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Gatillo fácil de Cristian Toledo: una marcha para exigir justicia y parar a la policía

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Cientos de personas marcharon con antorchas y velas desde la villa 21 de Barracas hasta el Ministerio de Justicia y Seguridad de la Ciudad con una consigna concreta: “Basta de gatillo fácil”. Cristian Toledo tenía 24 años y fue asesinado por el bombero de la Policía de la Ciudad Adrián Otero luego de salir a bailar con sus amigos. Otero los persiguió a tiros pensando que eran delincuentes. Qué significa este caso, el incremento de la violencia policial, la discriminación y el racismo, la inseguridad hacia las fuerzas de seguridad y el rol del periodismo.
Hace unos minutos que la columna de cuerpos, rostros, pies y manos con carteles y banderas y remeras partió por la avenida Osvaldo Cruz desde la Parroquia de la Virgen de Caacupé -o de la Caacupé a secas, como le dicen en la villa 21-, y un mar de aplausos la abraza cuando llega al cruce de las avenidas Vélez Sarsfield e Iriarte. Aquí hay otra columna de gente, también con carteles, también con banderas, una misma cara y una misma frase: «Justicia por Cristian Toledo. Basta de gatillo fácil». Los aplausos también llegan de autos que pasan, de las puertas de las casas abiertas, del kiosco de la esquina, de la despensa, de la panadería, de un barrio entero, mientras un carro de tres ruedas con parlantes cuenta el reclamo de esta marcha, que se repetirá a lo largo de 25 cuadras hasta la puerta del Ministerio de Justicia y Seguridad de la Ciudad de Buenos Aires.
Basta de gatillo fácil. En este caso el bombero Adrián Gustavo Otero, que se crea dueño de la vida de otro y se la robe un sábado a la mañana. Que se sienta impune y dispare más de 20 tiros por una discusión de tránsito. “Para qué querés una ambulancia si tu amigo ya está muerto”, le contestó el policía a los amigos cuando desde el piso y esposados le pedían por favor que lo llevara a un hospital.
Gatillo fácil de Cristian Toledo: una marcha para exigir justicia y parar a la policía
Por los parlantes también se escuchan los hechos:

  • Cristian Ramón Toledo Medina, el Paragüita, tenía 24 años.
  • Trabajaba en la ferretería que está enfrente a la Parroquia Caacupé.
  • Salió a bailar con dos amigos la madrugada del 15 de julio.
  • Viajaban en un Alfa Romeo, “viejísimo”, según describe su compañero ferretero Roque Paniagua, 42 años, en medio de la movilización. Con Cristian se pusieron la ferretería hace tres años: “Se ocupaba de todo. Tenía plena confianza”.
  • Algunos medios que siguieron el parte policial informaron que era un delincuente, que había discutido con el bombero de la Policía de la Ciudad Adrían Otero, de 45 años, que manejaba un Renault Logan gris. Lo cierto es lo que explica esta marcha: Otero los persiguió a tiros por cinco cuadras hasta que los hizo chocar en la esquina de Vélez Sarsfield y Santo Domingo.
  • Uno de esos tiros mató al Paragüita.
  • Oficiales de la comisaría 30° encarcelaron a Otero y a los amigos. Luego, el juez Pablo Ormaechea, del Juzgado de Instrucción N°11, ordenó la excarcelación de los jóvenes e imputó por “homicidio” al oficial, que sigue preso.

“El Paragüita era como mi hermano”, dice Fernando, amigo de Cristian, que camina con una de las remeras que vecinos reparten junto a pines con su cara y la misma leyenda de justicia. “Me enteré por teléfono. Me dijeron que había tenido una discusión con un chabón, que los corrió y los mató. Sólo había ido a bailar, ¿entendés? Es algo que no se cree. Él nunca le faltó el respeto a nadie. A nadie. Pero todos te discriminan porque vivís en una villa. O por la vestimenta. Roban adelante de los policías y no pasa nada. Ahora: si te ponés un conjunto deportivo, te paran. Acá es así”.

La voz de las velas

La marcha es en silencio. No hay cantos. Sólo el parlante que a lo largo de diferentes cuadras y diferentes vecinos repite la historia del Paragüita, para que la escuchen todos y todas, mientras pasa canciones de ballenato porque era  «la música que escuchaba». Hay muchas remeras, muchos pines, muchos carteles que piden justicia. Algunas personas llevan antorchas. Otras llevan velas protegidas por el cuello de una botella de plástico que sostienen gracias palos de escoba.
La movilización ocupa más de una cuadra. Hay cientos de personas y una de ellas es Romina, vecina de la 21: “Hay mucha violencia policial. Y se agravó más ahora. Ya porque ellos ven a los chicos que les parecen negritos, con gorrita o vestidos de tal forma piensan que son chorros. Y no es así: hay muchos laburantes, pero los detienen por portación de cara. Ok, de última pedile el DNI, pero no la violencia: son muy violentos y asustan a los chicos. Los asustan, y muchos son chicos chiquitos: ¿cómo entonces no van a salir corriendo cuando ven un policía que los quiere parar?”.
Otro de ellos es Manuel, también del barrio. “Es zarpado: nos tenemos hasta que cuidar de salir a divertirnos en auto. Yo ya lo dejé de hacer: hace un tiempo salimos con unos amigos a jugar al pool en San Telmo, y no habíamos terminado de bajarnos que ya teníamos siete monos arriba nuestro. Nos hicieron tirar al piso. Todo un espectáculo al pedo: íbamos a jugar al pool nomás. Cuando salimos, pasó lo mismo”.
El Padre Toto es una de las personas que encabeza la columna. Antes de salir del barrio dio una misa especial en la Caacupé en la que recordó a Cristian, que había sido bautizado en la parroquia. Ahora habla en medio de la calle. “Vino mucha gente del barrio porque hay una conmoción. El Paragüita era un buen pibe, pero también hay una  sensación de desconfianza en la justicia por otros casos en los que, se sabe, los más humildes no tienen quién los respalde y tienen miedo de quedar fuera de la justicia. Es sentar un aviso de que no tiene que haber impunidad. Estamos mostrando que miramos a largo plazo para que esto se resuelva y no se repita a futuro. Hubo otros casos de represión, de abusos de autoridad, de pegarle a pibes sin sentido y hasta casos de tortura que nos llegan, chicos que les pegan hasta que los liberan. Por eso esta marcha: hay en el barrio una inseguridad para con las fuerzas de seguridad”.

La locura es sistémica

Anochece. La marcha enfila por la avenida Regimiento de Patricios para llegar al 1100 donde está ubicado el Ministerio de Justicia y Seguridad. Faltan dos cuadras para llegar y se divisa que hay otras personas que ya están cortando la calle. Hay carteles: «Queremos la libertad de Nicolás Arriola». Un joven explica: “Lo acusan de un robo que no cometió. Y es mentira, lo conozco desde que somos así de chiquitos. Él es del barrio, de acá de la Boca, y nada más estaba caminando por la calle”.
Las marchas se unen y se abrazan. El reclamo es el mismo. Caminan juntas hasta la reja del Ministerio y un funcionario les dice que van a atender a todos. Familiares y amigos del Paragüita ingresan junto al Padre Toto. “Les requerimos el apoyo a la madre y asistencia”, dice Roque Paniagua al salir. “También que los amigos que viajaban con él tengan la tranquilidad de que no van a sufrir ninguna represalia. Nos escucharon. Había gente de todos los sectores, de prensa, de judicial. Le preguntamos por qué habían dicho que los pibes eran ladrones y dijeron que la información no había salido de ellos. El jefe de bomberos nos dijo que Otero tenía un buen legajo, pero que iba a ser juzgado como cualquiera: todos coincidían en que lo que había hecho era una locura”.
Luego, el Padre Toto llamó a una misa y conferencia de prensa para el martes 1 de agosto en la puerta del Juzgado de Instrucción N°11, que lleva la causa.

El Estado cartera

Roque cuenta que hace dos meses Cristian y sus amigos le pidieron si los podía llevar a bailar. “Los llevé a todos. Ni llegamos a bajar del vehículo que nos encerraron cinco policías en Constitución. Siempre lo primero que se ejerce de parte de ellos es la violencia. No se identificaron: los pibes no sabían qué hacer, y casi se agarran a piñas porque no sabían quiénes eran. No estaban de uniforme, estaban de civil. No sabíamos si nos iban a robar o qué, porque a los pibes les pasa lo mismo que a la gente afuera del barrio. Sienten la misma inseguridad. Después los policías nos pedían tranquilidad y nos decían que habíamos reaccionado mal, cuando ellos ni se habían identificado”.
¿Cómo se puede entender lo que pasó con Cristian en contexto?
-La gente en un barrio como este necesita seguridad, pero que sea coherente y no caiga sobre gente inocente. Por una cuestión de aspecto o una forma de vestirte la gente sufre un maltrato indiscriminado. Acá hay chicos que buscan formas de salir del barrio, de trabajar, de hacer cosas. Por ahí falta una motivación, no sé si de parte del Estado, para incentivarlos. Es un barrio como cualquiera: hay muchos chicos respetuosos, como Cristian, algunos que capaz no les gustó el estudio y buscan algo para hacer. Ahí es donde tiene que estar la presencia del Estado.
-Pero cuando el Estado aparece, la respuesta es represiva.
-Es lo que generalmente pasa en la sociedad. Morochito, un corte de pelo particular, por ahí hasta una forma de caminar: listo, es chorro. Y lo vivimos, porque está estigmatizado. No sé quién lo impuso, pero si yo voy caminando por la calle la señora cubre su cartera automáticamente. Y por ahí siento esa incomodidad. Loco, soy un laburante y laburé toda mi vida. Sentís algo por dentro que te da ganas de agarrar a la señora y explicarle que no se cubra. Está estigmatizado en toda la sociedad. Es racismo.   Ok, queremos seguridad para la gente de afuera y de adentro del barrio. A mucha gente de adentro también le roban, con todo su trabajo, su jornal, su paga semanal. No estamos en contra de la policía, el tema es que vean a quién le dan el arma.
La entrevista termina pero Roque pide que prenda el grabador otra vez.
Pide que quede registro de lo que quiere decir.
Y dice: “Lo que a mí me causa incomodidad es cómo algunos medios que tendrían que estar acá no están. Me parece que hay un silencio, como que esto tiene que quedar acá, encerrado en el barrio, y eso te da bronca. Como que quedemos aislados y que esto no repercuta en ningún lugar. Ahí te das cuenta cómo nos sentimos de marginados: sos de un lugar que no importa ni interesa. Nos cansamos de llamar medios y ninguno vino. Salvo ustedes, las radios comunitarias. A todos los demás no les interesa. Acá hay un pibe simple, y se nota que eso tiene poca importancia”.
Roque habla del asesinato de su amigo que los medios quisieron hacer pasar por delincuente para justificar un asesinato policial, en medio de la marcha que exige basta de gatillo fácil y cierra así una semana atravesada por la operación mediática del programa de Jorge Lanata con un niño de 11 años con problemas de adicción, que denunció el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) de Lanús.
Por eso Roque pide que quede registro.
No sólo la marcha exigió justicia.
Exigió, también, la dignidad del periodismo.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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