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El rebelde del Fondo: quién es Jaru Rodriguéz, preso por protestar

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Detenido sin pruebas desde hace 50 días, a raíz de las últimas protestas contra el acuerdo del FMI, Jaru Rodriguéz se transformó en un nuevo preso político del actual gobierno. Dirigentes que celebran junto a la oposición, una justicia que ataca las marchas, un migrante que vino al país para estudiar y progresar, tras las rejas: perfil de un joven estudiante, y su voz desde el otro lado del vidrio de la alcaldía donde se encuentra detenido. Hoy 17hs se hará una jornada de clases públicas y luego una conferencia frente a la facultad de Ciencias Sociales, donde Jaru cursaba. «La consigna será posicionar a la facultad contra la criminalización de la protesta», asegura la convocatoria, motorizada por sus amigos.

Por Facundo Lo Duca

Lo siguen. Lo sabe. Él frena. Ellos frenan. Así dos, tres veces. Jaru Rodríguez, a bordo de su auto, acelera por Acassuso, provincia de Buenos Aires. Está asustando y llama a un amigo en la secretaría de desarrollo social de Vicente López.

─Alguien me está siguiendo en un auto. Ayudame, por favor ─le dice.

─Venite ya para la secretaría.

Cuando llega, el auto que lo venía siguiendo también se detiene. Una moto se suma. Son policías de civil. Explican que su auto tiene “irregularidades”, que no querían que se metiera en algún taller mecánico. Su amigo sale del edificio público con más personas. Nada de esto los convence. “No pueden perseguirlo así, muchachos”, les dicen. Los efectivos se van. Pero a la noche, cuando Jaru Rodríguez regrese a su casa, mientras duerma junto a su novia, todo sucederá rápido. El estallido de la puerta, las esposas, el viaje hasta una celda fría en una alcaldía de Lugano. Rápido: el escarmiento. “Supimos que uno de los detenidos por el ataque al despacho de Cristina Kirchner era beneficiado del Potenciar Trabajo”, dirá el ministro de desarrollo social, Juan Zabaleta. “Ya lo dimos de baja. La sociedad los ayuda para que puedan trabajar, no para que atenten contra la vicepresidenta”, concluirá. “Muy bien que le saquen el plan”, sumará la presidenta del PRO, Patricia Bullrich. “Ahora anímense a sacárselo a aquellos que todos los días cortan las rutas”. Todos: “Atentado piquetero”. “Planero”. “Zurdo”. Pero nadie: ollas populares en Constitución, huertas agroecológicas en Ciudadela, la ayuda a otros migrantes en pandemia. “La calle”, dirá semanas después Jaru Rodríguez ─venezolano, 29 años, alto─ a través de una pared gruesa y vidriada en la alcaldía de Lugano. “Extraño la calle, marchar con mis compañeros. Protestar no es un delito”.

El 16 de marzo, Jaru Rodiguéz fue detenido en su casa de Acassuso, tras un allanamiento policial. La orden de su captura había sido dictada por la justicia porteña, luego de acusarlo falsamente de ser unos de los responsables de los piedrazos del 11 de marzo al Congreso de la Nación, mientras se desarrollaban las protestas contra las negociaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI). Otras dos personas que marchaban ese día, Julián Lazarte (liberado en los últimos días) y Oscar Santillán, también fueron arrestados en las mismas condiciones. Las pruebas presentadas por la Justicia contra Jaru, explica su abogado Martín Alderete, carecen de sustento legal: no hay cámaras, ni testigos que lo ubiquen en alguno de los momentos donde se produce la pedrada al parlamento y, como se supo después, al despacho de la vicepresidenta. Para Alderete el encierro de Jaru solo contribuye a “criminalizar la protesta” a través de una causa con “alto contenido xenófobo”.

¿Quién es Jaru Rodríguez?

 “Ponía el cuerpo. En las ollas populares, en la facultad, en huertas, en las causas migrantes. Pocos articulan la militancia y el territorio como lo hace él”, dice Facundo Cifelli, amigo de Jaru. Lo conoció en el Ciclo Básico Común (CBC) de la carrera de sociología en 2015. Ese año Jaru había llegado a Buenos Aires para empezar una carrera universitaria, tras vivir cinco años en Nueva York. Allí, en una ciudad fría y hostil para cualquier migrante sin recursos, había intentado acceder a una beca de estudio, pero no tuvo suerte. Entonces hizo lo que cualquiera: trabajar de lo que sea. “En Estados Unidos aprendió el oficio de barista, así que llegó y se abrió un café con un socio en frente del colegio Mariano Acosta”, cuenta Cifelli. La ubicación de ‘Café Furia’, frente al histórico Mariano Acosta, nutría a Jaru de debates políticos frecuentes. Sin embargo, su socio abandonó el proyecto a fines del gobierno macrista y precipitó el cierre del local. “Trabajaba él solo doce horas por día. No pudo mantenerlo. Yo lo ayudé un tiempo, pero con la crisis económica se hizo insostenible”, recuerda su amigo. Para fines fines del 2019, Jaru ya militaba en varios espacios políticos. Desde agrupaciones como el MTR (Movimiento Teresa Rodríguez), donde colaboraba cocinando en diferentes comederos, hasta organizaciones migrantes dedicadas a la asistencia social. Su apoyo en el territorio era cotidiano, quizás lo más importante. Facundo recuerda una anécdota particular que refleja esto. Para una materia de la carrera de sociología debían hacer una comparativa de dos situaciones socialmente opuestas. Muchos elegían la aristocracia del Patio Bullrich frente a lo populoso del Mercado de Constitución. O la pasividad de un partido de tenis en un club privado contra la euforia de una cancha de fútbol. Jaru, sin dudar, lo llevó a un boliche dominicano y luego a un bar de rock en Colegiales. “La tenía muy clara con el mapeo económico y social de Buenos Aires”, vuelve Cifelli. “No era un militante orgánico. Curtió experiencias que lo llevaron a entender que había que poner el cuerpo por el otro”.

Tras el cierre de su bar a fines del 2019, Jaru consiguió trabajo en la cooperativa de alimentos ‘Qué comés cuando comés”, dedicada a la distribución de frutas y verduras agroecológicas en Capital Federal. “Era una máquina de laburar”, recuerda Pablo Gandolfo, integrante de la cooperativa. “No paraba nunca. Tenía una metodología de trabajo con los alimentos muy práctica. Se notaba que tenía cancha”, agrega. Sus inquietudes por la soberanía alimentaria lo llevaron, meses después, a empezar a colaborar con una huerta en Ciudadela. La tierra húmeda entre sus dedos, la disputa por el acceso a la comida ─por los otros, por los espacios─ lo pondría en la calle en plena pandemia.

“Fue la primera persona que conocí que se contagió covid”, cuenta Lautaro Matéu, también compañero de Jaru en Sociales. “Cuando empezó el confinamiento estuvo en la primera línea de las ollas populares. Siempre estaba activando alguna”, dice. “Le gusta cocinar. Él desde ahí impulsa un espacio de debate. ¿Qué es realmente lo que comemos hoy?”. Lucas López, también estudiante de sociología, lo define así: “Un militante sin casete”. Y sigue: “No repetía discursos. Se involucraba mucho con el espacio que habitaba y eso lo hacía alguien querible. Sea en la facultad o en cualquier parte”.

Tras un año de trabajar en la cooperativa, Jaru había empezado un nuevo empleo como repartidor de comida para una aplicación digital. Por su salario precarizado, recibía una complementación a través del programa estatal Potenciar Trabajo. El 11 de marzo asistió a la marcha para protestar contra una nueva negociación con el FMI. Cinco días después ─tras ser perseguido de forma ilegal─ fue arrestado y trasladado a una alcaldía de Lugano.

El rebelde del Fondo: quién es Jaru Rodriguéz, preso por protestar
Facundo, amigo del CBC, de espaldas a la alcaldía en Lugano donde Jaru se encuentra detenido. Foto: Sebastian Smok

De este lado de la reja

La sala es fría, un rectángulo de cemento opaco, liso. Hay una pared vidriada que separa, un teléfono, veinte minutos. Jaru Rodríguez, del otro lado, viste un buzo holgado y beige. Sonríe. Lo hará en cada respuesta. Como si hubiera aprendido a hablar así: un dejo de optimismo entre los labios.

─Extraño cocinar. Me gustaría preparar unas arepas para mis compañeros acá adentro, pero no nos dejan. El secreto para preparar una buena arepa es ser uno mismo. Porque es un plato con personalidad. Podes hacerlas más finitas, más gruesas, depende de quien seas.

De chico vivía con su abuela en unos monoblocs de Caracas. A los 18 años, se fue a Nueva York. Allí, dice, sintió el peso de las injusticias sobre sus hombros.

─Fue duro. Estuve cinco años. Vi de todo. Entendí lo que significa ser un inmigrante. Lo necesario que es que alguien te ayude, que te de una mano sin que las pidas.

Durante la pandemia, participó en la ciudad del censo migrante junto a su agrupación política. Iban casa por casa para charlar con diferentes migrantes socialmente vulnerados. Un espejo que lo asustó, dice, pero que también confirmó por qué estaba ahí mismo.

─Extraño la calle. A mis compañeros, a mi novia, la facultad, la huerta. Estoy preso por protestar, por ejercer mi derecho. Lo sé. Y la voy a pelear. Sé que mis compañeros lo están haciendo afuera. Por mí.

Un policía afuera dice que se terminó el tiempo. Jaru estira el brazo. Arriba. Más arriba. Apoya. Una palma que se abre sobre una pared vidriada. Dedos formando una estrella en el aire. Así son las despedidas del otro lado. Jaru Rodriguez, los ojos se le empañan, se ríe.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

Entradas por Alternativa Teatral

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

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Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.

Por María del Carmen Varela

La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.

La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro
Gabriela Pastor en escena. Detrás, Juan Zuberman interpreta a un ciego que toca la guitarra.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario.  Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.

El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.

Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.

Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.

La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.

Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA

Domingos 18 y 25 de mayo, 20  hs

Más info y entradas en @perlaguarani

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