Nota
Bauman: En busca de seguridad en un mundo hostil
El último libro del profesor emérito de sociología de la Universidad de Leeds y Varsovia ya puede conseguirse en las librerías locales. Como todos sus trabajos, está sincronizado con la actualidad argentina y llega en el momento exacto para levantar el nivel del debate sobre la inseguridad. No se trata, por supuesto, de una receta, sino de un diagnóstico claro e inteligente, si acaso estas dos palabras alcanzan para definir el pensamiento de Bauman. Un texto que, entre otras cosas, permite pensar en la relación entre el miedo y la experiencia asamblearia.
(Por Zygmunt Bauman) Cuando los pobres luchan contra los pobres, los ricos tienen los mejores motivos para alegrarse. No se trata únicamente de que la perspectiva de los que sufren firmen un pacto contra los culpables de su miseria. Existen razones menos banales para la alegría: razones específicas del nuevo carácter de la jerarquía global del poder. Como ya se ha indicado, ese nueva jerarquía funciona mediante una estrategia de desvinculación que, a su vez, depende de la facilidad y velocidad con la que los nuevos poderes globales sean capaces de moverse, desligándose de sus compromisos locales a voluntad y sin previo aviso y dejando a los locales y a todos los que queden detrás, la abrumadora tarea de recomponer los destrozos. La libertad de movimientos de la elite depende, en muy gran medida, de la incapacidad o falta de disposición de los locales de actuar conjuntamente. Cuanto más pulverizados estén, cuanto más débiles y exiguas las unidades en las que estén divididos, tanto más disiparán su ira en la lucha contra sus vecinos de al lado, parecidamente impotentes, y menor será la probabilidad de que actúen conjuntamente alguna vez. Nadie será nunca lo suficientemente fuerte como para evitar otro acto de escamoteo, para contener el flujo, para mantener en su sitio los volátiles recursos de supervivencia. (…) El orden global precisa mucho desorden local para no tener nada que temer.
(…)
Confiar en que el estado, debidamente interpelado y presionado, haga algo tangible para mitigar la inseguridad de la existencia no es mucho más realista que la esperanza de acabar con la sequía mediante la danza de la lluvia. (…) Allí donde ha fracasado el estado, quizá la comunidad, la comunidad local, la comunidad físicamente tangible, material, una comunidad encarnada en un territorio habitado por sus miembros y por nadie más (nadie que no pertenezca a ella) provea el sentimiento de seguridad que el mundo, en sentido más amplio, evidentemente conspira en destruir.
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La certidumbre y la seguridad de las condiciones existenciales difícilmente puedan comprarse recurriendo a la propia cuenta bancaria: pero la seguridad del lugar sí puede comprarse, a condición de que la cuenta sea lo suficientemente grande; las cuentas bancarias de los globales son, por lo general, suficientemente grandes. (…) Quienes creen que nada podía hacerse para aplacar, y no digamos exorcizar, el espectro de la inseguridad, están atareados adquiriendo alarmas antirrobo y alambres de púas. Lo que buscan es el equivalente de un refugio nuclear personal; denominan comunidad al refugio que buscan. La comunidad que buscan equivale a un entorno seguro, libre de ladrones y a prueba de extraños. Comunidad equivale a aislamiento, separación, muros protectores y verjas con vigilantes.
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El espectro de las calles inseguras que hiela la sangre y destroza los nervios, mantiene a la gente lejos de los espacios públicos y les disuade de buscar el arte y las habilidades que se requieren para participar en la vida pública.
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Echamos en falta la comunidad porque echamos en falta la seguridad, una cualidad crucial para una vida feliz, pero una cualidad que el mundo que habitamos cada vez es menos capaz de ofrecer e incluso más reacio a prometer. Pero la comunidad sigue echándose en falta tenazmente, elude nuestra aprehensión o sigue desmoronándose, porque la forma en la que este mundo nos incita a cumplir nuestros sueños de una vida segura no nos acerca a su cumplimiento: en vez de mitigarse, nuestra inseguridad aumenta a medida que seguimos adelante, de modo que continuamos soñando, intentándolo y fracasando.
La inseguridad nos afecta a todos, inmersos como estamos en un mundo fluido e impredecible de desregulación, flexibilidad, competitividad e incertidumbre endémicas, pero cada uno de nosotros sufre ansiedad por sí solo, como un problema privado, como un resultado de fracasos personales y como un desafío a su savoir-faire y agilidad privadas. Se nos pide, como ha observado ácidamente Ulrich Beck, que busquemos soluciones biográficas a contradicciones sistémicas; buscamos la salvación individual de problemas compartidos. Es improbable que esa estrategia logre los resultados que buscamos, puesto que deja intactas las raíces de la inseguridad; además, es precisamente ese recurso de nuestro ingenio lo que introduce en el mundo la inseguridad de la que queremos escapar.
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Es difícil (y al fin de cuentas humillante) preocuparse por amenazas que no se pueden dominar, y no digamos combatir. Las fuentes de la inseguridad no son visibles y no aparecen en los mapas que se venden en los quioscos de prensa, así que no podemos localizarlas con precisión ni podemos intentar cegarlas.
(…)
Oímos hablar por doquier de las amenazas a la seguridad de las calles, hogares y cuerpos y los que escuchamos sobre ellas parece concordar con nuestra propia experiencia cotidiana, con las cosas que vemos con nuestros propios ojos. La demanda de limpiar los alimentos que comemos de ingredientes dañinos y potencialmente letales y la demanda de limpiar las calles por las que caminamos de extraños inescrutables y potencialmente letales son las que se escuchan más comúnmente cuando se habla de los modos de mejorar nuestra vida; también son las que parecen más creíbles (es más, obvias) que cualesquiera otras. Estamos dispuestos a calificar de delito y deseamos castigar, cuanto más severamente mejor, las actuaciones que contravengan esas demandas.
El jurista francés Antoine Garapon ha observado que en tanto las acciones condenables cometidas «en el nivel superior» dentro de las oficinas de las grandes corporaciones multinacionales suelen pasar desapercibidas -y si llegan efímeramente, a la opinión pública se entienden mal y se les presta poca atención- la ira pública alcanza su extremo más colérico y vengativo cuando se trata del daño infligido al cuerpo humano.
(…)
Todos somos interdependientes en este mundo nuestro, en rápido proceso de globalización, y debido a esta interdependencia ninguno de nosotros puede ser dueño de su destino por sí solo. Hay cometidos a los que se enfrenta cada individuo que no pueden abordarse ni tratarse individualmente. Todo lo que nos separe y nos impulse a mantener nuestra distancia mutua, a trazar esas fronteras y a construir barricadas, hace el desempeño de esos cometidos más difícil. Todos necesitamos tomar el control sobre las condiciones en las que luchamos con los desafíos de la vida, pero para la mayoría de nosotros, ese control sólo puede lograrse colectivamente.
Aquí, en la ejecución de esos cometidos, es donde más se echa en falta la comunidad; pero es también aquí, para variar, donde está la oportunidad de que la comunidad deje de echarse en falta. Si ha de existir una comunidad en un mundo de individuos, sólo puede ser (y tiene que ser) una comunidad entretejida a partir del compartir y del cuidado mutuo; una comunidad que atienda a y se responsabilice de la igualdad del derecho a ser humanos y de la igualdad de posibilidades para ejercer ese derecho.
Nota
Proyecto Litio: un ojo de la cara (video)

En un video de 3,50 minutos filmado en Jujuy habla Joel Paredes, a quien las fuerzas de seguridad le arrancaron un ojo de un balazo mientras se manifestaba con miles de jujeños, en 2023. Aquella represión traza un hilo conductor entre la reforma (in) constitucional de Jujuy votada a espaldas del pueblo en 2023, y lo que pasó un año después a nivel nacional con la aprobación de la Ley Bases y la instauración del RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones).
Pero Joel habla de otras cuestiones: su pasión por la música como sostén. El ensayo artístico que no se concretó aquella vez. Lo que le pasa cada día al mirarse al espejo. La búsqueda de derechos por los hijos, y por quienes están siendo raleados de las tierras. Y la idea de seguir adelante, explicada en pocas palabas: “El miedo para mí no existe”.
Proyecto Litio es una plataforma (litio.lavaca.org) que incluye un teaser de 22 minutos, un documental de casi una hora de duración que amplía el registro sobre las comunidades de la cuenca de las Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc, una de las siete maravillas naturales de Argentina, que a la par es zona de sequía y uno de los mayores reservorios de litio del mundo.
Además hay piezas audiovisuales como la que presentamos aquí. La semana pasada fue Proyecto Litio: el paisaje territorial, animal y humano cuando el agua empieza a desaparecer.
Esos eslabones se enfocan en la vida en las comunidades, la economía, la represión y la escasez del agua en la zona.
Litio está compuesto también por las noticias, crónicas y reportajes que venimos realizando desde lavaca.org y que reunimos en esta plataforma.
Un proyecto del que podés formar parte, apoyando y compartiendo.
El video de 3,50 minutos
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Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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