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Irmina Kleiner: sobre vivir y otras cosechas

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“Mujeres que nos enseñan a luchar” es el título del reconocimiento para Irmina Kleiner, de parte del Sindicato Argentino de Docentes Privados (SADOP), que se concreta este miércoles 13 de marzo en la ciudad de Santa Fe. Irmina es fundadora, junto a su pareja Remo Vénica, de la Granja Naturaleza Viva de Guadalupe Norte, Santa Fe, una de las primeras experiencias agroecológicas del país que demuestran cómo es posible producir y generar trabajo en el campo sin depender de venenos, monocultivos, transgénicos y otros dispositivos que atentan contra el aire, el agua, la comunidad, los suelos y la vida.
La historia de Irmina había comenzado mucho antes, en los 70, cuando ella y Remo tuvieron que internarse en el monte chaqueño escapando de la dictadura. Así pasaron cuatro años, y allí tuvieron a dos de sus hijos. Vivieron de la solidaridad de los hacheros algún tiempo, y de lo que brinda naturaleza el resto, hasta que pudieron exiliarse para volver al país en los años 80.  La historia ha sido tema del libro Monte Madre, de Jorge Miceli, que a la vez inspiró la película Los del suelo, de Juan Baldana. Un reconocimiento similar al de Irmina, en el marco del 8M, Dìa Internacional de la Mujer Trabajadora, será entregado también a Elsa Oronado (de la liga de fútbol femenino de Santa Fe), Aida “Chini” Methyaz (docente y sindicalista), Lita Boitano (Familiares de Desaparecidos y Detenidos por razones políticas), Laura Garrigós (ex jueza) y Victoria Montenegro (nieta recuperada, legisladora porteña).
Para compartir esa distinción a Irmina Kleiner, publicamos aquí una de las notas de la revista Mu que describe aquella historia de resistencia, y el presente de un proyecto pionero en términos de salud, producción y futuro.

Así se ve Naturaleza Viva, granja agroecológica-biodinámica

Sobre vivir y otras cosechas

Un establecimiento agrícola modelo se convierte en la prueba de que es posible otro tipo de relación productiva con la tierra. Sus hacedores son Irmina, Remo y sus hijos. Una familia que aprendió una lección: el significado de sobrevivir. Por eso, es imposible comprender lo que hacen hoy en ese paraíso natural que construyeron en Guadalupe Norte –muy cerca de Reconquista– sin recordar cómo huyeron de la dictadura, en una fuga de película. Hoy producen absolutamente todo lo que consumen a partir de un proyecto agroecológico rentable cuyos resultados están a la vista: Naturaleza Viva es un espacio frondoso y fértil rodeado de sequía. La clave: comprender a la naturaleza. Por Sergio Ciancaglini
La bella Irmina Kleimer, 22 años, clava sus ojos claros en la navaja, sin terminar de decidirse. “La duda era si me cortaba las venas o me apuñalaba en el estómago. La determinación era no entregarme”.
Ajustemos los almanaques. Es noviembre de 1977, hace dos años y medio que Irmina viene huyendo por la clandestinidad de la selva chaqueña con su marido, Remo Vénica. Integran el Movimiento Rural de Acción Católica, coordinan las Ligas Agrarias, organizaron sindicalmente a 2.000 hacheros, y militan en Montoneros. La policía no puede encontrarlos. La pareja se esfuma siempre entre los árboles y el silencio protector de los campesinos. Fuga y misterio. Para colmo, en la selva, Irmina había quedado embarazada, y en junio de 1977 había parido a su hija. La dejaron con un matrimonio de campesinos para poder seguir huyendo. Pero ahora los habían detectado por intentar ir a ver a la beba. Irmina y Remo tenían decidido matarse antes que ser capturados; sabían de las torturas, las mutilaciones, las delaciones, y otras prácticas minuciosas del terror.
Los policías habían disparado ráfagas a ciegas, intuyendo a esa chica corriendo por el monte, pero ella escapó. Al atardecer la descubre otro policía que también dispara al bulto. Una de las balas viaja atravesando el follaje, alcanza a Irmina bajo el omóplato izquierdo, le cruza la espalda bajo la piel, sale por el lado derecho de la nuca, le revienta el lóbulo de esa oreja. Ella siente el dolor quemándole y cae al piso. Debe elegir su destino; venas abiertas o harakiri selvático. Debe decidir ya. Los ojos claros estudian la navaja. Decide no pensar en su nuevo embarazo. En ese momento la sorprende un sonido de otro planeta: un silbato.
 
Producir vida
Naturaleza Viva es un lugar asombroso. Producen todo lo que comen. Y es gente de buen comer. Carne vacuna, de cerdo, pollos, verduras, pan, leche genuina, variedades de queso, manteca, jugos, cereales, aceites, miel, yogur, dulces… el infinito y más allá. Todo sano, verdadero, y para colmo exquisito. Y lo que no tienen lo intercambian con gente que produce también de modo agroecológico (yerba y té misioneros, vino mendocino).
Pero este campo de 180 hectáreas ubicado en Guadalupe Norte (Santa Fe, a 25 kilómetros de Reconquista), no es asombroso por eso, sino porque materializa una apuesta productiva, científica y ética organizada alrededor de la vida, o sea, de sus componentes cruciales: información, energía, y transformación. En términos prácticos, Naturaleza Viva es un espacio frondoso y fértil rodeado de sequía, donde un grupo de personas ha logrado pensar un proyecto agroecológico y biodinámico, que –creen– prefigura un tipo de sociedad diferente. Remo Vénica (65 años), sentado junto a su compañera de toda la vida, Irmina Kleimer (55), plantea: “La cuestión es pensar, comprender a la naturaleza, trabajar, y crear todo el tiempo. El problema –dice sorprendido– es que tenemos un país con millones de personas haciendo pelotudeces”. Ríen los ojos claros de Irmina.
 
Sudor y sangre
Del otro lado del monte había quedado Remo. Se había alejado unos metros para intentar la hazaña de cazar, sin armas, un guasuncho, especie de venadito del monte: carne y proteínas. Se había convertido también en cazador de tatú, mediante un sistema un tanto proctológico.
La misionera y el santafesino –hijos de pequeños productores– se conocieron y enamoraron como militantes católicos o, si se quiere, como agricultores reacios a considerar parte de la naturaleza a los procesos de injusticia, explotación y desprecio a los que suelen ser sometidos con metódico entusiasmo los campesinos y obreros rurales. Dieron el sí en 1973, viajaron a Buenos Aires en mayo, se sumaron a la multitud que celebró la asunción de Héctor Cámpora como presidente, siguieron viaje a Bariloche, y volvieron a Sáenz Peña, Chaco, donde creían estar poniendo su granito de fertilizante para cambiar el mundo.
Remo: “Cuando empezamos a querer organizar a los hacheros, en Montoneros consideraban que era un sector inviable por su grado de deterioro económico, desarticulación y descomposición social. Pero cuando pudimos organizar a 2.000 hacheros en el sindicato sudor (Sindicato Único de Obreros Rurales) nos convocaron. Siempre hubo debate entre nuestra visión del trabajo de masas real y la visión elitista. Pero creíamos en la toma del poder, por eso nos sumamos. Preveíamos una etapa de insurrección”.
Del otro lado del monte, Remo escucha los balazos a unos 50 metros, donde estaba Irmina. Oye que un hombre grita: “¡Cuidado!”. Y un balazo más. Comprende todo: “Se mató ella. O le dieron el tiro de gracia”. No puede ni llorar, y escapa hacia el otro lado.
 
Revolución verde
Paseando por el campo, Remo señala remolachas gigantes, cerdos serios, futuros reservorios de agua. “Volvimos del exilio en Europa en 1984 y hace 22 años iniciamos un modelo diferente en este lugar, que siempre fue de mi familia. Como creadores y dirigentes de los movimientos campesinos alentábamos la Revolución Verde, todo el modelo de industrialización y mecanización de la agricultura. Eso implica el uso de herbicidas y otros productos de la guerra”. ¿De qué guerra? “De cualquiera. Lo que se tiraba en el sudeste asiático para desfoliar los montes y combatir insurrecciones, las bombas químicas, hasta la tecnología del tractor: las mismas industrias de la guerra son las que en épocas de paz te venden la tecnología de la revolución verde. Y nosotros fuimos cómplices, porque éramos los que permitíamos –por nuestra relación con los campesinos– que llegaran los técnicos del inta con todos esos desarrollos. Nosotros ayudamos a abrir esa puerta. Nos dimos cuenta años más tarde”. Ya en Naturaleza Viva, Irmina y Remo decidieron poner en práctica todo un sistema de ideas y sentimientos que venía incubándose tanto por el aprendizaje sobre la naturaleza que les dio su propia fuga (cuestión literalmente de vida o muerte), como por los desarrollos sobre los nuevos modos de producción y ecología que conocieron durante su exilio europeo.
“Todo eso nos cambió la cabeza, y vimos que el problema era la muerte de la vida en el sistema productivo. La tierra es un ser vivo. En un puñado de tierra virgen tenemos entre 20 y 40 millones de seres que son nutrientes, y si logramos hacerlos funcionar a favor nuestro, enriquecen todo lo que se produce”. No se trata de un debate para tiendas naturistas. Enrique, 28 años, el tercer hijo de Irmina y Remo, es ingeniero agrónomo, maneja varios de los desarrollos de Naturaleza Viva y explica: “Estamos trabajando con un nuevo paradigma de integración productiva, que permite lograr un sistema estable, sustentable, y rentable”.
 
Sinfonía para pito
El silbato suena una vez, y otra. Irmina escucha la voz de un policía gritándole asustado a sus colegas. “Vengan, deben andar por acá, no sé si le di a alguno”. Ella deduce: “Si yo no lo veo a él, él no me ve a mí”. Tiene un variado menú de problemas: baleada, ensangrentada, hambrienta de dos días y embarazada, en esa tardecita húmeda de alrededor de 40 grados. Pero viva. Con la navaja en la mano, por si acaso, decide alejarse del silbato. Elude otro pelotón. Llega al final del monte, y hace algo extravagante. En lugar de esconderse en la espesura que la venía cubriendo, cruza a un campo de sorgo de apenas medio metro de alto. Sale al lugar donde nadie se escondería. Pero así logra que nadie la vea, arrastrándose entre el sorgo. La policía infecta el bosque, ejecutando su sinfonía para pito. Irmina espera la noche, guarda la navaja, mira las estrellas, se limpia la sangre con la mano. Y se toca la panza.
 
Las diferencias
¿En qué se diferencia Naturaleza Viva de otros campos? Una clave parece ser la lectura y el modo de comprender los procesos naturales. “Con cortinas de árboles y buen manejo agrícola retenemos hasta el 50 por ciento más de agua que los sistemas convencionales” calcula Remo. “Nos dicen que tenemos variedades de trigo resistentes a la sequía. Todos cuentos. Lo que sabemos es cómo cuidar el agua”. Otra clave es el biodigestor, un dispositivo centrado en un tanque de 40.000 litros bajo tierra, alimentado con todos los desechos orgánicos del tambo y la producción porcina, toneladas de bosta animal y restos vegetales, del que surge tanto gas (el campo tiene así gas gratuito) como biofertilizante, un inigualable generador de vida y fortalecedor de suelos. Los Vénica producen además todas sus semillas, todos los alimentos. Y hasta las malezas, que en otros casos justifican el negocio de la fumigación, aquí funcionan en armonía con toda la producción. Remo: “El barbecho es utilizar las malezas como elemento de transformación de la materia orgánica, que así se incorporan a las siembras. El barbecho químico, en cambio, mata toda la vida del suelo. Es un manejo irracional de las energías del sistema”.
Eduardo, el mayor de los varones: “No nos entra en la cabeza producir en un sistema que deteriore el ambiente”. Enrique: “La idea de que el sistema convencional es económicamente más rentable es discutible. Tenemos cada vez mejores rendimientos y menores costos. Hace 20 años que aquí se apuesta a la vida del suelo, y eso permite una producción sin tóxicos, sana, y creciente. La diferencia es la filosofía con la que se trabaja”.
 
La cacería
La fuga había comenzado dos años antes, en 1975, gobierno de Isabel Perón, Triple A & Cía. Remo e Irmina iban a llegar a su casa en Sáenz Peña cuando les avisaron que los estaban esperando. Un montonero llegado de Formosa les había pedido el auto, un Citroen línea Mafalda. “Nosotros estábamos en contra de la mezcla de las organizaciones de masas como la nuestra, con el aparato político militar” cuenta Irmina. Entregaron el auto. El montonero cayó, el auto estaba a nombre de Remo, y fueron por ellos.
Irmina y Remo resolvieron que tenían que huir de Sáenz Peña. Esperaron que llegara la noche siguiente en casa de un amigo, y se lanzaron hacia el monte. Con lo puesto, más algunos pesos en el bolsillo. Caminaron 20 kilómetros aquella primera jornada noctámbula, hasta llegar a la casa de un campesino amigo, el paraguayo Jacinto Oviedo y su esposa Teresa, seis hijos. Los recibieron entendiendo todo, con una hospitalidad de otra cultura. Estuvieron ocultos allí varios meses. “Remo ayudaba en el trabajo de campo y la huerta. Yo en la cocina. Como no teníamos casi ropa, yo cosía. La policía nos buscaba pero nosotros nos enterábamos de cada uno de sus movimientos”. Remo: “Los campesinos y hacheros nos protegían, veníamos trabajando hacía mucho con ellos, y seguíamos organizando y coordinando todo desde esa clandestinidad”. Unos meses más tarde cambiaron de casa, a lo de don José Díaz. En marzo de 1976 ocurrió el golpe militar. Las cosas empezaron a empeorar. La cacería de campesinos se hizo cotidiana. “Los policías los capturaban, los torturaban, y después salían a mostrarlos como despojos humanos, para que todos vieran de lo que eran capaces”. Fue el caso de Walter Medina, exhibido en una canchita de fútbol tras las torturas, mientras hacían pasar a decenas de personas delante, y detenían a los que señalaba como conocidos.
La pareja iba cambiando de casa. “Hasta que vimos que la única seguridad posible, para nosotros y para nuestros compañeros, era el monte” cuenta Irmina. Esa parte de la fuga la hicieron con el abogado de las Ligas Agrarias Hugo Bocouver, y con Luis Fleitas, secretario de la Juventud Peronista de Sáenz Peña. Los campesinos les daban protección, fósforos, algún remedio, vendas, y cosas para comer: caldo, harina de trigo o de maíz, aceite, yerba, azúcar, fideos, arroz. Muy pocas veces carne, en todo caso, hueso. Cocinaban en una lata de dulce de batata, la sopa en un envase de leche Nido. Robinson Crusoe en versión chaqueña. Dormían bajo los árboles. Si llovía usaban un plástico del tamaño de un mantel. Obtenían agua de los charcos, o de los cardos, y cuando llovía la juntaban con el propio plástico. La miel fue vital, picaduras aparte. Y el mate. Se movían de noche, se ocultaban de día. Remo: “Conocíamos el territorio y nunca perdimos contacto con los campesinos”. Nadie los delató. “Pero además no se sabía exactamente dónde estábamos. La policía nunca pudo buscarnos con perros por los cardos gancho, que los lastimaban. Y en medio del monte nunca nos podían ver”. Recogían los frutos, a veces cazaban. Con unas bolsas de arpillera hicieron pequeños lazos multiuso. Cada mañana hacían entrenamiento físico. Un día Irmina se desvaneció, y vomitó. Todos se miraron. La chica estaba embarazada. Doña Elba Bordón le explicó a Remo cada paso del parto. El 12 de junio de 1977 Irmina rompió bolsa. En la tatucera –un bunker subterráneo que cavaron como refugio– los elementos eran: alcohol, una tijera, un billete de 50 pesos, una cruz, y una cuchara. Remo: “Alcohol para limpiar, tijera para cortar. La cuchara para calentarla con fuego y cauterizar el cordón. La cruz y el billete me los dio Elba, para ponerlos sobre el vientre si el parto se complicaba”. En estos casos, tal vez la magia también sea una técnica. La beba -a la que bautizaron Ester y siempre le dijeron Chiquitita– permaneció con ellos un mes, y luego la dejaron en manos de Elba y su marido Lorenzo.
Volvamos ahora a fines de 1977. Irmina está ensangrentada y sola. Sorda de un oído, aturdida. No tiene comida, agua, luz, médico, casa a donde ir, la persiguen (se informa a los lectores urbanos que no había celulares, Internet ni locutorios selváticos). ¿Qué hacer? ¿Cómo encontrar a su marido? Irmina toma dos decisiones fuertes. Una: sobrevivir. Dos: mandarle una carta a Remo.
 
Punteros y satélites
La relación con los 14 operarios permanentes, y con unas diez familias campesinas que trabajan en red con el emprendimiento también es llamativa. Irmina: “Los obreros pueden entrar y salir de la casa, conocen todos los números, participan de las decisiones. Los campesinos van armando sus propios proyectos –de dulces, de porcinos, de lo que va surgiendo– lo cual permite que el campo sea una célula madre que va haciendo crecer otras experiencias. Apostamos a lo individual, dentro de lo colectivo”. Tal vez sea nueva ciencia: las relaciones sociales biodinámicas.
Desde aquí, el mundo puede verse de acuerdo a esta pincelada que propone Remo: “Lo que ha habido es un cambio de modelo cultural. Se rompió el sistema históricamente autosustentable de la agricultura. Se produce la pérdida de tierras por parte de los campesinos, la tecnificación elimina la mano de obra, millones de familias empiezan a juntarse alrededor de las ciudades grandes, viven hacinadas, los gobiernos empiezan a invertir en infraestructuras para que esas familias tengan asfalto, cloacas y demás, o a plantear impuestos para subvencionar planes sociales para tener a toda esa gente contenida”. Quien decida exprimir esta forma de ver las cosas, puede imaginar el cúmulo de contratistas del Estado, burócratas, oenegés, punteros políticos, iglesias, policías…, universo innumerable vigilando, controlando, y viviendo de esa pobreza periférica, fraccionada, masiva, latente.
En el campo, el “agronegocio” se convierte en un bingo de herbicidas, fertilizantes, semillas. Remo: “Así como una vez nos quitaron las semillas para darnos maíces híbridos, y después transgénicos, aparecen los controles satelitales, y montones de tecnologías absurdas que sólo son formas de meterles la mano en los bolsillos a los productores. Algunas se pueden aplicar, claro, pero la intención evidente es el negocio, y tenerte atado a las empresas y laboratorios. Y encima estamos todos subsidiando una agricultura que destruye el ecosistema”.
Irmina ceba mate orgánico y agrega: “La pérdida cultural es enorme. Los propios campesinos que quedan, muchas veces no saben hacer una huerta, o criar gallinas, porque los empujan al monocultivo. El sueño es que los hijos se vayan a la ciudad. Los gobiernos siguen invirtiendo en cloacas e infraestructuras para que esa gente en las ciudades, en realidad, siga viviendo hacinada. Es un modelo no sustentable, que rompe el ecosistema de vida, mientras los campos de la pampa húmeda están despoblados”. ¿Cómo sobrevivir a este panorama? Remo: “Aquí estamos mostrando que existen modos diferentes de vivir y de producir, que pueden fácilmente masificarse. Se puede pasar a un modelo diversificado y de transformación, que incorpore mano de obra, rescate el factor energético, saque a la gente de la destrucción psicológica de no trabajar, y permita un cambio de país y hasta poblacional: que 5 ó 6 millones de familias vuelvan al campo”. Remo no lo plantea como una fantasía bucólica, sino como un problema técnico y de futuro.
 
Un mensaje
Irmina marcha monte adentro, como puede, hacia una posible cita prevista para unos días más tarde. El orificio de entrada cicatriza rápido. En un charco puede limpiarse, y juntar algo de agua en una bolsita de plástico. Descubre que algo se mueve en la herida de la oreja: gusanos. Come semillas de girasol y dos días después llega a uno de los lugares donde habían enterrado cubitos de caldo, yerba y sémola. Sigue sacando gusanos, contó 50. Dos días más, y llega a la casa de otro hachero, Feliciano, que le informa que la zona está plagada por unos 300 policías que los buscan. Ella ni puede tragar el pan. Se lleva una lata con agua, una bolsa de arpillera para abrigarse y cura bichera para los gusanos.
El grupo había establecido buzones secretos, o embutes. Escondían mensajes en frascos de vidrio y botellas enterrados bajo determinados árboles. Irmina llega al “buzón general”. Sabe que Remo la cree muerta. Deja un mensaje. Remo llega unos días después, encuentra el papel y lee azorado: “26/11. Compañeros, hasta las 4.30 de hoy los espero en el carandacito que está en línea con el embute. Después me voy al norte del palo meleado. Tuvimos despelote. De Remo no sé nada. Irmina” (la cita aparece en el valiosísimo libro Monte Madre, de Jorge Miceli). Remo –conmocionado– fue al lugar. Probó la contraseña: el silbido del crespín, uno grave y otro muy agudo. Escuchó un pajarito desafinado como respuesta. A Irmina siempre le salía mal. O sea: era ella. Veinte días después de “muerta”, allí estaba.
 
El gusto de la vaca
En Naturaleza Viva uno se entera de que la vaca ha dejado de ser un rumiante debido a lo que han hecho ciertos animales de dos patas. “Al alimentarse a granos en los feed lots, se atrofia el estómago que hace de la vaca un rumiante capaz de consumir y metabolizar fibras. Así se anula un mecanismo natural que convierte a las fibras en energía” explica Enrique. En los feed lots, las vacas viven hacinadas sobre su propio estiércol. Eso les da gusto a cerdo, dicen. “En realidad los cerdos tampoco tienen ese gusto” explica Irmina, “que es por la alimentación, por lo que viven oliendo, por el tufo que se les mete hasta por la piel. Es todo un atentado a la salud pública”.
Enrique explica quizás el fondo del choque de modelos. “Lo que nosotros estamos aplicando es ciencia, que es el conocimiento de cómo se dan las cosas. Es diferente que la tecnología, que es un modo particular de aplicar ese conocimiento. Con la misma ciencia yo puedo hacer una bomba de destrucción masiva, o algo noble y útil. Las universidades tienen un sesgo totalmente tecnológico. Yo lo sufrí mucho. El docente te dice: esto se hace así”. ¿Casi como un vendedor de Roundup? “No es exageración plantearlo de ese modo. Las universidades sólo enseñan lo que les pide el sistema. No están cumpliendo un rol social, ni científico. Están formando profesionales para el mercado, mientras el sistema ambiental se desangra. Creo que en estos temas se juega el futuro de la civilización humana”. Enrique no lo dice con tono inflamado, sino como una constatación práctica frente a la cual, con su familia, se dedica simplemente a mostrar que las cosas se pueden hacer de otro modo. Quizá se trate de una cuestión tambera, que determine las diferencias químicas, físicas y filosóficas entre la mala y la buena leche.
 
El regreso
La fuga continúa. Irmina y Remo ya no pueden ni pensar en acercarse a ver a su hija, y ahora manda la necesidad del nuevo embarazo. Logran reencontrarse con Luis y Hugo. Seguir en el Chaco parecía absurdo. “Al principio ni pensamos en salir, sabíamos que si tratábamos de tomar un micro, nos iban a agarrar” dice Irmina. Diseñan otro plan: ir al sur, hacia Santa Fe. Remo: “Teníamos una brújula, armé unos mapas de memoria, y nos guiábamos por la Cruz del Sur”. Hicieron a pie más de 200 kilómetros en 27 días. Se cruzaron con otras parejas en situación similar, y alguien les mencionó una posibilidad inesperada: refugiarse en unos cañaverales abandonados: “Tenían como 3 metros de alto, era un lugar maravilloso para tener allí a nuestro nuevo bebé”. Allí nace Eduardo, en 1978, muy cerca de Guadalupe Norte, y del arroyo Los Amores, el pago de Remo, donde la pareja tenía muchas más posibilidades y contactos. Finalmente logran, en 1979, viajar a Buenos Aires, solucionar cuestiones de documentos, y organizar desde allí una salida hacia Brasil, primera escala para el exilio en Madrid. En el 80 nació Enrique, en París. En el 84 la familia volvió y se reencontró con la hija mayor, que había quedado a cuidado de sus tíos. Los Vénica tienen cinco hijos. El menor es Emiliano, 10 años. La madre sufre porque se pasa el día delante de Internet.
 
Crear lo nuevo
¿Cuáles son las diferencias y las similitudes de las ideas y las prácticas políticas de los años 70, con lo que están haciendo ahora en Naturaleza Viva?
Remo: “Lo similar es el objetivo de llegar a una sociedad nueva. Pero en los 70 se luchaba para tomar el poder político, y ahora estamos construyendo un poder social, económico y político, que nace de lo cotidiano, de lo que hacemos a cada momento. Son experiencias que nos llevan al desarrollo de una nueva sociedad. Una vez en Brasil me dijeron que la estrategia ya no puede ser la de enfrentar al poder y al sistema con sus armas, porque las fuerzas son totalmente dispares. Pero sí se pueden lograr experiencias exitosas que sean referencias de modos de vida, trabajo, producción totalmente diferentes y nuevas. Y se dan en lo práctico, en cómo decidimos vivir”.
Irmina: “La otra enseñanza es la de la supervivencia. Ver cómo uno se pone límites, pero siempre se puede llegar más allá. Todo el tiempo te dicen: ‘no se puede, no puedo más’. Mucha gente vive quejándose, sin disfrutar lo que es la vida. La situación límite representó un aprendizaje muy fuerte sobre la vida. Y un desafío a nuestra creatividad, donde descubrís la tremenda capacidad de transformación, de acción y de lucha que se puede tener”.
Enrique y Eduardo, proponen otro aspecto de la cuestión. “Lo que nuestros viejos plantean son valores. El que vive de una forma mediocre, nunca crea nada nuevo. La historia muestra que los cambios los hacen siempre los locos, los que se juegan por algo, los que ponen el cuero”. Remo se va a mirar una estructura de macetones escalonada con agua en permanente circulación de la que una familia puede obtener la verdura de cada día. “Una revolución”, informa. Irmina lo mira. Hay una palabra inédita en este texto, que cada quien podrá ubicar donde prefiera: amor. Irmina dice: “Remo tiene muchas locuras”. ¿Y usted? “Yo tengo una sola. Seguirlo a él”.
 
 
 

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La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Séptima entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa de lavaca Lina Etchesuri.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Ese jueves hacía 38 grados de calor pero parecían 43. El calor quemaba y picaba.

Faltaba el aire, el que había estaba caliente y la humedad pegoteaba.

El día que acompañé a la Ronda haciendo fotos para este proyecto, fui descubriendo imágenes a medida que los pasos y las sillas de ruedas daban vuelta como siempre, hace 2392 jueves.
La ronda siempre me emociona. Mucho. Las miro a las madres y veo proyectada las fotos de sus hijxs en su mirada, hacia delante, repitiendo Presente como un mantra de presencia y resistencia. Lxs veo a ellxs en imagen, mirando de frente en su juventud detenida. Veía a Elia, que ronda en silla de ruedas, con la foto de su hijo Hugo Meidan, desaparecido el 18 de febrero de 1977, hace 47 años, y pensaba si ese día hizo tanto calor, si la luz tenía esta misma inclemencia.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

En las rondas transcurre un tiempo extraño, persistente y atemporal. Las hermanas abrazan las fotos de sus desaparecidxs, gritan sus nombres con contundencia, caminan junto a las madres, junto a nosotrxs.

Transforman el tiempo y la imagen en un futuro posible.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Sobre Lina

Soy Lina Etchesuri. Fotógrafa, editora y docente

Soy parte de la cooperativa Lavaca desde hace más de 12 años donde hago todo lo que me describe y más. Me hace sentir muy orgullosa y feliz.

Estudié con Filiberto Muganini en el Rojas durante los 90s. Hice la carrera de fotógrafa en la Escuela de foto y artes visuales de Avellaneda, durante el 2001 y los años siguientes. 

Me seguí formando en talleres visuales con mi querida Julieta Escardó y muchxs más.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Viajé haciendo fotos durante algunos años: conocí al subcomandante Marcos y le saqué una foto en la que se está riendo. Estuve en Cisjordania, Palestina, durante 3 meses, viviendo retratando la vida bajo la ocupación. 

Junto con algunas personas y amigxs fundamos MAFIA en 2012, un colectivo de fotógrafxs que sigue hasta hoy.

Coordino talleres de foto e imagen.

Soy mamá de Fermin.

Y me encanta hacer todo lo que hago.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Un abrazo contra la motosierra

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Sin presupuesto actualizado (“cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2” informa el rector de la UBA) las universidades y los hospitales en “modo ahorro” deben cortar la luz, los ascensores, reducen cirugías, no tienen insumos. La imagen del Clínicas, uno de los más importantes del país: “Los pacientes se están quedando sin comida”. Hoy una gran concentración frente a ese hospital escuela simbolizó un abrazo en defensa de la salud y la educación pública, mientras el gobierno nacional juega a pelearse con las prepagas, y el de la Ciudad a subvencionar a quienes mandan a sus hijxs a colegios privados. ¿Qué pasa con lo público? ¿Cuándo comenzó el desastre? Distintas voces (directores de hospitales, rectores de universidades, trabajadorxs) relatan la realidad y los datos motosierra; la organización como única salida; y el canto “la UBA no se vende”, mientras la realidad, o los números, parecen indicar otra cosa.

Por Francisco Pandolfi

Un abrazo contra la motosierra

“Se defiende, la UBA se defiende”, fue uno de los hits / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Clarisa y Caetana acaban de salir de cursar dermatología. Clarisa tiene 24 años y lleva puesto un ambo azul marino. Caetana, de 23, uno verde oscuro. Son alumnas desde hace seis años de la Facultad de Medicina y hace tres caminan por los pasillos del Hospital de Clínicas, ya en la etapa de las prácticas. “Hace un rato terminamos una clase en la que no teníamos vendas”, dice Clarisa. Su compañera agrega: “El otro día, en un práctico, nos faltaba vaselina para curar las úlceras; sí, vaselina, probablemente el producto más básico y barato que se necesita”.

Alrededor de ellas hay una multitud, con ansias de visibilizar la gravedad de la situación.

Clarisa, Caetana y la marea contra el ajuste / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“Estamos funcionando al 30%”, comparte Marta, médica desde hace 38 años en el Clínicas.

“Los pacientes se están quedando sin comida”, cuenta Susana, auditora. 

“Soy empleado de limpieza del hospital, monotributista, trabajo cinco días por semana, siete horas por día y mi sueldo no supera los 150 mil pesos”, confiesa Diego Ruiz.

“Ya debimos reducir las cirugías y no atender a algunos pacientes”, expresa Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas.

“Estamos económicamente por debajo de un 80% sobre el presupuesto que deberíamos tener. Cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2”, precisa Ricardo Gelpi, rector de la Universidad de Buenos Aires.

Un abrazo contra la motosierra

Susana Dionisio, y la esperanza que genera el juntarse / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tiempos de abrazos

“La biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestro ejército”.

José de San Martín.

Al libertador de la patria se lo homenajea con su nombre en calles y avenidas; clubes deportivos, teatros y centros culturales; plazas y parques; hospitales y universidades.

Y también en un hospital-escuela: el Hospital de Clínicas José de San Martín, dependiente de la Universidad de Buenos Aires y dedicado a tres ejes clave para el desarrollo de cualquier sociedad: la asistencia, la docencia y la investigación.

Son tiempos de clases abiertas; de paros y movilizaciones; de una marcha nacional universitaria a realizarse el próximo martes 23 de abril. Son tiempos de contar en cuántos meses y en cuántos días las universidades se quedarían sin presupuesto hasta cerrar sus puertas.

Son tiempos de abrazos.

Uno de ellos se forma con un montón de brazos, este jueves por la mañana, en la puerta del Hospital de Clínicas. Médicos, docentes y no docentes, estudiantes, le brindan un espaldarazo simbólico al Hospital de Clínicas, ubicado en el límite de los barrios porteños de Recoleta y Balvanera. Sobre la Avenida Córdoba, miles de personas se reúnen en la puerta principal para reclamar por el recorte presupuestario en todas las universidades del país, y en particular de las universidades escuelas.

Hay equipo en el Hospital de Clínicas /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Los cuerpos aplauden. Están vestidos con guardapolvo blanco; con ambos celestes y azules; con chaquetas bordós y verdes. De fondo, un telón negro enorme sirve de súplica para estos momentos. Es un ruego a la sociedad toda; y una exigencia, también, puertas adentro: “Defendamos la UBA”. Delante de la banderota se sostienen grandes letras blancas, hechas con cartulina, a mano, a pulmón, a necesidad de que el reclamo se vea un poco más. “La salud se defiende”, se lee, mientras se canta al unísono: “No se vende, la patria no se vende”. Minutos después, se cambia sólo una palabra: “No se vende, la UBA no se vende”.

Pero la realidad no parece indicar lo mismo. 

Problemas de fondos

Luego del abrazo, se rodea al hospital y en otra de las puertas de la institución, sobre la calle Paraguay, se lleva a cabo una conferencia de prensa. Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas, va al hueso: “Ya tuvimos que optimizar los recursos, que son insuficientes; no podemos comprar insumos, ni hacer transferencias porque no hay licitaciones de presupuesto que avalen las compras. Mientras, tenemos un montón de pacientes internados”. Sigue: “Es muy difícil no usar la luz en un hospital; no usar los ascensores cuando los pacientes necesitan usarlo… Lo mismo pasa con la calefacción. El año pasado estábamos orgullosos de haber comprado y cambiado la caldera, y este año no sabemos si va a funcionar, porque el modo de ahorro va a estar en el gas, en la luz, en todo”.

Le cambia la cara. Se tensa, aún más. “Poner a un hospital en modo ahorro es una agresión al médico. Es muy difícil mi lugar, el tener que decirle a mis colegas si pueden atender o no a alguien. No estamos haciendo una buena medicina con estas cosas”.

Un abrazo contra la motosierra

Marcelo Melo y Ricardo Gelpi en conferencia de prensa /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

A su lado está el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, acompañado por el Secretario de Hacienda Matías Ruiz. Juntos, definen lo terrible: “La UBA tiene dos partes principales en las que se divide el presupuesto. Una es la salarial, que consume entre el 85% y el 90%; y después está el gasto de funcionamiento, que consume entre el 10 y el 15%”. Desmenuzan: “En lo salarial hubo un recorte en términos reales ajustado por inflación del 35%, lo que significa que si en noviembre un docente o un trabajador cobraba 100 pesos, hoy cobra 65”. 

Sobre los gastos para el funcionamiento: “Lo dividimos en salud y en educación. En educación este año las partidas arrancaron congeladas al presupuesto del año 2023; hubo una actualización parcial del 70% desde marzo; pero en términos interanuales eso significa un 58% de actualización, comparado con una inflación de casi un 300% interanual. Por el lado de la salud, empezamos el año sin presupuesto, ya que la partida devengada del año 2023 no había sido asignada hasta esta semana”.

Tomar la calle en defensa propia / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Peligro de cierre

¿La partida ya firmada –pero aún no depositada–, es un remedio? “No, para los hospitales universitarios será de la misma magnitud nominal del año pasado. O sea, no es una actualización, ni un incremento”. Subraya el rector: “Estas partidas no están ajustadas por inflación, lo que significa que sólo podrán estirar un tiempo esta situación, pero estamos lejos de estar conformes. Si se mantiene esa partida, podremos funcionar como venimos dos o tres meses más. Y después, así las cosas, la UBA cierra, porque si no hay plata, no hay plata”.

El Secretario de Hacienda suma un dato, que agudiza el cuadro: “El pago de la energía eléctrica en el último año se multiplicó por siete. Y si comparamos con febrero de este año, sólo los últimos dos meses, se multiplicó por cuatro”. Y ejemplifica con una cuenta que no cierra: “El crecimiento del gasto, sumado a las partidas congeladas, hace que crezca más rápido el gasto que tenemos la universidades y empeorando cada vez más el funcionamiento”. 

Un abrazo contra la motosierra

La educación, la salud y la ciencia, en juego; en venta / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“El mal funcionamiento es de hace años”

La falta de recursos no empezó en la era Milei. Marta, médica desde hace 38 abriles, describe: “El mal funcionamiento viene de años, como consecuencia de malas administraciones anteriores. Y ahora, este recorte presupuestario es el tiro de gracia”. ¿En qué se venía mal? “De 12 quirófanos funcionan 5 y hay numerosas salas cerradas; cada vez se va achicando más la estructura, deteriorando y no hay presupuesto para mantenerlo”. 

Clarisa, alumna, añade: “El edificio tiene un montón de falencias, es muchísima la cantidad de arreglos que harían falta y esto viene desde hace años. Con este recorte, el único futuro que veo es que se caigan las paredes… Me da mucho miedo e impotencia”.

Florencia trabaja hace 10 años y el amor que siente por la entidad viene de familia: “Mi mamá trabajó ahí; mis dos hijos fueron a ese jardín; le salvaron la vida dos veces a mi mejor amiga; curaron a mi papá, a mi abuela”.

Admite que el hospital “siempre tuvo pocos recursos; siempre hubo carencia de insumos”. Profundiza: “La situación no viene bien hace mucho; las personas que deben hacer el presupuesto no valoran la calidad humana ni la cantidad de atenciones que se realizan por día. El hospital siempre tuvo lo básico, y en muchas oportunidades debimos conseguir insumos por fuera, siempre tardó en llegar el material que se necesitaba”.

Carteles, ruido, sonrisas: estrategias contra el recorte / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Orgullo nacional 

El Hospital de Clínicas es considerado uno de los hospitales más importantes de la Argentina y de América Latina. Se fundó en 1881 y allí se realizaron varios procedimientos por primera vez. Algunos hitos que nacieron entre sus paredes que hoy yacen descascaradas: la aplicación de la insulina, el cateterismo cardíaco, las residencias médicas, las punciones de riñón, las operaciones filmadas. Dice la médica y hoy auditora Susana Dionisio: “En este hospital se formaron la mayor parte de los médicos de renombre que hay en toda la medicina prepaga”. Suma otro caso testigo: “Hay que acordarse de acontecimientos como el de la AMIA, cuando sucedió el atentado este hospital recibió a la mayoría de los heridos, y fue gracias a este hospital que se salvó a muchísima gente. Entonces, podés hacer un comité de crisis, pero si al mismo tiempo desfinanciás a la educación, está muy mal. El presidente se merece un juicio político y la oposición tiene que pararse y ser una oposición real, sino perdemos la democracia”.

Marta Cora Eliseht es médica de obstetricia del hospital de Clínicas y docente de la Facultad de Medicina. “El Clínicas es fundamental, un orgullo nacional; no sólo cumple funciones asistenciales, sino también de docencia en áreas de pregrado y postgrado; esta es la sede de infinidad de carreras. Somos especialistas en obstetricia y atendemos muchos embarazos de alto riesgo, casos que no se atienden en otros lados”. 

Un abrazo contra la motosierra

Marta es médica en el Clínicas desde hace 38 años /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

En el hospital trabajan más de 3.200 empleados y se atienden alrededor de 365 mil personas al año. En lo educacional, cursan por año cerca de 1500 alumnos. “Hay cinco cátedras y estudiamos 300 personas promedio en cada una. Este es el hospital escuela más grande del país”, explican Clarisa y Caetana, estudiantes de medicina. 

Las palabras de Sofía, que integra la comisión interna, laten: “El hospital-escuela literalmente es el corazón de la UBA, donde se retroalimenta la ciencia, la investigación, la educación, pero sobre todas las cosas la salud pública, con todo lo que conlleva ese concepto de gratuidad e inclusión. Queremos seguir brindando la atención de calidad a los y las pacientes, pero sobre todas las cosas contar con un financiamiento que nos permita que nuestra casa, como así consideramos al hospital, siga funcionando. No queremos tener el privilegio de pisar la UBA, sino el derecho de seguir en ella”.

Un abrazo contra la motosierra

Una que pedimos (casi) todxs /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Un dolor inenarrable

El hit se vuelve a cambiar: “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta se jode se jode”, se vocifera con angustia y con firmeza, en un clamor popular que hiela la sangre. Las y los laburantes le dan magnitud al problema. La obstetra Marta Cora Eliseht dice: “En el sector no tenemos espéculos, vidrios para hacer papanicolaou, guantes, gasas, algodón, lo básico. Los profesionales de la salud estamos intentando conseguir donaciones de entidades privadas para suplir las faltas”. Sintetiza: “Estamos sufriendo un ataque artero a la universidad pública”.

Susana Dionisio es médica desde hace 49 años. Quince los trabajó en el Clínicas, donde ahora es auditora. “Sentimos un dolor que no se puede narrar. Los pacientes se están quedando sin comida y solidariamente se intenta ayudar entre sindicatos, médicos y administrativos, pero los insumos médicos no los podemos comprar. Ya se está cortando la luz a cierta hora, no se puede creer”. 

Un abrazo contra la motosierra

La potencia de Elsa Carrizo, la potencia de lo colectivo /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Elsa Carrizo es delegada general de la comisión interna del Hospital de Clínicas. Tiene puesto un guardapolvo blanco, que lleva el logo de la institución. Se lee: “Fundado en 1881”. Dice: “Trabajamos con obras sociales, pero es impresionante la cantidad de gente sin obra social que viene, alcanza con ver las colas que se forman a la mañana. Ya no tenemos insumos ni para el mantenimiento, ¿con qué vamos a limpiar? Hay un combo de muchísimas necesidades en el hospital”.

“Últimamente no nos estuvieron entregando secadores”, detalla Diego Ruiz, empleado de maestranza. Cobra menos de 150 mil pesos por mes y sólo el monotributo para facturar (no está en planta permanente) le cuesta alrededor de 18 mil. “Estamos en una situación de mierda, personalmente para mí es imposible llegar a fin de mes”.

Un abrazo contra la motosierra

Diego cobra menos de $150 mil por mes. Y no es una joda / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tomás trabaja en el área de personal hace 5 años y es delegado de la comisión interna. “No hay paritarias y los sueldos quedan muy bajos. Tenemos poco más de 300 contratos que salen del bolsillo del hospital y son los que más corren peligro. Estamos hace un par de meses sin aumento y no hay respuesta del gobierno ni comunicación. Estamos estancados, no da para más”.

Carolina Nadal es empleada desde hace 30 años. Hoy es la jefa del departamento de Trabajo Social. “El presupuesto que se está ejecutando es el del año pasado y esto es inviable en términos de sostenimiento, de todo lo que se necesita para que funcione el hospital de manera integral. El gobierno va a tener que responder de una manera diferente a la que está respondiendo ahora. Siento mucha bronca e indignación, pero al mismo tiempo tengo la esperanza de que en las calles, con la resistencia, haya otro desenlace que no sea cerrar las puertas”.

“Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

José de San Martín.

Clases abiertas, presupuestos cerrados / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

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Nota

Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo: -No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

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Una muela, zapatos blancos y un charco. Un edificio llamado Máquina de escribir. Flores amarillas frente al mar, un dibujo de puño y letra. Lo narco las drogas. Su paso por Buenos Aires y la señora que venía de la verdulería. La memoria, lo real, las mujeres, el ambiente, el fin de la humanidad. El Nobel, los diluvios, las pestes, las guerras eternas. Las respuestas de la vida frente a los sordos poderes de la muerte. La cordialidad, la generosidad, el humor. Hace diez años murió Gabriel García Márquez, dicen. Lavaca publicó esta nota -estos recuerdos- aquel día, cuando se conoció la última noticia sobre ese escritor que nunca dejó de sentirse cronista, y decía que el periodismo es el mejor oficio del mundo.

Texto: Sergio Ciancaglini, lavaca.org
El señor Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo:
-No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

Yo sabía que García Márquez había rechazado contactos con un enviado de Times, con periodistas de la televisión japonesa, y con suecos indescifrables. Un humilde cronista argentino quedaba naturalmente fuera de juego. Le respondí que lo compadecía, y que frente a un dolor de muelas no había argumento, clemencia, ni ruego que esgrimir de mi parte. Cuando me estaba despidiendo desolado, me detuvo:
-Pero a las 3 de la tarde puede ser. Voy antes al dentista, a ver si lo soluciona.
Esa historia revolotea en mi cabeza desde hoy, cuando estaba con Osvaldo Bayer grabando el programa de radio Decí Mu, y nos interrumpió el teléfono. Osvaldo atendió, dio media vuelta, anunció: “Murió García Márquez”, y me dejó alborotados los ojos, las neuronas y el corazón.
Revolotea la historia porque aquella tarde me encontré con un escritor que cambió la historia de la literatura, que había ganado el Nobel, pero que fue capaz de decirme: “Todo eso está muy bien, pero yo me siento periodista”. Quisiera contar lo que aún no he olvidado de aquel encuentro para mí inolvidable.
García Márquez volvió efectivamente a las 3 de la tarde, bajó de su Mercedes, y miró preocupado el charco oceánico que un aguacero de Cartagena de Indias, Colombia, le había instalado en la playa de estacionamiento. Llevaba zapatos blancos, pantalones blancos y guayabera blanca, como cantante de sábado televisivo. Cruzó el charco apoyándose en los tacos. Al llegar a la otra orilla nos dijo “pasen por favor” a mí y al fotógrafo, enviados por una de las autodenominadas “revistas de actualidad” a cubrir las noticias sobre un asunto entonces llamativo, letal para los colombianos e incomprensible para nosotros: el narcotráfico.
No existían los celulares ni Internet, o sea que todo esto se ubica en la prehistoria de 1984, con la carambola de estar en el charco correcto, y de que un dentista providencial había rescatado del dolor a su paciente. García Márquez nos hizo subir. El edificio tenía balcones escalonados hacia la playa: lo llamaban Máquina de escribir. El departamento tenía dos ambientes, con vista al mar, una verdadera máquina de escribir (¿Olivetti, Remington, dónde estará la revista donde publiqué la nota?). El escritorio miraba al mar. Y había flores amarillas que siempre conviene tener a mano, explicó, para ahuyentar a la mala suerte.
Me planteó que no aceptaba hablar si lo grababa o si tomaba notas. Me dijo algo más o menos así: “No me gustan los grabadores, prefiero que conversemos con libertad, y que todo dependa de tu atención. Luego tú escribirás lo que te parezca, y eso es un beneficio para mí: los periodistas me mejoran. La memoria mejora a la realidad”.

Gabo en Argentina
La publicación original de Cien años de soledad ocurrió en Argentina gracias a una editorial llamada Sudamericana, que ya no existe. Fue en mayo de 1967, plena dictadura de Juan Carlos Onganía, y el lanzamiento fue acompañado por una entrevista realizada por Ernesto Schóo, editada por Tomás Eloy Martínez y publicada en tapa por la revista Primera Plana que dirigía Jacobo Timerman.
García Márquez me contó que el éxito del libro fue inmediato. “Ahí, en Buenos Aires, empezó todo”, me dijo. Sudamericana había dispuesto editar 5.000 ejemplares, lo que para Gabo era un despropósito y el augurio de un fracaso para el libro de un desconocido escritor colombiano. Pero esa primera edición se vendió en 15 días, y la segunda fue de 10.000 ejemplares. En junio Gabo llegó a Buenos Aires. Me contó que viajó con Mercedes Barcha, su esposa: “Estábamos en un café y vimos pasar a una mujer que llevaba la bolsa de sus compras, con lechugas y tomates y Cien años de soledad”. La pareja fue al Instituto Di Tella a ver una obra de Griselda Gambaro, y el público los ovacionó de pie. Mientras él me lo contaba, todavía asombrado, yo recordaba que eran tiempos de The Beatles, revolución cubana, hippies, peronismo clandestino, rebeliones nacientes y todos los embriones de cambio, desventuras y utopías que se desplegarían en los años siguientes.
Cien años de soledad fue el libro de la época, y de varias generaciones. Tengo las dos ediciones que mis padres compraron para poder leerlo en simultáneo. Macondo era una patria. Entre la feria y la intelectualidad, miles de libros seguían vendiéndose y además se exportaban. El éxito se contagió en Europa, esto avivó el interés por otros autores (Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa) y estalló el llamado boom de la literatura latinoamericana. “Buenos Aires fue generosa conmigo. Nunca volví. No sé por qué. Tal vez por una superstición: a un lugar donde todo fue tan perfecto, quizás convenga no volver” me dijo, o creo que me dijo, mirando el Caribe.

Periodismo, droga y entusiasmo
Aquel día de 1984 García Márquez me contó una novela que estaba intentando escribir. No tenía título. Al año siguiente la reconocí ya publicada: me había anticipado El amor en los tiempos del cólera. Pero me dijo que pese a todo se seguía sintiendo fundamentalmente un periodista. “Escribo literatura como periodismo, con método. Todos los días intento tener dos páginas listas” me dijo sobre algo que hoy habría que traducir a unos 5.000 caracteres. “Tienen que estar impecables, sin tachaduras. Y tengo un truco: siempre dejo escrito el comienzo de lo que pienso escribir al día siguiente, para que me resulte más fácil comenzar”. Pero varias veces explicó esa idea de no diferenciar ambos oficios. “La crónica es como un cuento o una novela sobre algo real”. Algo más: “Tanto en la literatura como en el periodismo hay que ganarse al lector, capturarle el interés para que se quede leyendo”.
Planteó una teoría sobre las redacciones de periódicos y revistas: para él están puestas de cabeza, invertidas. El staff de las publicaciones ubica en el rol principal a directores y jefes que engordan junto a un escritorio y editorialistas que monologan desde su propia jaula.
“Pero ese esquema debería ser exactamente a la inversa. Los cronistas son quienes cumplen la labor principal porque son los que están afuera, donde las cosas ocurren”. En vista del contexto colombiano le pregunté si alguna vez se había drogado para escribir y me contestó: “No me hace falta. Yo nací drogado”.
Un detalle: fue la única vez en mi vida que pedí un autógrafo. En Cartagena sólo conseguí un ejemplar de El coronel no tiene quien le escriba. Le expliqué que no era para mí sino para mi novia. “¿Se llama la señorita?” Se lo dije. Dibujó un tallo, cinco pétalos, y escribió: “Para Claudia, con una flor. Gabo 84”.

Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Aquel día, además, me regaló los seis tomos de su obra periodística, publicados por la editorial Oveja Negra. Y organizó todo para que, una vez en Bogotá, un auto con su chofer fuera a buscarnos al hotel para llevarnos al aeropuerto. “Así van más tranquilos” dijo, y nunca supe si se le había cruzado alguna sombra para disponer ese viaje. Nunca pude evitar recordarlo como una persona amable, entusiasta, alegre, generosa.
Con el tiempo entendí que esa cordialidad, ese entusiasmo, ese interés por el otro, era un modo ético y hasta político de pararse frente a la vida.

Ideas
En sus obras periodísticas pude leer las primeras crónicas que publicó en El Universal, de mayo de 1948, cuando era un chiquilín de 21 años. La primera celebra que se suspendió el toque de queda militar, al que define como símbolo de una decadencia. “Con este mundo materializado donde los peces de colores tienen que abrirle agua a los submarinos, con esta civilización de pólvora y clarines, ¿cómo se nos puede pedir que seamos hombres de buena voluntad?” y plantea que quizás ahora la gente pueda ir a dormir mansamente “antes de que los relojes doblen la esquina de la medianoche”. Luego escribe sobre indios, negras, retratos de la ciudad y de la época. Escribió sobre cine, sobre deportes, sobre todo. La pasión por conocer y por contar lo que el mundo estaba desplegando ante sus ojos.
A fines de los 50 García Márquez participó en Cuba con los argentinos Jorge Massetti, Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo en los primeros pasos de Prensa Latina, idea que puso en marcha Ernesto Guevara, hasta que el lado soviético de la vida isleña desplazó a este elenco por otro más dócil.
García Márquez nunca perdió la afinidad con el propio Fidel Castro. El director argentino Eduardo Mignogna contaba que cierta vez, invitado a La Habana, estaba comiendo con García Márquez cuando el propio Fidel cayó de improviso y comenzó a hablar con sabiduría de crítico sobre la historia del cine argentino, mientras Gabo se quedaba irremediablemente dormido en un rincón. Pero más allá del sueño o de los discursos de Fidel, García Márquez se plantó en defensa de Cuba como una cuestión cultural y estratégica frente a los Estados Unidos y la densa idea de controlar vida y obra del resto del continente.

Las ventajas de la vida
Cuando me contó la noticia, le pregunté al propio Osvaldo Bayer sobre Gabo: “Tenía mi edad, pero yo aprendí de él. Es el mejor escritor que ha tenido Latinoamérica. Aprendí con él a amar la literatura, ver las cosas que se pueden hacer y crear. Para mí fue un hombre que luchó por la libertad, o sea un libertario, y cumplió la misión que tiene un intelectual: escribir para todos, para mejorar la sociedad, y para seguir soñando”.
De todas las ideas y escritos de Gabo, frecuentemente abominados por las academias, no resulta demasiado conocida su exposición al recibir el Nobel de Literatura en 1982, llamado La soledad de América Latina, que resulta un manifiesto por la descolonialidad, para usar términos actuales. “La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia” dijo ante la academia sueca. Repasa los golpes de Estado, crímenes y matanzas ocurridos en el continente. “Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”.
Al recibir el Nobel de Literatura, García Márquez hacía periodismo sobre la realidad del continente, incluyendo la situación argentina: “Ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto, 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi 120 mil, que es como si hoy no se supiera donde están todos los habitantes de la cuidad de Upsala. Numerosas mujeres encintas fueron arrestadas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aun se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 muertes violentas en cuatro años”.
Otro concepto: “La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”.
Y otro: “Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”.
Se preguntó por qué le habrían dado a él semejante distinción, y postuló que se trató de un homenaje a la poesía: “En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte”.

Mujeres, aborto y ambiente
Cuando le preguntaron sobre las prioridades de la humanidad para las próximas décadas, propuso que las mujeres asuman el manejo del mundo. “Alguien dijo: ‘si los hombres pudieran embarazarse, el aborto sería casi un sacramento’. Ese aforismo genial revela toda una moral, y es esa moral lo que tenemos que invertir. Sería, por primera vez en la historia, una mutación esencial del género humano, que haga prevalecer el sentido común –que los hombres hemos menospreciado y ridiculizado con el nombre de intuición femenina- sobre la razón –que es el comodín con que los hombres hemos legitimado nuestras ideologías, casi todas absurdas o abominables”.
Y luego plantea: “La humanidad está condenada a desaparecer en el siglo XXI por la degradación del medio ambiente. El poder masculino ha demostrado que no podrá impedirlo por su incapacidad de sobreponerse a sus intereses. Para la mujer, en cambio, la preservación del medio ambiente es una vocación genética. Es apenas un ejemplo. Pero aunque sólo fuera por eso la inversión de poderes es de vida o muerte”.
Son solo ideas sueltas para pensar, discutir, y leer, ahora que el reloj dobló no sé qué esquina, tras la malparida noticia sobre la muerte de Gabriel José de la Concordia García Márquez, hace unas cuantas horas de soledad.  

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