Nota
Feminismo y año electoral: los tres peligros
Por Claudia Acuña.
La confusión
Se trata de que no entiendas exactamente qué significa el feminismo. Y que ese “entender” quede en manos de expertas explicadoras, aleccionadoras y educadoras-evangelizadoras. Tal como explica María Galindo en A despatriarcar, es una técnica de captura de los sentidos sociales que comenzó en los 80 con el advenimiento del neoliberalismo y en la Cumbre Mundial de la Mujer, en Pekin, donde se consagró el concepto de “género” para desplazar el término “feminismo” y con esa operación, se comenzó a confundir uno con otro, aunque refieren a cosas completamente diferentes, no sólo en términos conceptuales, sino fundamentalmente, políticos. “Género tienen las telas”, nos advirtió hace años una compañera de los barrios y esa alusión a lo textil es muy ilustrativa de la función que ha tenido esa operación semántica: desplazar el eje de las banderas del feminismo.
La confusión es una política que se instala desde arriba hacia abajo a través de dos grandes ordenadores del sentido social del poder patriarcal: el saber y el dinero. Aquellas que “saben” son las financiadas, ya sea a través del sistema oenegenario, que terciariza las obligaciones de los Estados, o a través de las jerarquizaciones académicas, que consagran expertas. Son mecanismos que quieren determinar agendas de luchas y lenguajes políticos. Los modos de hacer y de decir. Y también, quién habla. Los Estados lograron así crear interlocuciones válidas, con los resultados que están a la vista: leyes sin presupuesto, retórica electoral y programas que convierten en prebendas derechos universales.
Todas sabemos algo que desconoce la otra. Ocultar esta red de saberes de subsistencia y resistencia e impedir, obstaculizar o mediar el intercambio es un objetivo del poder patriarcal.
La democratización de la voz del feminismo es una tarea compleja, porque de silencios está hecha la trama de la violencia patriarcal. Hablar y escuchar es una tarea que implica hoy el posicionamiento político del feminismo. “Uno de los actos del poder es devorárselo todo, ser el todo y que nada tenga sentido por fuera del sentido que el poder asigna a las cosas, por eso la necesidad de apropiarse de la palabra, de cooptarla, devorarla y despojarla de su sentido subversivo e inquietante”, nos advierte Galindo.
Sin esa confusión sistémica y sistemáticamente establecida no es difícil comprender que las banderas del feminismo son aquellas que el modelo neoliberal más teme: la lucha contra el hambre, la injusticia, la violencia y el saqueo.
La des-abortización electoral
¿Puede haber feminismo sin pañuelo verde? Lo estamos viendo: hay. Incluso vemos cómo referentes del feminismo y/o la lucha por el aborto legal acompañan en este proceso electoral a candidatos que pretenden eludir esta batalla para no perder votos. O, incluso, que se han manifestado a favor de mantenerlo clandestino.
En los últimos años hemos visto este mismo proceso en diferentes escenarios (el zapatista es uno para analizar), pero durante el último debate parlamentario ha quedado explícito dónde se origina: en el supuesto de que “las pobres no abortan”. Y aunque la realidad desmiente cotidianamente esta afirmación, hay que detenerse en su origen para desarmar la trama que la sostiene.
“Volveré y seré millones” fue el grito final de Tupac Atari que repitió Eva Perón hasta hacerlo parte del mito argentino. La maternidad como resistencia crea así un horizonte de lucha e instala en el cuerpo de las mujeres la capacidad para enfrentar al exterminio. Coinciden así, fatalmente, la necesidad de resistir al genocidio colonial con la necesidad del capital de contar con mano de obra, transformando ambas obligaciones a los cuerpos de las mujeres en territorios donde librar una batalla estratégica. Estamos hablando de siglos en los cuales a ese sujeto político central se le negó esa importancia. Y se hizo de todas las maneras posibles, incluso las más crueles y elementales: negándole desde la voz hasta el voto.
El derecho al aborto es la lucha por decidir sobre nuestros cuerpos. Es una lucha política existencial: se trata de convertir la maternidad no es un destino, sino en una pregunta. Lo que está en juego entonces es quién la responde. ¿Nuestra voz, nuestros deseos, nuestros sueños?
Responderla en voz alta no es fácil, en un contexto en el cual la condena al aborto no ha bajado su intensidad, así como tampoco la presión cultural en torno a la maternidad como forma de realización personal de las mujeres, incentivada hasta con planes sociales implementados por todos los gobiernos progresistas de la región. Mucho menos en territorios donde los fundamentalismos religiosos se han instalado cómodamente, para administrar las desgracias sociales sembradas en las periferias por la crueldad neoliberal.
El derecho al aborto, entonces, revela una trama y una deuda extraordinaria que tienen los Estados y las ideologías progresistas con las mujeres. Una deuda enorme y brutal que solo ha podido sostenerse durante tantos años en base al silencio, la vergüenza y la humillación.
Las pobres abortan en secreto: esa es la realidad. Y ese secreto ha sido la base del sostenimiento del poder patriarcal en todos los artefactos políticos y organizaciones sociales patriarcales, de izquierda a derecha.
Eludir el debate sobre el aborto en los movimientos sociales es una forma de sostener un sistema de opresión que hoy está resquebrajándose. Suturarlo para que siga funcionando.
Sin duda, crear las condiciones para que esas voces silenciadas hablen con la verdad y el deseo de este tema no es fácil ni sencillo, pero evitarlo no es una opción. Y mucho menos, que en nombre del feminismo se eluda o postergue.
¿Por qué es un debate clave?
Porque estamos hablando del poder.
Y porque es tarea del feminismo romper los silencios que sostienen al poder patriarcal.
El debate es la herramienta y para llevarla a cabo es necesario prepararse, adentrándose en las partes más oscuras y escondidas de las ideologías patriarcales. No estamos preparadas para hacerlo sino nos despojamos de lo aprendido, de las consignas, de los guiones y de las órdenes que dividen lo estratégico de lo táctico, lo principal de lo secundario, lo fundamental de lo accesorio. Es ahora, es urgente y nos toca construir ese saber entre nosotras, sin tutelajes.
La idiotización
El término acuñado por María Galindo es una cachetada con la que intenta hacernos reaccionar. Denuncia la banalización como forma de desjerarquizar no sólo los reclamos del feminismo, sino la importancia política del movimiento como masa crítica y desafiante del momento actual del neoliberalismo patriarcal.
En tiempos en que en el horizonte asoma el peligro de la etapa fascista de este modelo de despojo y acumulación, la idiotización es un método para sacarle su filo, porque es la punta de la lanza que apunta al centro de su sistema de opresión.
Estamos hablando de un proceso que no es sutil, pero no es fácil de distinguir porque en sí mismo resulta pueril. El ejemplo paradigmático: posteamos todas a la misma hora idéntico mensaje, con el mismo hashtag, en las mismas redes sociales que son propiedad de las corporaciones a la que los Estados pagan para alterar los sentidos sociales con falsos algortimos creados por bots y fakes. Respondemos provocadoras frases de fascistas sin notar que así contribuimos a la difusión de mensajes de odio que no conseguirían de otra manera mayor atención. Nos sentimos parte de una mayoría cuando repetimos el guión sin agregarle una coma, con la ilusión de ser parte de algo más importante que nosotras mismas. Nos privamos así de sumar nuestro pequeño aporte a la cadena infinita que necesitamos crear para reemplazar a la robótica producción de mensajes domesticadores.
Repetir como forma de pertenecer y de estar en un escenario mayor y más importante que el cotidiano desplaza hacia la virtualidad las fuerzas de transformación sacándolas de su contexto político esencial: el ring del feminismo es el que habito todos los días. La cama, la mesa familiar, el aula y, fundamentalmente, el espacio público: la calle. Al desplazar hacia la figuración virtual la importancia de estos espacios sociales perdemos eje, fuerza y realización concreta de cambios posibles, ineludibles y concretos que podemos producir aquí, ahora y acá. Y, luego, si queremos y tenemos ganas y nos conviene, podemos refregárselos en la cara al sistema en sus redes, sus paredes y sus medios de (in)comunicación.
La idiotización incluye el sostenimiento de aparatos que nos obligan a repetir guiones, nos exigen poner el cuerpo en acciones que no decidimos y señala como falta, dispersión o traición aquellas iniciativas que no se someten a sus demandas de monopolizar el hacer, decir y pensar qué estrategias usar para librar nuestras batallas. Los fracasos que conseguimos están repletos de ejemplos que ilustran lo inútil que resulta la lucha contra la autogestión de la resistencia social, así como las victorias están llenas de lo contrario.
No hay batalla imposible más exitosa que la de las Madres de Plaza de Mayo. Ni más desobediente, desafiante y desobecedora de todos los y las órdenes de los aparatos, de derecha a izquierda. Analizar esa lucha, aprender sus lenguajes y la riqueza de sus contradicciones, la dimensión de sus utópicas consignas y la enormidad que representó ponerse en el pecho la foto de su familiar desaparecido y desde esa identidad individual reconocerse sujeto social de la batalla contra un genocidio, es una tarea urgente para el feminismo. Agradecernos ser hijas, hermanas y nietas de esa batalla es algo que les debemos a ellas, a nosotras y a las generaciones que nos sobrevivan.

Las chicas que quedaron registradas por Lina Etchesuri durante la votación de la Ley de Aborto en Diputados pasaron por MU y rememoraron el momento: siguen esperando que sea ley.
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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