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México: defender la madre tierra. Comunidades en pie de vida
Decenas de comunidades en resistencia de 17 estados de México comenzaron una larga campaña que busca coordinar luchas, denunciar el extractivismo y ofrecer un espacio de ayuda mutua entre quienes están siendo agredidos por el capital y el Estado. Por Raúl Zibechi para lavaca.
Decenas de comunidades en resistencia de 17 estados de México comenzaron una larga campaña que busca coordinar luchas, denunciar el extractivismo y ofrecer un espacio de ayuda mutua entre quienes están siendo agredidos por el capital y el Estado. Por Raúl Zibechi para lavaca.
“La campaña busca un diálogo y acciones comunes que construyan tejido”, explica Gerardo Meza de la Comunidad Habitacional Acapatzingo, en Ciudad de México. “Porque la falta de información sobre lo que sucede es aprovechada por el Estado para impulsar los megaproyectos contra los pueblos. Por eso buscamos construir espacios organizativos no orgánicos para generar identidad en los barrios y tejer proceso de autonomía en la Ciudad de México.”
Gerardo se refiere a la Campaña Nacional en Defensa de la Madre Tierra y el Territorio que comenzó el 10 de abril y culminará el 20 de noviembre, dos fechas de hondo contenido rebelde en México. En ella participa la Organización Popular Francisco Villa de la Izquierda Independiente junto a 179 organizaciones de 17 estados, agrupados en nueve regiones. Un Comité por la Madre Tierra integrado por 40 músicos, actores, religiosos y profesionales apoya la campaña que en cada actividad reúne cientos y miles de personas: desde las 1 500 que acudieron al lanzamiento en la Ciudad de México el 10 de abril, pasando por los centenares que se movilizaron en apoyo a Xochicuautla, donde la comunidad resiste la construcción de una autopista en el Estado de México.
“La punta de lanza del modelo extractivo es la minería”, razona Meza, “arrasando comunidades enteras, quitándoles el territorio y destruyendo sus identidades”. La campaña pone en relación comunidades afectadas con comunidades afectadas en una relación directa, horizontal, no mediada por representantes sino de pueblo a pueblo. De los firmantes de la campaña, 97 comunidades y barrios tienen conflictos con el capital y el Estado extractivistas, a los que resisten a menudo con costos humanos muy altos.
En la capital mexicana, por ejemplo, los barrios están siendo afectados por proyectos de infraestructura urbana y de comunicación, a través de la construcción de líneas de metro, trenes interurbanos y especulación inmobiliaria, una de las facetas más destructivas y menos analizadas del modelo extractivo. Podemos hablar de un “extractivismo urbano”, que se conecta con el modelo general y en muchos casos actúa complementando el modo de acumulación, ya que las enormes ganancias en los monocultivos y en la minería suelen ser invertidos en especulación urbana, que redunda en la gentrificación de las ciudades y la expulsión de sus habitantes más pobres.
De Norte a Sur: mujeres jóvenes y valientes
La Campaña informa que la mayor parte de los conflictos se producen por la construcción de represas hidroeléctricas y otros proyectos de generación de energía (34%), seguidos de cerca por las mineras (32%). A bastante distancia aparecen los proyectos de transporte como carreteras y trenes (12%) y la urbanización (11%). La privatización del agua abarca el 15% de los conflictos, pero muchos proyectos mineros y de energía también se apropian de bienes comunes como el agua, por lo que debe ser uno de los principales motivos de las resistencias comunitarias.
En el norte, en el estado de Sonora, la Nación Comcáac resiste la destrucción de cien kilómetros del litoral Pacífico, donde los pescadores buscan salvar sus fuentes de trabajo del proyecto minero La Peineta. Gabriela Molina, de la organización Defensores del Territorio Comcáac, asegura que la mitad del territorio de su pueblo ha sido concesionado a la minera que pretende extraer hierro, cobre y plata en sitios sagrados para su nación. “La nación un lugar de reproducción del venado y del borrego cimarrón, por lo que no queremos una actividad extractiva en nuestro territorio, que además está muy cerca del Canal del Infiernillo, donde están las plantas que usamos para nuestras artesanías, como la jojoba y el torote, y es por lo tanto un sitio de importancia material espiritual para la sobrevivencia de nuestro pueblo.”
Como sucede en todo el mundo, la minera consiguió dividir al pueblo comcáac con promesas y pequeños recursos. “Nuestro grupo está integrado por 22 mujeres que nos organizamos contra la minera y nos dedicamos a informar a los pueblos de la sierra de Sonora que desconocen lo que es la minería”, dice Gabriela. Como Nación Comcáac se apoyan en la Guardia Tradicional, autodefensa armada que nació en 1979 para la protección del territorio autónomo. La guardia es elegida por el consejo de ancianos y el gobernador tradicional y está integrada tanto por varones como por mujeres.
“Hasta que nos sumamos a la campaña nuestro pueblo era invisible”, remata Gabriela, que denuncia también el extractivismo hídrico que desvía aguas para la producción empresarial y proyectos turísticos en zonas habitadas por su pueblo.
El pueblo San José del Progreso, en el estado de Oaxaca, se opone desde 2008 a la llegada de una minera en una población campesina que cultiva maíz, frijoles y garbanzos. Según datos oficiales de la Secretaría de Economía, desde la aprobación de la Ley Minera en 1992, México entregó 31,000 concesiones sobre casi 51 millones de hectáreas a más de 300 empresas que manejan alrededor de 800 proyectos. Rosalinda Dionisio, que integra la Coordinadora de Pueblos Unidos del Valle de Ocotlán, sufrió un atentado cuando miembros de la organización fueron emboscados por oponerse a la minera Cuzcatlán, subsidiaria de la canadiense Fortuna Silver Mines, que explota 700 hectáreas para extraer uranio, oro y plata.
La mina se encuentra cerca del municipio San José del Progreso, uno de los tres más pobres del estado. Aunque la mayor parte de sus seis mil habitantes rechazan a la minera, el alcalde la apoya y encabeza un grupo que ataca a los miembros de la Coordinadora. En febrero y marzo de 2012 los activistas fueron atacados, en un caso por la policía municipal y en el otro por desconocidos, con un saldo de dos muertos y varios heridos, entre ellos Rosalinda. Ésa fue la reacción a las protestas de la comunidad, cuando se instalaron tuberías para llevar agua a la mina, desviándola de los cultivos de los campesinos.
Un monstruo que se llama Estado
“Con la campaña buscamos articularnos con otras comunidades, ya que nosotros debimos replegarnos ante la represión, y poder informar a otros pueblos lo que nos está sucediendo”, explica Rosalinda. “Tenemos un monstruo de Estado que nos ha golpeado muy fuerte, con desapariciones, con represión, por eso necesitamos una red en la que apoyarnos, con base en la ayuda mutua, para enfrentar al monstruo que nos quita la vida”, dice esta mujer joven y valiente, sobreviviente de la guerra contra los pueblos. Luego de varias cirugías aún no recuperó completamente su movilidad, pero muestra un espíritu combativo admirable.
La resistencia de la comunidad de Cherán no necesita presentación, porque ha sido desde 2011 ejemplo para los pueblos que resisten el modelo extractivo y a los grupos armados, estatales o paramilitares, que lo promueven y protegen. Severiana Fabián integra el Consejo Mayor de la comunidad indígena p’urhépecha de Cherán y forma parte de la Campaña Nacional en Defensa de la Madre Tierra y el Territorio. Su comunidad se levantó para expulsar a los delincuentes talamontes apoyados por caciques locales.
“Luchamos para defender un bien común como lo es la madre tierra”, explica Severiana. La clave del éxito de esta comunidad es su organización, extensa y profunda, que llega a todos los rincones, es abierta y transparente, sólida y contundente. “Estamos organizados por usos y costumbres y hemos conseguido que Cherán esté tranquilo y seguro por la fuerza de nuestra organización comunitaria”, dice una mujer que se siente orgullosa del trabajo realizado en cinco años, que considera un ejemplo para los mexicanos.
La forma de organización, de abajo arriba, empieza por las fogatas. Son cuatro barrios y en cada barrio hay entre 50 y 60 fogatas, a razón de una por cuadra. En el barrio de Severiana son 53 fogatas, lo que habla de una forma de organización a cielo abierto, en la que pueden participar las familias, desde los niños hasta los ancianos. Cada barrio elige tres personas que integran el Consejo Mayor, en el que actualmente hay tres mujeres.
Cherán tiene una población de 20 mil habitantes y en cada una de las 240 fogatas instaladas en cada esquina, hay unas cien personas. “Esta organización es la clave de todo”, exclama Severiana. Las fogatas son lugares de encuentro entre los vecinos, espacios donde se recrea comunidad, pero son también órganos de poder en los que se toman las decisiones colectivas y donde la participación de las mujeres es decisiva.
Como síntesis de estos años de lucha, Severiana asegura que en Cherán “el coraje superó al miedo”. Quizá sea el legado de esta comunidad que puede recoger, y ampliar, la Campaña Nacional en Defensa de la Madre Tierra y el Territorio.
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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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