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La guerra y la paz: una mirada sobre las películas que se disputan el Oscar a mejor film extranjero

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Sin novedad en el frente (Alemania, Netflix) y 1985 (Argentina, Amazon/La Unión de los Ríos), las dos candidatas al Oscar en la categoría de mejor film extranjero: reflexiones sobre cómo narrar la violencia en el cine.

La guerra y la paz: una mirada sobre las películas que se disputan el Oscar a mejor film extranjero

Por Claudia Acuña

periodista, fundadora de lavaca

En esta edición de los Oscar se ha establecido una competencia extraordinaria entre dos películas que disputan el premio en la categoría film extranjero: Sin novedad en el frente (Alemania, Netflix) y 1985 (Argentina, Amazon/La Unión de los Ríos). El duelo entre ambas es revelador en todos los sentidos y en un significado único: el imaginario de una época, que es la nuestra, y que el cine nos hace mirar.

Estamos en guerra.

Ahora mismo.

La sufre un punto geográfico determinado, involucra a potencias globales, y sacude remotas periferias. Los noticieros y las redes sociales inundan las pantallas más diversas hasta imprimirnos en el alma y la mirada aquello que el crítico de cine Serge Daney definió como la imagen de “una Humanidad capaz de cometer un crimen contra ella misma”.

Regresé a Daney obligada por Sin novedad en el frente, una de las dos favoritas a llevarse el Oscar, tras la noticia de que se había alzado con el Bafta, mérito notable, ya que el director Edward Berger compite además contra anteriores versiones que adaptaron la novela de Erich María Ramarque: una ganadora de dos Oscar –mejor director (Lewis Milestone, en 1930) y mejor película- y otra de un Golden Globe y un Emmy: el telefim dirigido por Edward Berger, en 1979. Pero lo que me obligó a releer a Daney fue una inquietud y una coincidencia: el premio le fue otorgado a pocos días de cumplirse un año de esta guerra, la nuestra.

Daney dedicó su vida a la crítica cinematográfica desde una trinchera emblemática: la revista Carrier Du Cinemá. Como legado de esta larguísima experiencia de mirar y enseñar a ver, dejó un manifiesto ético y estético titulado El travelling de Kapo, motivado por el filme sobre los campos de concentración que Gillo Pontecorvo realizó en 1960 , que por cierto “no marcó un hito en la historia del cine”, pero sí la crítica que escribió Daney. Se trata de uno de los análisis más profundos y reflexivos sobre la relación entre el cine y la guerra.

No hay mucho más para decir luego de él, salvo releerlo cada vez que se estrena una película que narra la violencia en términos de patria, banderas, tanques y trincheras. Ese es, justamente, el hilo narrativo de esta historia sobre el soldado que combate en la Primera Guerra Mundial, pero esta vez –quizá por tercera y moderna- enfatizando lo sangriento, lo atroz, lo insoportable, como si la cualidad de mostrar en imágenes esa historia solo pudiese reflejarse exhibiendo, literalmente, el destrozo de cuerpos, las masculinidades crueles. Estilizar estas violencias es abyecto.

¿Por qué?

Responde Daney:

“En Kapo era posible detestar a Pontecorvo por haber anulado a la ligera una distancia que debería haber respetado. El travelling era abyecto porque nos ponía, a él cineasta y a mí espectador, fuera de lugar. Un lugar en el cual yo no podía ni quería estar. Porque me deportaba de mi situación real de espectador como testigo para meterme a la fuerza dentro del cuadro».

Serge daney, el traveling de kapó

Daney definía este recurso cinematográfico como “obsceno” y lo adjudicaba a una “indignación ideológica” del director, convencido quizá de una premisa moral: ver es mejor que no ver.

Pero el cine es ético, reflexiona Daney.

Y el desafío de narrar la violencia será, entonces, “contar de manera distinta una historia en la cual el género humano es el único personaje y la primera antiestrella”.

Argentina,1985, la película de Santiago Mitre que disputa este imaginario moral, es exactamente su enemigo estético y, por eso mismo, político: cuenta la historia de quienes luego del genocidio tienen que hacerse cargo de sus consecuencias. Serán, como siempre, las personas que sobrevivan al horror aquellas que deberán reconstruir lo destrozado: el sistema, la democracia, la vida cotidiana, las heridas del pasado y la confianza en el futuro. En Argentina lo hicimos como en tantos otros pueblos masacrados: con memoria, con esfuerzo, con esperanza y con dos palabras.

Nunca Más.

Se le atribuye a Adorno asegurar que tras un genocidio es imposible la poesía, pero esas palabras lo son, por bellas, por necesarias.

¿Quizá eso es lo que este mundo necesita escuchar en estos tiempos de bélica crueldad?

La respuesta es Spinoza: nadie sabe lo que el cine puede.

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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