Nota
Luciano Arruga, presente
Vanesa Orieta se detuvo y aclaró: “No fue un accidente”.
Hizo un silencio, miró a cada uno y acentuó: “No fue un accidente. ¿Me escuchan?”.
Señaló hacia la izquierda: “¿Vos?”. Señaló al medio: “¿Vos?”. Señaló hacia la derecha: “¿Vos?”.
Eran las pasadas las 18 cuando Vanesa Orieta pidió que no nos hagamos los boludos.
(Textual: “No se hagan los boludos”).
Este sábado 17 de octubre se cumplió un año del hallazgo del cuerpo sin vida de su hermano Luciano Arruga, enterrado como NN.
Vanesa Orieta se detuvo y aclaró: “No fue un accidente”.
Hizo un silencio, miró a cada uno y acentuó: “No fue un accidente. ¿Me escuchan?”.
Señaló hacia la izquierda: “¿Vos?”. Señaló al medio: “¿Vos?”. Señaló hacia la derecha: “¿Vos?”.
Eran las pasadas las 18 cuando Vanesa Orieta pidió que no nos hagamos los boludos. (Textual: “No se hagan los boludos”)
La jornada cultural arrancó a las 11 de la mañana bajo un sol único. Este sábado se conmemoró un año del hallazgo del cuerpo de Luciano Arruga, el joven de 16 años de La Matanza desaparecido el 31 de enero de 2009 que, tras 5 años y 8 meses de una sólida lucha por parte de su familia. Fue encontrado el 17 de octubre de 2014 enterrado como NN en el Cementerio de la Chacarita. Ese día se supo que el adolescente había sido atropellado la noche de su desaparición en la Avenida General Paz. Sin embargo, la sombra de la Policía Bonaerense acecha el caso: seis meses atrás Luciano había comenzado a ser perseguido sistemáticamente por oficiales de la localidad de Lomas del Mirador.
La razón: los efectivos le pidieron a Luciano que robara para ellos.
La respuesta: “No”.
La persecución derivó en amenazas y una privación ilegítima de la libertad que lo condujo el 22 de septiembre al destacamento de Lomas del Mirador, un chalet que funcionaba como dependencia policial a partir del pedido de seguridad de los vecinos del barrio, y que no tenía las condiciones necesarias para albergar detenidos. Mucho menos -claro está- un menor. Por las torturas físicas y psicológicas desatadas en esa detención ilegal el Tribunal Oral en lo Criminal N°3 de La Matanza condenó en mayo de este año al policía Julio Diego Torales a 10 años de prisión.
Allí, según testigos, Luciano fue visto por última vez con vida la noche del 31 de enero.
“A Luciano lo humillaron, lo verduguearon”, recordó Vanesa. “Todo lo que vivió Luciano hasta el 31 de enero no se olvida y eso es lo que nos hace estar más seguros que nunca. Luciano no murió en un accidente de tránsito. Esta puta palabra, ´accidente´, no la quiero escuchar más. No fue un accidente. A mi hermano lo mató la policía y lo desapareció el Estado. Por negligencia, por desidia, por complicidad: a mí no me importa. Las responsabilidades las tienen que pagar igual. Y esto lo digo como hermana: me va a dar la vida para condenarlos. Y si no hay justicia del Poder Judicial, la vamos a hacer nosotros. No con violencia: los vamos a ir a escrachar. A cada uno. Esa es la justicia que necesitamos: la justicia social. Porque el dolor y la bronca no se van a ir nunca más, y la única forma de aliviarlo es condenando a los responsables políticos, materiales y judiciales”.
Datos y pruebas
El hallazgo del cuerpo de Luciano Arruga dio un giro a la causa que tramita el Juzgado Federal de Morón N°1 de Gustavo Salas. La principal hipótesis sigue siendo la participación de la Bonaerense, pero el caso también reveló un oscuro entramado que desnudó los mecanismos institucionales mediante los cuales una persona puede desaparecer hoy en democracia. El recorrido incluye el destacamento de Lomas del Mirador, el SAME, el Hospital Santojanni, la Morgue Judicial y el Cementerio de Chacarita. De la investigación, se desprenden algunos elementos claves:
- Luciano Arruga fue atropellado a las 3.21 de la madrugada en el cruce de General Paz y Emilio Castro. Había sido visto por última vez la noche del 31 de enero de 2009. Falleció el 1 de febrero de 2009 a las 8 de a mañana en el Hospital Santojani. Fue trasladado por el SAME. Allí lo catalogaron como NN y ese fue su destino en la Morgue Judicial y en el Cementerio de la Chacarita. La familia llegó a este descrubimiento luego de presentar un hábeas corpus.
- Luciano intentó cruzar la General Paz por un lugar imposible. Hay que ir al lugar para saber de qué se está hablando en particular, pero la imagen no dista mucho de cualquier avenida “alta”. Hay un terraplén de césped que sólo trepando se puede acceder a la vía rápida de la General Paz. A metros del punto exacto donde Luciano fue atropellado, luego de trepar ese terraplén, hay un paso a nivel. Todas las personas cruzan la General Paz por ese lugar.
- El conductor que atropelló a Luciano declaró que el joven “cruzó como desesperado”. Aclaró que “no estaba trotando ni caminando, sino corriendo”. Y el punto que más llamó la atención de los funcionarios y actores judiciales que intervienen hoy en la causa: “Por lógica parecía que estaba escapando”.
- El testimonio anterior es clave porque fue la persona que atropelló a Luciano. Sin embargo, declararon otros testigos. Entre trabajadores de Autopistas del Sol que brindaron testimonio al juez Salas, hubo un motociclista que presenció e intervino en el hecho y es considerado como “altamente calificado”. Esta persona se detuvo en plena avenida e intentó proteger el cuerpo para que no fuera arrollado por otros vehículos. Fue el primero que llegó. Para evitar otro impacto, el hombre dio vuelta su moto para alertar con su luz a los automovilistas que venían de frente. Fue en ese momento que divisó una camioneta doble cabina de la Bonaerense estacionada con las balizas apagadas en la colectora de la General Paz, a la altura del atropello, del lado de la provincia de Buenos Aires. Otros testigos certificaron este dato. Para la familia, todos estos testigos refuerzan la hipótesis de la participación de la Bonaerense en el hecho, que nunca hizo ninguna manifestación pública.
- La reconstrucción realizada por el juez Salas sobre la autopista corroboraron los hechos.
- Otro elemento sustancial: al momento del impacto Luciano Arruga llevaba puesta ropa que no era la de él. Así se desprende de testimonios y otras pruebas recolectadas en la causa. Además, según el acta que la Policía Federal realizó esa madrugada, el joven llevaba una mochila. Detalle: hasta el día de hoy aún no fue localizada la totalidad de la ropa ni las pertenencias que había en esa mochila. Estos elementos de prueba no fueron resguardados por la fiscalía y el juzgado de instrucción que tuvieron a cargo la investigación de los hechos que produjeron la muerte de Luciano. Fueron la jueza Laura Bruniard y la fiscal Marcela Sánchez. Ambas sobreseyeron al conductor y cerraron la causa sin interesarse quién podía ser aquella persona enterrada como NN.
- En esa causa consta que Luciano Arruga llevaba zapatillas. Tampoco se sabe hoy dónde está el calzado, que hubiera ayudado a determinar con mayor precisión por dónde Luciano accedió a la vía rápida de la General Paz.
La denuncia por su desaparición originó una causa que quedó a cargo del juez Gustavo Banco y así, formalmente se estableció quiénes eran los responsables de encontrarlo. La actuación de dos fiscales (Roxana Castelli y Celia Cejas) y el juez convirtieron a esa investigación en un monumento a la impunidad judicial. Durante un año y cuatro meses la fiscal Cejas pidió 15 veces intervenciones a los teléfonos de la familia Arruga, que el juez Banco autorizó. La misma familia que había denunciado a a la policía por corrupta y responsable por la desaparición de Luciano fue vigilada a través de escuchas telefónicas. Además, desde marzo de 2010 el juzgado y la fiscalía ya contaban con los mismos datos que permitieron encontrar a Luciano a partir de la aceptación del habeas corpus. Nunca los activaron.
Los tres funcionarios están al borde de la destitución. Un jury de enjuiciamiento pesa sobre ellos.
La conquista del color
La jornada cultural fue en el propio destacamento de Lomas del Mirador. El lugar fue recuperado y expropiado por los familiares tras más de dos meses de acampe para transformar un lugar de tortura en un centro cultural para los niños y las niñas del barrio. “Todavía me cuesta entrar”, señaló Mónica Alegre, mamá del joven. Adentro se hicieron murales y se proyectó el documental Nunca digas nunca. El patio del destacamento tomó así un color que descolonizó el gris que lo dominaba. Las piernas esquivaban los baldes y tachos de pintura, y trataban de no interferir en la obra de los artistas. La propia Vanesa fue una de las que tomó el pincel y tatuó de vida esas paredes. “Gracias”, dijo Mónica Alegre. “Hoy no me levanté bien a la mañana, pero después vine acá, los vi a todos ustedes y la verdad que la pude pilotear. Estamos pidiendo justicia por todos los pibes”.
Vanesa agregó: “Hay que accionar y convertir esa tristeza y desesperación en acciones concretas, y en acciones que nos dan esperanza de poder revertir esta situación que nos permite no estar en ese estado de depresión”. Por eso se centró en el espacio: “Este tiene que ser un lugar por donde pasen muchos niños y jóvenes. Son ellos quienes están en peligro. Y nosotros somos quienes tenemos que darles las herramientas que son necesarias para que puedan defender sus derechos y puedan apropiarse de este lugar. No pedimos la expropiación para instalarnos como si fuera nuestra casa: este espacio lo conquistamos para que los pibes se lo apropien”.
La bisagra
“El caso de Luciano debe ser una bisagra para que no haya más Lucianos”, afirmó a lavaca Pablo Pimentel, referente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Matanza (APDH-La Matanza), una de las personas que acompañó desde el primer minuto a la familia y pudo observar cada uno de los procesos que transitó la causa. “No fue un error administrativo como nos quieren hacer creer. Fue un abandono total de persona: intervino la Policía Federal, el SAME, la Justicia de la Ciudad de Buenos Aires, el Santojanni y la Morgue. Eso después de lo que ocurrió en la General Paz”.
¿Y antes? “Siempre dije que el caso de Luciano se enmarca en un mejoramiento de los sistemas de represión por parte de la policía. Cada hecho es mejorado después. Pero nunca me hubiera imaginado que el tan famoso ´que parezca un accidente´ lo pusieran en práctica. Porque si no hubieran visto los testigos al patrullero, ya está: hubiera quedado como alguien que lo atropelló. Y para Luciano ese fue su pelotón de fusilamiento. Era como una ruleta rusa: podía pasar como no. Pero pasó. Pobre Luciano por lo que habrá pasado esas horas previas. Y aquí cobran sentido dos testigos de la Comisaría 8° (ex Sheraton, el Centro Clandestino de Detención) que declaran haber visto a un joven de las características de Luciano colgado a centímetros del suelo pidiendo que lo asistan, golpeado. Uno de ellos, Federico Cabrera Ruiz, fue asesinado días antes del juicio a Torales. En ese momento los abogados y la fiscal no le dieron réditos. Yo digo: sea o no sea Luciano, allí hubo una persona que vivió esa misma noche el flagelo de la tortura”.
Pimentel dijo que se enteró de la noticia de la aparición del cuerpo en la casa de Vanesa. “No podía salir del asombro de estar viviendo en un país con sectores judiciales y del Estado tan perversos con su propio pueblo. Del pueblo más pobre, más sufriente”. El militante recordó también a Diana Sacayán, la militante travesti asesinada. “Cuando la despedíamos, pensaba: a mucha gente le cuesta vivir, pero a muchos hermanos les cuesta el doble. Por ser pobre, por ser trans. Y a Luciano también. Y detrás, a toda su familia”.
El futuro y la esperanza
“La única forma de poder hablar de violencia institucional, gatillo fácil y desapariciones forzadas es apuntar hacia los actores que permiten que esto suceda”, subrayó Vanesa. “Nosotros estamos denunciando a las instituciones del Estado, y no queríamos trabajar con aquellos a quien denunciamos. La independencia es fundamental para hablar de la defensa de los derechos humanos”. Apuntó a cambiar el enfoque habitual: “Han instalado inteligentemente la figura del pibe chorro. Ustedes ya se imaginan cuáles son sus características al escucharlo. Son las características de los pibes de nuestros barrios. Ese pibe es generalizado, victimizado y condenado a las aberraciones más inmundas que se puedan imaginar. Se los tortura, se los humilla, se los desaparece. Y no podemos instalar que la mirada vaya dirigida hacia las fuerzas de seguridad, que son las encargadas de controlar las redes de grandes delitos de nuestro país”.
Por esa razón Vanesa se centró en el espacio: “Desde acá podemos hacer visible esta problemática y que poco a poco los índices vayan disminuyendo. Esto recién empieza: todo lo que salga de acá, a partir de ahora, tiene que ser esperanzar. Tiene que darnos la posibilidad de soñar que realmente podemos cambiar esta situación y que realmente podemos tener la democracia que nos merecemos. Y para eso tenemos que participar. La democracia la construimos entre todos. Tenemos que crecer. La democracia tiene que ser participativa, con la participación del pueblo”.
Vanesa Orieta invitó a todos a participar de la próxima jornada: el 31 de enero de 2016.
“Es la fecha del asesinato y desaparición de Luciano”.
Fue allí cuando se detuvo y aclaró: “No fue un accidente”.
Nota
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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