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La casa en llamas
Él, brigadista, estaba apagando un foco en el Alto de Las Golondrinas, Chubut, cuando Sandra, la compañera, lo llamó para avisarle que, en otro sector del paraje, se estaba prendiendo fuego también su casa. Lo que sigue es la historia de esta pareja que perdió “todo”, al igual que otras 250 familias solo en Las Golondrinas y que otras cientos en la zona de la Comarca Andina. Sin agua desde hace meses, sin la ayuda “más que de familiares y vecinos” y la certeza de que los fuegos eran previsibles y se prendieron intencionalmente, esta crónica pretende acercar las sensaciones, angustias y pensamientos de quienes ven su hogar transformarse en cenizas, acaso como límite de una vida que necesitamos volver a construir desde cero.

Por Francisco Pandolfi para lavaca.org
Se prenden fuego Lago Puelo, Las Golondrinas, Cerro Radal, Epuyén, El Maitén, Cholila. Se prende fuego Chubut. La Comarca Andina. Se prende fuego el presente. El futuro. Se prende fuego la vida.
Es martes 9 de marzo. Sandra Argel mira el reloj. Son las tres y media de la tarde en el paraje Las Golondrinas. Algo empieza a oler mal. En el Alto de la localidad, a lo lejos, comienza el primer foco de incendio. En dos horas, lo lejos viró en lo cerca: “Minutos pasadas las seis, el fuego ya estaba a metros de mi casa. Fue todo de repente, no me dio tiempo a ninguna reacción. Y en segundos, lo había perdido todo”, cuenta Sandra, ahogada en tristeza. “Quedamos en pampa y la vía; estoy muy mal, no nos quedó nada… ¿Cuánto vamos a tardar en recuperar lo que teníamos?”.
Sandra es esposa de Ángel Oyarzo, brigadista del Servicio Provincial de Manejo del Fuego. Cuando las llamas irrumpieron a metros de sus ojos, su marido estaba en el Alto de Las Golondrinas intentando apagar el incendio cada vez más voraz. “Lo llamé para que viniera, pero cuando llegó casi no quedaban rastros y no pudimos salvar nada de la casa. Todo se convirtió en un calvario”. Él agrega: “Cuando me llamó se me pasaron mil cosas por la cabeza: sólo pensaba en llegar a mi casa cuanto antes para intentar salvarla, pero no pude hacerlo; era tanto el fuego, el viento y la radiación calórica que tirábamos agua y se evaporaba”.

Ángel es brigadista desde hace 24 años. Había vuelto a su hogar dos días atrás, luego de apagar otro foco provincial en la localidad de Corcovado, 250 kilómetros al sur de Las Golondrinas. “Mi marido está muy triste, yo le quiero dar fuerza, pero está muy decaído”, relata Sandra, que amplía con entereza: “Imagínense las cosas que vivió como brigadista en tantos años, actuó en muchísimos incendios de bosques, pero esto no se compara: vio en primera persona cómo se prendió fuego nuestra casa”.
Ángel parece un hombre de pocas palabras, sumido en una profunda angustia: “Estoy bastante mal, la verdad, por mi familia y por todos los vecinos que están en la misma situación. Lo único que rescato, y le estoy muy agradecida, es a la gente que vino a darme una mano”. El dolor descomunal no le impide dejar de pensar en las otras personas: “Cuando viajaba a mi casa, mientras se incendiaba, también pensaba en el resto que estaba sufriendo. Y siempre mantuve la calma, aún en los peores momentos”.
Pese a la pérdida irrecuperable delante suyo, Ángel no tuvo tiempo para lamentos. Había que seguir salvando hogares, salvando animales, salvando vidas humanas. A menos de cien metros, la casa de su hijo Abel estaba a punto de perecer, pero antes de que se convirtiera en cenizas, pudieron salvarla con la ayuda del camión de la Brigada de Incendios. Esa vivienda fue la única que se mantuvo en pie en el terreno.
Detrás de su hogar, Sandra y Ángel tenían un aserradero portátil, principal ingreso económico de la familia. Tenían, claro, porque se les carbonizó por completo. Ya no existen ninguna de sus máquinas: las más grandes -tractor, cepilladora, sierra- y las manuales. Nada de nada. Al lado de su casa habían construido un galpón, donde Abel guardaba sus herramientas. Se quemó totalmente.

“Cuando vi el fuego por primera vez sentí la peor sensación de mi vida, la más terrible. Vi fuego de todos lados: de atrás y de los costados”, grafica Sandra, como quien siente el calor que la abraza, que la envuelve, de la peor manera. “Jamás había sentido una desesperación similar. No podía parar de gritar, de llorar. Mi hijo me tuvo que sacar, porque yo quería quedarme y salvar mi casa… pero no pude”, se lamenta, como si tuviese alguna mínima culpa.
Sobre el origen de este nuevo incendio, Juan Carlos Martínez, presidente de los Bomberos voluntarios de El Bolsón, dice a lavaca: “Del fuego original en Las Golondrinas hay versiones encontradas, pero de lo que no las hay es que posterior a ese primer foco se propagaron 4 ó 5 más, que sin dudas fueron intencionales ya que es imposible que el mismo fuego salte a varios kilómetros donde se iniciaron otros focos”.
Cuando hablamos de los responsables, la tranquilidad que Sandra había mostrado hasta el momento, se rompe en mil pedazos y vomita toda la bronca: “Hay gente que se dedica a hacer daño y prender fuego. Tengo muchísima indignación por quienes iniciaron el fuego, así como por los gobiernos que no ayudan, que ven a los responsables de los incendios y no ponen ningún freno; igual que la Justicia, que tampoco hace nada”. En la misma línea opina Ángel: “Las condiciones estaban dadas para que ocurra lo que pasó y me da mucha impotencia ver cómo se te quema el lugar que construiste; cada vez que lo pienso, no lo puedo creer”.

Desde el comienzo de esta historia de terror ya pasaron más de 48 horas, pero Sandra denuncia que la única ayuda que recibió fue “familiar y vecinal”. Si todavía quedaba algo de esa calma que había caracterizado su voz al principio de la charla, se terminó de esfumar en un instante: “Nosotros perdimos todo, todo, eh, y sin embargo a nuestra zona ni apareció el intendente de Lago Puelo, Augusto Sánchez, ni ningún otro funcionario. Nadie fue a preguntar cómo estamos ni qué necesitamos. Se quemó la casa, el aserradero, el galpón de mi hijo, y a mucha gente le pasó lo mismo, pero de ningún gobierno vino nadie”.
Lago Puelo y El Hoyo, que junto a El Bolsón conforman la Comarca Andina, están sin luz desde el martes. Tampoco hay señal de celular, por lo que la situación general se dificulta aún más. En Las Golondrinas, perteneciente al departamento de Lago Puelo, tampoco hay agua, aunque la falta no remite a los incendios: “Hace dos meses y medio que no tenemos agua en la red, pero esto no es nuevo: hace varios años que todos los veranos estamos sin agua potable”.

Sandra no puede sacarse de la mente las imágenes del azote individual, familiar y también colectivo. “Hay muchísima gente pasando lo mismo que nosotros. Me enteré que hay como 250 casas solo en Las Golondrinas que se quemaron enteras. No se imaginan lo que fue ver a la gente saliendo de sus casas, desesperadas por perderlo todo, llorando, a los gritos, un desastre total”.
Gonzalo Irasoque, integrante del Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios Forestales de Bariloche que está brindando apoyo en la Comarca, magnifica lo ocurrido: “Es bastante compleja la situación, hace mucho tiempo no se veía algo así; es más, nunca se tuvo un fuego tan grande y de tanta violencia. Fue una situación devastadora que arrasó a varios pueblos, sobre todo El Hoyo”. Esa violencia sin igual fue aplacada por la lluvia que empezó el miércoles a la madrugada y se extendió durante casi todo el día, lo que, asegura Irasoque, evitó una tragedia aún mayor.

Sin el aserradero, sin la casa propia, Sandra y Ángel no saben cómo serán los próximos pasos, aunque ya miran hacia el futuro: “No queda otra que seguir adelante”, dice él, con resignación y el coraje con el que se calza el traje de brigadista “con mucho orgullo y entusiasmo”.
Ella, en cambio, prefiere una mirada más analítica sobre el porvenir: “Perdimos millones, sin exagerar: la casa entera, todas las máquinas, el galpón; es incalculable. Y mientras tanto me pregunto: ¿y el presupuesto para aplacar los incendios? ¿Y los responsables que no van presos? ¿Y los funcionarios que no aparecen? ¿Y cómo seguimos nosotros?”.

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Proyecto Litio: un ojo de la cara (video)

En un video de 3,50 minutos filmado en Jujuy habla Joel Paredes, a quien las fuerzas de seguridad le arrancaron un ojo de un balazo mientras se manifestaba con miles de jujeños, en 2023. Aquella represión traza un hilo conductor entre la reforma (in) constitucional de Jujuy votada a espaldas del pueblo en 2023, y lo que pasó un año después a nivel nacional con la aprobación de la Ley Bases y la instauración del RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones).
Pero Joel habla de otras cuestiones: su pasión por la música como sostén. El ensayo artístico que no se concretó aquella vez. Lo que le pasa cada día al mirarse al espejo. La búsqueda de derechos por los hijos, y por quienes están siendo raleados de las tierras. Y la idea de seguir adelante, explicada en pocas palabas: “El miedo para mí no existe”.
Proyecto Litio es una plataforma (litio.lavaca.org) que incluye un teaser de 22 minutos, un documental de casi una hora de duración que amplía el registro sobre las comunidades de la cuenca de las Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc, una de las siete maravillas naturales de Argentina, que a la par es zona de sequía y uno de los mayores reservorios de litio del mundo.
Además hay piezas audiovisuales como la que presentamos aquí. La semana pasada fue Proyecto Litio: el paisaje territorial, animal y humano cuando el agua empieza a desaparecer.
Esos eslabones se enfocan en la vida en las comunidades, la economía, la represión y la escasez del agua en la zona.
Litio está compuesto también por las noticias, crónicas y reportajes que venimos realizando desde lavaca.org y que reunimos en esta plataforma.
Un proyecto del que podés formar parte, apoyando y compartiendo.
El video de 3,50 minutos
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Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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