces. Lo que no hace el Estado, como tema de salud pública, lo contabili­zan los vecinos. Al margen de los enfermos que siguen vivos, la actualización del mapa de la muerte llega a 200 casos: “El más re­ciente fue acá a la vuelta”, relata Marta: “Una nena de 6 años”.

El veneno del barrio

Foto: Martina Perosa


En su página web la empresa informa: “En Atanor creemos que la sustentabilidad del negocio es el único camino posible para el futuro”. Presenta sus ocho plantas: Munro, Pilar, Baradero y San Nicolás (Bue­nos Aires), Río Tercero (Córdoba), Ingenios Concepción y Marapa (Tucumán), y la mina de sal Valuveal (La Pampa).
La planta del Barrio Química cuenta con 115 “colaboradores” y produce:

  • 12 mil toneladas al año de atrazina.
  • 8 mil toneladas al año de simazina.
  • 600 toneladas al año de formulación de herbicidas 2,4D y 2,4DB.
  • 500 toneladas al año de formulación de “insecticidas y otros”.

Atanor se presenta como “el único pro­ductor de 2,4D y 2,4DB del Mercosur y el segundo productor de glifosato de Argen­tina y uno de los principales productores de Atrazina a nivel mundial”. También destaca la formulación de cipermetrina y clorpirifos, usados en fumigaciones sobre plantaciones transgénicas.
En julio de 2015 la Agencia Internacio­nal para la Investigación sobre Cáncer (IARC) de la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó que el 2,4D -segundo herbicida más utilizado en Argentina, pro­hibido y limitado en seis provincias-, es “posiblemente cancerígeno”. La misma categoría que el glifosato, el agrotóxico más utilizado en el país, con 200 millones de litros al año. Atanor fabrica 130 millo­nes de litros. El tercer agrotóxico más uti­lizado es la atrazina.
Atanor produce todos.

Lo tenés adentro

“Nacido y criado en este barrio”, di­ce Roberto Pereyra, 48 años, pen­sionado, y cuenta que los terrenos se lotearon cuando la fábrica ya funciona­ba. “Hay muchos afectados. Yo estoy con problemas respiratorios y tengo heptaclo­ro en sangre”. El heptacloro es un plagui­cida prohibido en Argentina y el mundo: “En la Fiscalía me preguntaron a qué dis­tancia vivo de la fábrica. Usted verá: una cuadra”.
Dos de sus tres hijos tienen problemas respiratorios: “Viven con medicamen­tos”. Su mujer, María Victoria Delgado, cuenta: “Tengo picazón siempre, se me hacen granos, me rasco y me rasco. Y ven­go con problemas respiratorios de antes, con inhalador. Pero lo que me asombra es la cantidad de fallecidos de cáncer que hay en el barrio. Mucho cáncer de pulmón”.
Roberto: “La empresa sigue derraman­do líquidos, pero nadie se toma esto ense­rio. Una vez hubo una neblina anaranjada, y se huele a tóxicos, como un gas. Según de dónde sople el viento, agarrate. ¿Por qué no se va la gente? Muchos se han ido. Otros no tenemos dónde. Es un barrio humilde, obrero. ¿A dónde quieren que vayamos?”.

Cuando la ropa pica

Dora Duque vive en una casita de material y techo de chapa con su mamá de 99 años, dos perros y el canto de casi una decena de pájaros.
“Entendías al lavar la ropa. Lo que ten­días afuera quedaba impregnado de ese color amarillo, que no sale. Y si te la ponés, te agarra una picazón que más vale tirar la prenda y listo. También cae como una ce­niza negra. Es horrible. Es un olor que me corta la respiración y me va lastimando la garganta hasta dejarme afónica. Los ojos me lloran y la nariz me pica. Todo sale de Atanor. Mis hermanos vivían del otro lado, en un ranchito. Tomaban agua de ahí. Mu­rieron de cáncer: uno de colon, al otro le agarró parte de la carótida en la garganta. Ese trabajaba en Atanor”.
Se llamaba Hugo Rolando Duque. “Una vez lo mandaron a hacer una fosa profun­da, llegaron unos tipos de blanco, con máscaras, y enterraban cosas. Escombros, materiales. Cuando volvía de trabajar Hu­go tenía la nariz amarilla. Cuando empe­zaron las denuncias lo entrevistaban por­que sabía mucho. Una vez le dijeron, con abogados, que no hablara, se iba a meter en problemas. Pero él siguió contando lo que sabía, hasta que falleció”.
Atanor pertenece al grupo multinacio­nal Albaugh LLC, con sede en Estados Uni­dos, y un 20% de su paquete accionario en manos de la agroquímica china Huapont Nutrichem Co. Nació en 1938 como una so­ciedad mixta privada y estatal. En 1988 Compañía Química S.A (de Bunge y Born) adquirió el 34% de las acciones y obtuvo así acciones de YPF y Fabricaciones Militares. En 1997, Albaugh compró el 51% del capital a Bunge y Born. En 2005 vendió la planta de Llavallol tras las denuncias por el vuelco de desechos tóxicos al Riachuelo.
Atanor es además la mayor corporación azucarera del país: de la caña extraen com­ponentes para la formulación del glifosa­to. Pero la agencia de noticias Bloomberg informó que Atanor proyecta vender sus dos ingenios (Concepción y Marapa) por 200 millones de dólares “en tanto se con­centra en su negocio de protección de cul­tivos, y pone la mira en activos que podrían salir a la venta ante la fusión de Bayer-Monsanto”. La facturación de Ata­nor alcanza los 600 millones de dólares anuales. La firma posee en el país el 10 por ciento de cuota de mercado de productos vinculados al agronegocio, equivalente a 2.500 millones de dólares.
El veneno del barrio

Corrupciones

Las primeras denuncias de conta­minación fueron realizadas por los propios trabajadores. Hubo causas judiciales, penales y administrativas, acompañadas por el Foro de Medio Am­biente de San Nicolás (Fomea), Protección Ambiental del Río Paraná y la asociación civil Optar, dedicada a brindar trabajo a jó­venes con discapacidad.
“Cuando hay una población con índices tan elevados de enfermedad y muerte en proximidades de una empresa que mani­pula elementos químicos de manera tan desaprensiva como lo hace Atanor, es pre­sumible que allí esté la causa de las enfer­medades que denunciamos”, dice Fabián Maggi, abogado de un grupo de vecinos.
“Cuando hay contaminación no hay so­lamente un empresario contaminador si­no un funcionario corrupto. Atanor no tie­ne permisos de descarga de efluentes gaseosos al aire, ni líquidos al río. Sin em­bargo el OPDS (Organismo Provincial para el Desarrollo Sostenible), que es la autori­dad de aplicación, le dio el certificado de aptitud ambiental. Otra situación se plan­tea con la Autoridad del Agua (ADA) y sus convenios con Atanor, donde la propia empresa pagó viáticos y alojamientos a los inspectores que debían fiscalizarla. Es una franca muestra de corrupción de funcio­narios. Todo está denunciado”. El cuadro de lo denunciado por el doctor Maggi se completa con la noticia de que está mal habilitada la enorme chimenea que des­prende gases y esa nube anaranjada que cada tanto ven los vecinos, y se comprobó lo que había denunciado Hugo Duque: se enterraron residuos tóxicos, como lo de­mostró el trabajo de otro de los impulsores de que tampoco la información sea ente­rrada: el ingeniero Martín Solé.
A fines de agosto el juez Facundo Puen­te allanó Atanor y clausuró provisoria­mente la planta de síntesis de atrazina al corroborar las denuncias por contamina­ción. Prohibió el vertido de efluentes, y el ingreso de camiones desde otras plantas de la empresa, con materiales para ser vol­cados al río. Obligó a informar qué trans­portan esos camiones. La Cámara de Ape­laciones confirmó la medida, pero solicitó que la empresa estuviera en funciona­miento para extraer muestras de agua. Puente lo hizo. Maggi: “El juez simple­mente levantó la clausura. La actividad de Atanor quedó sin control alguno”.
MU se comunicó con el juzgado, pero el juez pidió licencia tras el fallo.
En la Municipalidad no contestaron al pedido de entrevista.
En Atanor, tampoco.

Atanor desde adentro

Uno de los trabajadores que disparó las primeras denuncias es Darío Álvarez, 50 años. Comenzó a tra­bajar en la planta de San Nicolás a fines de los 90. Lo echaron en 2005 por un acciden­te laboral. Hoy está con problemas alérgi­cos y dolores en las articulaciones.
“Envasaba y formulaba agroquímicos. Salían para Dow o Nidera, pero todo era de Atanor. ¿Derrames? Permanentemente. Eran de 2 mil y hasta 5 mil litros. Muchas veces no te dabas cuenta porque no andaba la alarma. No tenían un dique, una pileta para controlar. Todo iba al río, y después te hacían lavar. Yo no entendía la peligrosi­dad del producto. Pero teníamos los brazos salpicados, porque las máquinas además eran viejas y andaban mal. Un par de ve­ces, envasando Herbifen, me deshidraté, me tuve que ir a casa con medicamentos, todo acalambrado”.
Dice que nunca vio a un inspector del OPDS. “Aprobaban todo sin mirar nada. Solo iba Prefectura, pero la empresa se en­teraba antes, y nos hacía limpiar bien”.
Álvarez habla de sus compañeros: “Néstor Moreno entró conmigo. Tenía 36 años. Estaba en el sector Glifosato. Me di­jeron que le agarró leucemia, pero murió reventado: le sangraban los ojos, los oídos. A otro, Néstor Acosta, le sacaron un riñón. En la planta de salicílico todos fueron ope­rados del ano, de apendicitis, tenían pro­blemas estomacales, la piel quemada. Si se volcaba la cipermetrina, por ejemplo, no podías respirar. Un día el supervisor aga­rró un frasco para ver si estaba bien la nu­meración. Después fue al baño, y al hacer pis se tocó los testículos: se le inflamaron así. La irritación que te provocaba en los ojos te dejaba enceguecido. Una vez estalló un tanque y ahí fue cuando toda una nube naranja invadió San Niolás. No había plan de contingencia, y la seguridad siempre dejó mucho que desear”.
¿Por qué pasaba eso? “Por falta de in­versión. Y juegan con la desinformación. Cuando ingresamos nos dieron una char­la: no podíamos decir absolutamente nada de lo que veíamos ahí. Teníamos que fir­mar una especie de acuerdo, como si fuera de silencio. Te instalaban un miedo: si ha­blabas, te quedabas sin laburo”.
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Lina duele

Otra puerta del Barrio Química se abre. Otra historia. Carolina Ale­jandra Cruz, 38 años, empleada doméstica, invita a pasar. Y a escuchar.
Su hija Lina nació en 2010. “Vivía con­gestionada, con alergias, broncoespasmo. A los 3 años la operamos de los oídos. A los 5 años volvió a escuchar mal, ponía la TV fuerte. Volvimos a operarla en junio del año pasado. Y supimos lo que nunca imaginé”.
¿Qué es lo que Carolina no imaginaba? “Un viernes Lina fue al jardín. Una de mis sobrinas me dijo: ‘Tía, tiene elevada la cos­tillita’. Pensé que era un golpe. La llevé a la guardia, no la quisieron atender. No tenía dolor. Fui de nuevo. Le hicieron una eco­grafía y una placa. Me dijeron que había que hacerle un estudio de alta complejidad que ahí no podían hacer. Preparé el bolso y fui­mos a Rosario. Le hicieron una tomografía y le diagnosticaron un tumor. Ya era sába­do. Se me vino el mundo abajo. ¿De qué era? ¿De dónde viene? Si en mi familia no tengo a nadie con eso. ‘Está muy complica­do’, me decían. Respiraba mal. A la noche, en el sanatorio, se puso morada. La deriva­ron. Me decían que tenía líquido en los pul­mones, que le estaba oprimiendo el cora­zón. Imaginate: de un viernes en el jardín a un domingo en un sanatorio. El lunes le hi­cieron una punción para saber qué tenía, para ponerle un nombre y ver con qué clase de quimio iban a empezar. Era rabdiomio­sarcoma estadio IV. Ese día la oncóloga me dijo: ‘Es un 40 ó 50% de cura’. Apostába­mos que se iba a achicar para poder operar­se. Pasaron los meses, pero los estudios no respondían como ellos querían. Y no po­dían hacer la cirugía de alta complejidad. Había que ir al Italiano o al Garrahan. Deci­dimos el Garrahan. No queríamos pensar lo peor. Nunca tratamos de mentirle a Lina. Dijimos: que ella entienda a su manera. Así fue. Le hicieron rayos, quimio oral, pero no avanzaba. En el hotel del Garrahan tuvo un episodio de ahogamiento. Un llamado de atención. No podía estar ahí, tenía que es­tar en el hospital. Ya no respiraba muy bien, estaba somnolienta. Vinieron los tíos, toda la familia. Ya estaba medio dor­midita. Me pedía solamente hacer pis. Ese día la bañé, comió, cantamos. No pensé que se me iba. Pero se fue”.
Lina murió el 25 de julio de 2016.
La enfermera especialista en cuidados paliativos del Garrahan, Mercedes Mechi Méndez, con experiencia en atender niños con cáncer que llegan de sitios en contacto con agrotóxicos, le preguntó a la familia si vivían cerca de alguna fábrica, de alguna empresa, de una zona potencialmente pe­ligrosa. Le contestaron que sí.
Enfrente.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

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Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.

Por María del Carmen Varela

La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.

La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro
Gabriela Pastor en escena. Detrás, Juan Zuberman interpreta a un ciego que toca la guitarra.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario.  Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.

El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.

Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.

Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.

La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.

Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA

Domingos 18 y 25 de mayo, 20  hs

Más info y entradas en @perlaguarani

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